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Pat Metheny y la quinta dosis en la Argentina

Con Fervor estuvo presente en el concierto que dio el guitarrista Pat Metheny, en el teatro Gran Rex, el pasado sábado 8 octubre, una deuda del 2020, que había quedado pendiente por culpa de la pandemia. Una vez más, la exquisitez y la belleza se juntaron en una guitarra, se metieron en unas canciones y nos hicieron felices.

Por Jorge Garacotche

Había una muy buena noticia, allá por 2019, el 13 y 14 de marzo de 2020 estaría en Buenos Aires el guitarrista Pat Metheny. Pero, nadie se imaginó lo peor, que una inesperada pandemia nos iba a encerrar y vaciar las calles de una manera que sólo habíamos visto en las películas de ciencia ficción. Todo se pospuso, algunos proyectos se suspendieron y no se supo más nada. Pero, con Pat se habló de 2022 y, el sábado 8 y domingo 9 de octubre pasados, se cumplió la vieja promesa.

Antes del eximio guitarrista, los argentinos pusimos en escena a uno de nuestros mejores músicos de la actualidad: el tucumano Manu Sija. A quien Metheny conoció en Nueva York. Este multi instrumentista se hizo presente con su bandoneón y su voz, sorprendiendo a más de uno. Tocó algunos de sus temas y consiguió, seguramente, que esa misma noche muchas/os fueran, luego, corriendo a YouTube para descubrirlo. Adivino que lo disfrutaron. Es muy interesante lo que hace, lo suyo es una muy grata noticia para el panorama artístico nacional. Un enorme privilegio el de este pibe genial que se mostró muy agradecido para con la gente y el propio Metheny.

Luego de una espera de dos años, Pat apareció en el escenario del Gran Rex junto a su extraña Pikasso, una mezcla rara de guitarra, lira y cítara, que posee 42 cuerdas, dos diapasones y un sonido onírico. Este llamativo instrumento es una creación de la luthier canadiense Linda Manzer y produce una atmósfera que uno sólo conoce gracias a los sintetizadores y que nunca es ejecutada por un guitarrista y su manera de tocar un instrumento.

El recorrido de esa noche fue por distintas composiciones de Metheny a través de los años. Una carrera en donde su virtuosismo y su enorme capacidad melódica, siempre, fueron de la mano. A Metheny, siempre, lo consideré un facilitador de dulzuras guitarrísticas.

A tiempo que recostó su Pikasso en un atril, aparecieron en el escenario el baterista Antonio Sánchez, la contrabajista Linda May Han Oh y el pianista Gwilym Simcock. Este cuarteto ya lleva hechos alrededor de 300 conciertos y fue notoria esa trayectoria, porque sonaron de lo más compacto que se puede lograr en una suma de virtuosismos, que no es sencillo ensamblar de ese modo.

Simcock es quien la tiene más brava, porque uno no puede ver a Metheny sin recordar al exquisito Lyle Mays, el aliado natural de tantos discos y recitales. Sin duda, uno de los más grandes pianistas de jazz que escuché. Así y todo, este Gwilym hizo lo suyo con altura, el pianista galés es un gran melodista, con mucho ritmo y frescura, tuvo sus pasajes extraños, ideas alocadas y, por momentos, salía de su piano y, desde las cuerdas, dibujó unos climas de ensoñación.

Para mí, la sorpresa de la noche fue Linda May Han Oh, una bajista malayo-australiana, quien, desde su contrabajo lustroso, no paró de improvisar, hacer bases sólidas, frasear de una manera notable y solear con un concepto de la melodía que recordó a los mejores bajistas de la historia del jazz. Fuimos varios los que secreteábamos, por lo bajo, acerca de sus virtudes.

Un capítulo aparte lo del mejicano Antonio Sánchez, un batero impresionante, que, por momentos, hizo un dúo con Pat de improvisación con pasajes rockeros, latinos y de free jazz, que arrancó algunos de los más ruidosos aplausos de la noche. Por momentos, me hicieron recordar a aquel viejo disco de Metheny junto a uno de los reyes del free jazz: Ornette Coleman. Recordemos que Antonio Sánchez es el autor de la banda de sonido de la película Birdman.

Pat Metheny, cuando tan sólo tenía 18 años, ya era profesor en la Universidad de Miami y, un año después, estaba dando clases de música en Berklee. Era un joven más de su tiempo, influenciado por el rock. Pero, sorprendía por su fanatismo por los trompetistas y saxofonistas que habían surgido en su país allá por la década del 50, aquellos que supieron amalgamar, de manera insólita, melodía, ritmo y experiencias sonoras a través de un novedoso concepto de la improvisación que, hasta hoy, subyuga.

Lo primero que se escuchó fue el recuerdo de su primer disco: Bright Size Life (1976), con el cual seguro que marcó la cancha de una nueva camada que traía aires de renovación y fusión. En ese bellísimo álbum, Pat lideraba un sorprendente trío, junto a Jaco Pastorius en bajo y Bob Moses en batería.

En la semana, había leído un comentario de Metheny: “Mi objetivo es crear un entorno musical en el que los músicos sean empujados a un lugar en el que no se sientan cómodos, por lo cual, encontrar a los músicos adecuados es vital”. Indudablemente, acá estaban frente a nosotros tres de esas grandes apariciones.

