En la vida de los pueblos hay situaciones límite. Momentos en los que la paciencia popular y su capacidad de soportar adversidades, aparentemente infinitas, se agotan. Esto sucede cuando el poder establecido extrema abiertamente su crueldad y cierra todas las válvulas de esperanza de una vida mejor para las mayorías. Así sucedió en repetidas oportunidades, aconteció en Bolivia en el transcurso de la Guerra del Agua (2000) o en Argentina con el "que se vayan todos" en el 2001. Ambos acontecimientos abonarían el surco en el cual se constituirían luego gobiernos transformadores, es la fase anterior a un cambio (independientemente de que sea bueno o malo). También el Caracazo de 1989 marcó el momento de un levantamiento popular que culminaría con la elección de Hugo Chávez poco menos de diez años después, poniendo fin a cuatro décadas de componenda elitista en Venezuela. Del mismo modo, el triunfo de la Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa en Ecuador (2006), había sido precedido por un brutal vaciamiento bancario en 1999, al que siguieron dos alzamientos populares en el año 2000 y la Rebelión de los Forajidos en 2005, que terminó con el gobierno de Lucio Gutiérrez. Los ejemplos podrían multiplicarse llegando incluso al Bogotazo de 1948, una enorme reacción popular ante el asesinato del candidato presidencial liberal Eliécer Gaitán que dio pié, poco tiempo después, al surgimiento de la lucha guerrillera en Colombia. La misma asfixia política fue el germen de la expansión posterior del fenómeno en distintos puntos de la región que tuvo en las revoluciones en Cuba y Nicaragua su momento triunfal, pero como desgarradora contracara, la criminal acción represiva de regímenes dictatoriales, costando la vida de miles de jóvenes y activistas sociales.
“Las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta.”Milan Kundera
Una de las ideas políticas centrales del liberalismo ha sido, en sus inicios, la del contrato social. Según ésta, los individuos debemos abandonar una suerte de "libertad absoluta" para ceñirnos a una sociedad con obligaciones y derechos, conocida como "Estado". Estado que, según los nuevos liberales, debe ser cada vez más pequeño, las obligaciones más estrictas y los derechos más relativos.
La reconfiguración capitalista que viene formateando sujetos a mayor velocidad y efectividad que en el pasado. Pero también están abriendo la puerta a sus propias encerronas.
Desde los inicios del gobierno de Macri, se alegorizó el carácter retrógrado de sus políticas mediante fechas significativas de la historia argentina. Los 90’, década en la que el neoliberalismo impactó de lleno privatizando la vida bajo el envoltorio de la eficiencia, pareció en un primer análisis situar claramente el retroceso.
La descalificación a opositores, el linchamiento mediático continuado, el intento de quebrar las organizaciones populares y la posterior persecución judicial y encarcelamiento sin juicio a varias de las principales figuras del gobierno anterior, sugirieron, como el período que mejor cuadraba al gobierno macrista, la imagen del año 55’, en el que un gobierno militar derrocó a Perón, prohibiendo y proscribiendo posteriormente al peronismo y a la democracia. También se aludió al año 30’, comienzo de la “década infame”, en la que una restauración conservadora impulsada por la oligarquía terrateniente sofocó las libertades civiles y las demandas sociales.
El carácter colaboracionista y negacionista de varios integrantes del gobierno en relación a la última dictadura militar, el intento de acortar a la mitad las penas de convictos por delitos de lesa humanidad, el desmontaje de reparticiones estatales dedicadas a la protección de derechos humanos, el otorgamiento de prisión domiciliaria a genocidas, la desembozada represión ante la creciente protesta social y las amenazas a líderes sindicales configuran un paisaje que conecta directamente con la tragedia que vivió el país entre los años 1976 y 1983.
