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La Selección de Nadie, la Selección de Todos: La Potencia de la Desesperanza

La esperanza aparece con frecuencia como un bien preciado, pero sin embargo, en condiciones extremas, como las que enfrentan los pueblos que lidian con el fin de sus universos sociales, es la desesperanza la que aparece como fuerza motriz de formas emergentes al reenfocar los esfuerzos colectivos al presente inmediato, y como ejemplo está esta selección. En un país signado por el derrumbe político y social, la selección 2022 despertó una simpatía inusitada, siendo producto de una crisis nacional que tampoco dejó indemne al fútbol, y esta selección es la mejor demostración de ello. Scaloni asumió esta responsabilidad por descarte, comenzando como ayudante de campo de anteriores cuerpos técnicos del seleccionado. Sin técnicos dispuestos a aceptar el reto, Scaloni fue asumiendo en forma creciente las responsabilidades de convocar a jugadores para los amistosos, hasta que fue provisoriamente confirmado (en conferencias de prensa, los periodistas llegaron a preguntarle si tenía "título habilitante"). La módica "Scaloneta", en ese sentido, fue la "selección de nadie". Luego, ante las primeras victorias, nadie se animó a reemplazarlo. La Scaloneta, por lo tanto, surgió en medio de una tierra arrasada, no demasiado diferente al país que representa - un 50% de pobreza, una deuda pública del 130% del PBI y una degradación del salario y las jubilaciones. Y desde allí ha comandado un equipo eregido como campeones mundiales, o la selección de los Nadies, la selección de Todos.

 

¿Ves que Argentina es un tango? Si no se sufre no vale, en el partido de hoy pareció eso y ahora la felicidad que parece eterna.

Jorge Garacotche

"Primero hay que saber sufrir, dice el tango, y eso somos: tango. Hipérbole permanente entre el amor y la desesperación. Primero hay que saber sufrir, dice el tango, y en este Mundial supimos sufrir para después amar y partir con la copa en las manos de nuestro capitán".

Juan Carrá - El fútbol se lo debía a su Dios

Ambos, Diego y Messi, a su manera y desde una perspectiva distinta, han trascendido los límites geográficos, deportivos, sociales y culturales: ya no pertenecen al fútbol, son el fútbol como expresión. (...) Diego y Leo, con sus improntas, movilizan el ser de los seres. El gol a los ingleses, las peleas con Havelange, el llanto en Italia, el renunciamiento a la selección, el llanto frente a Alemania, la postura frente a la FIFA de Infantino, llevan inscriptos significantes y significados que sintetizan rebelión de pueblos, sufrimiento de sociedades, “el negocio” de unos pocos, “el arreglo” de otros tantos, el atropello de soberanías, la reivindicación de sometidos, la segregación racial. Para no seguir abundando, en definitiva, este MaraMessi que nos pertenece, no solo por origen sino porque ambos lo han reafirmado con hechos, incorpora un mensaje subyacente difícil de conceptualizar.

Ceferino Namuncurá

"No se deje engañar por las superficies;
en la profundidad todo se vuelve ley".

Rainer Maria Rilke

"…va rumbo al norte y al sur y al infinito/y al golazo de una sola vez
porque hay días y hay partidos y hay mundiales/ en los que todo eso es posible de una sola vez".

Ariel Scher - "Alegría" (fragmento)

A continuación, algunas de las palabras que me han resultado más interesantes de las escritas para esta selección que hoy nos toca disfrutar con el corazón y con el alma.

 

