Como siempre, por más que nos encante el arte, la música, volar, divagarse, no nos parece, al menos en este espacio cabezón, motivo para evadirse de la realidad, ni tampoco momento para hacerlo. Por eso traemos algunos textos que nos parecen interesantes y actuales, otros los generamos nosotros, con menor gracia y talento, pero siempre con la intención de abrir los ojos y ayudar al que quiera hacerlo, para mirarnos los unos a los otros, para mirarnos al espejo, para mirar nuestro entorno y decidir qué cosas queremos transformar, deconstruir, y transformarnos en el intento. Aquí, otro texto que me pareció interesante y quería compartir con el distinguido público cabezón.
Por Gabriel Eira y Nicolás Guigou*
I. La sorpresa.
Desde el oriente del Río de la Plata asoma un balconcito que no puede evitar cierto aire pueblerino. Como todos los diciembres, los que allí balconean preparan sus enseres para ese letargo (cada vez más interrumpido por las lógicas febriles del exigente capitalismo contemporáneo) que suele extenderse hasta el mes de abril. Estamos en Uruguay, en los finales del año 2019. Una atmósfera peculiar y visible producto del triunfo electoral de una coalición de centro-derecha y el consecuente final de la etapa progresista en esta parte del mundo, generan ciertas inquietudes sobre el futuro. De cualquier forma, las certezas mesocráticas son más fuertes: como siempre, nada cambiará demasiado. Por debajo, las diferentes formas de violencia social continúan explotando: femicidios, ajustes de cuentas entre narcos y la autoeliminación (una violencia silenciada) alcanza un récord histórico, manteniendo a las tierras orientales en el ya clásico primer lugar de país con mayor número de suicidios de América Latina.
Esta peculiar forma de normalidad vernácula aún no logra registrar la información procedente de Wuhan, una lugar que continuaba siendo tan exótico como China (pese a Huawei, Xiaomi, Chery, Byd y Geely, Mao Tse Tung, El Gran Salto hacia Adelante y la también Gran Revolución Cultural Proletaria).
El SARS-CoV-2 todavía no había sido descubierto y la peste que aparecía en dicha ciudad (Covid-19) carecía de nombre.
Los veraniegos habitantes de la República Oriental ojeaban desde la distancia, con la misma lejanía que supieron tener frente al ébola africano de 2016. Aquellos informes aún podían ser oteados desde el ombligo de una mismidad veraniega, lejana al mundo y más a ese Oriente de ojos rasgados y totalitario.
II. Virus, mundo analógico y digitalidad.
Los virus (como el SARS-CoV-2) no son más que algoritmos de información (ADN o ARN) almacenados en cajas de proteínas. Como con los organismos vivos, la información de los virus evoluciona y se reproduce, pero para hacerlo necesitan agenciarse con organismos de los cuales extraer información que les permita hacerlo. Por ello no pueden reproducirse en el exterior de una célula huésped. La información de los virus re-programa la información extraída para que ésta se transforme en nueva información a re-programarse. En fin. La membrana de la mismidad celular estalla con la potencia de la información re-programada. Cada re-programación conlleva riesgos de alteración de datos, lo cual colabora con la velocidad con la cual los virus mutan.
Un virus informático no es más que un algoritmo de información digital que tiene por objetivo alterar el funcionamiento de dispositivos informáticos. Buscan y reemplazan información ejecutable por otra, que posee, también, la función de propagarse. Como los virus biológicos lo hacen con los organismos, los informáticos pueden llegar a destruir o solamente producir molestias. Se trata de información que agencia información para re-programar información. Su coeficiente de riesgo se configura a partir de dicho procedimiento. Aquí también la mismidad de la información corre el riesgo de estallar, a través de aquellos enlaces que eventualmente establezca con otros dispositivos.
La información analógica se configura a partir de establecer analogías entre distintos elementos. Se trata de atribuir a unos elementos las propiedades de otros que pudieran resultar análogos. Esta información (aunque pudiera llegar a pretenderlo) no puede llegar a ser matemáticamente cierta, solamente puede intentar maximizar su coeficiente probabilístico. Se trata de una información que navega en el plano de la inducción; la certeza de sus premisas apoyan sus conclusiones, aunque no las garantizan.
Este modo de información, que caracterizaba la comunicación y el procesamiento de datos hasta fines del siglo pasado, ha sido transformado en la digitalidad que hoy habita y es habitada por los sujetos humanos.