Votar al propio verdugo
La idea aparece de modo recurrente: en la calle, en los bares, en las universidades, en innumerables textos que se preguntan acerca de por qué, en apariencia, hay un sector de la sociedad que en las últimas dos elecciones (presidenciales, primero; legislativas, después) ha decidido ir en contra de sus presuntos intereses. ¿Por qué la Alianza Cambiemos logra un porcentaje de aceptación tan alto entre aquellos que resultan ser los principales perjudicados de sus políticas? Todo fenómeno social emerge, sin dudas, a partir de una multiplicidad de factores que lo ponen en marcha. Aquí interesa centrarse en uno de los resortes que llevó a un sector de la población a votar a Cambiemos: el resorte ideológico, ese que ha trabajado sobre el alma de los miembros de nuestra sociedad haciendo honor a lo que en los años ochenta enunció la Dama de Hierro: “la economía es el método, el objetivo es cambiar el corazón y el alma".Lic. Claudio Boyé. Psicoanalista
Objetivo que se ha logrado, en parte, gracias a la imposición de un sentido común, verdadero sexto sentido socialmente compartido, donde prima un individualismo a ultranza que se puede resumir en una frase, que es el título de un artículo de Guillermo O'Donnell: Y a mí qué mierda me importa. Qué mierda me importa que suba la nafta, si yo tomo colectivo; o qué mierda me importan los pobres o los desocupados, si yo como y tengo trabajo. En definitiva, qué mierda me importa el otro. Las operaciones que el gobierno de Cambiemos realiza no son operativos de distracción, sino alimentos ideológicos para los hijos y nietos que fueron formateados por la dictadura cívico-militar de Videla & Cía., y que ahora gozan con el autoritarismo y el fuera de toda ley, excepto la que impone Cambiemos. Esos que aplauden la represión y la prisión preventiva a cualquiera y de cualquier manera son los mismos que aplaudieron los piquetes del campo y ahora aplauden cuando meten preso a un sindicalista, pero no lo relacionan con Gerardo Martínez, el capo de los delincuentes disfrazado de gremialista elegido y protegido por Macri. Muchos de quienes apoyan hoy a este engendro democrático no lo hacen por estar hipnotizados, ni por el placer de la autoflagelación, sino porque son producto del Proceso de Reorganización Social (Daniel Feierstein) que comenzó en 1976 y que tuvo su realización simbólica durante los años ochenta y noventa. Este proceso tan sólo tuvo una interrupción de 12 años, y quienes fueron tocados en su alma (psique) –desde el sentido común–, no lo pudieron soportar.
He aquí la batalla que los defensores de los genocidas, hoy en el poder, vienen librando desde hace por lo menos 30 años. La batalla por conquistar el sentido común –ese cúmulo de valores, de representaciones, de creencias, respecto de las cuales, como sociedad, no habría discusión alguna porque son, en efecto, de sentido común; evidencias, verdades objetivas, las cosas como son. La conquista del sentido común es el objetivo madre de toda ideología que, al triunfar, se mimetiza con él. Reflexionando sobre la sociedad actual, Nicolás Casullo decía en Las cuestiones que “la sociedad que queda es pensada por una derecha en estado de generalización, normalizada como sentido común”. Y es que el neoliberalismo, además de ser un sistema político-económico, también es un proceso de reestructuración cultural. La “normalidad” aparece como un valor indispensable al que toda sociedad debe aspirar: ser un país “normal”, en orden, con reglas claras. Detrás de esa “normalidad” no habría nada, puesto que hablamos, desde el sentido común, de las cosas como son. Es en esos términos que nos habla la cultura neoliberal. Y es así, entonces, que quienes votan a Cambiemos a pesar de ser sus principales víctimas, no lo hacen contra sus intereses (económicos); lo hacen para restaurar las ideas que se sostuvieron durante años y que durante el kirchnerismo, aunque sea en parte, se intentaron subvertir, ideas tales como que "no hay que exigirle al Estado que garantice el trabajo", "cada uno debe procurárselo" y "si no puede, por algo será". El emprendedurismo que hoy pregonan los Esteban Bullrich y afines es un rostro más del individualismo hegemónico que aún nos domina. Este fue el gran cambio subjetivo que el neoliberalismo logró desde los años de plomo. La lógica de los campos de concentración tuvo como víctimas también a todos aquellos que estaban fuera del campo. Los medios a través de los cuales se logró este cambio subjetivo fueron, sin duda, los medios de comunicación que hicieron todo lo posible por ganar la batalla de las conciencias o, como ya hemos dicho, la batalla por el sentido común. Ahí es, entonces, donde debemos dar la pelea. Y también en la calle.
