Nunca hemos dormido menos. Durmiendo no somos productivos para el sistema, no trabajamos, no consumimos. Por el contrario, nuestros sueños reescriben el mundo, alientan revoluciones, otros mundos posibles, señalando las opresiones y traumas que no nos atrevemos a nombrar durante el día.
Noite Severina, Lula Queiroga y Pedro Luis
“Corre alta Severina noite
De baixo do lençol que te tateia a pele fina
Pedras sonhando pó na mina
Pedras sonhando com britadeiras
Cada ser tem sonhos a sua maneira”
De baixo do lençol que te tateia a pele fina
Pedras sonhando pó na mina
Pedras sonhando com britadeiras
Cada ser tem sonhos a sua maneira”
Noite Severina, Lula Queiroga y Pedro Luis
Por Jesús Sabariego
Blade Runner (Ridley Scott, 1982), una película en la que se confunden un cuento de Philip K. Dick (Sueñan los androides con ovejas eléctricas, 1968) con el título de una novela de William Burroughs (1977), nos habla de un futuro que es ya pasado. Los Ángeles, noviembre de 2019… Este ejercicio combinado de retrofuturismo nos permite pensar, no sólo en cómo décadas atrás era imaginada esta década, sino en cómo, desde esta década, podemos pensar aquel final de los setenta y comienzos de los ochenta del pasado siglo, en el que se diseñaron los planos del mundo en el que estamos, así como en las nefastas consecuencias de dicha planificación, que hoy sufrimos.
Como sabemos, la ciencia ficción no habla de futuros, sino de presentes, de las posibilidades del presente en relación al pasado, impeliéndonos hacia adelante, obligándonos a mirar siempre atrás, a las ruinas de aquello a lo que llamamos progreso, como diagnosticara Walter Benjamin en su XI tesis sobre la Historia.
Sea el Angelus Novus (el Ángel de la Historia) de Benjamin, sean los ángeles de El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987) anticipando la caída del muro, sean los replicantes de la ciudad de Los Ángeles —‘nada es por acaso’, dicen sabiamente en Brasil—, cuyas lágrimas se perdieron en la lluvia en un futuro cercano ya pasado, uno de los hilos que trama estas historias con nuestra condición presente tiene que ver con los sueños, con aquello que llamamos soñar despierto. La influencia que la vigilia tiene sobre nuestros sueños, nuestras pesadillas, el poder de cuanto en ella sucede, la vida pública, sobre nuestra intimidad más profunda. La mercantilización de la vida interior y del deseo, su fragmentación e inserción en dispositivos que se apropian de nuestro sueño, así como de nuestra posibilidad de soñar -por ende transformar- esa vida pública desde esos sueños, esas pesadillas.
Nuestro paisaje es ya un pasado cercado por alambradas de espino, en la mentira de la gran fábrica neoliberal cuya producción principal es la muerte de todo lo vivo. Como Giorgio Agamben o Achille Mbmbe han señalado, la biopolítica se ha transformado en tanatopolítica; tecnotanatopolítica podemos decir. Apenas soñamos y nuestros sueños reproducen el tiempo-sin-tiempo que vivimos durante la vigilia, fragmentados como las historias sin destino que pueblan las redes sociales de Internet.
Hay dos libros recientemente publicados en español, cuya lectura cruzada permite captar esta situación a la perfección. El Tercer Reich de los sueños, de Charlotte Beradt y 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, de Jonathan Crary.
