La victoria Pato Donald Trump, un predador ignorante y matón, un racista que odia y teme a los latinos, a los musulmanes y a las mujeres, no hace otra cosa que mostrar la verdadera cara de EEUU: sus corporaciones, sus fuerzas armadas y sus gobernantes son cómplices de crímenes contra la humanidad en todos los continentes, en toda su historia. Trump ha abierto una puerta para que todo el terror que siempre desarrollaron hacia afuera se les cuele en su propia casa: en este triunfo se ve el verdadero rostro del Imperio, no aquel maquillado de sus películas donde se los muestra defensores (a los tiros, eso sí) de la libertad y las buenas costumbres, sino su rostro profundo y aterrador, irrevocable y permanente, el verdadero rostro criminal del Imperio que siempre conocimos, pero ahora la degeneración social y política de Estados Unidos se vuelca puertas adentro.
Trump supone la derechización de la sociedad estadounidense, conquistando incluso el voto latino, pese a su discurso radical contra los inmigrantes. Trump no emerge ni del marketing ni de la lógica, emerge del descontento, del hartazgo de una sociedad que se siente engañada y abandonada por la política. Pero lo que realmente ha triunfado es el miedo, el desencanto y la frustración que ha generado el sistema. Ese sistema que manejan las élites políticas y económicas. El nuevo Nerón está con los fósforos en la mano y anuncia lo que muchos analistas pronostican: el fin del Imperio.
Aún a pesar de tener todos los medios en contra, Pato Donald ha llegado a presidente del país más poderoso por haber escuchado el reclamo de sus compatriotas que exigían trabajo decente. No hay nada más subversivo que eso, porque nace desde el centro del Imperio un planteo populista tan alejado del las "verdades" neoliberales. Y también ha hecho más ridículo el discurso de los Macri, de los Temer, de todos los que en nuestros países "emergentes" insisten que debemos "incorporarnos al mundo", sacrificando a nuestros trabajadores.
La victoria de Pato Trump evidencia que el sistema está viviendo una época de decadencia absoluta, las poblaciones están descontentas ante el claro avance de los poderes económicos y buscan una solución desesperada y la crisis del capitalismo abre las puertas al fascismo y una nueva ola de violencia.
Ha llegado el momento de elegir entre el cielo y el infierno, y lo que hagamos con nuestra vida no será indiferente.
Una nueva lucha por los cambios sociales está naciendo, y esta vez no será con el puño, será con el corazón o morirá antes de nacer.
Trump supone la derechización de la sociedad estadounidense, conquistando incluso el voto latino, pese a su discurso radical contra los inmigrantes. Trump no emerge ni del marketing ni de la lógica, emerge del descontento, del hartazgo de una sociedad que se siente engañada y abandonada por la política. Pero lo que realmente ha triunfado es el miedo, el desencanto y la frustración que ha generado el sistema. Ese sistema que manejan las élites políticas y económicas. El nuevo Nerón está con los fósforos en la mano y anuncia lo que muchos analistas pronostican: el fin del Imperio.
Trump es resultado del miedo y de una sociedad quebrada por el neoliberalismo. Las personas se sienten aisladas, desamparadas y víctimas de fuerzas más poderosas, a las que no entienden ni pueden influenciarNoam Chomsky
Aún a pesar de tener todos los medios en contra, Pato Donald ha llegado a presidente del país más poderoso por haber escuchado el reclamo de sus compatriotas que exigían trabajo decente. No hay nada más subversivo que eso, porque nace desde el centro del Imperio un planteo populista tan alejado del las "verdades" neoliberales. Y también ha hecho más ridículo el discurso de los Macri, de los Temer, de todos los que en nuestros países "emergentes" insisten que debemos "incorporarnos al mundo", sacrificando a nuestros trabajadores.
La victoria de Pato Trump evidencia que el sistema está viviendo una época de decadencia absoluta, las poblaciones están descontentas ante el claro avance de los poderes económicos y buscan una solución desesperada y la crisis del capitalismo abre las puertas al fascismo y una nueva ola de violencia.
