Pocos han reparado en que las prohibiciones y bloqueos que las grandes tecnológicas han aplicado a Rusia ya tuvieron un polígono de pruebas: Cuba. Allí no funcionan Twitter, ni Facebook (ahora Meta), ni Google como en el resto del planeta, y ni por casualidad las publicaciones más populares de la isla aparecen en las primeras páginas referenciadas por los buscadores. Algoritmos diseñados para reducir u omitir los alcances de medios, palabras e informaciones, mientras Apple, Spotify, Amazon y la mayoría de las más de 450 compañías estadunidenses que han sancionado a Rusia, no pueden comerciar con Cuba por las leyes del bloqueo estadunidense.
Las fake news, los ciberataques y la guerra por el conocimiento y la información, tan cara en estos días a la OTAN, han sido moneda corriente de Estados Unidos para triturar a la isla del Caribe y esto ha ocurrido sin causar demasiada alarma.
El telón de acero digital e informativo no es un invento nuevo. Sin embargo, no tiene precedentes que proveedores de la llamada espina dorsal de Internet desconecten a sus clientes en un país de 144 millones de habitantes como Rusia. Lo hicieron Lumen y Cogent, dos gigantes de la red troncal (backbone) más grande del mundo. Estas empresas integran la exclusiva Zona de Tránsito Libre (TFZ, por sus siglas en inglés), un pequeño grupo de compañías de telecomunicaciones globales tan importantes que no pagan a nadie más por el tránsito (ancho de banda internacional).
Que el interruptor haya entrado en escena demuestra que Internet no es el fantasma infinitamente elástico y virtual que la gente imagina, sino una entidad física que puede deformarse o romperse a conveniencia de los intereses de un grupo, un gobierno o un conglomerado militar como la OTAN. De hecho, la intervención de Occidente en el conflicto ha acelerado la remodelación de Internet, de un sistema global al que se ha conectado todo el mundo, a un universo fracturado.
Los expertos tiemblan porque la guerra en Ucrania parece instaurar definitivamente la splinternet, como se conoce la fragmentación del ciberespacio en reinos dispares intervenidos por bloques políticos autónomos. O configurados por cualquier otro poder, como los oligopolios de la tecnología y el comercio electrónico, o por países que intentan mantener distancia del control estadunidense.
El ostracismo que castiga a Rusia en realidad amenaza seriamente la arquitectura de Internet, red de redes mundial con poder distribuido que no hay manera de romper en una esquina sin destruir rutas de información y sin congestionar las autopistas que quedan en pie.
La gran paradoja de todo esto es que, tras haber dedicado tanto tiempo y esfuerzo supuestamente a intentar romper el telón de acero de los rusos y los chinos en nombre de la libertad, los diseñadores de políticas occidentales y los halcones militares se están aislando del mundo a marcha forzada, mientras desmantelan la red que ellos mismos crearon. Es más barato destruir que construir muros. La metáfora del cibermuro para Rusia sugiere falsamente que, una vez eliminadas las barreras digitales, se erigirán en su lugar otras nuevas más convenientes a la alianza atlántica y que la reacción de Vladimir Putin de blindar RusNet, la red nacional, es alocada y torpe. Nada más lejos de la realidad.
Independientemente de lo que surja después de este conflicto, ya murió el Internet que conocimos. Los que tienen en sus manos el interruptor principal deberían admitir que están jugando con fuego y que, mientras enseñan su verdadero talante autoritario, revelan quizás la forma más costosa e ineficaz de ejercer el poder.
Rosa Miriam Elizalde - Periodista cubana. Vicepresidenta Primera de la UPEC y Vicepresidenta de la FELAP. Es Doctora en Ciencias de la Comunicación y autora o coautora de los libros «Antes de que se me olvide», «Jineteros en La Habana» y «Chávez Nuestro», entre otros. Ha recibido en varias ocasiones el Premio Nacional de Periodismo «Juan Gualberto Gómez» y el Premio Nacional «José Martí», por la obra de la vida. Fundadora de Cubadebate y su Editora jefa hasta enero 2017. Es columnista de La Jornada, de México.
Comentarios
Publicar un comentario