El fútbol y el orden del universo

Más allá del acontecer superficial, debemos hacer el esfuerzo intelectual y afectivo de
leer las formaciones subterráneas.
Respecto del trajinar del seleccionado argentino de fútbol en el Mundial, algunas
posiciones relativamente piadosas (frente a otras de signo opuesto, por ejemplo: el
racionalismo ultra-liberal de La Nación) han reivindicado la predisposición popular de
gozar con “nimiedades”, con cosas “efímeras”. En forma paralela se han encargado de
señalar que, haga lo que haga el seleccionado argentino, no se alterará ni un ápice el
orden del universo. Aclaran, con garbo antropológico, que esa impotencia histórica de
ningún modo atenta contra la sensación de plenitud que puede generar el hecho de ganar
un partido, un campeonato. En fin, reconocen, con mucha razón, que nadie debería
arrogarse el derecho de administrar nuestro éxtasis e imponernos unos manantiales
predeterminados. A pesar del aparente “progresismo” que destilan, estos puntos de vista
ocultan una pedagogía paternalista y soberbia que se expresa en el gesto de concederle
“generosamente” al pueblo el derecho a algunas alienaciones (casi nunca usan esa
palabra) de efectos gratificantes en lo inmediato; alienaciones dosificadas, claro.
Pues bien, nos permitimos dudar del carácter “nimio” y “efímero” del goce popular en
torno al asunto futbolístico en cuestión. La idea de una “alienación tolerada” nos parece
espantosa.
Más allá del acontecer superficial, debemos hacer el esfuerzo intelectual y afectivo de
leer las formaciones subterráneas. Al margen de la imagen socialmente cohesiva que se
le atribuye al fútbol, las formas de vivenciar el fútbol tienen innegables connotaciones
de clase (entre otras). Entonces, en el fondo del goce popular (de este goce futbolístico y
de otros goces populares) hay elementos políticamente muy potentes y conmovedores;
si se quiere, elementos “trascendentes”, antítesis de lo alienante.
En primer lugar: un modo de ser con el corazón a flor de piel basado en la confianza en
la vida y capaz de sobreponerse a las peores adversidades. Ese modo de ser siempre
interpeló a las clases dominantes y a otras ideológicamente subsidiarias que la orbitan.
En segundo lugar: la necesidad de crear mitos “eficaces” que encarnen pasiones
colectivas. Nos emociona la capacidad de nuestro pueblo (de todes nosotres) para crear
ese tipo de mitos. Incluso con insumos que, a pesar de ser portadores de destrezas,
magias y ternuras, a veces, distan de ser los ideales.
En tercer lugar: la búsqueda espontánea y siempre creativa de circunstancias culturales
y/o festivas que permitan sentir al unísono.
Por cierto, ahí tenemos tres elementos imprescindibles para alterar el orden del
universo. El fútbol, cada tanto, lo pone en evidencia.


Miguel Mazzeo


Nihilización de los dioses

Todo desafío al poder terrenal establecido es la afrenta trágica a los poderosos; el trabajo, los sueños, las expectativas, los bienes anhelados, la felicidad del pueblo, el futuro y la vida son sus prerrogativas; y el diezmo, los argentinos arrodillados.
Siempre ha sido así. Hoy nada ha cambiado en las estructuras mentales de los rapiñadores que conocemos, los abortadores de sueños, los que incuban tanto odio como grandeza nos pertenece: basta ver las notas en Clarín de Adrián Maladesky o de Cristian Grosso en La Nación, voceros “mano de obra barata”, sangrando por sus jefes. Hasta eso ha llegado la indignidad: no solo ser voceros, no solo ser quienes ponen la cara para recibir las trompadas; el rastrerismo es tal que hasta se inmolan por Magnetto y por los Mitre.
Hecha esta aclaración, no es necesario abundar más para saber que destilan veneno, que ni han suturado las heridas que le propinó Diego, quien los apuñaló con magia –ya que he ahí el secreto: cuchillo, daga o sable no hubiese servido, se hubiesen recuperado; nada es tan inmune al odio, al veneno o a sus miserias como herirlos con el “rayo” justiciero del rebelde, nada como desnudarlos con un conjuro y descubrirlos apátridas, inmorales y obscenos. El gol a los ingleses fue una afrenta no a los ingleses, fue una afrenta al cipayaje argento: devolver al pueblo el imaginario de “Rattín” sentado en la alfombra que los eternos inmorales pisaron y pisan para consumar la entrega de nuestra patria.
Y además “la irreverencia”, ¿de quién? ¿Del Diego? ¡No! Él se cansó de enrostrarles valentía, pero esto es más doloroso: los traicionó este dios maradoniano que es Messi, el Leo. ¿Qué tul? No lo pueden procesar: los desequilibró, los defraudó ese Messi producto de su construcción mental que solo daba alegrías de exportación. Osar dar felicidad a un pueblo a prueba de “mala leche mediática” es como escupirles el asado que vienen cocinando desde que Perón y Evita resumieron el sentir popular de este país, es desbocar el potro nacional al que “ya casi lo tenían”. Tengo algunas vulgaridades, Grosso –perdón, tengo unas vulgaridades, Clarín–: “la tienen adentro, muchachos”, la felicidad no solo es brasilera.
Pero, atención, nada está asegurado, y no han de parar: es una lucha de intereses y de perspectiva. Lo único seguro es nuestra dignidad, la de los pibes de la selección, lo único que está asegurado es nuestro amor infinito a nuestra patria y a nuestra camiseta, reafirmada la vocación universalista de nuestra identidad como ser nacional; lo demás es lucha, es sufrimiento cuando hay que sufrir y festejo cuando nos regalamos tanta felicidad. La escoria política, judicial y empresarial seguirá estando; solo es un alto que nos merecemos, pero también un tiempo para rearmarse. Los destinos se construyen, y he ahí el signo.
Desde tiempos inmemoriales conviven con el instinto de aniquilación, silenciamiento y adoctrinamiento. Lo sabemos, o al menos lo sabíamos: los dioses los han desenmascarado, el Diego y el Leo les birlaron el ultimo tabú. No nos quieren, nunca nos quisieron, intentaron robarnos significaciones, intentaron vaciar los contenidos, se mueren por vernos arriar nuestras banderas. Es entendible: fuimos y somos el umbral que ha hecho posible que no se roben todo. Pero esto es demasiado: intentar vaciar de significado a un pueblo, a una nación y a una bandera es la expresión más manifiesta de mentes enfebrecidas de resentimiento.
Nada alcanzará, nada será suficiente para hacer desparecer, como es su costumbre, la marca indeleble de esos dioses criollos de Fiorito y de Rosario, el Diego y el Leo. Lo siento.

