Piazzolla - 100 Años en el Teatro Colón
De la ciudad feliz a la ciudad de los rascacielos (1921-1936)
Sigo creyendo que Piazzolla es un disparo de asombro a la cabeza de
los necios. Digo (es), porque este hombre -aunque haya partido en 1992-
no se muere más. ¿Su arma? El fueye, la jaula, el bandoneón. ¡Sí, ese!,
el del sonido endiablado, chirriante, cavernoso.
Y ya que escribo la palabra “sonido”, ¿no crees que hay algo de ‘mandato
grande’ en sus nombres? Pronuncialos. Mejor dicho, paladéalos: ASTOR
PANTALEÓN.
Astor: cinco letras. Dos vocales llenas de viento: a, o. Tres consonantes: la s deslizándose, la t desde la punta de la lengua saltando al vacío, la r vibrante. Hermoso nombre, ¿no?, seco, ni una hendija de duda, perfecto. ¿Y Pantaleón? ¡oh, mezcla de rey y de santo! Al parecer un homenaje a su abuelo. ¿Y si hubo algo más? ¿Y si todo fue un presagio, o un juego rimante entre Pantaleón y Bandoneón?, y es que Astor siempre fue un distinto.
Vino al mundo el 21 de marzo de 1921, y desde el vamos, cargó con una particularidad: un pequeño defecto en la formación de su pie derecho, (pie equinovaro), y con él, los gritos de bronca cada vez que oía la palabra ‘rengo’. Pero el que nace en una ciudad portuaria sabe enfrentar embestidas, sabe de lejanías: “Mi papá, Nonino, hizo el mismo camino que años después haría yo. Levantó su familia y emigró. Yo tenía 4 años (1925) y dejar Mar del Plata, a mis abuelos, mis tíos, mis primos, fue quizás el primer dolor que sentí en mi vida. En aquellos tiempos se viajaba en barco, así que la primera imagen que tengo de Nueva York es la misma que vieron otros millones de inmigrantes: la estatua de la Libertad.”
En la ciudad de los rascacielos -entre gánsteres y extranjería- llegó el primer llamado de la música: “Una vez la profesora nos explicó la Tercera Sinfonía de Brahms, y yo me la aprendí de memoria (…) Mi padre ya me había comprado un bandoneón, pero estaba guardado en el ropero, yo sentía un rechazo por esa música que él escuchaba, por lo general tangos de la orquesta de Julio De Caro”. Pero su “destino tango” ya estaba signado, y puede confirmarse en un acontecimiento que roza lo sagrado. Hablo de su encuentro con Gardel en la película El día que me quieras (1935). La escena es más o menos así: un policía confunde por bandidos a Gardel y sus amigos, de pronto, cumpliendo el papel de niño canillita, aparece Astor (apenas trece años); tras un breve diálogo entre mayores, todos sonríen, Gardel se aleja hacia la derecha de la pantalla, Astor dándole la espalda parte hacia la izquierda; en esa elección de caminos opuestos, ¿presagiaron el enfrentamiento: tango tradicional vs tango vanguardia? No. Astor amó el tango, en todo caso, odió a sus refractarios, esos que no supieron ver más allá de la época dorada del género. En cuanto a Gardel, ya sabemos: su arte salta escuelas, géneros, y está más allá de cualquier discusión.
De sus vivencias con el Zorzal, escribirá: “Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de El día que me quieras. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche, Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango. Primer tango de mi vida y ¡acompañando a Gardel! ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del 35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa.”
Se prepara, quiere dar el gran salto (1936-1954)
La familia Piazzolla regresa a la argentina. Con los oídos llenos de jazz y música clásica, alimenta sus conocimientos armónicos. De pronto, desde la radio, la revelación: el Sexteto Vardaro; Astor parece decir: es por acá, no todo es chan-chan. Lo que vendrá es un largo itinerario, un prepararse para el gran zarpazo.
Se larga con el Cuarteto azul y el Sexteto Ases del Ritmo, pero en
medio de la paz pueblerina de la ciudad feliz se siente pájaro de un
ala. Habla con su padre, lo tiene decidido, quiere emigrar a la city
porteña, si es posible, vivir dentro del obelisco, empaparse de mugre y
asfalto.
Ya instalado, hace su paso por las orquestas de Caló, Lauro y Clausi.
