Ir al contenido principal

No Se Banca Más (I): A 40 Años De Su Edición, El Disco "La Grasa De Las Capitales" Sigue Encendiéndonos

¿Qué era de nosotros —de los que ya existíamos y gozábamos de algo parecido a la consciencia— en 1979? Hace cuarenta años de aquel calendario, lo cual equivale a media vida; a las bodas de rubí de un matrimonio; a la travesía de Moisés por el desierto guiando a su pueblo. (El número bíblico fue elegido para sugerir un tiempo larguísimo, interminable. Porque la distancia de Egipto a la Tierra Prometida es la misma que separa Buenos Aires de Mar del Plata. De ser literal el número habría que creer que Moisés era más desorientado que mi viejo, que entraba con el auto en una estación de servicio y después de cargar nafta ya no sabía para dónde rumbear.)
Aquel fue en simultáneo el Año de la Cabra y del Niño. Que arrancó dándole partida oficial de defunción al punk, al llevarse a Sid Vicious el 2 de febrero. Por entonces los argentinos estábamos en plena dictadura, sometidos al poder omnímodo de Videla y de Martínez de Hoz, que además de matar gente mataban industrias: en el ’79 cerraron las IME (Industrias Mecánicas del Estado, creadas durante el peronismo), donde se fabricaban los Rastrojeros Diesel. La fuga radiactiva de Three Mile Island preanunciaba el desastre de Chernobyl. En mayo Margaret Thatcher se convirtió en Primera Ministra del Reino Unido y, a mediados de julio, Saddam Hussein se entronizó en Irak. Fue el año en que pateamos el suelo al ritmo de Highway to Hell, bailamos con Regatta de Blanc e incursionamos en los placeres desconocidos de Joy Division; cuando sufrimos con Kramer versus Kramer, nos enamoramos con Manhattan y nos identificamos con el falso mesías de La vida de Brian, que cantaba Mira siempre el lado soleado de la vida desde la cruz donde lo habían colgado los romanos.




Por Marcelo Figueras

Yo tenía 17 y recién empezaba a abrirme al mundo. Después de una secundaria cursada en una sandwichera de vidrio —al ver que las cosas se descontrolaban a comienzos de los ’70, mis viejos me habían mandado a un colegio católico, contando con que allí estaría más protegido—, cursaba el primer año de periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora. Llevaba tres años de novio y era el poster boy de toda corrección. (De algún modo intuía que para sobrevivir debía parecer convencional, volverme común al punto de tornarme invisible. Aunque dentro de mi cabeza, claro, atronase un carnaval de pensamientos prohibidos.)
Me cuesta reconocerme en ese crío. Porque no son poco tiempo, cuarenta años; si hubiese mirado al pasado desde mis 17, esa misma distancia me habría llevado a los comienzos de la Segunda Guerra — más que otro mundo, otro universo.
Y sin embargo, a pesar de la distancia encuentro puentes con aquella época.


Charly, el ídolo de los ’70s.

Me veo inclinado sobre el Ken Brown de casa, poniendo la púa sobre un disco que acababa de salir a mediados de agosto. A esa altura ya me consideraba un fan de Charly García. Había descubierto las canciones de Sui Generis durante un retiro espiritual. (Paradójico, lo sé: esas letras que hablaban de sexo, locura y el descubrimiento del otro como ser político no podían contrastar más con el recogimiento y la oración. Pero al mismo tiempo, ¿qué lugar más seguro podía elegir para escuchar música clandestina?) Seguí en tiempo real las evoluciones de la segunda banda de Charly, La Máquina de Hacer Pájaros. Creía entender a la perfección el estado de ánimo que expresaba el tema principal de su segundo disco, Películas. Respirando a diario el aire envenenado de la dictadura, me identificaba con ese tipo que cree descubrir en la calle a la estrella de un film: Me acercaré al convertible / Le diré: «Quiero ser libre, llévame, por favor». / Qué se puede hacer salvo ver películas…




Mi primer concierto fue uno de Serú Girán, la tercera banda de Charly en sociedad con David Lebón, el jovencísimo Pedro Aznar y el baterista Oscar Moro. Por aquel entonces venían de estrenar su disco debut, pero durante ese show adelantaron canciones nuevas: Perro andaluz y Noche de perros. (Todo muy canino, lo admito. Es que así nos sentíamos: apaleados como pichos callejeros.) Por eso me apresuré a comprar el disco que los contenía, La grasa de las capitales —ese que salió hace 40 años, que se cumplen en estos días—, apenas llegó a la vidriera de la disquería de Claudio Kleiman.

