En esos meses en los que poco a poco los bebés van descubriendo el mundo, los
juguetes sin duda ejercen un papel clave como vehículo formativo,
estimulando el desarrollo cognoscitivo, físico y social. En particular
los juguetes musicales siempre han despertado la curiosidad de los más
pequeños y en este sentido instrumentos de percusión simples, como un
sonajero, un metalófono o un tambor son parte inherente a esas primeras
etapas.
Hoy
en día y cada vez más temprano en su evolución, los niños se exponen a
los omnipresentes juguetes de naturaleza electrónica. Sus extraños
sonidos, generalmente primitivos y cacofónicos, así como sus
automatismos, que consiguen que apretando un botón suene un
acompañamiento, un ritmo o un fraseo musical completo, enseguida captan
la atención de los más pequeños, que miran con ojos asombrados el
objeto, como si estuvieran ante un instrumento mágico.
La
irrupción y proliferación de juguetes musicales electrónicos desde los
años 60, pero en especial durante las décadas de los 70 y 80,
procedentes de Japón, Hong Kong o Taiwan, sacudieron una industria que
hasta entonces habían dominado las jugueteras estadounidenses con
productos de naturaleza electromecánica en forma de órganos y pequeños
pianos, entre otros.
La
avalancha de productos que tenían en la electrónica el objeto mismo del
divertimento generó toda una serie de instrumentos sorprendentes que
todo niño y niña de la época -la electrónica en este caso no hacía
distinción de géneros-, ansiaba poseer: relojes digitales de pulsera
capaces de producir música, organillos con forma de hamburguesa o
skateboard, máquinas para hacer efectos de sonido espaciales o voces
robotizadas, percusiones y cajas de ritmos para 'rapear' e incluso 'keytars' con los que sorprender a la pandilla como un 'synthesizer hero' de los 80, fueron sólo algunos de los objetos de deseo.
Cuando
ya adultos volvemos la vista atrás, la infancia es una de las etapas de
la vida que
se recuerda con más cariño y nostalgia. Todos aquellos que hemos sido
niños en las últimas décadas hemos establecido una relación natural con
los juguetes electrónicos en general y con los musicales en particular,
tanto que en algunos casos han despertado tempranas vocaciones
artísticas e incluso han generado una afición por el coleccionismo y la
historia de los juguetes, tal y como le sucedió a Eric Schneider autor de Toy Instruments. Design, Nostalgia, Music (Mark Batty Publisher, 2010).
Kraftwerk en directo en Bremen (Alemania), el 14 de diciembre de 1981, durante la gira de presentación del LP Computerwelt con la interpretación del tema "Pocket Calculator". En primer término Ralf Hütter y Karl Bartos con el Bee Gees Rhythm Machine y el Dubreq Stylophone respectivamente. Foto: Charles Robinson. |
Con una introducción que corre a cargo del propio autor y de Paul D. Miller, más conocido como DJ Spooky, también escritor y casi un prologuista profesional habida cuenta la cantidad de libros sobre distintos fenómenos históricos y socioculturales de la música electrónica que cuentan con su aportación, nos adentramos en un extenso recorrido fotográfico por algunos de los más singulares y estrafalarios instrumentos de juguete, todo ello aderezado por breves pero jocosos comentarios sobre sus cualidades cacofónicas.
A lo largo de veintidós capítulos se suceden las fotografías de algunos de los primeros juguetes musicales mecánicos y electromecánicos de los años 50 y 60, seguidos de los primeros organillos de los 60 y probablemente la más exitosa contribución de la industria juguetera británica al mundo musical; el Stylophone, que además de fotos de los distintos modelos y campañas publicitarias, incluye imágenes de los clones japoneses y soviéticos.
Quizá ayudado por el cine de ciencia ficción (en especial el fenómeno de Star Wars), en los años 70 se ponen de moda los generadores de efectos especiales para simular el sonido de naves espaciales, rayos láser así como voces vocoderizadas. Esa década también dio a luz los primeros tocadiscos en los que grabar música e incluso los diversos antecesores de lo que se conocería mundialmente como 'karaoke', que por entonces ya causaba furor en Japón. También tienen su sitio los órganos que como recurso comercial utilizan el nombre de estrellas de pop adolescente como Shaun Cassidy, grupos de música infantil como Kaptain Kool & The Kongs, o estrellas de la música disco como el grupo británico Bee Gees con la Bee Gees Rhythm Machine de Mattel que incluso fue utilizada por Kraftwerk, los padres del 'technopop'.
Con la llegada de los años 80, los juguetes fueron haciéndose más sofisticados y se pusieron de moda 'los todo en uno' provenientes de Japón, como podían ser el mítico Casio VL-Tone VL-1, sintetizador, secuenciador y calculadora, así como productos casi clónicos de otras marcas niponas. Los relojes de pulsera LCD con emulaciones de órgano o de piano que provenían de Hong-Kong también se hicieron un hueco en el mercado. Todo este concepto se podría extender al Casio CK-200, radiocassette grabador que incluía su propio órgano electrónico o viceversa.
