En términos generales lo que se ha inoculado en la cultura política de la población planetaria es el conformismo, la cultura "light", la mansedumbre. Eso marca el momento actual. Las políticas neoliberales de estas últimas décadas sirven para acallar protestas: se trabaja cada vez más sin prestaciones sociales, sin sindicatos, en condiciones de mayor pauperización, y no hay que protestar porque se puede perder el escaso trabajo.
El miedo es, como siempre, una de las claves porque el verdadero poder político no consiste sólo en moldear el pensamiento político de las masas, sino su conducta, sus hábitos y su comportamiento. El poder es una fuerza capaz de lograr que millones de personas hagan lo que nunca hubieran imaginado siquiera, como ponerse una mascarilla, por ejemplo.
Entre las paradojas del siglo XX podríamos subrayar la proclamación del triunfo de la democracia con el fin de la Guerra Fría, cuando el neoliberalismo ya había herido de muerte las prácticas, las instituciones y los imaginarios de la misma. Paralela a ese proceso corrió la rendición de la teoría a pensar los compromisos públicos y la acción colectiva. Con la intención de subrayar esa pérdida no menor, Wendy Brown ha realizado una valiosa contribución a los estudios sobre el neoliberalismo centrada en los efectos que ha tenido esta racionalidad política en los hábitos sociales y políticos de las democracias occidentales, llevando a cabo un estudio exhaustivo de los fundamentos teóricos y prácticos de esta doctrina, y de su extensión a todos los ámbitos de la vida humana.
Pese a la vaguedad que suele achacarse al neoliberalismo, sea como problema, sea como corriente, Wendy Brown consigue captarlo no solo como un híbrido de política económica y modalidad de gobernanza, sino que apunta con precisión a delinearlo como un orden de razón rectora, variaciones geográficas y culturales mediante, que consigue transformar de raíz toda actividad y "economizar esferas y actividades que hasta entonces estaban regidas por otras tablas de valor" (p. 19).
Cuando el neoliberalismo se convierte en una racionalidad rectora, se hace evidente la contradicción entre la imagen de un individuo empresario de sí y autorresponsabilizado, la famosa meritocracia que lleva a la esclavitud de uno mismo. La autora nos muestra la capacidad del neoliberalismo para destruir el tejido social y fundamentar la sociedad en base a relaciones de competencia. La desigual situación de partida a la hora de comparecer en el espacio competitivo como capitales humanos nos da la clave para ver cómo desigualdades previas se oscurecen e incluso se intensifican bajo la racionalidad neoliberal.
La publicación de este libro supone una muy importante contribución al campo de los estudios sobre neoliberalismo en español por cuanto pone el acento en la otra cara del proceso de generalización del homo oeconomicus como capital humano de autoinversión: el vaciamiento de las prácticas, las instituciones y los sujetos de la democracia entendida como gobierno del pueblo, al tiempo que, sin ser su propósito principal, abre vías para desafiar la neoliberalización de todos los ámbitos de la vida humana empezando, sea mínimamente, por una disputa de una semántica de la cual fue evacuado todo contenido político. En la medida en que el neoliberalismo, como racionalidad rectora, puede presentar una amenaza mucho más seria de lo que supusieron históricamente la tensiones entre capitalismo y democracia, Brown deja abierta la posibilidad de recuperar nociones fuertes de democracia, libertad y soberanía, como ideal al que aspirar a pesar de todo.
La producción de guerras y la distribución planetaria de drogas ilícitas pasaron a ser parte de una estrategia de sobrevivencia del sistema, tanto porque genera las mayores cantidades de dinero que alimentan la economía global como por los mecanismos de control políticosocial y cultural que permiten. Esta nueva fase mafiosa que empieza a atravesar el sistema, que ya viene perfilándose desde las últimas décadas del siglo pasado, es la tónica dominante. Los grandes bancos europeos, y más aún, los estadounidenses, ya han comenzado a hacer de ellos los engranajes que mantienen vivo el sistema.
Si la salida para el capitalismo son guerras, consumidores pasivos de drogas y población "light" despolitizada, eso no es sino la más elemental justificación para seguir peleando denodadamente por cambiarlo. Este "viejo mañoso" no es sino la patética expresión de la barbarie, la negación de la civilización, la porquería más radical. ¿Cómo es posible haber llegado a esta locura en la que vale más la propiedad privada sobre un bien material que una vida humana? ¿Cómo es posible que para mantener esto se apele a la muerte programada, fría y calculada? Eso es la barbarie, y eso nos tiene que seguir convocando a su transformación.
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