Me llamó la atención desde la tapa, que imitaba el estilo del semanario Gente. Que llegaba a mi casa cada jueves, deslizándose debajo de la puerta. Por aquel entonces, la revista era una institución que marcaba la agenda clasemediera: un poco de info nacional (pasteurizada al gusto de la Junta Militar), mucha frivolidad, algo de espectáculo y deporte y un pantallazo a lo que pasaba por sofisticación en el resto del mundo. Gente indicaba el deber ser, separaba la paja de lo indigno del trigo de lo aspiracional. Y para el adolescente que yo era, aquellas tapas con chicas en bikini (mi favorita era Graciela Alfano) no constituían precisamente una molestia.



Pero la tapa del disco de Charly era una provocación. Imitaba el estilo sensacionalista de Gente, mientras pasaba facturas al periodismo de rock que lo maltrató cuando se fue a pasar una temporada a Brasil. Charly García: ¿ídolo o qué? —el título principal— citaba textualmente la producción de una revista rockera. Descubrimos los dobles de Serú Girán era un dardo lanzado a Pipo Lernoud, que había criticado un show de la banda diciendo que los músicos nunca se habían presentado, enviando clones en su lugar. Y la foto —obra de Rubén Andón— representaba a esos clones: un oficinista igualito a Aznar, un rugbier igualito a Lebón, un empleado de estación de servicio igualito a Charly y un carnicero idéntico a Moro.

Sin embargo, la provocación mayor pasaba por el logo símil revista. En lugar del tradicional GENTE que por debajo añadía y la actualidad, decía GRASA y abajo agregaba: de las capitales. La operación simbólica ideada por Charly suponía una pedrada en la vidriera de las convenciones. Lo que Carlitos García Moreno, vecino del barrio (aún hoy) filogorila de Caballito —que había ido al colegio Dámaso Centeno, a una cuadra de mi colegio—, estaba diciendo, era que lo que su grupo de pertenencia social consideraba apropiado y hasta chic era, por el contrario, una verdadera grasada.

El tema que bautiza al disco comienza a capella, con una armonía a tres voces que plantea el contraste entre lo deseado y lo real: Qué importan ya tus ideales / Qué importa tu canción / La grasa de las capitales / Cubre tu corazón. Después de lo cual entra la banda como un tren, armando una batucada que a cambio de toda esa mersada propone No transes más y en su momento clave establece un límite que es todo lo que queda resonando en la cabeza:
No se banca más. / No se banca más. / No se banca más.




A continuación viene San Francisco y el lobo, una balada cantada por Lebón que resignifica la leyenda del santo de Asís y la bestia que había domesticado. Según los textos que dejó Francisco —conocidos como fioretti, o sea florecillas—, el lobo asesino que asolaba Gubbio, en Umbría, se había convertido en un cánido manso tan pronto lo conminó a dejar de matar en nombre de Cristo. Pero Lebón sostiene que no todos los hombres eran como el santo, y que su maltrato abrió en el lobo —que cuenta la historia en primera persona, confesándose ante el santo— «heridas que no cerrarán jamás». Por eso promete en los versos finales: Volveré a ser feroz / Un rayo en la oscuridad.

Para el adolescente que yo era entonces, esa canción tan tranquila tenía resonancias inquietantes. Porque retomaba la mitología cristiana en la que me habían formado para plantear una alternativa a la mansedumbre en que se nos forzaba a vivir; ante un maltrato excesivo, legitimaba la recurrencia a la ferocidad primal. Y acto seguido planteaba otra oposición: si queríamos diferenciarnos de lo que estaba ocurriendo —¿y qué duda cabe de que vivíamos en tiempos oscuros?—, la opción más radical era volvernos energía, echar luz, fulminar como un rayo.