Ha llegado el momento de elegir entre el cielo y el infierno, y lo que hagamos con nuestra vida no será indiferente.
Una nueva lucha por los cambios sociales está naciendo, y esta vez no será con el puño, será con el corazón o morirá antes de nacer.
La llegada de Trump es un síntoma de la descomposición del sistema. Logró dibujarse como la única alternativa a un sistema de capitalismo salvaje, al que muchos en Estados Unidos ya se atreven a criticar abiertamente (cosa impensada hace unos pocos años), debido a sus nefastas consecuencias sobre el tejido económico y cultural de las sociedades. Hay que entender que desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido) ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos, en todas partes, están profundamente desencantados. La propia democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. El propio capitalismo, como sistema, ofrece cada vez más problemas. Los sistemas políticos han sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han multiplicado los terremotos electorales (entre ellos el brexit). Los grandes partidos tradicionales están en crisis (miren el radicalismo y el peronismo, sin ir muy lejos). Y en todas partes percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece radicalmente transformado.
En ese paisaje social de cambio... ¿Cómo no darse cuenta que la bestia de Trump ha llegado a la presidencia porque se ha socabado toda la reserva moral de su nación? ¿Qué mejor ejemplo de la crueldad de ese Imperio que ahora se muerde la cola con su propio veneno, que ver a Hillary Clinton diciendo "We came, we saw, he died", cuando se enteró de la captura y linchamiento de Gaddafi?
El mensaje de Trump no es de izquierda, ni progresista, ni siquiera tiene una ideología definida, no se parece a la propuesta neofascista europea, es claramente de ultraderecha, aunque él mismo se define como un "conservador con sentido común" (volvemos con el tema del sin-sentido común). Si leen su Contrato con el Votante Norteamericano, verán que incorpora mucho del pensamiento tradicional del capitalismo individualista, tan propio de EEUU. Lo que lo hace insoportable al "sentido común" económico en vigencia, al llamado "poder real", es que rechaza explícitamente la globalización, y el dogma del libre comercio: tratará de sacar a EEUU del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) y también del TPP: "El TPP sería un golpe mortal para la industria manufacturera de Estados Unidos".
Hoy, cuando es evidente que el casino financiero internacional está llegando a sus límites, la victoria de Pato Trump (como el brexit en el Reino Unido, la victoria del "no" en Colombia, la extrema derecha en varios países europeos, etc.) significa, primero, una nueva estrepitosa derrota de los grandes medios dominantes, los institutos de sondeo y las encuestas de opinión. Pero significa también que está claro es que la sociedad occidental esta viviendo una época de decadencia absoluta, toda la "lógica" del sistema capitalista se ve trastocada porque las poblaciones están descontentas ante el claro avance de los poderes económicos y el abandono de los políticos tradicionales que ya no representan a los ciudadanos. A partir de ahora, los naipes de la geopolítica se van a barajar de nuevo. Otra partida empieza. Entramos en una era nueva cuyo rasgo determinante es "lo desconocido". Ahora todo puede ocurrir. Este nosotros mismos, como miembros de una sociedad, podemos decidir hacía donde vamos y en qué clase de mundo queremos vivir.
Les dejo una notas de Atilio Borón que me pareció interesante:
Trump: el otro fin de cicloAtilio Borón
En el último año hablar del “fin del ciclo progresista” se había convertido en una moda en América Latina. Uno de los supuestos de tan temeraria como infundada tesis, cuyos contenidos hemos discutido en otra parte, era la continuidad de las políticas de libre cambio y de globalización comercial impulsadas por Washington desde los tiempos de Bill Clinton y que sus cultores pensaban serían continuadas por su esposa Hillary para otorgar sustento a las tentativas de recomposición neoliberal en curso en Argentina y Brasil1. Pero enfrentados al tsunami Donald Trump se miran desconcertados y muy pocos, tanto aquí como en Estados Unidos, logran comprender lo sucedido. Cayeron en las trampas de las encuestas que fracasaron en Inglaterra con el Brexit, en Colombia con el No, en España con Podemos y ahora en Estados Unidos al pronosticar unánimemente el triunfo de la candidata del partido Demócrata. También fueron víctimas del microclima que suele acompañar a ciertos políticos, y confundieron las opiniones prevalecientes entre los asesores y consejeros de campaña con el sentimiento y la opinión pública del conjunto de la población estadounidense, esa sin educación universitaria, con altas tasas de desempleo, económicamente arruinada y frustrada por el lento pero inexorable desvanecimiento del sueño americano, convertido en una interminable pesadilla. Por eso hablan de la “sorpresa” de ayer a la madrugada, pero como observara con astucia Omar Torrijos, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Veamos algunas de las razones por las que Trump se impuso en las elecciones.