Ceferino Namuncurá

 

Campeones del mundo en fútbol y alegría

Hoy vuelve a ser primavera. Intensa, olorosa, desafiante. La alegría funda su patria y su bandera: celeste y blanca como una flor de cerezo iluminada a cielo abierto. Los paraísos deseados son siempre paraísos perdidos, por eso los sueños deben bajar a tierra, para ser creíbles, reconocidos. Argentina se convierte, una vez más, en campeón del mundo en fútbol y en alegría. Una placer contagioso que estremece las honduras del alma, y permite beberse la vida a borbotones.
Esa inasible belleza de la fiesta donde no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos. El amor y la amistad no unen tanto como el odio, decía Chéjov. A esta felicidad le esperan algunas vallas negras. Ese encono ciego que se alimenta de la deshumanización del otro, de un yo frágil, fragmentado, donde la figura humana deja de conmover. Algo que nos dice que no todas las vidas son iguales, ni toda alegría merece el mismo llanto.
Volvimos a «ser». A construir un fútbol que te muerde las tripas, te vacía el hígado, y no te suelta. Voraz en los gestos, en las formas, en los detalles. Todo nervio, despierto, concentrado, metido en el partido. Impecable en la presión por la recuperación del balón y en el cobijo de la posesión. Esa manera de pensar y de pensarnos que nos identifica con esa humilde y sencilla interpretación del fútbol ofensivo. Un fútbol sostenido en el arte de la seducción, de lo sublime; empecinado en persuadir, en hechizar, en cautivar. Argentina se quiso, se gustó. Con carácter, con personalidad le desfiguró el rostro a una Francia irreconocible, que se sobrepuso sobre el final en un empate inmerecido. La «Justicia» amaneció en los penales.
Esta Selección fue nuestra «madre». Aguantó en silencio los reproches, nos fue dando los «dulces» de a poco, y nos esperó despierta toda la noche a que «regresáramos» a su fútbol. Siempre estuvo ahí, con un pañuelo mojado en saliva dispuesta a limpiarte los restos de desayuno de la comisura de los labios. Hoy, esta «madre» de todas las madres supura felicidad. Nosotros también.
La fiesta sin orillas lava el aire, y el sol de la tarde se posa calmo sobre las caras de un pueblo lleno de lágrimas y alguna sonrisa. La belleza desatada retuerce el alma y baila fulgurosa sobre las copas de los árboles. El odio espera, como siempre, agazapado. No sabe que hoy vuelve a ser primavera, con o sin vallas negras.

José Luis Lanao - Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979.

 

Venípacá Copa del Mundo (Y vó… quémirá?, andápayá!)

