Un extraño disco, más bien una pieza de arqueología musical que nos traslada a los origenes de la música en Grecia, a su función religiosa, y a mil interrogantes sobre lo que realmente ocurría en los rituales iniciaticos de la antiguedad clásica. Una inquietante teoría respaldada por varios intelectuales y cientificos nos presenta los Misterios griegos bajo una nueva óptica que nos podría hacer replantear nuestro concepto de espiritualidad.
Artista: Atrium Musicae
Álbum: Música de la Grecia Antigua
Año: 1979
Género: Música Antigua
Duración: 52:34
Nacionalidad: griega
Año: 1979
Género: Música Antigua
Duración: 52:34
Nacionalidad: griega
Lista de Temas:
01. Anakrousis. Orestes
Stasimo
02. Fragmentos instrumental de Contrapollinopolis
03. Primer himno delfico a Apolo
04. Llanto de
Tecmessa
05. Papiro de Viena 29825 -
G 13763/1494
06. Himno al Sol
07. Himno a la
Musa
08. Himno a Némesis
09. Papiro
Michigan
10. Aenaoi
Nefelai
11. Epitafio de
Seikilos
12. Pean. Papiro
de Berlín 6870
13. Anonymi
Bellermann
14. Primera Oda
Pítica
15. Papiro Oxirrinco
2436
16. Himno Cristiano de Oxirrinco
17. Himno a Homero
18. Papiro
Zenon. El Cairo. Fragmento
19. Terencio. Hecyra
861
20. Poema. Mor 1,
11f. Migne 37, 523
21. Segundo himno délfico a Apolo
22. Papiro de Oslo A / B. Epilogos-Katastrophe
Alineación:
Gregorio Paniagua/Conductor
Atrium Musicae de Madrid:
Atrium Musicae de Madrid:
Luis Paniagua
Carlos Paniagua
Eduardo Paniagua
Beatriz Amo
Cristina Ubeda
Begoña Olavide
Pablo Cano
Máximo Pradera
Andreas Pittwitz
Píndaro, acerca de los Misterios de Eléusis
Imaginense un ánfora griega, egipcia, o romana, reconstruida por los arqueólogos, pero a la que le faltan varios fragmentos. Así es este disco. Los investigadores que han reconstruido estas piezas de música de la Grecia antigua, lo han hecho en base a papiros, marmoles encontrados en ruinas, etc. bastante deteriorados por el paso de los siglos. De este modo, nos encontramos ante un prodigioso collage musical: hay partes que de principio a fin están intactas, mientras que hay otras en las que solo podemos oír fragmentos aislados de lo que fue la melodía original. Este collage, es obra del Atrium Musicae de Madrid, un grupo de música antigua fundado en 1964 por el monje español Gregorio
Paniagua Rodríguez, en el que este último realiza la función de conductor.
Quizás la grabación más famosa del grupo sea precisamente este álbum, Música de la Grecia Antigua, realizado bajo los auspicios de la Unesco (para la primera edición en LP). La ejecución de estas antiguas composiciones supuso además la reconstrucción de un arsenal de
instrumentos de su época. Este fue sin duda un aspecto
fascinante, al igual que lo fueron las actuaciones en vivo del grupo durante una serie de aclamadas giras internacionales.
No obstante, esta grabación de 1978 no es el único logro del
grupo; en 1976 grabaron Musica arábigo-andalusí donde profundizan en la tradición musical hispano-musulmana. Desde finales de 1970 a principios de 1980, el grupo ha realizado una
serie de grabaciones de cantos populares españoles de los siglos XV y XVI, e incluso abordaron las músicas del Nuevo Mundo , en Las Indias de España , una grabación de música pre-colombina.
La decisión de disolver el grupo fue sin
duda motivada por el deseo de algunos de los hermanos menores de Paniagua de
embarcarse en una carrera en solitario.
Una Hipótesis sobre los Misterios griegos
Parte de lo que ha llegado hasta nosotros de estas músicas arcaicas, nos remite a los misterios sagrados de la antiguedad: por ejemplo los dos Himnos delficos a Apolo. En tiempos remotos el chamanismo era lo más parecido a lo que hoy llamamos espiritualidad; se practicaba desde Finisterre hasta Siberia, y comprendía varias tecnicas orientadas a que los neófitos experimentaran una expansión de la conciencia que les brindara una visión clara y directa de la realidad. Se hacía un uso controlado de drogas alucinógenas, como sucede con la ayahuasca en el chamanismo amazonico o los hongos de amanita muscaria en el siberiano.