Primero, porque Hillary Clinton hizo su campaña proclamando el orgullo que henchía su espíritu por haber colaborado con la Administración Barack Obama, sin detenerse un minuto a pensar que la gestión de su mentor fue un verdadero fiasco. (...) Clinton se ufanaba de ser la heredera del legado de Obama, y aquél había sido un desastre.
Pero, segundo, la herencia de Obama no pudo ser peor en materia de política internacional. Se pasó ocho años guerreando en los cinco continentes, y sin cosechar ninguna victoria. Al contrario, la posición relativa de Estados Unidos en el tablero geopolítico mundial se debilitó significativamente a lo largo de estos años. Por eso fue un acierto propagandístico de Trump cuando utilizó para su campaña el slogan de “¡Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez!” Obama y la Clinton propiciaron golpes de estado en América Latina (en Honduras, Ecuador, Paraguay) y envió al Brasil a Liliana Ayalde, la embajadora que había urdido la conspiración que derribó a Fernando Lugo para hacer lo mismo contra Dilma. Atacó a Venezuela con una estúpida orden presidencial declarando que el gobierno bolivariano constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Reanudó las relaciones diplomáticas con Cuba pero hizo poco y nada para acabar con el bloqueo. Orquestó el golpe contra Gadaffi inventando unos “combatientes por la libertad” que resultaron ser mercenarios del imperio. Y Hillary merece la humillación de haber sido derrotada por Trump aunque nomás sea por su repugnante risotada cuando le susurraron al oído, mientras estaba en una audiencia, que Gadaffi había sido capturado y linchado. Toda su degradación moral quedó reflejada para la historia en esa carcajada. Luego de eso, Obama y su Secretaria de Estado repitieron la operación contra Basher al Assad y destruyeron Siria al paso que, como confesó la Clinton, “nos equivocamos al elegir a los amigos” –a quienes dieron cobertura diplomática y mediática, armas y grandes cantidades de dinero- y del huevo de la serpiente nació, finalmente, el tenebroso y criminal Estado Islámico. Obama declaró una guerra económica no sólo contra Venezuela sino también contra Rusia e Irán, aprovechándose del derrumbe del precio del petróleo originado en el robo de ese hidrocarburo por los jijadistas que ocupaban Siria e Irak. Envió a Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos , a ofrecer apoyo logístico y militar a las bandas neonazis que querían acabar con el gobierno legítimo de Ucrania, y lo consiguieron al precio de colocar al mundo, como lo recuerda Francisco, al borde de una Tercera Guerra Mundial. Y para contener a China desplazó gran parte de su flota de mar al Asia Pacífico, obligó al gobierno de Japón a cambiar su constitución para permitir que sus tropas salieran del territorio nipón (con la evidente intención de amenazar a China) e instaló dos bases militares en Australia para, desde el Sur, cerrar el círculo sobre China. En resumen, una cadena interminable de tropelías y fracasos internacionales que provocaron indecibles sufrimientos a millones de personas.
