Otra versión de la infinitamente versionada Rhapsody in Blue, de George Gershwin. Pero no otra del montón. Michel Camilo es un virtuoso del piano, de formación clásica y dedicado al jazz, nacido en una familia de músicos que lo alentaron a estudiar música desde la infancia. Deseo que lo conozcan y lo disfruten, y este disco es un buen comienzo para eso. George Gershwin por el contrario fue autodidacta, pero lógicamente también estudió música y se ganó la vida desde joven ejecutando música en una editorial musical. Creo que si tienen la oportunidad de escuchar el disco y compararlo con otras versiones le darán su justo valor. Además tiene un booklet con mucha información interesante que no se pueden perder.
Lista de temas
1. Rhapsody In Blue 16:47
2. Concerto in F (Allegro) 13:13
2. Concerto in F (Allegro) 13:13
3. Concerto in F (Adagio-Andante Con Moto) 12:59
4. Concerto in F (Allegro Agitato) 6:32
5. Prelude No.2 6:39
Intérpretes
Michel Camilo (piano) acompañado de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, dirigida por Ernest Martínez Izquierdo
Concierto grabado los días 2-4 de febrero de 2005 en L'Auditori (Barcelona)
Michel Camilo nació el 4 de abril de 1954 en Santo Domingo. Compuso su primera canción a los 6 años. Alumno del Colegio de la Salle y también con estudios de Medicina estudió durante 13 años en el Conservatorio Nacional que culminó con una cátedra; a los 16 años se convirtió en miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional Dominicana. Con la idea de ampliar su horizonte musical, se trasladó a Nueva York en 1979, donde siguió con sus estudios en Mannes y Juilliard School of Music.
Un pianista con ritmos caribeños y armonías de jazz; su composición Why not! se convirtió en un éxito grabado por Paquito D'Rivera en uno de sus álbumes, que fue ganador de un Grammy (1993) en la versión vocal de los Manhattan Transfer. Sus dos primeros álbumes fueron: WHY NOT! y SUNTAN/MICHEL CAMILO IN TRIO.
Camilo hizo su debut en el Carnegie Hall en 1985 con su trío y en 1986 en los festivales europeos como líder. Desde entonces el actúa periódicamente en Estados Unidos, El Caribetional Symphony Orchestra de la República Dominicana le invitó a dirigir un recital clásico de Rimsky Korsakoff, Beethoven, Dvorak y su propio trabajo The Goodwill Games Theme, por el que ganó un Emmy. Ese mismo año fue director musical en el Heineken Jazz Festival en su nativa República Dominicana, puesto en el que permaneció hasta 1992.
Noviembre de 1988 marcó su debut con la compañía discográfica Sony con el lanzamiento de MICHEL CAMILO (Sony). El álbum estuvo en el primer puesto del Top Jazz Album durante ocho semanas consecutivas. Su segundo lanzamiento, ON FIRE, fue votado entre los Tres Mejores Álbumes de Jazz del Año por Billboard y su tercera grabación, ON THE OTHER HAND, estuvo entre los diez primeros de la lista Jazz Albums. Las tres grabaciones fueron primeros en las listas de radio a escala nacional.
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Pero me parece mucho mejor que se lo conozca a través su música y su propio relato.
Y ahora poco sobre George Gershwin desde la perspectiva de un escritor, historiador y filósofo, entre otras cosas.
MANIFIESTO (Presto, moto perpetuo)
Nosotros, los que lo admiramos profunda, hondamente, los que lamentamos su temprana muerte día a día, los que sabemos que cuando se fue, la humanidad perdió tesoros de infinito valor, esos que vendrían con su madurez, la madurez que no tuvo, esa temporalidad en que los grandes artistas se replantean todo, maceran su sabiduría, unen su talento, su don excepcional, a la dura experiencia de la vida, al dolor creativo que solo conduce a la alegría existencial profunda, los que creemos que, si hay un Dios, es un dios injusto, que no hace bien su trabajo, porque se lo llevó a los 38 años, cuando planeaba una segunda ópera, un ballet, una sinfonía y varias de esas canciones que Schubert o Schumann habrían firmado, los que sabemos la Rhapsody in Blue de memoria, nota tras nota, los que hemos discutido horas, días y noches, defendiendo su estética, los que nunca nos planteamos si su música es clásica o popular porque todas las notas que puso en el pentagrama tienen una elegancia, un ritmo, una originalidad, un espesor únicos, los que sabemos que nadie lo reemplazó ni lo reemplazará, nosotros le decimos, simplemente, George, porque es nuestro amigo entrañable, porque nuestras vidas habrían sido más pobres sin su música, porque es nuestro padre perdido, pero al que reencontramos no bien escuchamos cualquiera de sus partituras, sean canciones o trabajos sinfónicos, nosotros le decimos George, nosotros los gershwinianos, esa casta de la que el mundo está lleno, le decimos George a George Gershwin. (Adagio, con expressione.) Y a él le están dedicadas estas breves líneas.
