“No es de hoy que los chicos mueren en esta época del año, hace muchos años que sucede esto en la provincia […] esto parece una historia repetida de hace mucho tiempo”, afirmó la Ministra de Salud Pública de Salta, Josefina Medrano de la Serna, ante la muerte de ocho niños de la comunidad wichi, relacionadas con la desnutrición y la falta de agua potable.Al leer el curriculum vitae de la Ministra se puede constatar que tiene numerosas credenciales académicas: egresada de la Universidad de Buenos Aires, residencia en Pediatría en el Hospital General de Niños «Pedro de Elizalde», especialista en Pediatría por la Sociedad Argentina de Pediatría, cursos de posgrado en el Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria, coordinadora en la provincia de Salta de los programas Nacer y Sumar con financiamiento del Banco Mundial, rotaciones por servicios y universidades de distintos países y una permanencia en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. Ante esas credenciales, nos preguntamos: ¿son pertinentes para la salud pública de Salta? Recordemos que Salta no es una provincia pobre, es una provincia con muy fuertes desigualdades. Históricas desigualdades, agregaríamos. No podemos olvidar ni dejar de relacionar la frase de la Ministra con la propuesta del anterior gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, quien trató de predecir, junto a Microsoft y a través de inteligencia artificial, qué adolescentes iban a quedar embarazadas con la idea de “prevenir” los abortos en la provincia.
Pobres (y universidades) hubo siempre
La universidad, ¿está de espaldas a los problemas nacionales o relacionada con ellos?
El escudo de la Universidad Nacional de Salta lleva inscripta la frase: “Mi sabiduría viene de esta tierra», del escritor salteño Manuel J. Castilla. Esa frase entra en clara contradicción con lo dicho por la Ministra. Por ello nos preguntamos: ¿qué se aprende en la universidad y en los posgrados, sólo técnicas descontextualizadas? ¿Qué intereses representan esos lugares de enseñanza? ¿Son lugares de pensamiento o maquilas de ideas importadas para que los egresados universitarios no piensen? ¿Qué sabiduría tiene la Ministra respecto de su tierra?
La naturalización de los problemas sociales y la idea de la enfermedad como una historia natural se contraponen a los planteos teóricos que sostienen que la enfermedad es una construcción social. La naturalización de lo social ignora los intereses dominantes en los procesos relacionales para reemplazarlos por interpretaciones evolucionistas (neodarwinismo social), que fundamentan esas muertes infantiles como parte de lo “normal”.
La historia a veces se repite, pero para que se repita es necesario ejercer el olvido. En el noroeste argentino, en el siglo pasado, hubo quienes pensaron y actuaron de manera distinta. Así, mientras Carlos Alberto Alvarado –en el primer gobierno de Perón– erradicaba la malaria y buscaba en los agentes sanitarios una forma de estar junto a las poblaciones para identificar sus problemas, Avelino Bazán, dirigente minero y diputado provincial en 1966, presentaba el proyecto de ley para la creación de una universidad en la provincia de Jujuy, para que los hijos de los mineros pudieran formarse. La universidad se crea en 1972 como universidad provincial y en el año 1975 pasa a ser universidad nacional. Bazán está desaparecido desde 1978. ¡Una universidad nacional pensada por un minero! ¿Qué tan conocidas son estas historias? Alvarado y sobre todo Bazán son parte del olvido de la mayoría de la sociedad argentina, incluso en las provincias que conforman el noroeste argentino.
Jauretche y sus zonceras argentinas —que al decir del propio autor “son zonceritas biznietas de Civilización y barbarie”— siguen más vigentes que nunca, revelando el modo de sentir de la «intelligentzia«: la sabiduría viene de otras tierras, de las universidades del norte, así la ciencia y la tecnología se comportan como ideologías.
Quienes somos descendientes de inmigrantes que escaparon de la pobreza hacia el continente americano y que, a su vez somos la primera generación egresada de la universidad en la familia, ¿podemos explicarles a descendientes de pueblos originarios cómo se debe vivir en sus tierras? Y si fuera necesario, debiéramos preguntarnos: ¿qué pasó en esas tierras, para que no consigan sobrevivir en ellas? A fines del siglo XVIII, Goya escribió en una de sus aguafuertes “El sueño de la razón produce monstruos”.
La universidad medieval impuso la escolástica (la verdad está en los libros), sobre la cual se construyó la ciencia europea que se autodenominó –no exenta de oportunismo– “ciencia universal”, saberes que de tan universales se descontextualizan. Esa situación llevó a Ortega y Gasset, en la primera mitad del siglo pasado, a calificar a los universitarios como los bárbaros modernos: “Cada vez saben más de menos”, en una clara crítica a la razón moderna. Décadas más tarde Oscar Varsavsky calificó como cientificismo a esa descontextualización. La Ministra de Salta, a partir de sus declaraciones, puede ser encuadrada en dichas concepciones. Lo cual nos lleva a realizar algunas preguntas: ¿la universidad está de espaldas a los problemas nacionales o relacionada de manera fuerte con ellos? ¿Tenemos una universidad aislada de sus comunidades o en estrecho vínculo con ellas? ¿Construimos una universidad inclusiva o de élite? ¿Podemos tener una universidad inclusiva sin perder calidad científica? ¿Tenemos una universidad que produce ciencia contextualizada o sigue agendas de países centrales? ¿Bajo qué standards buscamos productividad científica?