Dicho lo anterior, no podía sorprender a nadie que Trump derrotara a la candidata de la continuidad oficial. Con la llegada de este a la Casa Blanca la globalización neoliberal y el libre comercio pierden su promotor mundial. El magnate neoyorquino se manifestó en contra del TTP, habló de poner fin al NAFTA (el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) y se declaró a favor de una política proteccionista que recupere para su país los empleos perdidos a manos de sus competidores asiáticos. Por otra parte, y en contraposición a la suicida beligerancia de Obama contra Rusia, propone hacer un acuerdo con este país para estabilizar la situación en Siria y el Medio Oriente porque es evidente que tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido incapaces de hacerlo. Hay, por lo tanto, un muy significativo cambio en el clima de opinión que campea en las alturas del imperio. Los gobiernos de Argentina y Brasil, que se ilusionaban pensando que el futuro de estos países pasaría por “insertarse en el mundo” vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando su discurso y comenzar a leer a Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos, y padre fundador del proteccionismo económico. Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas una vez que las que hasta ahora prohijara Washington cayeron en desgracia. Como diría Eric Hobsbawm, se vienen “tiempos interesantes” porque, para salvar al imperio, Trump abandonará el credo económico-político que tanto daño hizo al mundo desde finales de los años setentas del siglo pasado. Habrá que saber aprovechar esta inédita oportunidad.
Notas:
1 Ver Atilio A. Boron y Paula Klachko, “Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate”, 24 Septiembre 2016, disponible en varios diarios digitales
2 Cf. Drew Desilver, “For most workers, real wages have barely budged for decades” donde demuestra que los salarios reales tenían en el año 2014 ¡el mismo poder de compra que en 1974! Ver http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/10/09/for-most-workers-real-wages-have-barely-budged-for-decades/
El problema no es Trump, Trump es, en todo caso, sólo el comienzo. O, mejor aún, Trump es la evidencia de que tenemos un problema enorme. La crisis del capitalismo abre las puertas al fascismo en Europa y Norteamérica, hasta ahora los pueblos occidentales están caminando hacia el fascismo y la nueva ola de violencia, ya que la falta de una alternativa de izquierdas los ha empujado a apoyar una alternativa de extrema derecha. Recordemos que no hace tanto tiempo uno de los pueblos más "cultos" de Europa elegía como respuesta a una crisis del capitalismo a un fanático racista como su líder, ese país era Alemania y ese elegido era Adolf Hitler.
Ha llegado el momento de elegir entre el cielo y el infierno, y lo que hagamos con nuestra vida no será indiferente.
El Pato Donald Trump no da tanto miedo como los que lo han apoyado durante su campaña: la Asociación Nacional del Rifle, el Ku Klux Klan, los grupos armados de las milicias de extrema derecha. Lo que debe alarmar, en EEUU y en Europa, es la profunda violencia que anida en el corazón de los hombres. Es la que realmente preocupa: en los barrios obreros de Francia donde antes ganaba el Partido Comunista hoy lo hace el Frente Popular del facho Jean-Marie Le Pen, mientras la ultraderecha avanza en toda Europa, recordemos que con el apoyo de la UE y de la administración de Obama un partido nazi gobierna en Ucrania.
La victoria de Pato Donald Trump y el ascenso del fascismo en Europa deberían ser una alarma, una muy urgente llamada de atención para todos, debería servir como lección para la izquierda y grupos progresistas, o empiezan a dejar de lado los añejos libros y mirar la realidad de hoy donde no todo se puede reducir a la lucha de clases, o empiezan a poner en valor a las necesidades de los pueblos, de la gente, del ser humano en su lucha contra un nuevo Gobierno de los Ricos, o lo hará el fascismo.
Lo que queda claro es que los poderosos, a pesar de todo su arsenal mediático, no tienen el futuro controlado, y ni siquiera el presente. Veremos si nosotros, como gente común, los Pueblos, las Patrias, estamos a la altura de la circunstancia. Una nueva lucha por los cambios sociales está naciendo, y esta vez no será con el puño, será con el corazón o morirá antes de nacer.
No entiendo a los norteamericanos. Como pueden votar a un empresario misógino, fascista que tiene cuentas sin declarar en el extranjero. Solo en Estados Unidos pasa est... uy! no perdon no dije nada.
ResponderEliminarJajaja...
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