

No decimos nada nuevo cuando explicamos que el accionar de la mayor parte de la casta gobernante (política, empresarial, sindical, jurídica, etc.) encarna los valores más regresivos del autoritarismo, la discriminación y el desprecio por la vida humana, lo que los convierte en un exponente claro del antihumanismo.

La estafa libertaria no solamente se restringe al criptogate. Décadas de neoliberalismo financiero no han sido en vano: hoy tenemos en la presidencia a un depredador social sostenido por una casta parasitaria compuesta por las principales fortunas del país asociadas al poder mundial concentrado, y todo el mundo pudo ver cuan servil es el demente cuando le regaló una motosierra al garca de Elon Musk. Y quienes más exigen horadez, integridad, obediencia a la ley y el orden son unos hipócritas que, al mismo tiempo, encubren las actividades ilegales y peligrosas de los conglomerados capitalistas.
Desde que asumió, Javier Milei realiza un ejercicio explosivo y autoritario de la presidencia. Difícil que pasen días sin que genere un evento de esos que, en cualquier otro pasaje de la historia, hubieran conmocionado a la opinión pública y paralizado al país. Sin embargo, cada uno de esos episodios que prometía un escándalo sin retorno se terminó convirtiendo en un hecho sin mayor impacto en su imagen personal o de gestión. Es lo que señalaban las encuestas: mitad de la población lo apoyaba; mitad, no. Se cansó de insultar y deshumanizar a los críticos asociándolos con animales (ratas, cucarachas, reptiles) y enfermedades (cáncer, virus), pero con el tiempo se lo empezó a naturalizar. Un día emprendió el duro ajuste sobre los jubilados y las universidades, pero la conmoción no fue tan grande. En la CPAC de Buenos Aires, se declaró en contra del diálogo e instó públicamente a la formación de milicias armadas al estilo de la antigua Grecia, y el auditorio aplaudió. Otro día anunció la salida de la Argentina de la OMS, pero las preocupantes advertencias de los especialistas no inmutaron a la opinión pública. En Davos, asoció a los homosexuales con la pedofilia y a los inmigrantes con hordas de delincuentes, y durante unos días se produjeron algunas manifestaciones antifascistas. Aseguró que "la paz hizo débil a Occidente" y que iría a buscar a los zurdos hijos de puta hasta el último rincón del planeta, pero esos días los mercados apuntaban hacia arriba y no hubo demasiado espacio para otras noticias. Casi sin llamar la atención, asoció a la democracia con una "dictadura de las mayorías" y sugirió la idea de un voto calificado. Después, lo de siempre: unas semanas se enfureció con los artistas populares; otras con los economistas y, entre unos y otros, atacó a los medios y periodistas más críticos. Que tampoco son tantos.
En el mundo de Milei los problemas actuales son causa de la omnipotencia del Estado interventor sostenido por los pagadores de impuestos. En el mundo real funciona hace 50 años un gigantesco esquema Ponzi sin regulaciones que se resiste a pagar la tasa Tobin. Y también un esquema Ponzi voluntario es el corazón del nuevo contrato social que la sociedad firmó con este gobierno. Es la interiorización de la estafa como estructura psíquica en tiempos de tuits que no hablan de la realidad, sino que la crean a fuerza de aceleración algorítmica de circulación de datos.
En el mismo grado de obscenidad explícita, hace poco y tratando de justificar su reciente fraude con las criptomonedas, reivindicó al vendedor de pescado podrido y se puso en el lugar del estafador, de quien difunde información falsa para su beneficio:
-¿Están comprando y vendiendo pescado? El precio sube y baja. En un momento alguien dice: “Esto tiene olor a podrido”. ¿Y? ¿Cuál es el problema? Eso no lo va a poder comer la gente. No importa, esto es para comprar y vender.
Enloquecedora literalidad: el capitalismo diciéndonos en la cara que su desarrollo no tiene absolutamente nada que ver con la satisfacción de ninguna necesidad, y que te estafen es solo otra regla de juego de la ley del más fuerte, o mejor dicho, de la ley del más hijo de puta. Poco importa si se está hablando de meter jueces de la Corte por decreto, prohibir que la prensa cubra la apertura de las sesiones del Congreso, votar cualquier cosa en la ONU y los organismos internacionales, promocionar estafas piramidales desde la presidencia de la nación, censurar medios y periodistas o estigmatizar colectivos sociales como hizo el presidente en Davos. Cualquiera sea la atrocidad de Milei y su gobierno de la que se trate, estamos viendo que tanto la corrupción, la ética en la gestión pública, la república, las instituciones o la división de poderes les importan un carajo.
Siguiendo esta obscena secuencia. Milei difunde sin ningún pudor sus estúpidos dogmas idelógicos, fue a los Estados Unidos a decirles que su problema es que los demócratas impusieron la agenda y los republicanos la copiaron, mientras que todos sabemos que en ese país eligieron presidentes como Reagan, los dos Bush y 2 veces a Trump y donde los presidentes demócratas que más años gobernaron fueron Clinton y Obama. Dice Bernie Sanders que bastantes pelotudeces dice Milei de la Argentina como para sumarle gansadas sobre los Estados Unidos.
Por Claudia Rafael
El discurso de Davos, las prácticas de limpieza étnica de Montenegro en Mar del Plata, el ascenso de Diego Kravetz a la Side. Resistencias cotidianas. Y la lucha de clases como médula ante el resto de las luchas sociales. La pedagogía de la crueldad y la pedagogía de la ternura. La marcha antifascista y antirracista del sábado próximo.
“Como vieja bruja que soy les digo: elijan las batallas que hay que dar.
No se dejen llevar por la agenda de los fachos. Esto no es sólo contra
nosotres. Esto es una lucha de clases. Esto es contra los jubilados,
contra la universidad y la salud pública, contra la cultura, contra los
derechos humanos”. Fue Milena Kalo, drag queen, quien pronunció esas
definiciones en la asamblea antifascista y antirracista del sábado en
Parque Lezama. Y será la historia la que podrá definir si la marcha del 1
de febrero en más de veinte ciudades del país es el comienzo de algo
diferente o si se irá deshilachando en medio de tanto avance de la
extrema derecha.
Esa historia, que no se mide en años, se encargará de nombrar este tiempo con las palabras más apropiadas. Mientras tanto, hoy, en esta suerte de presente continuo que parece no tener por ahora fecha de vencimiento, palabras como anestesia y crueldad se ganan dos pasaportes para esa puja en el sitial. Hace ya más de una decena de años, la antropóloga Rita Segato planteó que "la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora". En definitiva, hay un acostumbramiento paulatino que se va forjando desde el poder estatal.Hoy esa crueldad se desayuna, se almuerza y se cena en los discursos oficiales, en las redes, en las calles y se cuela en todo tipo de vínculos sociales. Se mete por las grietas del pensamiento; seduce a jóvenes deseosos de protagonismo que, en otros tiempos, se zambullían en sueños de igualdad y revolución; se inocula en paladines de la ferocidad.
Día por medio, las redes sociales de Guillermo Montenegro, el intendente de Mar del Plata, exacerban la limpieza étnica en las calles de la otrora ciudad de las vacaciones obreras (“la feliz”). Sus paladines municipales se ven arrancando colchones, empujando a quienes dormían en ellos, quitando pertenencias de sus ranchadas. Postea imágenes semejantes a las que Jorge Macri promocionaba (después bajó un poco los decibeles) hablando del antes y el después de las veredas porteñas. La “basura” (léase personas que dormían en las calles) era barrida con manguerazos, hostigamiento y empujones.