El mood canino prosigue en Perro andaluz, uno de los temas que ya había escuchado en vivo en aquel teatro sobre la calle Corrientes. La referencia al film de Buñuel no va más allá del título, aunque la sola mención conjuraba la escena más famosa de aquella obra surrealista — ese primer plano donde alguien abre los párpados de una mujer y le rebana un ojo con su navaja. Según las propuestas del surrealismo, aquello iba por el lado de acabar con la mirada convencional y abrirse a la mirada interior, que nos permitía asociar ideas libremente. Pero en el marco de la dictadura, que nos advertía contra el riesgo de ver cosas inconvenientes, no había más asociación posible que la de vincular la represión a la ceguera a la cual nos sometían.

La canción habla de una frustración amorosa, fogoneada por una mujer que domina el discreto arte de la hipocresía. Pero culmina en una nota equívoca, que puede interpretarse como una amenaza: Soy un tonto en seguirte / Como un perro andaluz. / Pero mi amor se acabará / Alguno de estos días / Alguna de estas noches.




Tres canciones, tres respuestas a situaciones abusivas y un mismo llamado a reaccionar, de un modo que queda siempre fuera de cuadro.

Frecuencia modulada es una crítica a la música comercial del momento. Paranoia y soledad es un vehículo para el lucimiento de Pedro Aznar. Pero lo inolvidable llega con Noche de perros.

Para mí —como intuyo que habrá ocurrido con tantos otros—, Noche de perros era la primera canción que corporizaba el estado de ánimo que se había instalado en el país desde 1976. Un malestar que era a la vez inasible (porque a la canción no se le hubiese permitido describirlo, y porque nosotros mismos no conseguíamos entenderlo a causa de la desinformación y del tinglado de falsa normalidad que construían los medios — como Gente, claro), y a la vez sólido como una cuchilla. Una melancolía angustiante asomaba ya en la melodía del bajo de Aznar que presentaban los primeros compases, que sonaban a bonus track del disco de Joni Mitchell llamado Hejira (1976). La letra plasmaba la sensación de muchos, para los cuales nada había cambiado en la superficie de las cosas y sin embargo todo era diferente, una sensación de constante extrañamiento: Vas perdido entre las calles / Que solías andar. Tampoco falta el toque kafkiano, a la manera del Josef K de El proceso que asume la culpa de un crimen que no recuerda pero que debe haber cometido, porque de otro modo el sistema no lo señalaría: Ya te veo entre los autos / Pidiendo perdón, canta Lebón, sin aclarar nunca si se pide perdón por una ofensa real o simplemente porque el sistema nos suponía culpables a todos hasta que probásemos lo contrario.

Son seis minutos y medio de desgarro puro, de enfrentarse sin anestesia al tormento de la situación en que nos encontrábamos. En el final, justo antes de la coda de ferocidad pinkfloydiana, se arriba a un par de principios sobre los que fundar un principio de lucidez: No estás solo si es que sabes / Que muy solo estás. / No estás ciego si no ves donde no hay nada. Otra vez se apela a la imposibilidad de conocer la realidad a través de la visión, la sensación de que todos estábamos —como la mujer del film de Buñuel— ciegos a causa del navajazo con el cual los verdugos habían cruzado nuestros ojos. Pero, a diferencia de lo que propugnaban los manifiestos surrealistas, aquí no había «mirada interior» a la que aferrarse; aquí no había ya nada — nada, nada.




Todavía no habías recuperado el aliento cuando Charly te proporcionaba el golpe de gracia. Después de Noche de perros venía Viernes 3 AM. Junto con Asleep, de The Smiths, esta canción es la más delicada oda a un suicidio que conozco. Esta letra hay que reproducirla entera:

La fiebre de un sábado azul
y un domingo sin tristezas.
Esquivas a tu corazón
y destrozas tu cabeza,
y en tu voz, sólo un pálido adiós
y el reloj en tu puño marcó las tres.
El sueño de un sol y de un mar
y una vida peligrosa
cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad por rosas
te hace bien, tanto como hace mal
te hace odiar, tanto como querer y más.
Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas
Cambiaste de sexo y de Dios
de color y de fronteras
pero en sí, nada más cambiarás
y un sensual abandono vendrá y el fin.
Y llevas el caño a tu sien
apretando bien las muelas
y cierras los ojos y ves
todo el mar en primavera
bang, bang, bang
hojas muertas que caen.
Siempre igual,
los que no pueden más
se van. 