Habría merecido más, pero ya se lo dieron otros. Cuando uno empieza a escribir sobre George se desalienta. Pareciera que nada queda por decir. Que todo ya ha sido escrito. Sin embargo, siempre, todos tenemos algo, aunque pequeño, para sumar. Acaso lo esencial de este trabajo sea la comparación y el análisis de las dos rapsodias. Y postular a la segunda como una obra maestra e impulsar a los oyentes a que la escuchen y a los intérpretes a que la toquen, porque no es justo que permanezca relegada como una obra de escasa importancia, digna de ser ejecutada como una curiosidad, o para compararla con la “otra” rapsodia, tan distinta y tan distante, ya que esta (la poco afortunada “segunda”) carecería de su vitalidad, de su inspiración, de su éxito, de su genio. Veremos que, lejos de esto, es uno de los picos más altos de la producción de su autor. Y que ocupa en ella un lugar único. De haber vivido, el Gershwin de la madurez habría abrevado en sus aguas más que en ninguna de sus otras obras.
Conjeturo que este es el primer ensayo (aunque breve, pero no creo que eso importe) que se escribe sobre George Gershwin en Sudamérica. Nadie está destinado a nada, nadie nace con su destino escrito. Pero hay algo en mi vida que habría quedado trunco si no hubiera escrito estas páginas. Le debo mucho. Mi prosa sería menos rítmica sin él. Mis diálogos serían menos musicales. Mis reflexiones sobre la finitud, que me acompañan desde joven(cito), menos intensas, menos profundas, no importa el grado que esa profundidad tenga. No habría estudiado el piano con Roberto Brando, que no entendía nada de la música de George, pero era un formidable maestro, discípulo a su vez, de Vicente Scaramuzza, maestro también de Martha Argerich, que empezó sus estudios con la misma sonata de Mozart con que yo lo hice, no necesito decir con qué infinitamente distintos resultados, salvo que Brando me despachó a los dos años cuando le dije que también quería ser filósofo y escritor, me dijo amablemente que estaba loco y que fuera a hacerle perder el tiempo a otro. Probablemente estuviera loco pero tenía 19 años y todo el derecho a estarlo. Años después conocí a Antonio De Raco, gran pianista argentino. Brando había muerto en París, y De Raco, con quien Brando era coequiper en la enseñanza ardua del arte del teclado, me dijo que se había equivocado, que él habría seguido con mi enseñanza aunque yo pensara ser Horowitz (lo que Brando habrá advertido es que yo, demencialmente, quería ser Horowitz, Sartre y Faulkner a la vez) y que Gershwin era uno de los más grandes compositores del siglo XX, aun cuando Brando, arrasado por la epidemia serial de fines de los cincuenta y los sesenta, lo pusiera a la altura del compositor de My Fair Lady.
José Pablo Feinmann
MANIFIESTO (Presto, moto perpetuo)
Nosotros, los que lo admiramos profunda, hondamente, los que lamentamos su temprana muerte día a día, los que sabemos que cuando se fue, la humanidad perdió tesoros de infinito valor, esos que vendrían con su madurez, la madurez que no tuvo, esa temporalidad en que los grandes artistas se replantean todo, maceran su sabiduría, unen su talento, su don excepcional, a la dura experiencia de la vida, al dolor creativo que solo conduce a la alegría existencial profunda, los que creemos que, si hay un Dios, es un dios injusto, que no hace bien su trabajo, porque se lo llevó a los 38 años, cuando planeaba una segunda ópera, un ballet, una sinfonía y varias de esas canciones que Schubert o Schumann habrían firmado, los que sabemos la Rhapsody in Blue de memoria, nota tras nota, los que hemos discutido horas, días y noches, defendiendo su estética, los que nunca nos planteamos si su música es clásica o popular porque todas las notas que puso en el pentagrama tienen una elegancia, un ritmo, una originalidad, un espesor únicos, los que sabemos que nadie lo reemplazó ni lo reemplazará, nosotros le decimos, simplemente, George, porque es nuestro amigo entrañable, porque nuestras vidas habrían sido más pobres sin su música, porque es nuestro padre perdido, pero al que reencontramos no bien escuchamos cualquiera de sus partituras, sean canciones o trabajos sinfónicos, nosotros le decimos George, nosotros los gershwinianos, esa casta de la que el mundo está lleno, le decimos George a George Gershwin. (Adagio, con expressione.) Y a él le están dedicadas estas breves líneas.