Probablemente el objeto de los retiros iniciaticos que tenían lugar en el templo de Eleusis consagrado a Demeter, al que acudieran millares de aspirantes cada año durante casi dos milenios, fuera el mismo. Quedaría por ver si los procedimientos eran similares. Existe una interesante hipótesis defendida por varios autores, tales como Aldous Huxley, Timothy Leary y Albert Hoffmann, según la cual, entre otras prácticas, en las ceremonias de iniciación eleusinas tenía lugar la ingesta de un enteogeno (sustancia alucinógena que induce a experiencias místicas). El último de los tres autores mencionados, Hoffmann, eminente quimico suizo, vivió una experiencia que lo transformó profundamente, y que procederé a transcribirles:
Albert Hoffmann se encontraba trabajando una tarde en su laboratorio. Su objetivo era sintetizar la dietilamida del ácido lisergico (LSD), principio activo del cornezuelo del centeno, como parte de un programa de investigación farmacológica para la empresa Sandoz (hoy Novartis). De pronto, "Mientras purificaba y cristalizaba el LSD, lo interrumpieron una serie de sensaciones extrañas. Había absorbido una pequeña cantidad a través de la punta de sus dedos, y describiría las consecuencias en el informe que envió en aquel momento al profesor Stoll:
Viernes 16 de abril de 1943: me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y dirigirme a casa, encontrándome afectado por una notable inquietud, combinada con cierto mareo. En casa me tumbé y me hundí en una condición de intoxicación no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado parecido al del sueño, con los ojos cerrados (encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante), percibí un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos. Esta condición se desvaneció dos horas después.Albert Hofmann
La única explicación que encontró fue que hubiera absorbido a través de la punta de los dedos parte de la solución de LSD, mientras se cristalizaba. El LSD-25, dedujo, debía ser una sustancia de potencia extraordinaria si había hecho eso con una cantidad tan pequeña. Resuelto a llegar al fondo del asunto, decidió llevar a cabo un experimento sobre sí mismo.
Así, tras una prueba con una cantidad menor, tres días después consumió 250 microgramos de LSD. Esta vez los efectos serían mucho mayores, y Hofmann necesitaba hacer grandes esfuerzos para poder hablar. Pidió a su asistente en el laboratorio, quien estaba al tanto del experimento, que le acompañase a casa; fueron en bicicleta, dando pie a lo que ya es leyenda, quizá el más famoso de los paseos en bicicleta.
Hofmann empezó a asustarse, viéndolo todo en su campo de visión ondulado y distorsionado, como si se tratara de un espejo curvado, y con la sensación de no estar moviéndose (aunque sería realmente lo contrario, y llegaron rápidamente a casa): era el desdoblamiento temporal inducido. Los efectos eran lo bastante fuertes como para que Hofmann no pudiera sostenerse en pie, y tuvo que dejarse caer en el sofá mientras solicitaba leche y su entorno se transformaba, los muebles girando y en continuo movimiento, adquiriendo formas grotescas que asustaban al Doctor.
Más preocupante que el remolino de alrededor era el vórtice que amenazaba con absorber a Hofmann en su interior. Todo intento de ejecutar su voluntad y detener en sus palabras «la desintegración del mundo exterior y la disolución de mi ego», era en vano. Sintió como si un demonio le invadiera y poseyera su cuerpo, mente y alma; gritando y hundiéndose en su impotencia, aniquilado por la sustancia que había experimentado, «¿estaba muriendo, era esto la transición? ¿Iba a morir por su atrevimiento experimentando con esta sustancia que había reaccionado de forma inesperada, aunque lo hubiera hecho con las mayores precauciones que había sido capaz? (¿Y su mujer y sus tres hijos?)».