En el primero de ellos se narran los sueños de gente corriente coincidiendo con la llegada del nazismo al poder en 1933; sueños angustiantes que reflejan lo que la vigilia y el naciente orden normativo vedan. Los muros de los hogares tienen ojos y oídos a merced del nuevo estado, que penetra a través de estos en las vidas privadas. Sólo el que sueña tiene vida privada en Alemania, profirió el jerarca nazi Joseph Lay en un discurso tras la llegada de Hitler al poder. Los sueños recogidos por Beradt y publicados en la década de los sesenta del pasado siglo con el apoyo de Hannah Arendt, hablan de extraños dispositivos de control y dominación soñados en aquel entonces, que poco o nada distan de los dispositivos conectados de nuestro tiempo presente. Pesadillas cibernéticas de vigilancia que inventan sistemas que forman parte de nuestro paisaje doméstico cotidiano y que utilizamos con nuestro consentimiento. No olvidemos que cibernética y gobierno tienen la misma raíz etimológica; Kibernum: llevar el timón, dirigir.
En 24/7, Jonathan Crary, muestra cómo jamás hemos dormido menos en la historia, capturados por dispositivos que, paradójicamente, o quizá no tanto, laten durante las horas del sueño programados en modo sleep, aunque no desconectados. Sexo, amor, libido, creatividad, amistad, las relaciones, pulsiones y actividades humanas de toda índole han sido mercantilizadas a través de dispositivos de control, vigilancia y dominación en el capitalismo cognitivo tecnoneoliberal. El capital acelerado en nuestras pulsiones como cocaína, del que hablaba Deleuze, como la norma. En otro momento nos ocuparemos de la relación entre drogas psicoativas, opiáceos y la (in)comunicación digital, aunque su centralidad en la relación entre el sueño y la vigilia es estratégica.
Producir, estar despiertos, lo que no significa estar conscientes. Dormir es el crimen. Soñar, el único acto que escapa al extractivismo que transforma cuanto hacemos en plusvalía con nuestro consentimiento. Aun así, nuestro sueño y nuestros sueños se resienten. Son ingentes los fondos destinados a investigar cómo reducir el tiempo de sueño; cada vez más hábitats son iluminados artificialmente, muchos de ellos bajo la imposición de la ideología de la seguridad descrita por Michel Foucault. El consorcio farmacéutico-militar-industrial diseña poderosos fármacos que alteran los ciclos naturales del sueño y la vigilia con el objetivo de producir y consumir las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. El título del libro juega con la práctica BDSM (Bondage y Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo) 24/7.
Pero el sueño modela nuestra vigilia y viceversa, cada vez más esta última se apropia del primero. Desconectar, dormir, soñar otra vigilia, defender el último espacio negado al tecnocapitalismo cognitivo neuronal es resistir. Dormir es resistir, paradójicamente, a pierna suelta, lejos de los móviles y las tabletas, con toda la noche por delante. Un sueño profundo que pulverice y catalice las opresiones cotidianas de la vigilia. Dormir, soñar. En nada, despunta el alba trayendo un nuevo día. Jesús Sabariego
Como sabemos, la ciencia ficción no habla de futuros, sino de presentes, de las posibilidades del presente en relación al pasado, impeliéndonos hacia adelante, obligándonos a mirar siempre atrás, a las ruinas de aquello a lo que llamamos progreso, como diagnosticara Walter Benjamin en su XI tesis sobre la Historia.
Sea el Angelus Novus (el Ángel de la Historia) de Benjamin, sean los ángeles de El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1987) anticipando la caída del muro, sean los replicantes de la ciudad de Los Ángeles —‘nada es por acaso’, dicen sabiamente en Brasil—, cuyas lágrimas se perdieron en la lluvia en un futuro cercano ya pasado, uno de los hilos que trama estas historias con nuestra condición presente tiene que ver con los sueños, con aquello que llamamos soñar despierto. La influencia que la vigilia tiene sobre nuestros sueños, nuestras pesadillas, el poder de cuanto en ella sucede, la vida pública, sobre nuestra intimidad más profunda. La mercantilización de la vida interior y del deseo, su fragmentación e inserción en dispositivos que se apropian de nuestro sueño, así como de nuestra posibilidad de soñar -por ende transformar- esa vida pública desde esos sueños, esas pesadillas.