El relato arranca con la admisión de una imposibilidad de seguir sintiendo: la frivolidad del momento ya no surte efecto, no logra distraer —de ahí la referencia a la travoltiana fiebre de un sábado, en este caso azul o sea blue, triste—, y la melancolía habitual —propia del atardecer del domingo— ni siquiera hará mella, en el contexto de una depresión insondable. Después viene la aceptación de la imposibilidad de cambiar la realidad: el protagonista lo ha intentado con todas sus fuerzas, concentrándose en aquello que era lo único que estaba a su alcance —esto es, su propia persona—, pero después de haber cambiado por completo hasta el punto de difuminar su propia identidad, vuelve a enfrentarse con el mismo, monolítico mundo que lo conminó a la fuga hacia adelante. Y entonces se entrega a un sensual abandono. Con el bang bang bang se extingue el tic tac del reloj que hasta entonces funcionó como columna vertebral de la canción. El desplazamiento poético al que apela García sugiere que el suicida ya estaba muerto antes de apretar el gatillo: la hoja que cae ha dejado de vivir mucho antes de desprenderse del árbol. Al último par de versos corresponde leerlos como epitafio, que sirve a la vez como explicación y despedida. Si durante esos años infames hubiésemos depositado un peso cada vez que no podíamos más, hoy estaríamos en condiciones de pagar la deuda externa al contado.




La muerte era algo que ya se había anticipado en Noche de perros (Es muy tarde ya / Y estoy harto de llorar) y que se concretaba en Viernes 3 AM. Pero claro, después de la muerte llega el tiempo de Los sobrevivientes. (El cretino que alteró el orden de las canciones para el CD desbarató la meditada narrativa construida por García, y debería ser juzgado por ello.) Un Charly piazzoleano en piano y voz retorna a la obsesión por la mirada obturada: Estamos ciegos de ver / Cansados de tanto andar / Estamos hartos de huir / En la ciudad. Y a continuación formula una paradoja con la que ya me identifiqué a los 17 y sigue expresando nuestra argentinidad, esa lucha constante entre la sensación de nunca pertenecer del todo a este lugar tan cruel y desamorado y el profundo amor por nuestro pueblo y sus obras: Nunca tendremos raíz / Nunca tendremos hogar / Y sin embargo, ya vez / Somos de acá.




La pregunta que queda flotando en el aire, tácita es: Dada esta situación, ¿dónde ir?, o en caso de quedarse: ¿Cómo estar acá? Entonces Charly elige cerrar el disco apelando al imaginario clasemediero, fugando hacia el Paraíso creado por tantos films. En Canción de Hollywood, García admite tener un «corazón de marquesina». La letra presenta un tironeo constante entre la conciencia de que ese horizonte no existe en realidad y por ende no puede ser un destino («Un decorado: vidrio, cartón y aserrín»; «Es ilusión, como el primer amor»; «El fin / del infinito en cinerama»), y la irresistible persuasión de la fantasía. En este sentido, preanuncia lo que Terry Gilliam postularía seis años más tarde en la película Brazil, una distopía que deberíamos revisitar porque nunca ha sonado más oportuna que hoy. Allí Sam Lowry (Jonathan Pryce) pasa de ser un empleado ratonil, bien kafkiano, para convertirse en un héroe que se rebela contra un sistema fascista. Pero en el último segundo comprendemos que esa rebelión épica ha sido sólo una fantasía de Sam, que en realidad sigue atado a la silla donde lo han torturado y ya ha perdido la razón. El sueño hollywoodense permite una fuga momentánea, pero la verdad desnuda termina siempre por precipitarnos a tierra.

García parece resolver el tironeo aceptando la realidad. Se despide de la ficción aspiracional clasemediera («Adiós, adiós / París, New York») y por primera vez parece ver lo que tiene por delante («Ves la tierra en que naciste, sos vos»), lo cual lo impulsa a rechazar la ilusión que le han vendido («Tus películas no existen, adiós»). Cuando la canción termina, el disco acaba y al cerrarlo se descubre en su contratapa un panorama de postales de sitios soñados —Washington, Londres— cubiertos por la basura del tacho al que han sido arrojadas.