Un juguete único en la naciente industria del videojuego de principios de los 80 era el cartucho musical Melody Master que se encontraba entre el catálogo de juegos de la videoconsola de ocho bits Vectrex de Western Technologies/Smith Engineering, equipada con un monitor vectorial integrado y un mando, y que contaba como periférico opcional, con un lápiz óptico con el que crear las melodías y patrones rítmicos directamente sobre la pantalla con el programa mencionado, una idea que recordaba sobremanera a 'Page R', el secuenciador gráfico en tiempo real del muestreador australiano Fairlight CMI.
Las modas musicales de la época tampoco se quedaban sin su reflejo en forma de juguetes ideales para aquellos niños que quisieran llamar la atención. De esta época son especialmente curiosos varios juguetes de percusión electrónica como el Synsonics Drums de Mattel, otros para 'rapear' sobre una base musical como el Casio Rapman, o el 'keytar' Hot Keyz de Tyco.
Probablemente el segmento del mundo de los juguetes musicales que demandaba más al jugador era sin duda el de los llamados kits musicales. Siguiendo la filosofía del 'do it yourself' se trataba de productos claramente enfocados a un público de mayor edad y avezado en la electrónica, que solía coincidir con el perfil de los sabiondos o 'geeks' de la clase, capaces de construir siguiendo unas instrucciones más o menos inteligibles, desde un órgano a un minisintetizador sin mayor esfuerzo.
Muchos de los instrumentos presentados por Eric Schneider en Toy Instruments no sólo han tenido un uso lúdico, sino que su éxito se ha extendido también al campo de la música profesional. En especial cabe destacar tres instrumentos que cambiaron las estanterías de las jugueterías y los baúles de recónditos desvanes en hogares de todo el mundo por los estudios de grabación y su presencia en célebres piezas musicales.
El nuevo Stylophone S1 desarrollado por re:creation y Dubreq, la firma de Ben Jarvis, hijo de Brian Jarvis, inventor del juguete electrónico original. |
El Stylophone es esencialmente un órgano monofónico de bolsillo de unos 10x15 centímetros con un teclado de una octava y media con las notas serigrafiadas sobre un circuito impreso que se interpretaba mediante una estilográfica con una bola de metal en el puntero, que a su vez estaba conectada al instrumento mediante un cable. El sistema era sencillo. El instrumento, que constaba de un solo oscilador controlado por tensión, únicamente sonaba cuando la estilográfica tocaba el falso teclado y por tanto, completaba el circuito.
Para obtener diferentes notas, el Stylophone disponía de resistencias para dividir el voltaje de las teclas de contacto (divisores de frecuencia), y el resultado se amplificaba mediante un pequeño altavoz. El instrumento sólo disponía de un horroroso zumbido que podía ser alterado ligeramente mediante un botón de vibrato. También contaba con una clavija de afinación en la parte trasera, una salida de auricular mono y funcionaba con una pila de 9 voltios (la famosa PP3). Con un precio de salida de poco más de ocho libras (unas cien libras actuales), no fue un éxito instantáneo hasta que apareció en televisión y bajó su precio.
Gracias a la promoción que llevó a cabo la estrella de televisión, músico y artista australiano Rolf Harris, curioso personaje y por entonces presentador del exitoso programa de entretenimiento de la BBC The Rolf Harris Show, el instrumento alcanzaría el estrellato, convirtiéndose durante los seis años que estuvo en producción en el éxito más clamoroso de la industria juguetera británica con más de tres millones de unidades vendidas.
Treinta y dos años después del fin de su producción, una nueva versión del Stylophone vio la luz en 2007 de la mano de Ben Jarvis, hijo de Brian Jarvis, inventor del instrumento original, que había refundado Dubreq en 2003. En asociación con la firma juguetera re:creation, han producido el modelo S1, que es una versión digital con interesantes mejoras respecto al modelo de 1967 como la posibilidad de seleccionar tres sonidos distintos, control de volumen, una entrada externa o una salida estéreo de auriculares.
El Stylophone es un instrumento que ha sido introducido con éxito por músicos profesionales en diversos proyectos discográficos. Probablemente su uso más célebre y por el que siempre será recordado tuvo lugar en la canción "Space Oddity" (1969), de David Bowie (que también participó en su campaña publicitaria). Con los años su aura legendaria se ha hecho mayor apareciendo en decenas de grabaciones de artistas tan dispares como Orbital, Erasure, Duran Duran, Ladytron, Dimitri From Paris, Pulp, Lenny Kravitz, Wilco, Eels o Garbage, entre otros.
Si el Stylophone era considerado un juguete (a pesar de la existencia del fallido y más completo Stylophone 350S enfocado al segmento de los músicos profesionales), su apariencia sin duda no era tan inocente como la del Speak & Spell de Texas Instruments.