Sin embargo, no fue capaz el doctor familiar de detectar ningún síntoma anormal más allá de unas pupilas muy dilatadas, a pesar de las intensas indicaciones de Hofmann acerca del peligro mortal en el que se encontraba. El viaje fue diluyéndose poco a poco, y Hofmann pasó a un sentimiento de gratitud y de poseer una inmensa suerte, empezando a disfrutar de los colores y juegos de formas que se desplegaban ante sus ojos, de los sonidos que se convertían en ilusiones ópticas fantásticas."
wikipedia
Demeter
Más tarde Hoffmann describiría esta experiencia como «una de las dos o tres cosas más importantes que he hecho en la vida». Tanto es así que sostenía firmemente que el LSD y otras drogas psicoactivas debían ser usadas por los profesionales sanitarios con fines curativos, y lamentaba su uso irresponsable.
Hoffmann siguió sintetizando otras sustancias psicoactivas, y se convirtió en un estudioso entusiasta del uso chamánico y místico de las drogas en todas las culturas a lo largo de la historia. Se interesó por los misterios iniciaticos griegos, en especial por los que se realizaban en Eleusis, aduciendo que en ellos se ingería una dosis de una sustancia alúcinogena que, unida a un proceso de purificación, ayuno y entrenamiento psiquico, favorecía cierta experiencia transformadora de la conciencia.
En su libro "El Camino a Eleusis" dice lo siguiente:
"Nuestro
esfuerzo conjunto ha arrojado una respuesta definitiva a nuestro problema: ha
preparado el terreno para reexaminar muchas de las opiniones tradicionales acerca de
los griegos de la antigüedad clásica y de su literatura trágica en honor del dios
Dionisos.
El testimonio antiguo sobre Eleusis es unánime y preciso. Eleusis era la experiencia
suprema en la vida de un iniciado. Lo era en un sentido tanto físico como místico:
temblores, vértigo, sudor frío, y después una visión que convertía cuanto hubiese sido
visto antes en una especie de ceguera; un sentimiento de asombro y sobrecogimiento
ante un resplandor que provocaba un silencio profundo, pues lo que acababa de ser
visto y sentido jamás podría ser comunicado: las palabras no se encontraban a la
altura de tal tarea. Tales síntomas corresponden inequívocamente a la experiencia
producida por un enteógeno. Para llegar a tal conclusión basta con mostrar que los
racionales griegos, y ciertamente algunos de los más inteligentes y célebres entre ellos,
eran capaces de experimentar tal irracionalidad y de entregarse por entero a ella."
El culto a Demeter en Eleusis, y la iniciación que se recibía allí fue un fenómeno que duró cerca de 2000 años. Les transcribo un texto que sobre la iniciación eleusina escribió Antonio Escohotado en "Historia General de las Drogas":
Los Misterios de Eleusis.
Si cabe afirmar que el santuario délfico posee una incomparable
importancia política para el mundo griego, como símbolo de su unidad dentro del
pluralismo, del santuario eleusino puede decirse que tuvo también una destacada
función política pero ante todo una incomparable importancia espiritual, capaz de troquelar no sólo la civilización helénica sino una rica
diversidad de ritos diseminados por todo el Mediterráneo durante casi dos
milenios. Mucho más que la caída de Roma, la aniquilación de Eleusis por los
obispos del cristianizado Alarico, en el año 396, marca el fin de la Antigüedad
pagana.
En fechas muy antiguas —algunos piensan que hacia el XV a. C, desde
luego antes de redactarse la litada y la Odisea— se instituyeron en la villa de Eleusis, situada a unos pocos
kilómetros de Atenas, sobre la rica llanura rariana, los Misterios de ese
nombre. El ritual comprendía dos grupos de ceremonias: los
«pequeños Misterios» celebrados en primavera (consistentes en ayunos,
purificaciones y sacrificios, acompañados por explicaciones a los peregrinos),
y los «Misterios mayores» celebrados en otoño, cuyo momento culminante
consistía en la ceremonia iniciática nocturna, donde los peregrinos eran
conducidos a la cámara más interna y recibían una pócima (el kykeón), de la cual sólo se sabe que contenía agua «con harina y menta». Nada ha
podido llegar a saberse de lo que acontecía en esa ceremonia nocturna.
