Mucho se ha dicho y escrito sobre el "lawfare", es decir las tácticas de utilizar los aparatos represivos del Estado como la justicia, para distorsionar las condiciones de la competencia democrática y sacar de carrera a opositores molestos y competitivos. Negada por la misma parte de la "academia" que sostiene burradas tales como que habría en América Latina una "nueva derecha moderna y democrática", es una de las herramientas favoritas de las derechas reales, en todo el continente. Y aunque también se intente desacreditar el hecho sobre la bases de que quienes lo ponen en evidencia son conspiranoicos, es evidente que el "lawfare" ha sido alentado, inspirado y apoyado por las distintas administraciones que pasaron por el gobierno de los Estados Unidos sin distingo de republicanos o demócratas, como un mecanismo más para tutelar sus intereses estratégicos en el patio trasero. De hecho, el presidente electo Biden fue parte de una administración como la de Barack Obama que llevó la estrategia a nuevos límites, sin que esto implique -ni mucho menos- desconocer otras formas desembozadas de injerencismo yanqui en las contiendas políticas en América Latina, como la ostensible presión de Donald Trump al FMI para que le desembolsara al gobierno de Macri un gigantesco préstamo con el que esperaba financiar su frustrada reelección.
Hace ya varios años (noviembre de 2014), el director de Le Monde Diplomatic de Argentina, José Natanson, escribía una provocadora columna de opinión donde sostenía que en la región se vivía "la emergencia de una nueva derecha, que es democrática, pos-neoliberal e incluso está dispuesta a exhibir una novedosa cara social". Importante revuelo se armó en torno a esta tesis. Luego su autor busco darle más condumio frente a las críticas que generó. Desde allí sostuvo de manera más precisa que su razonamiento era válido en términos de análisis de la eficacia electoral, es decir, comprender por qué las propuestas de esta derecha latinoamericana podían resultar ahora convincentes y ser aceptadas por el electorado, entender por qué funciona actualmente.
En paralelo y como consecuencia de las insatisfacciones sociales y demandas pendientes de los procesos democráticos, fueron creciendo en América Latina fuerzas de derecha competitivas en términos electorales, pero que cabalgan sobre discursos y prácticas antipolíticas y anti-sistema, y que no logran siquiera fingir por demasiado tiempo, que aceptan jugar con las reglas de juego de la democracia.
Desde Bolsonaro a Macri y el PRO, pasando por la derecha boliviana y hasta Trump (sin que esto signifique que los demócratas no sean también la derecha, en más de un sentido) como fenómeno que se impuso a la nomenclatura tradicional de los republicanos, se trata de fenómenos políticos nacidos de la insatisfacción, y que la explotan en términos de utilizar los discursos de odio que crecen a su amparo, sin reparar en las consecuencias de ello.
El problema es que ese marco conceptual puede servirles, en determinadas circunstancias, para ganar elecciones (como de hecho les ha servido), y por un cierto tiempo para disimular las consecuencias de las políticas de exclusión, miseria y concentración de la riqueza propias de las formas más salvajes del capitalismo, cuyos intereses expresan política y electoralmente.
El trumpismo pertenece a una internacional neofascista-neoliberal. La matriz simbólica de su discurso se repite en distintos líderes pertenecientes a diferentes lugares del mundo . Aunque no haya ganado, ya le hizo un gran daño a los proyectos democráticos en el mundo. El capitalismo tardío en su versión neoliberal, dado que no dispone de un principio de cohesión cultural para ejercer su poder, ha dado lugar a ultraderechas que han construido una agenda que muerde y contamina el núcleo de las derechas liberales y conservadoras o jaquea y condiciona a las democracias con sesgos progresistas. En términos freudianos, diríamos que las derechas clásicas necesitaban de los límites que la civilización le impone a las pulsiones, una aparente regulación de las dimensiones mortíferas del odio, mientras que las ultraderechas juegan con la perversión de levantar las barreras y presentar un nuevo programa frente a la destrucción de la cohesión político -cultural.