Pero las sociedades son complejas y el sentido, en la disputa, si bien puede acotarse, nunca se cierra del todo. Es así como no sólo existe un sector social que fue "formateado" por este dispositivo; también hay otro que se ubica en una posición antagónica. Los que resisten, los que se indignan, los que se amargan, los que militan para oponerse al oprobio que significa este asalto al Estado que no merece el nombre de gobierno. Poner de relieve el carácter conflictivo que constituye lo social hace que la “normalidad” neoliberal no aparezca más que como una verdad social e históricamente construida, y entonces puede derribarse. Para ello, sigue siendo fundamental la política como posibilidad de construir nuevos sentidos. A la pregunta de por qué hay un subconjunto de la sociedad que no comparte el sentido común del otro subconjunto, no aparece una respuesta fácil ni unívoca. Pero podríamos decir: hay un real en juego que retorna y moviliza a este sector. Ese real ha sido nominado como Los Desaparecidos. Real porque no cesa de no escribirse. Real que, cuando desde el poder político y judicial quieren borrarlo, se les pone en cruz impidiendo que la cosa funcione como quisiera el Amo. Recordemos la marcha contra el 2x1, las marchas por Santiago Maldonado, las marchas de las Madres, los nietos restituidos por las Abuelas, el reciente siluetazo contra Etchecolatz, entre muchos otros casos. La batalla es cultural y por eso mismo es política. Y como la única batalla que se pierde es la que se abandona tenemos que continuar, por los 30.000, por Santiago, por Nahuel, por todos y por nosotros.
Pablo Boyé. Estudiante Ciencias de la Comunicación
"1984" es el libro donde el escritor británico George Orwell inscribió en el imaginario mundial como símbolo del control total de la población mediante la vigilancia, la represión y la manipulación de la realidad, describiendo con gran aproximación al gobierno del Sr. Tijeras Macri en referencia a su política de comunicaciones.
Ya el primer día de su gestión emitió un decreto subordinando la comunicación al poder ejecutivo y se eliminó de un plumazo la ley de medios. Poco tiempo después dejó sin efecto la adecuación del pulpo mediático Clarín, que tenía como fin equilibrar su posición dominante. A través de la pauta publicitaria se premió a socios y se castigó a medios críticos, exigiendo la renuncia de periodistas por sus opiniones. Se eliminó la transmisión gratuita del fútbol, devolviendo el negocio a los grandes operadores privados. Cientos de comunicadores fueron despedidos del aparato estatal, discriminando según preferencias políticas, luego de revisar sus perfiles en redes sociales. Los montos destinados al fomento de la comunicación comunitaria fueron retenidos o recortados y varias emisoras decomisadas.
Luego de dos años, el gobierno cierra la muralla de la opinión única: se aprueba la creación de un holding que agrupa a la principal empresa de TV por cable, los operadores mayoritarios de internet y poderosas compañías de telefonía fija y celular, con posición hegemónica en todas las áreas. Al mismo tiempo, se da fin al sistema público de Televisión Digital Abierta (TDA), que de forma gratuita y federal, permitía acceder a toda la población a contenidos de calidad.