Estamos en 1939, Astor maneja a la perfección todos los yeites del
género, se deleita en la escucha de las orquestas de Pugliese y Salgán, y
no para de estudiar. En sus ratos libres frecuenta a otro
bandoneonista: Aníbal Troilo. “Lo escuchaba todos los días. Empezaba a
las tres de la tarde y terminaba a las nueve de la noche. Y yo allí con
un café miserable con pasión por el Gordo y su orquesta. Yo le dije que
quería tocar con él. Un día se enfermó un músico y subí. Me preguntó si
quería la música, yo no la necesitaba. Fue como mi segundo bautismo.
Hice arreglos orquestales (diferentes de los que se estilaba), quedé
como arreglador oficial. Por primera vez puse un acorde de trecena en
una obra.”
1944, Astor se la juega, abandona la orquesta de Troilo; rápidamente
arma la suya, acompaña al cantor Francisco Fiorentino. En el ambiente
tanguero ya se siente el “tufo piazzolliano”.
Pero todo creador es un alma inconforme. Otra vez pega el portazo y cambia de rumbo: “Tuve un ataque de música erudita, y allí comienzo a componer música sinfónica, de cámara, y así es como se me suben los pájaros a la cabeza. Menos que nunca quiero volver al tango. Ginastera me propone participar en un concurso de música y ganó el primer premio con Los tres movimientos sinfónico”.
Parte rumbo a Europa (Paris) estudia un año con Nadia Boulanger. Una mañana -entre escalas y armónicos- lo oye interpretando su tango Triunfal. Con la sabiduría de las magas blancas, Nadia lo toma de las manos, lo mira hondo y le dice: “Aquí está Piazzolla”.
Octeto Buenos Aires. Entre el amor y el odio (1955)
Junio, 1955. Bombas y balas rasantes regando la Plaza de Mayo. Comienza el desguace de la Revolución Libertadora. El castillo del tango canción se derrumba. En ese clima de época Astor presenta su maquinaria: el Octeto Buenos Aires. En su manifiesto: nada de baile, nada de cantores, su música es vanguardia, solo apta para elegidos y debe escucharse desde las butacas. Redobla la apuesta. Adiós a los trajes con olor a naftalina. Adiós a la imagen melancólica del bandoneonista sentado. Piazzolla se para, levanta la pierna de derecha, apoya el pie sobre una silla, en su rodilla el fueye; ahí parado Astor es el más alto de los rascacielos. Marca tres y arranca el Octeto. Todo es puro erotismo, y a su bandoneón lo percute, lo taladra. En fin, adiós al tango de las casitas bajas. Grítenlo en la calle: ¡Piazzolla es la nueva música de Buenos Aires!
Sus discos El Tango, María de Buenos Aires… y un hit (1965-1969)
La aparición del Octeto siembra discordia en el mundo del tango. La prensa quiere sangre. Comienza el primer round. En el rincón izquierdo: intelectuales, jóvenes, y músicos de elite lo celebran. En el rincón derecho: los recalcitrantes del tango disparan a quema ropa: ¡Piazzolla anti-tango! ¡Andate del país! Astor infla los pulmones, está en boca de todos. La primera pelea está ganada.
A lo largo de su vida musical, experimentará múltiples formaciones y
sonoridades: quintetos, nonetos, orquestaciones corales, utiliza
instrumentos electrónicos, batería, prueba con el tango-jazz…; en
general bajo el concepto de obra propia e instrumental, como si el tango
cantado le produjera urticaria. ¿No le interesa la palabra? Por lo
pronto, la elección de los títulos de sus canciones es perfecta: Lo que
vendrá, Prepárense, Persecuta, Buenos Aires hora cero, Tres minutos con
la realidad, Revirado, Tanguedia, La camorra. Hasta en eso es diferente.
Cuando intenta el tango cantado quiere dar el golpe de la mano del poeta
invencionista Juan Carlos La Madrid y entre otras joyas escriben
Fugitiva. Sin embargo, algo no lo termina de convencer. ¡Hay que ir por
los cuentistas, los novelistas! En 1963 convoca a Ernesto Sábato quien,
sobre un colchón musical recita un fragmento de su novela Sobre Héroes y
Tumbas. En 1965 va por Jorge Luis Borges y editan El Tango, uno de los
discos más bellos del género.