En síntesis, qué universidad, qué profesionales y para qué modelo de país son interrogantes que deberían ser parte de las políticas de ciencia y técnica. Pero mientras esas preguntas sigan sin respuestas, el sentido común seguirá colonizando las universidades y desde ciertos espacios académicos –sobre todo privados– se fomentará la tecnocracia en las elites gobernantes.
La expresión del sentido común de “pobres siempre hubo” exige una respuesta de la institución universidad, porque de lo contrario la frase podría ser ampliada a “pobres siempre hubo, universidades también”.
Hugo Spinelli
Pobres (y universidades) hubo siempre
Ministra de Salud Josefina Medrano de la Serna. |
Por Hugo Spinelli - Director del Instituto de Salud Colectiva, Universidad Nacional de Lanús.
El escudo de la Universidad Nacional de Salta lleva inscripta la frase: “Mi sabiduría viene de esta tierra», del escritor salteño Manuel J. Castilla. Esa frase entra en clara contradicción con lo dicho por la Ministra. Por ello nos preguntamos: ¿qué se aprende en la universidad y en los posgrados, sólo técnicas descontextualizadas? ¿Qué intereses representan esos lugares de enseñanza? ¿Son lugares de pensamiento o maquilas de ideas importadas para que los egresados universitarios no piensen? ¿Qué sabiduría tiene la Ministra respecto de su tierra?
La naturalización de los problemas sociales y la idea de la enfermedad como una historia natural se contraponen a los planteos teóricos que sostienen que la enfermedad es una construcción social. La naturalización de lo social ignora los intereses dominantes en los procesos relacionales para reemplazarlos por interpretaciones evolucionistas (neodarwinismo social), que fundamentan esas muertes infantiles como parte de lo “normal”.
La historia a veces se repite, pero para que se repita es necesario ejercer el olvido. En el noroeste argentino, en el siglo pasado, hubo quienes pensaron y actuaron de manera distinta. Así, mientras Carlos Alberto Alvarado –en el primer gobierno de Perón– erradicaba la malaria y buscaba en los agentes sanitarios una forma de estar junto a las poblaciones para identificar sus problemas, Avelino Bazán, dirigente minero y diputado provincial en 1966, presentaba el proyecto de ley para la creación de una universidad en la provincia de Jujuy, para que los hijos de los mineros pudieran formarse. La universidad se crea en 1972 como universidad provincial y en el año 1975 pasa a ser universidad nacional. Bazán está desaparecido desde 1978. ¡Una universidad nacional pensada por un minero! ¿Qué tan conocidas son estas historias? Alvarado y sobre todo Bazán son parte del olvido de la mayoría de la sociedad argentina, incluso en las provincias que conforman el noroeste argentino.
Jauretche y sus zonceras argentinas —que al decir del propio autor “son zonceritas biznietas de Civilización y barbarie”— siguen más vigentes que nunca, revelando el modo de sentir de la «intelligentzia«: la sabiduría viene de otras tierras, de las universidades del norte, así la ciencia y la tecnología se comportan como ideologías.
Quienes somos descendientes de inmigrantes que escaparon de la pobreza hacia el continente americano y que, a su vez somos la primera generación egresada de la universidad en la familia, ¿podemos explicarles a descendientes de pueblos originarios cómo se debe vivir en sus tierras? Y si fuera necesario, debiéramos preguntarnos: ¿qué pasó en esas tierras, para que no consigan sobrevivir en ellas? A fines del siglo XVIII, Goya escribió en una de sus aguafuertes “El sueño de la razón produce monstruos”.
La universidad medieval impuso la escolástica (la verdad está en los libros), sobre la cual se construyó la ciencia europea que se autodenominó –no exenta de oportunismo– “ciencia universal”, saberes que de tan universales se descontextualizan. Esa situación llevó a Ortega y Gasset, en la primera mitad del siglo pasado, a calificar a los universitarios como los bárbaros modernos: “Cada vez saben más de menos”, en una clara crítica a la razón moderna. Décadas más tarde Oscar Varsavsky calificó como cientificismo a esa descontextualización. La Ministra de Salta, a partir de sus declaraciones, puede ser encuadrada en dichas concepciones. Lo cual nos lleva a realizar algunas preguntas: ¿la universidad está de espaldas a los problemas nacionales o relacionada de manera fuerte con ellos? ¿Tenemos una universidad aislada de sus comunidades o en estrecho vínculo con ellas? ¿Construimos una universidad inclusiva o de élite? ¿Podemos tener una universidad inclusiva sin perder calidad científica? ¿Tenemos una universidad que produce ciencia contextualizada o sigue agendas de países centrales? ¿Bajo qué standards buscamos productividad científica?
En síntesis, qué universidad, qué profesionales y para qué modelo de país son interrogantes que deberían ser parte de las políticas de ciencia y técnica. Pero mientras esas preguntas sigan sin respuestas, el sentido común seguirá colonizando las universidades y desde ciertos espacios académicos –sobre todo privados– se fomentará la tecnocracia en las elites gobernantes.
La expresión del sentido común de “pobres siempre hubo” exige una respuesta de la institución universidad, porque de lo contrario la frase podría ser ampliada a “pobres siempre hubo, universidades también”.
Hugo Spinelli
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