A cuarenta años de su bautismo, La grasa de las capitales es una obra que habla de dilemas que aún no hemos resuelto, y por eso sigue siendo relevante. No es un disco perfecto: algunas de sus canciones (y sonidos, como el de las guitarras Ovation) no han envejecido bien, y su planteo político se ve parcial y por ende incompleto. García reserva su vitriolo para aquello que podía criticar sin desafiar la censura —la hipocresía social, la música disco, la puerilidad de las aspiraciones de su clase— y alcanza a conjurar el dolor de que lo que estaba ocurriendo por detrás del decorado de «vidrio, cartón y aserrín», pero sin nombrarlo nunca.

Ustedes dirán: Pero en aquel entonces, plena dictadura, no se podía ir más lejos sin terminar como Sam Lowry. Y tendrán razón, pero la perspectiva que nos regala el resto del periplo de Charly permite establecer que, además de la presión del régimen, García fue víctima de un condicionamiento propio de la clase que tanto despreciaba: la imposibilidad de metabolizar la realidad cultural y política que suponía —y supone— el peronismo. Por supuesto, la vislumbró y aludió en algunos de sus mejores momentos, como en Para quien canto yo entonces e Inconsciente colectivo; pero en general, cada vez que nuestra realidad sociopolítica lo sometía a una nueva encerrona, García el artista optaba por el camino de la sublimación — primero fugando hacia el imaginario hollywoodense, y más tarde hacia el imaginario del estrellato rockero que en nuestro país, siempre más cercano a Calcuta que a Los Ángeles, no podía sino constituir un imposible.

García es uno de nuestros artistas populares más grandes, y La grasa es una prueba de ello. Pero nunca se (¿le?) permitió ser más que nuestro Moisés: nos condujo a través del desierto hasta la Tierra Prometida —dando vueltas de más y perdiéndose a menudo, como el personaje bíblico—, pero él mismo se quedó en la puerta, sin ingresar a participar de su construcción y gozar de sus delicias.

Nosotros no habríamos llegado aquí sin él, lo tenemos claro; y por eso lo veneramos como un imprescindible. En las horas que son claves, siempre hay una canción de García que sirve como bandera con la cual liderar la carga. Y en este momento en particular, cuando se desintegra ante nuestra mirada un liderazgo que muchos creyeron superador y hoy está desnudo como la grasada indigerible que siempre fue; cuando nos descubrimos rodeados de tanta gente que no puede más; cuando a tantos que soñaban con París y New York no les queda más remedio que admitir que ellos también son esto, la tierra en que nacieron, y no otra cosa, está claro cuál es la canción de Charly que hay que gritar.
La grasa de los neoliberales no se banca más.

Marcelo Figueras


Comentarios

Lo más visto de la semana pasada

Los 100 Mejores Álbumes del Rock Argentino según Rolling Stone

Quizás hay que aclararlo de entrada: la siguiente lista no está armada por nosotros, y la idea de presentarla aquí no es porque se propone como una demostración objetiva de cuales obras tenemos o no que tener en cuenta, ya que en ella faltan (y desde mi perspectiva, también sobran) muchas obras indispensables del rock argento, aunque quizás no tan masificadas. Pero sí tenemos algunos discos indispensables del rock argentino que nadie interesado en la materia debería dejar de tener en cuenta. Y ojo que en el blog cabezón no tratamos de crear un ranking de los "mejores" ni los más "exitosos" ya que nos importa un carajo el éxito y lo "mejor" es solamente subjetivo, pero sobretodo nos espanta el concepto de tratar de imponer una opinión, un solo punto de vista y un sola manera de ver las cosas. Todo comenzó allá por mediados de los años 60, cuando Litto Nebbia y Tanguito escribieron la primera canción, Moris grabó el primer disco, Almendra fue el primer

Mauricio Ibáñez - Shades of Light & Darkness (2016)

Vamos con otro disco del guitarrista chileno Mauricio Ibáñez, que ya habíamos presentado en el blog cabeza, mayormente instrumental, atmosférico, plagado de climas y de buen gusto, "Shades of Light & Darkness" es un álbum que muestra diferentes géneros musicales y estados de ánimo. Se relaciona con diferentes aspectos de la vida humana, como la sensación de asombro, crecer, lidiar con una relación problemática, el éxito y el fracaso, luchar por nuestros propios sueños y más. Cada una de las canciones habita un mundo sonoro único, algunas canciones tienen un tono más claro y otras más oscuras, de ahí el título, con temas muy agradables, melancólicos, soñadoros, algunos más oscuros y tensos, donde priman las melodías cristalinas y los aires ensoñadores. Un lindo trabajo que les entrego en el día del trabajador, regalito del blog cabezón!. Artista: Mauricio Ibáñez Álbum: Shades of Light & Darkness Año: 2016 Género: Progresivo atmosférico Duración: 62:34 Refe