1968. Su música ya es el “nuevo perfume de Buenos Aires” y, sin embargo, continúan los agravios. Astor les tira con más música. Esta vez, una obra conceptual: la operita María de Buenos Aires junto al poeta uruguayo Horacio Ferrer. Una perfecta amalgama compositiva a la manera de las grandes duplas del género. Lo que Astor es en música, Horacio lo es en poesía. Luego de la operita, dan a luz el vals Chiquilín de Bachín y el hit Balada para un loco (ambos de 1969) revolucionando las estructuras clásicas del tango canción. La Balada, más la versión instrumental de Adiós Nonino (1959) y Libertango (1974) conforman la tríada popular del músico.
Balada para un loco obtiene el 2° premio del Festival Iberoamericano de la canción 1969 y gana rápidamente la calle. Ante la pregunta del periodista Horacio del Prado acerca de la incomodidad del aplauso del Luna Park premiándola, Piazzolla responde: “No me gustó nada. Es la verdad. Yo buscaba dos mil dólares, porque los necesitaba. Mil para mí y mil para Ferrer. Sin vender el alma al diablo, hicimos La Balada y nos llevamos la plata. Pero no es lo mío, aunque reconozco que me sirvió de puente para encontrarme con el público no piazzollista.” Piazzolla cuenta los billetes y sonríe, otra vez vence.
Lo que vendrá (con idas y vueltas) será la coronación de una nueva etapa. Europa y los Estados Unidos lo celebran como un pequeño dios.
Final bien obstinato: la consolidación (1970-y más allá)
Hay mucho más por decir, por caso, sus músicas para películas de cine; el Piazzolla referente para la generación del tango del siglo XXI; sus disparos contra los artistas del rock nacional, pese a aquel intento trunco con Luis Alberto Spinetta. “Quiero un autor… me desespero por un autor y no lo encuentro (…) A mí no me importa que la gente quiera “Alfonsina en el mar” (sic), ¿me entendés? Lo importante es descubrir gente que escriba, que diga cosas nuevas. Dicen que yo tengo a Horacio Ferrer, sí. Pero Horacio tiene otra mira. Yo quiero romper un poco con lo de Ferrer. Yo me quiero largar con Luis Alberto Spinetta. Yo quiero armar revuelo.”
En sintonía con este reportaje, el escritor y periodista Juan Carlos Diez le pregunta al autor de Muchacha ojos de papel:
-¿Lo conociste personalmente a Piazzolla?
-Sí, pero no tuve una excelente relación con él. Piazzolla fue muy duro
con nosotros porque para él, éramos todos orejeros. ‘Spinetta se
dispersó como las aspas de un molino’, dijo una vez. Que al principio
pintaba bien pero después me había ido a cualquier parte. Una vez me
invitó a tocar, ahí tuve la oportunidad de aclararle telefónicamente que
realmente no me sentía como para estar al lado de él en un escenario.
La sola idea de estar con él en un concierto me hubiera paralizado. Me
lo perdí.
Spinetta lo amaba, es más, si escuchan el armado de coros de Figuración (una de las canciones de Almendra) encontrarán semejanza con aquellos de María de Buenos Aires.
Hay también un Astor de sombra que, como otros artistas, almorzó con los milicos, y en consecuencia, la pelea por años con su hija Diana (exiliada en México). Podría detenerme en el “Piazzollismo” paralizando músicos que, en el afán de copiarlo, nunca pudieron encontrar la voz propia. Aquí rompo una lanza por Eduardo Rovira, -aunque opacado por la maquinaria Piazzolla-, supo ser vanguardia con estilo y personalidad propia.
El tiempo fue pasando, las aguas se calmaron, las paradojas del
destino dicen que, a 100 años de su nacimiento, este hombre, pura
revolución, pura vanguardia, pura rebeldía, hoy es tradición, hoy es un
clásico. ¡Pero créemelo!, todavía no lo entendimos, este hombre está
lleno de misterios.
Que mejor entonces, celebrarlo en un final de carta. Aníbal Troilo quien, cariñosamente lo llamaba Gato, escribe:
Querido Gato:
Siempre me he honrado con tu amistad. Mucho más ahora que ha pasado
tanta agua debajo del puente. Ahora, repito, solo me queda pedirle a
Dios que te dé tranquilidad, y a mí que no me desampare. Algo hemos
hecho para merecerlo. Te abraza. Pichuco.
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