Las prácticas de Macri (el primo) o Montenegro hoy ponen en escena una obscena exhibición de la crueldad. Ya no se hace en penumbras y, por el contrario, ellos mismos lo difunden. Sin costos políticos.
¿Son originales e innovadores en sus prácticas? Decididamente no. Son los representantes de esa crueldad que forma parte medular de las formas de construcción política de las derechas extremas.
El 14 de julio de 1977 el dictador Antonio Domingo Bussi (al frente de la gobernación de Tucumán) ordenó una limpieza de “su” provincia. Cargaron en un camión del Ejército a 25 mendigos y los fueron arrojando, en medio de la oscuridad de la noche, en caminos desérticos catamarqueños. Algunos –cuenta la crónica de Miguel Velárdez en diario.ar- “tenían dificultades motrices, otros eran ciegos, la mayoría mostraba signos de tener problemas psíquicos y fueron abandonados en un descampado sin almas. Cinco policías; dos de civil y tres de uniforme azul, se encargaron de cumplir las órdenes de arrojarlos en el monte. No bajaron a todos juntos en un solo lugar, sino que fueron dejándolos en grupos de dos o tres separados cada 20 o 30 kilómetros de distancia. La estrategia policial buscaba que no pudieran regresar, que perdieran la noción del tiempo en un camino desconocido por ellos que se llamaba ruta nacional 67, en Catamarca”. En el grupo había, además, una mujer que –como tal- sufrió el aditamento cruel de ser violada por los obedientes policías. Las categorías de aleccionamiento suelen apelar a todas las técnicas posibles de sometimiento.
Acero y cristal
Cuando el presidente de la Nación habla en Davos se regodea con un sinfín de lugares comunes que forman parte de esa pedagogía de la crueldad de la que se regodea en una práctica de autosatisfacción. Sintetizó que “feminismo, diversidad, inclusión, equidad, inmigración, aborto, ecologismo, ideología de género, entre otros, son cabezas de una misma criatura cuyo fin es justificar el avance del Estado mediante la apropiación y distorsión de causas nobles”.
Hay que elegir cuáles batallas poner en marcha pero es imprescindible la reacción en medio de tanta anestesia. La historia, nuestra historia, está plagada de banderas y liderazgos que –decía Rodolfo Walsh- las clases dominantes han tratado de borrar de las memorias. Para provocar que cada lucha deba empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores.
Y en medio de tanta pedagogía de la crueldad la ternura, aquella que Alberto Morlachetti decía que era el insumo básico para la victoria, deberá ser modelada con acero y cristal. Porque como escribieron con sus cuerpos y sus prácticas a su tiempo las Madres, la resistencia es un camino demasiado largo y, a su vez, urgente.
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