Uno de los momentos más emocionantes de la noche fue cuando Metheny, acústica en mano, junto a la contrabajista malaya, hicieron uno de los más hermosos temas que escuchamos en el cine: Love theme, de Cinema Paradiso. Una de las bellas composiciones que el enorme Ennio Morricone dejó para la historia y que, acá, fue homenajeado de la manera más sentimental. Escuchar la belleza en esas notas, a través de las cuerdas de Pat y Linda May, fue uno de los picos de la noche. Creo que todas/os estuvimos en un estado de suspensión recordando esa película, la escena de los besos, la vocación inclaudicable de ese pequeño cineasta junto a su viejo maestro. La ductilidad de estos dos grandes instrumentistas nos transportó a los lugares correctos. Fue como volver a ver esas imágenes.

Se sucedieron los temas, los solos, las emociones frente a las canciones que deseábamos escuchar, aunque, son tantas que, siempre, nos vamos a quedar con las ganas. Pero, así y todo, esa conjunción entre lo que a Metheny le genera la Argentina, más esa magia que, siempre, lo acompaña desde la “tribuna” fue una ceremonia única. Digo esto, porque, el jazz, siempre, tuvo su público en nuestro país y, dentro de él, los seguidores de Metheny, siempre, fueron una especie de hinchada muy especial, fiel y festiva. Algo que sorprendió al guitarrista fue escuchar a la gente corear algunos de sus famosos punteos, un clásico argento que demuestra nuestra gran musicalidad unida a la pasión.

Lo que puedo contarles, a manera de corolario, es que, cuando terminó el concierto, los músicos se quedaron parados saludando, dejaron sus instrumentos y se fueron a los camarines con la emoción de que el regreso era una felicidad. La gente aplaudía con fervor y devoción, pero, no se resignaba a irse, quería más. Este juego se dio varias veces y Pat apareció cinco veces más. Ya sea solo con su guitarra o en banda. Deleite multiplicado.

En uno de los bises, creo que la banda acordó hacerme feliz, porque, me miraron, sonrieron entre sí y arrancaron con Are you going with me?, del extraordinario disco Offramp, que le recomendé conseguir a tantísima gente que ama la buena música. Seguramente, en ese instante, Cortázar me hubiera susurrado que Pat Metheny es un cronopio.

Pat es un guitarrista muy particular dentro de un género que, a veces, parece abarcarlo todo, pero, siempre, deja abierta una ventana y, por ahí, se suelen colarse los tipos difíciles de rotular. Metheny es uno de ellos, de sus grandes referentes. El Pat Metheny Group es un caso. Uno, si lo define como banda de jazz la tira a la tribuna, habría que conformarse reconociendo que tiene integrantes que han surgido del jazz y que, a partir de allí, realizaron otra gira mágica y misteriosa.

En 1978, se publica el primer disco del Pat Metheny Group, en donde estaba el mítico Lyle Mays, su gran aliado de la vida, Mark Egan en bajo y Danny Gottlieb en batería. Se sucedieron muchos álbumes y formaciones, canciones y climas, pero, la sofisticación armónica y las melodías bellísimas, siempre, fueron de la partida. Seguramente, fue Pat quien arrimó la paleta tímbrica más novedosa, desde su guitarra Roland GR – 300, dándole al género jazzero un toque tecnológico para que no pare de ampliarse. Pat, como todo grande, siempre, lleva una goma de borrar para que las fronteras sean sólo un antiguo recuerdo.

De la mano del Pat Metheny Group, le empezamos a parar la oreja a la bautizada “World music” (el primer mundo y sus penosos rótulos), porque, la banda incorporaba ritmos, acentos y climas de otros lugares lejanos. Y nos sorprendimos cuando supimos del ingreso del percusionista brasileño Naná Vasconcellos. Siempre, fue notoria la fascinación de Metheny por la música de Brasil y, con Naná, tenía esa cuota, esos coros y tarareos tan típicos que harían eclosión en el grupo. Más tarde, llegó el multiinstrumentrista Pedro Aznar, un orgullo argentino, y le puso partes cantadas a las canciones que, hasta allí, sólo eran instrumentales.

Por esos tiempos, las voces de los resentidos y los envidiosos comenzaron a quejarse, lanzaron sus originales acusaciones, ese es un coro que atraviesa todas las épocas y ritmos, siempre están de moda, lamentablemente. La denuncia, esta vez, era que Metheny se había comercializado, que lo suyo se parecía más al pop que al jazz. Las fake news no son un invento moderno. Si la buena música y los excelentes músicos logran imponerse, llegan a los medios y se hacen populares. Bienvenidos sean, quiere decir que la Batalla Cultural nos da una alegría, quizá, temporaria, a veces, efímera, pero, alegría al fin y vale la pena seguir la huella de la lucha.

Al Pat Metheny Group, siempre, lo voy a recordar como un grupo de músicos que fue por el lado de la experimentación, la fusión con lo distinto, lo inesperado, la aventura de crear, pero, siempre, llevando como bandera la hermosa melodía, la dulzura, los matices, esa idea notable de poner los conocimientos al servicio del corazón.

Ver a Pat Metheny en un hermoso teatro, como el Gran Rex, con un sonido acorde a la circunstancia, en una noche fría de primavera fue una inyección de vida, una vacuna extra cuando parece que se está yendo el Covid. Una dosis que cura, por un rato, las tristezas del encierro, de las pérdidas y las depresiones, los malos recuerdos de una película de terror que nos obligaron a protagonizar. Por eso, mi agradecimiento a estos seres, a estos hombres y mujeres que trajeron las buenas noticias, que tenemos el privilegio de estar vivos y lo seguimos festejando entre sus notas y figuras.

La música de Pat Metheny me hizo acordar de la función social del arte, por ser constructor de la salud individual y comunitaria.

Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires). Vive en Villa Crespo, Comuna 15.


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