El videoclip es hoy el producto cultural más consumido por los jóvenes, por encima de libros, películas, videojuegos o programas de TV. Prólogo a la edición cubana de "La dictadura del videoclip", libro de Jon Illescas. Un libro imprescindible. Tomando como análisis los 500 vídeos más vistos en YouTube, Jon E. Illescas expone las constantes y las ausencias más notables de este nuevo contenido audiovisual que condiciona la vida de millones de jóvenes en todo el mundo. El libro, que narra de forma crítica la biografía de las 20 estrellas más importantes del pop señalando controvertidos aspectos de su camino hacia el poder, expone las conexiones ocultas entre las estrellas del pop, la industria cultural, el narcotráfico, la alta política y el capitalismo global. Porqué, ¿cómo acabó Katy Perry trabajando para el Pentágono o Shakira para el presidente de los EE.UU.? ¿Cómo se ponen “de moda” las canciones que todos cantamos y conocemos? ¿Qué relación hay entre videoclips y falta de conciencia crítica de gran parte de la juventud?
¿Cómo es posible que un libro de ensayo, con más de seiscientas páginas y mil trescientas notas, acumule en breve tiempo tres ediciones impresas y su versión digital se comercialice exitosamente en internet? ¿Cómo es que la aparición de una obra como esta, que desde la primera página se declara abiertamente marxista y anticapitalista, provocó numerosas reseñas en medios de comunicación que sistemáticamente profesan todo lo contrario a lo que ella plantea? Son preguntas que asaltan la mente al conocer la historia de este título de Jon Illescas, cuyo acceso él ha tenido la deferencia de facilitar al lector cubano y que muchos coinciden en definir como la investigación más completa, al menos en lengua española, sobre el producto de la industria cultural que más impacto viene teniendo desde hace más de una década entre los jóvenes del mundo entero, y cuya influencia -con el crecimiento constante de los accesos a internet- no ha hecho sino multiplicarse.
La dictadura del videoclip es una obra multidisciplinar que quiere analizar la propiedad y el funcionamiento de las grandes empresas que crean la música de masas, pero que, además, se propone desvelar cómo la élite de la clase dominante reproduce en los jóvenes valores e ideologías funcionales para renovar su poder.
Por Iroel Sánchez
Este no es un libro contra el videoclip sino contra su control y utilización por un puñado de empresas transnacionales, y gobiernos al servicio de aquellas, con afanes de dominación global. Vistas desde quienes aspiran a la diversidad cultural, las estadísticas que muestra este título resultan inquietantes:
De los diez videos más vistos en YouTube entre 2005 y 2015, siete son estadounidenses, uno coreano, uno canadiense y uno español.
El 61.5% de las banderas que aparecen en videoclips son de Estados Unidos, multiplicando por seis la frecuencia del segundo país: Gran Bretaña
El 90% de los videoclips son cantados en inglés
En casi cuatro de cada diez videos (39.8%) hay apología de drogas legales (casi siempre alcohol) y en más de uno de cada diez ilegales (marihuana casi siempre)
El autor logra aquí combinar de modo ameno la anécdota y el análisis más riguroso con las estadísticas y las citas que lo argumentan en su crítica a la industria cultural hegemónica. Sin embargo, eso no lo hace ciego frente a las incoherencias de quienes deberían ser su alternativa, incluyendo músicos, organizaciones y gobiernos que se reconocen, o han reconocido, como de izquierda o socialistas, aunque en ocasiones la poca información disponible desde estos propios procesos y la inundación de información estereotipada, lo haga, con honestidad, relativizar o poner en duda sus propios juicios. Aún en ese contexto resalta su reconocimiento de cómo en Cuba la producción de videoclips se orienta “por lógicas más cercanas a la artística”, percepción que seguramente profundizará en su contacto con nuestra realidad a partir de las apropiaciones y acercamientos que despertarán entre nosotros la publicación de su libro, porque más allá de nuestras propias manquedades distamos mucho de estar en una urna de cristal, es creciente el acceso de los jóvenes cubanos a internet y recientes investigaciones señalan a YouTube como la red social más visitada en la Isla.
Hay aquí una certera mirada acerca de cómo se mezclan en esta industria – con una eficacia creciente, facilitada por el big data- lucro, seducción, censura y hegemonía, pero también lo que muchas veces se extraña en otras obras de este tipo: propuesta de alianzas y articulaciones financieras, de realización y distribución, que permitirían estimular la existencia y remuneración de lo que el autor llama videoclip contrahegemónico, dentro del cual lista obras hechas en Cuba.
Leer este libro desde América Latina remite a la poca prioridad que los proyectos de integración para la producción audiovisual, y de la industria cultural en general, han tenido entre aquellas fuerzas de izquierda que han llegado al gobierno en las últimas dos décadas en la región y han debido concentrarse en la batalla política, comunicacional, económica y militar sin cuartel planteada por el imperialismo, lo que se refleja en su poca presencia en las plataformas y estrategias de comunicación, más centradas en la urgencia del combate informativo que en la articulación de alternativas que potencien la producción y circulación de realizaciones audiovisuales contrahegemónicas.
Por ejemplo, hace pensar en que, en Latinoamérica, TeleSUR debería ser el inicio del despliegue de las potencialidades de un espacio audiovisual común latinoamericano. Un país con la densidad cultural de Argentina diversificó y multiplicó, durante los gobiernos de los Kirchner y bajo la dirección del cineasta Tristán Bauer, la producción audiovisual con fines educativos y culturales, creando productoras y nuevos canales televisivos también con presencia en internet. El trabajo conjunto de esos canales con pequeñas y medianas casas productoras, instituciones y ministerios argentinos, generó, desde el año 2007, 21.000 puestos de trabajo entre especialistas de la industria audiovisual y gestores de los contenidos relacionados con objetivos culturales, educativos, identitarios y emancipatorios en las distintas esferas del arte y la ciencia, pero eso trascendió muy poco fuera del país sudamericano en los momentos en que más auge tuvieron los procesos de integración regional. El regreso de un gobierno postneoliberal a Buenos Aires, en el que Bauer es el Ministro de Cultura, hace pensar en una segunda oportunidad para la integración latinoamericana en este frente.
La lectura atenta a los inicios de este volumen puede ofrecer algunas respuestas a las preguntas iniciales y el conocimiento de su autor, para también hacernos saber que a pesar de los más altos lauros académicos obtenidos por la investigación doctoral que sirve de base al libro en dos de las más prestigiosas universidades españolas, Illescas no es admitido como docente en esas ni en ninguna otra casa de altos estudios y se desempeña hoy como profesor de Bachillerato y Secundaria Básica en su país, un oficio que él plantea le ha permitido encontrar nuevos aprendizajes entre quienes son sus alumnos.
Pero después de leer este volumen, comprenderemos que hay pocos oficios más importantes hoy que impartir “Cultura Audiovisual” a adolescentes y jóvenes, como hace Jon Illescas, compartiendo con los ciudadanos del futuro la sabiduría que las investigaciones contenidas en este libro le ha aportado. No será la primera vez que ideas y conocimientos rompan los muros de un aula, o las páginas de un libro, para contribuir a la transformación de la realidad. Y en ese propósito es un paso significativo la publicación de esta obra en Cuba, una isla que tiene entre sus más importantes desafíos renovarse y seguir siendo ella en medio de una guerra formidable que no es sólo económica sino también, y sobre todo, cultural.
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