Soft Machine - Facelift (France & Holland) (2022)

Cerrando otra semana a pura música en el blog cabeza, volvemos a traer un registro histórico de Soft Machine en vivo, o mejor dicho, dos registros pero este disco dobre muestra a los muchachos en el 2 de marzo de 1970 en el Théâtre de la Musique, París, Francia, mientras que en el segundo álbum se los puede escuchar en el 17de enero del mismo año en Concertgebouw, Amsterdam, Países Bajos. Y como esto no tiene ni necesita mucha presentación, paso a despedirme hasta el miércoles de la semana próxima, y espero que no me extrañen porque les dejé bastante música y reflecciones como para que estén entretenidos en sus momentos de ocio. Artista: Soft Machine Álbum: Facelift (France & Holland) Año: 2022 Género: Escena Canterbury Duración: 1:55:59 Referencia: Discogs Nacionalidad: Inglaterra Acá podrán disfrutar a los Soft Machine en vivo y tocando en la cima de su mejor momento. Rutledge, Hopper, Wyatt y Dean parecen juntos una fuerza de la naturaleza a la que nada se

Bosón de Higgs - Los Cuentos Espaciales (2023)

Para terminar la semana presentamos un disco doble muy especial, desde Ecuador presentamos a una banda que ya tiene un nombre particular que los define: Boson de Higgs, que como ópera prima se manda con un concepto inspirado en el cosmos, la astronomía en un viaje interestelar de 15 temas que tienen además su versión audiovisual, en un esfuerzo enorme que propone la divulgación científica y cultural de un modo nuevo, donde se aúnan la lírica en castellano, el rock alternativo, la psicodelia, el space rock, el hard rock y el rock progresivo. Un álbum doble sumamente ambicioso, con muy buenas letras y musicalmente muy bien logrado y entretenido en todos sus temas (algo muy difícil de conseguir, más pensando si es su primera producción) y donde puede verse en todo su esplendor en su versión audiovisual que obviamente no está presentado aquí salvo en algunos videos, pero que pueden ver en la red. En definitiva, dos discos muy buenos y realmente asombrosos para que tengan para entretenerse

Skraeckoedlan - Vermillion Sky (2024)

Entre el stoner rock, el doom y el heavy progresivo, con muchos riffs estupendos para todos y por todos lados, mucha adrenalina y potencia para un disco que en su conjunto resulta sorprendente. El segundo disco de una banda sueca que en todo momento despliega su propio sonido, a 4 años desde su anterior álbum, "Earth". Saltarás planetas, verás colisionar cuerpos celestes, atravesarás galaxias y te verás arrastrado hacia la nada que lo abarca todo, conocerás el vacío y el fuego abrasador de los soles, y también encontrarás algunos arcoíris desplegándose bajo el cielo bermellón. He aquí un viaje interestelar por el universo de los sonidos, en una búsqueda tremenda y desgarradora, un disco muy bien logrado, que muestra una de las facetas de los sonidos de hoy, donde bandas deambulan por el under de todos lados del mundo en pos de su propio sonido y su propia identidad, y también (al igual que muchos de nosotros) su lugar en el mundo terrenal, tan real y doloroso. Los invito

Guranfoe - Gumbo Gumbo (2022)

Como corresponde al comienzo de semana, empezamos un lunes con un gran disco, y ahora de una de esas nuevas bandas que no tienen nada que envidiarle a los grandes monstruos de antaño. ahora con su segundo y último disco. En una entrega totalmente instrumental y a lo largo de todo el disco estos músicos ingleses nos brindan una exposición de como un disco puede ser melódico, apasionado, imaginativo, complejo, temerario, dinámico, adrenalítico y muchos adjetivos más que no alcanzan para describir toda la música de estos chicos, ahora arremetiendo con temas que fueron creados en sus inicios, incluso que fueron interpretados en vivo pero nunca grabados, y razones tienen ya que este material no da para que se pierda en el olvido, ya que este álbum suena tan hermoso como se ve su portada. Cinco temas que son técnicamente brillantes y que recuerdan a una colisión entre Zappa y Camel. Una fusión de folk, jazz y Canterbury que es tan psicodélica como progresiva, intensamente melódica y fá