Pero esta condición de digitalidad (nomenclatura que que propusiera el informático norteamericano Nicholas Negroponte) se diagrama dentro de las reglas de juego del capitalismo; un algoritmo, un conjunto ordenado y finito de operaciones orientadas por la búsqueda compulsiva de acumulación. Se trata de esa mano invisible de la codicia en la cual Adam Smith identificaba la riqueza de las naciones. Pero esta mano invisible se codifica como un algoritmo de información que busca reemplazar toda otra información ejecutable, buscando, de esta manera, propagarse como única información viable. Como un virus, la mano invisible se agencia la información del organismo infectado para transformarse en la naturaleza propia de la información agenciada. La membrana de la mismidad estalla tras negociaciones del libre mercado.
III. Digitalidad y Covid-19.
La membrana analógica del capitalismo del Siglo XX estalla a partir del agenciamiento entre dos tecnologías virales solidarias: la digitalidad de Negroponte y la pandemia de Covid-19 que la OMS reconociera como tal a fines de enero de 2020. Ya no se puede balconear alegremente sobre el Río de la Plata. Las tres perillas de las que habla el presidente Lacalle Pou imponen esconder el balconeo tras un barbijo (siempre que se lo pueda comprar o, al menos, artesanear), quedarse en casa y comprar online. El virus ya se encuentra re-transformando la re-información de tres perillas; la de la salud, la de la economía, y la de la seguridad.
El organismo infectado es la especie toda (por el Covid-19, la web y la mano invisible). El aislamiento, en tiempos de pandemia, genera un efecto de coalescencia en el cual partículas, tendencias y fuerzas opuestas se aglutinan por fin en el atanor alquímico, capaz de parir de manera definitiva y cierta el homúnculo del capitalismo del siglo XXI. Pandemia (del griego pandēmía) significa, además de enfermedad epidémica que se extiende a muchos países, “todo un pueblo” (al menos etimológicamente). De allí que también refiera a lo que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región.
Por ello, la web es pandémica (los usuarios la llevan en el bolsillo con el smartphone), tanto como el Covid-19 y la manito de Adam Smith.
El siglo XXI acaece con un homúnculo difícil de auscultar y descifrar. Ni humano ni individuo, ese ser pareciera hiperbólico y sobre-dimensionado en su supuesto estar y habitar. Deseoso y obediente en su abandono del capitalismo analógico, el homúnculo se adiestra en esta contemporaneidad del encierro, en esta migración radical hacia la digitalidad plena. Atrás, quedan las ruinas, unas sobre otras, de la humana historia que el ángel benjaminiano observaba con desesperación y horror. El homúnculo ya no mira la pantalla. Se adentra en ella, deja que ingresen en sus pequeños miembros, en sus poros y piel mercuriales, las nuevas y viejas conexiones. Se trata de un capitalismo digital y de la digitalización del capitalismo. La manito de Adam Smith juguetea con el teclado de la notebook y la pantalllita del smartphone, mientras engorda su ociosidad corporal gracias a “pedidos ya” y al quedarse en casa. Como garantía:ß el miedo. Aquellos que no logren ingresar de manera adecuada y cierta a la matriz comunicacional, aquellos que no logren acceder como fuerza de trabajo virtualizada, conformarán una suerte de sobrante incapaz de ser digerido por las nuevas condiciones de producción y reproducción de la economía digital.
En ella, el eje vector, la fuerza productiva principal, son los datos del pensamiento. Un pensamiento no humano, con danzas de algoritmos, nano-bots y sofisticadas mezclas de especies, que devuelven al humano la imagen desfigurada de sí mismo; su propia mutilación. Se trata, también, de un enterramiento de todo el cuerpo institucional producido por las ilusiones del capitalismo analógico: individuo, sujeto, ciudadanía, democracia.
Mientras tanto, las conferencias de prensa informan lo que no informan, desdibujando las performances de la izquierda y de la derecha. La membrana estalló, nadie juega a predecir más que aquello impredecible a lo cual aferrarse en el pasado.
La editorial digital ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), una idea bajo licencia Creative Commons de Pablo Amadeo, se define como “una iniciativa editorial que se propone perdurar mientras se viva en cuarentena, es un punto de fuga creativo ante la infodemia, la paranoia y la distancia lasciva autoimpuesta como política de resguardo ante un peligro invisible”. Desde allí, en marzo de 2020 se ha publicado “Sopa de Wuhan” y en abril “La fiebre”. “Sopa de Wuhan” fue duramente criticado por varios colectivos –entre ellos la Red de la Diáspora China-, por incentivar el racismo y la sinofobia. Otro texto en medio del ataque de hiperproducción editorial generado por la pandemia, es el muy recomendable “Contagio social. Guerra de clases microbiológica en China” del colectivo chino Chuang. No obstante, pese a la reconocida brillantez de la multiplicidad quienes firman cada uno de los artículos allí publicados en lo único que coinciden es en un solo acierto: ninguno tiene la menor idea de en qué ni hacia qué se está derivando. Y en el balconcito, los actantes siguen mirando.
No va más, por favor pasame un mate.
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