Nuestro paisaje es ya un pasado cercado por alambradas de espino, en la mentira de la gran fábrica neoliberal cuya producción principal es la muerte de todo lo vivo. Como Giorgio Agamben o Achille Mbmbe han señalado, la biopolítica se ha transformado en tanatopolítica; tecnotanatopolítica podemos decir. Apenas soñamos y nuestros sueños reproducen el tiempo-sin-tiempo que vivimos durante la vigilia, fragmentados como las historias sin destino que pueblan las redes sociales de Internet.
Hay dos libros recientemente publicados en español, cuya lectura cruzada permite captar esta situación a la perfección. El Tercer Reich de los sueños, de Charlotte Beradt y 24/7. El capitalismo al asalto del sueño, de Jonathan Crary.
En el primero de ellos se narran los sueños de gente corriente coincidiendo con la llegada del nazismo al poder en 1933; sueños angustiantes que reflejan lo que la vigilia y el naciente orden normativo vedan. Los muros de los hogares tienen ojos y oídos a merced del nuevo estado, que penetra a través de estos en las vidas privadas. Sólo el que sueña tiene vida privada en Alemania, profirió el jerarca nazi Joseph Lay en un discurso tras la llegada de Hitler al poder. Los sueños recogidos por Beradt y publicados en la década de los sesenta del pasado siglo con el apoyo de Hannah Arendt, hablan de extraños dispositivos de control y dominación soñados en aquel entonces, que poco o nada distan de los dispositivos conectados de nuestro tiempo presente. Pesadillas cibernéticas de vigilancia que inventan sistemas que forman parte de nuestro paisaje doméstico cotidiano y que utilizamos con nuestro consentimiento. No olvidemos que cibernética y gobierno tienen la misma raíz etimológica; Kibernum: llevar el timón, dirigir.
En 24/7, Jonathan Crary, muestra cómo jamás hemos dormido menos en la historia, capturados por dispositivos que, paradójicamente, o quizá no tanto, laten durante las horas del sueño programados en modo sleep, aunque no desconectados. Sexo, amor, libido, creatividad, amistad, las relaciones, pulsiones y actividades humanas de toda índole han sido mercantilizadas a través de dispositivos de control, vigilancia y dominación en el capitalismo cognitivo tecnoneoliberal. El capital acelerado en nuestras pulsiones como cocaína, del que hablaba Deleuze, como la norma. En otro momento nos ocuparemos de la relación entre drogas psicoativas, opiáceos y la (in)comunicación digital, aunque su centralidad en la relación entre el sueño y la vigilia es estratégica.
Producir, estar despiertos, lo que no significa estar conscientes. Dormir es el crimen. Soñar, el único acto que escapa al extractivismo que transforma cuanto hacemos en plusvalía con nuestro consentimiento. Aun así, nuestro sueño y nuestros sueños se resienten. Son ingentes los fondos destinados a investigar cómo reducir el tiempo de sueño; cada vez más hábitats son iluminados artificialmente, muchos de ellos bajo la imposición de la ideología de la seguridad descrita por Michel Foucault. El consorcio farmacéutico-militar-industrial diseña poderosos fármacos que alteran los ciclos naturales del sueño y la vigilia con el objetivo de producir y consumir las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. El título del libro juega con la práctica BDSM (Bondage y Disciplina, Dominación y Sumisión, Sadismo y Masoquismo) 24/7.
Pero el sueño modela nuestra vigilia y viceversa, cada vez más esta última se apropia del primero. Desconectar, dormir, soñar otra vigilia, defender el último espacio negado al tecnocapitalismo cognitivo neuronal es resistir. Dormir es resistir, paradójicamente, a pierna suelta, lejos de los móviles y las tabletas, con toda la noche por delante. Un sueño profundo que pulverice y catalice las opresiones cotidianas de la vigilia. Dormir, soñar. En nada, despunta el alba trayendo un nuevo día. Jesús Sabariego
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