Speak & Spell de Texas Instruments. |
Tras superar los obstáculos técnicos y los filtros del departamento de márketing de la firma tejana, el producto final fue presentado en el Summer Consumer Electronics Show de Chicago en junio de 1978. Se habían conseguido los tres objetivos planteados inicialmente por sus diseñadores: que tuviera reducidas dimensiones y por tanto que fuera portátil, que tuviera un bajo coste y que incluyera un sintetizador de voz.
El producto final incluía el primer chip del mundo que podía emular sintéticamente una voz humana, el TMC0280 (más tarde denominado TMS5100), que operaba en conjunción con un microprocesador de cuatro bits y dos unidades ROM de 128 Kb, una gran capacidad para la época, que sin embargo sólo podían almacenar un vocabulario total de trescientas palabras o frases en los escasos juegos que incluía de serie el juguete. Para superar esta limitación, los ingenieros de Texas Instruments diseñaron cartuchos para cargar nuevos juegos que se vendían por separado.
Su diseño con atractivos colores, teclado de membrana (en versiones posteriores con teclas-botón), y pantalla VFD (más tarde sustituida por un LCD), y su asa en la parte superior denotaba claramente su público objetivo. El juguete original, que estaba preparado para inglés americano estándar, posteriormente se adaptó a otras lenguas.
El éxito de Speak & Spell, que estuvo catorce años en producción, inició toda una serie de productos educativos utilizando la misma tecnología e idéntica filosofía: Speak & Math, Speak & Read y Speak & Music fueron sólo algunos de ellos. La mayoría de los mismos también se adaptaron a otros idiomas como el castellano, el francés, el alemán, el italiano o el japonés entre otros, para su introducción en esos mercados.
El Speak & Spell gozó de una aparición estelar en el film E.T. the Extra-Terrestrial (Steven Spielberg, 1982), y gracias a las connotaciones robóticas de su voz sintética, también ha disfrutado de un uso en grabaciones centradas en la música electrónica como Computerwelt (1981), de Kraftwerk, Dazzle Ships (1983), de Orchestral Manoeuvres In The Dark, Electric Head (1990), de The Grid, Data Rape (1998), de Experimental Audio Research (E.A.R.), o Gesamtkunstwerk (1999), de Dopplereffekt, entre otros.
Por otro lado, el juguete se convirtió también en un clásico entre los profetas del 'circuit bending', cuyo padre espiritual, Qubais Reed Ghazala, ha sido uno más de los que lo han utilizado para desnaturalizar completamente el instrumento original, transformando el sonido intrínseco del mismo hasta adaptarlo a sus propias necesidades. De hecho en varias de las grabaciones mencionadas anteriormente se usaron Speak & Spell modificados.
La revolución juguetera en materia musical a comienzos de los años 80 no sería completa sin la existencia de la firma Casio, el gigante japonés de las calculadoras y los relojes digitales multifunción de pulsera, y su serie VL Tone. En esta ocasión el producto resultante era una mezcla de calculadora, sintetizador y secuenciador monofónico aparecido con el nombre de VL-1, que junto a la famosa serie Casiotone supondría el comienzo para la multinacional japonesa en el terreno de los instrumentos musicales electrónicos que culminaría unos años más tarde con sus sintetizadores profesionales por distorsión de fase de la serie CZ.
Producido entre 1979 y 1984, el VL-1 era un pequeño sintetizador analógico con un tamaño poco mayor de un palmo, con un altavoz incorporado, pantalla LCD y provisto de un peculiar teclado-botón monofónico de dos octavas y media. El instrumento incorporaba un VCO, un LFO con efectos de trémolo y vibrato, cinco sonidos de fábrica y disponía de una memoria para registros de usuario, así como de un secuenciador monofónico con capacidad para cien notas, además de una sección de presets de ritmo.
El Casio VL Tone VL-1, juguete musical mítico de los años 80. |
En definitiva, Toy Instruments es un libro que hará las delicias de todos aquellos que fueron niños en los años 60, 70 y 80. Con él, más de uno podrá rememorar la época en la que extraía de algunos de los juguetes presentados aquí las tonadillas y los ruidos más insoportables para 'deleite' de familia y vecinos.
A veces sin tener constancia de ello, muchos se iniciaron en los sonidos y la música electrónica con aquellos toscos y disonantes juguetes. Algunos terminaron convirtiéndose en músicos gracias a ellos y no han sido pocos los artistas desprejuiciados que tras buscar durante años un sonido que los definiera, han visto en ellos una forma de desarrollar un sonido personal.
Desde un punto de vista práctico, Toy Instruments es un libro que puede resultar interesante para coleccionistas de juguetes, músicos que buscan nuevas vías de expresión a través de sonidos atípicos y necesitan un punto de referencia sobre juguetes musicales electrónicos del pasado o para los magos del 'circuit bending', que quizá encuentren en él un completo catálogo sobre el que planear sus próximas fechorías sonoras.
No obstante, sería interesante que en el futuro se realizara alguna obra que nos contara en profundidad las historias de algunos de los instrumentos de juguete que aparecen en Toy Instruments, o tal vez una segunda parte con todos aquellos que no han tenido cabida en este libro.
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