Habría merecido más, pero ya se lo dieron otros. Cuando uno empieza a escribir sobre George se desalienta. Pareciera que nada queda por decir. Que todo ya ha sido escrito. Sin embargo, siempre, todos tenemos algo, aunque pequeño, para sumar. Acaso lo esencial de este trabajo sea la comparación y el análisis de las dos rapsodias. Y postular a la segunda como una obra maestra e impulsar a los oyentes a que la escuchen y a los intérpretes a que la toquen, porque no es justo que permanezca relegada como una obra de escasa importancia, digna de ser ejecutada como una curiosidad, o para compararla con la “otra” rapsodia, tan distinta y tan distante, ya que esta (la poco afortunada “segunda”) carecería de su vitalidad, de su inspiración, de su éxito, de su genio. Veremos que, lejos de esto, es uno de los picos más altos de la producción de su autor. Y que ocupa en ella un lugar único. De haber vivido, el Gershwin de la madurez habría abrevado en sus aguas más que en ninguna de sus otras obras.
Conjeturo que este es el primer ensayo (aunque breve, pero no creo que eso importe) que se escribe sobre George Gershwin en Sudamérica. Nadie está destinado a nada, nadie nace con su destino escrito. Pero hay algo en mi vida que habría quedado trunco si no hubiera escrito estas páginas. Le debo mucho. Mi prosa sería menos rítmica sin él. Mis diálogos serían menos musicales. Mis reflexiones sobre la finitud, que me acompañan desde joven(cito), menos intensas, menos profundas, no importa el grado que esa profundidad tenga. No habría estudiado el piano con Roberto Brando, que no entendía nada de la música de George, pero era un formidable maestro, discípulo a su vez, de Vicente Scaramuzza, maestro también de Martha Argerich, que empezó sus estudios con la misma sonata de Mozart con que yo lo hice, no necesito decir con qué infinitamente distintos resultados, salvo que Brando me despachó a los dos años cuando le dije que también quería ser filósofo y escritor, me dijo amablemente que estaba loco y que fuera a hacerle perder el tiempo a otro. Probablemente estuviera loco pero tenía 19 años y todo el derecho a estarlo. Años después conocí a Antonio De Raco, gran pianista argentino. Brando había muerto en París, y De Raco, con quien Brando era coequiper en la enseñanza ardua del arte del teclado, me dijo que se había equivocado, que él habría seguido con mi enseñanza aunque yo pensara ser Horowitz (lo que Brando habrá advertido es que yo, demencialmente, quería ser Horowitz, Sartre y Faulkner a la vez) y que Gershwin era uno de los más grandes compositores del siglo XX, aun cuando Brando, arrasado por la epidemia serial de fines de los cincuenta y los sesenta, lo pusiera a la altura del compositor de My Fair Lady.
José Pablo Feinmann
Tengan en cuenta el siguiente video, si quieren enterarse de las circunstancias que rodearon la creación y estreno de la Rhapsody in Blue y además conocer a las hermanas Katia Labèque y Marielle Labèque. Ellas se caracterizan por interpretar arreglos a dos pianos, de obras que fueron compuestas para piano solo. En medio de la charla hay un video con la interpretación de Jack Gibbons de la primer canción que hizo famoso a Gershwin, Swanee. Después, un audio de una presentación de las hermanitas. Finalizando, un video histórico de ellas interpretándola.
Impecable reseña Ale.Y... cuanto swing!En las versiones que yo conocía faltaba eso precisamente. Y que es algo tan emblemático de EEUU como esta Rapsodia,- sin swing? Un muerto, sin duda. Enhorabuena
ResponderEliminarFijate qué interesante que este Michel Camilo es el mismo que musicalizó uno de los discos de Ana Belén dedicado a Lorca. El otro lo arregló Chano Domínguez. Y ambos aparecen en Calle 54, la película de Trueba. Las hermanitas Labèque, que aparecen en el tercer video (el de Feinmann) también aparecen en el documental (el segundo video), y hablan de cómo les ensenó lo que es el swing. Ves la evolución de ellas en este aspecto cuando comparás su manera de interpretar la música. Todas las cosas están conectadas por puntos invisibles.
EliminarAaah, excelentísimo aporte!! Muchas gracias!
ResponderEliminarMe alegro que te guste. Seguiremos buscando música excelente para compartir.
Eliminarenlace a la película calle 54
ResponderEliminarhttp://pccineforum.blogspot.mx/2013/04/calle-54.html
Gracias.
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