Video de Los Viernes - Nostalgia del Hogar "Feel Like Going Home" 2003

The Blues es una serie documental producida por Martin Scorsese en 2003, declarado "Año del Blues" en Estados Unidos, genero que influyo al jazz y al rock. Cada una de las siete películas que componen la serie ha sido dirigida por un cineasta entusiasta del género y en ellas se hace un repaso su origen y desarrollo a lo largo del siglo xx Hoy toca el turno de Nostalgia del Hogar " Feel Like Going Home 2003" Dirigida por el propio Scorsese, este primer film de la serie rinde homenaje al Delta blues, a los orígenes del género, recorriendo el Estado de Misisipi de la mano del músico Corey Harris, para continuar después viajando por el continente africano en busca de las raíces del Blues. Feel like going home habla de músicos que se criaron alrededor de los algodonales, sin dinero ni comida, allí surgieron unos músicos que aliviaban las vidas de la gente como John Lee Hooker, Willie King, Son House o Robert Johnson. Músicos que se adaptaban a los tiempos, como O

David Lebón - Nayla (1980)

Artista: David Lebón Álbum: Nayla Año: 1980 Género: Rock / Rock progresivo Nacionalidad: Argentina Duración: 40:53 Lista de Temas: 1. María Navidad 2. Tema de Seleste 3. Tu amor borró el pasado 4. Está muy bien 5. Poder 6. Estoy en Tropicalia 7. Bolemigrero 8. Super pesado (instrumental) Alineación: - David Lebón / Guitarras, batería, teclados, piano acústico y voz - Rinaldo Rafanelli / Bajo - Oscar Moro / Batería - Diego Rapoport / Piano - Pedro Aznar / bajo fretless, teclados Y seguimos con las resubidas, ahora con un disco de David que habían pedido que publiquemos, luego habían pedido que lo resubamos, y viene Luis de Catamarca a satisfacerlos como corresponde.

Los Dos - Caminos (1974)

En nuestra recorrida por el rock mexicano hoy revisamos un disco humilde pero bien logrado, sin esperar demasiado tampoco, y copio un comentario que hace referencia justamente a ello: "Es refrescante escuchar a músicos que se limitaban a hacer lo que les venía en gana, sin preocuparse de ser considerados autores geniales y con ideas nuevas. Los Dos eran Allan y Salvador, un dúo muy limitado musicalmente; no obstante, esas carencias la suplen con honestidad: mucha honestidad. Su mezcla, algo burda, de rock-folk, música tradicional latina y canto nuevo chileno, tiene momentos por demás emotivos y conmovedores. Sus letras eran muy sencillas y poco rebuscadas, en su mayoría acerca del amor". Disco raro, muy poca información se encuentra en la red, a mi parecer uno de los pocos discos hechos en México en los 70’s con un sonido muy jipi y folk. Eso lo describe bien, bien jipi y folk... Artista: Los Dos Álbum: Caminos Año: 1974 Género: Rock psicodélico / Folk rock Dura

Rick Miller - One of the Many (2024)

Para empezar el día y la semana nos vamos a Canadá de la mano del veterano multi-instrumentalista Rick Miller que presenta su último y mejor trabajo. Desplegando un rock progresivo atmosférico muy emocional, con muchas texturas sonoras y lleno de buen gusto, inspirado en artistas como Pink Floyd, The Pineapple Thief y Steve Hackett (ojo, solo inspirado), siempre con temáticas líricas ambiciosas, sombrías y bellas como su música y la tapa de sus discos. Este es un viaje a través de paisajes sonoros ricos, cinematográficos, etéreos melancólicos, nostálgicos y oscuros, con mucha sensibilidad melódica, ofreciendo capas, sofisticados arreglos que brindan una experiencia inmersiva que nunca deja de sorprender e impresionar, pero al mismo tiempo accesible y atractivo. Te invito a un mundo sonoro intrigante, con cautivadoras melodías de música atractiva, estimulante y gratificante, ideal para comenzar la semana en el blog cabeza. Artista: Rick Miller Álbum: One of the Many Año: 2002

Ideario del arte y política cabezona

Ideario del arte y política cabezona


"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.