Dicho de otro modo: el "aggiornamiento" político de las derechas incorporando técnicas del márketing y la persuación social para poder volverse competitivas en términos electorales y ganar no estuvo acompañado de una renovación de las premisas de los modelos de desarrollo que sostienen y ejecutan, si llegan al gobierno: no manifiestan la más mínima intención de propiciar formas de desarrollo más integrado y equilibrado, con mayores grados de inclusión social o distribución de la riqueza. Y el núcleo de los intereses reales que expresan y defienden (que exceden con creces los de sus votantes reales o potenciales) es tan duro y consolidado, que no pueden tutelarlos de otro modo.
Lo que lleva a que se encuentren hoy, a cuatro décadas del fin de las últimas dictaduras militares de la región, en el mismo exacto punto en que estaban entonces, y frente al mismo dilema: como legitimarse políticamente a largo plazo sin sentarse en la punta de las bayonetas y bajo condiciones de democracia abierta, gobernando para fracciones muy minoritarias y privilegiadas de la sociedad.
Por eso no sorprende que, cuando ese mismo dilema los pone más tarde o más temprano frente a la derrota electoral y la salida del gobierno, se sientan tentados a tirar del mantel y volver a las viejas mañanas, olvidando todo compromiso con el pacto democrático. Es lo que pasó hace un año en Bolivia, y amenaza volver a pasar ahora, en Santa Cruz de la Sierra y otras regiones; y de ese mismo lado vienen los espasmos golpistas de las marchas "anti todo" del núcleo duro opositor al gobierno nacional en nuestro país.
DEL NEOLIBERALISMO COOL A LA DERECHA NEORADICALIZADA
La radicalización de la violencia en la derecha no es algo nuevo, sin embargo, esta exacerbación de sus discursos extremos tiene la particularidad de representar enojos sociales exacerbados por la extrema polarización política en sociedades hiperfragmentadas que se retroalimentan a través de las redes sociales.
En estos últimos meses se evidenciaron una serie de frustraciones sociales, incertidumbres y ansiedades comenzaron a estructurarse en torno a la violencia y el odio. Si bien estos elementos siempre estuvieron latentes en la sociedad argentina, la pandemia intensificó esa desazón para convertirla en un cúmulo de antipatía dispuesta a tomar la calle. Ahora bien, ¿está dispuesto este odio a convertirse en un proyecto político a largo plazo con valores, principios y propuestas o tan solo los une un odio visceral frente a los procesos de gobierno de orden popular?
La política representa y nomencla procesos y transformaciones, la política existe allí donde una parte de la sociedad se siente excluida, allí donde hay un vacío de representación, allí donde hay una parte que pretende ser parte como bien dice el filósofo francés Jacques Ranciere (Ranciere, 2010). Asimismo la violencia circula, siempre está presente, está latente y dispuesta a ser tomada por parte de la sociedad y politizada por algunos oportunistas. En todo el mundo líderes de derecha la politizan, la organizan y la representan, le brindan un relato y una retórica; otorgándole un sentido común relativizando los discursos verdad y manipulando las frustraciones individuales. Este combo tiene diversas consecuencias a lo largo y ancho del planeta.
Mauro Brissio / Camila Rocío Garcia
Y acá andan los antiperonistas furiosos, proclamando que son el 41 % como si, aunque eso fuera cierto, fuera más que el 48 %. Nos están diciendo que hay votos y votos: unos deben necesariamente ser oídos, y los otros (los mayoritarios) ignorados, como si fueran ciudadanos de segunda. En éste caso, la marcada disminución en el número de asistentes -reveladora de esa impotencia de la que hablamos- no debe confundir: siguen yendo precisamente los más extremos, y los siguen azuzando los medios y dirigentes políticos más flojitos de papeles en materia de credenciales democráticas.
Hablando de la Unión Industrial Argentina decía Perón que no era ni unión ni industrial, y muchos menos argentina. Lo mismo vale para la "nueva derecha moderna y democrática": no es nueva ni moderna, y mucho menos democrática.
El sector más ultra de la oposición boliviana se retiró del congreso para no ver jurar al nuevo presidente de Bolivia. Trump, dicen, no va a conceder que perdió en ningún momento. Con el modelo "si gano gobierno, si no me llevo la pelota" es muy difícil la democracia.
— mecasullo (@mecasullo) November 8, 2020
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