(...) Pareció una final del Tercer Mundo, ese mundo en el que un grupo de grandes naciones y pueblos del Sur planetario se hicieron fuertes… Un equipo de Sudamérica, con la camiseta de un país empobrecido por las aves de rapiña, en el que, cuando cantan que otros “lo miran por TV”, de verdad lo están mirando por las TV de las barriadas y las villas y las pobrezas. Contra un equipo de, básicamente, afrodescendientes, muchachos que llegaron desde otra pobreza o que fueron paridos en las periferias de las riquezas por sus madres migrantes, repudiadas, como sus padres apenas ocupados, marginados, discriminados… salvo que toquen la pelota y la transformen en joya.
Pero no fue una final del Tercer Mundo, fue la Final de un Nuevo Mundo, ese en que las colonias no llegan a convertirse en naciones soberanas y permanecen como colonias que, apenas cambiaron las cadenas de hierro de la esclavitud, por las de la dependencia y la explotación. Eso sí, tiñeron las pieles de sus colonizadores; una diferencia con los argentinos, que sorprenden a los sabios de Estados Unidos porque no tiene “negros” en su plantel; tan ignorantes como usurpadores, no saben de Sarmientos ni Rocas ni Mitres, no registran que, en una misma guerra, la de la conquista de un “desierto” poblado de pueblos, en la que los negros de la esclavitud (y los pobres del campo) murieron matando a los indios.
De este lado del Atlántico, o en este hemisferio sureño, el mejor plantel del campeonato logró dar vuelta esa historia en la que, hasta este domingo 18 los europeos se habían  quedado con los últimos cuatro mundiales; incluso, tres de esas finales fueron  un mano a mano entre equipos de aquel continente.
Buena parte de la prensa argentina se enojó cuando el hijo de la argelina Fayza Lamari y el camerunés Wilfried Mbappé Lottin, días antes del campeonato absurdamente jugado el Qatar por un acto de corrupción también mundial[ii], afirmó que “En Sudamérica, el fútbol no está tan avanzado como en Europa”.
En realidad la locomotora francoafricana no hizo más que complementar la concepción desarrollada desde Carlos Salvador Bilardo para acá, sobre la superioridad de los jugadores argentinos que compiten en Europa, contra “los mejores del mundo”… Una verdad que los Julián Alvarez o Enzo Fernández, convertido en mariscal del medio campo,  desmintieron en poco minutos, en Manchester, en Lisboa y, es obvio, en Doha, donde obligaron a corregir una negación de años.
La pelota y la vida
Muchos ven en el fútbol una metáfora del país, una expresión de la historia. Los análisis incluso comparan “grietas” políticas con “solidaridades” futboleras. En realidad, es el deporte que enciende al pueblo argentino; engancha a mujeres, hombres y diversidades, a personas mayores y piberíos, a pobres y ricos, a decentes y trabajadores con delincuentes y empobrecedores con los que, tal vez, hasta terminen abrazados en alguno de los millones de festejos celestes y blancos.
La pelota, no importa si se llama “Al Rihla” o “pulpo”, además de despertar pasiones, muchas veces canaliza frustraciones, permite expresarse, reivindicar situaciones, denunciar injusticias.
Este fue el Mundial de Messi, por ser el mejor de todos, el del control de pelota único, de la sencillez de pibe de barrio,  quien parece absolutamente ajeno a las toneladas de millones que genera cada uno de sus movimientos o de sus escasas palabras… Lo compra el mercado, lo adora el mundo, que en tantísimos casos se convirtió albiceleste.
Responde con lo que debe responder, gambeta, precisión, genio, gol y gol y gol. Es el ídolo exacto del tiempo que corre. El que solo se saca fotos con su esposa, con sus hijos, con sus amigos. Como esa tarde inolvidable del Estadio Lusail, donde su equipo jugó el mejor partido del torneo, y definió por penales un encuentro que debió terminar en los 90 minutos y por dos goles de diferencia.
Esta vez, el Arco del Triunfo se trasladó de París a la esquina porteña de las avenidas 9 de Julio y Corrientes y a todas las esquinas y los hogares y las canchitas y los hospitales y las cárceles y las chacras y las calles de un país que, durante 30 días, estuvo pendiente de una pelotita, y el domingo a las 14 y 27 estalló de gol.  Al otro día comienza la vida, como siempre.

Carlos A Villalba





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Ideario del arte y política cabezona

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"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.