Como lo señala un reciente comunicado de la Coalición por una Comunicación Democrática, "el Gobierno consagra posiciones cuasi-monopólicas mientras precariza el esquema regulatorio legal argentino con decretos o resoluciones que violentan leyes para satisfacer los negocios de un puñado de grandes empresas locales y transnacionales del mercado del entretenimiento, la información y la conectividad".
La práctica macrista de asfixia de voces críticas (por algo le decimos Sr. Tijeras), concesiones monopólicas, vaciamiento de la comunicación pública, extorsión a medios no afines, despido, persecución y represión a periodistas, a la hora de reclamar – declamar – la defensa de las libertades de expresión y prensa, descalifican y deslegitiman tan sólo una voz: la del propio gobierno.
Derecha o Democracia
La explosión social aparece cuando el pueblo ve amenazada su subsistencia, coartada su libertad, mancillada su dignidad y toma clara conciencia de la impunidad y la soberbia de los sectores dominantes. Ocurre cuando al habitual saqueo y vejación a los estratos sometidos se suman la manipulación, la represión, el fraude y la persecución o proscripción de toda organización o líder, cuyas políticas pudieran ofrecer una alternativa emancipadora a la desigualdad sistémica. En tales momentos, la impotencia se convierte en potencia de rebeldía y cambio.
"…será preciso empoderar a las personas excluidas, de tal forma que, si las políticas y los actores pertinentes no cumplen sus cometidos, dichas personas puedan alzar la voz, reclamar sus derechos y recurrir a mecanismos de reparación."Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
La derecha que domina al mundo no es, no fue, ni será nunca democrática.
La amenaza, la difamación, la extorsión, el asesinato, la compra de voluntades, el bastardeo mercadotécnico de la política, la mentira, la represión, la conspiración, el chantaje, los pactos espúreos, el nepotismo, las dictaduras, la manipulación informativa, los golpes, la judicialización y encarcelamiento de líderes, el fraude, el tráfico de influencias, la cooptación empresarial, el espionaje, el robo de datos son tan sólo algunas de las tácticas de un amplio repertorio cuya única finalidad es aniquilar las legítimas aspiraciones populares de obtener iguales oportunidades de bienestar y desarrollo humano. Y no solamente en la Argentina del Sr. Tijeras, esto es un fenómeno mundial.
Hasta el más bruto sabe que hay mucho de podrido en la sociedad y no necesita de eminencias que iluminen el desastre de por si vivencia, y menos se necesita un oráculo para vislumbrar un futuro al menos incierto. Pero al antihumanismo hay que contraponerle un humanismo donde el ser humano, el pueblo, el ciudadano concreto, sea el valor principal y lo más importante, escala de valores desde donde se tienen que acomodar la economía, la política, la cultura y el todo social. Hay que concebir mejores versiones de la ideología reconocidamente humanista para que enamore de un flechazo a grandes capas de la población.
Aún a pesar de las censuras del Sr. Tijeras.
La pregunta del millón será ¿qué opositor está dispuesto a hacerlo?... hasta ahora, no parece haber mucho postulante. Espero que aparezcan antes de que el pueblo los empiece a reclamar en las calles.
Los datos objetivos son – al menos en esta versión postmoderna de la historia – prácticamente unánimes: la derecha se ha consolidado nuevamente en el poder político y USA todos los recursos a su alcance para atornillarse allí. Sin embargo, hay un dato de la realidad que desmonta toda esa escenografía de cartón pintado. Sobre ésta, se abatirá un enorme huracán de desesperación, fruto de la miseria y la exclusión social.
Que esta indignación justificada no sea simplemente una catarsis violenta y logre convertirse en un proyecto solidario y colectivo, que, lejos de instalar nuevamente dependencias permanentes, sirva para instaurar un nuevo tipo de relación social colaborativo, horizontal y equitativo, no dependerá exclusivamente del avatar electoral, sino de la formación, la información y la organización de la base popular. Esa es la raíz de una democracia verdadera, la que se construye desde el pueblo mismo.
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