Los aspirantes a iniciación juraban por su vida guardar en absoluto
secreto el detalle de la experiencia, y así lo hicieron. El Himno homérico a
Deméter precisa que la diosa se dirigió originalmente a los príncipes de
Eleusis —Triptólemo y Eumolpo— para «mostrarles el ministerio de las ceremonias
sagradas y les enseñó sus misterios, santas ceremonias que no es lícito
descuidar ni escudriñar por curiosidad ni revelar, pues la gran reverencia
debida a los dioses enmudece la voz»
.
La celosa custodia del secreto, y la falta de cualesquiera testimonios
de decepción, cobra su auténtico relieve recordando que acudieron en calidad de
peregrinos a Eleusis hombres como Platón, Aristóteles, Pausanias, Píndaro,
Esquilo, Sófocles y Cicerón —por no mencionar emperadores como Adriano o Marco
Aurelio—, individuos todos de indiscutible sobriedad y penetración intelectual,
nada propensos a dejarse engañar por embaucadores y supersticiones, o intimidar
por amenazas. Aunque es probable que el número de aspirantes a iniciación fuese
aumentando con el transcurso del tiempo, hasta llegar a cifras de millares cada año desde el siglo IV a. C.,
no ofrece duda que durante muchos siglos los hierofantes eumólpidas dispusieron
de medios para producir en gran número de personas una experiencia de
incomparable fuerza, inspiradora de respeto y gratitud. Son sus testimonios
precisamente los que sugieren «el indudable carácter milagroso del
acontecimiento eleusino».
a. Los efectos de las ceremonias. No se trataba de una religión como lo serían el judaismo, el
brahmanismo, el cristianismo o el islam. Lo allí impartido se ofrecía una sola
vez en la vida de cada persona, y los peregrinos esperaban varios lustros y
décadas para incorporarse al grupo que sería iniciado cada año. Los sacerdotes
—miembros de una sola familia, la de Eumolpo y su hijo Keryx— permanecían en el
santuario, sin mantener ningún tipo de relación ulterior con los iniciados. No
había credo ni, por lo mismo, dogma alguno. No había organización administrativa del culto fuera de las ceremonias
bianuales; nadie era invitado u obligado a iniciarse. Sin embargo, durante un
milenio y medio acudieron reyes y cortesanas, comerciantes y poetas, esclavos y
gentes de toda posición y procedencia. En la base del rito había una promesa de
inmortalidad, aunque no de tipo ético como la cristiana
(ingreso en los cielos o los infiernos de acuerdo con la conducta exhibida en
la vida terrenal), sino dentro de un marco que apunta más bien a una modalidad
de muerte y renacimiento místico, paralelo al prometido por el soma-haoma indoiranio. Según Píndaro (Sobre los misterios de
Eleusis): «¡Feliz el que después de haberlos visto, desciende a la tierra.¡Feliz
el que conoce el fin de la vida, y conoce el comienzo que otorgan los dioses».
El cristianismo y otras religiones de «seguimiento» enseñan a creer en
la inmortalidad con argumentos lógicos (o pretendidamente tales), pero ante
todo gracias al esfuerzo de una fe que cree en cosas no percibidas. Algo así es, desde luego, imposible en
un rito que comienza y termina en pocas horas, sin renovación ulterior de
ninguna especie. Sin embargo, un hombre como Cicerón cuenta que «los Misterios
nos dieron la vida, el alimento; enseñaron a las sociedades las costumbres y
las leyes, enseñaron a los hombres a vivir como tales». Todo
apunta, pues, a una experiencia tan breve como intensa, donde —según Píndaro—
el aspirante a iniciación era introducido al «término» y al «comienzo» de la
vida, a morir y renacer, purificando así su concepto de lo real. Y, en efecto,
lo ofrecido por los hierofantes constituía una epopteia, término que se traduce normalmente
como «visión trascendental» e «iluminación». Pero la palabra tiene un origen
jurídico, y sabemos que para el derecho griego indicaba aquello que en vez de
suponerse ha sido presenciado por los sentidos directamente. El epoptes en una causa era lo que hoy llamamos «testigo presencial»,
ok significativa considerando el fragmento atribuido a Aristóteles sobre los
Misterios:
«El mystes no tiene que aprender (matheîn) nada, sino sólo recibir (patheîn) impresiones o emociones, evidentemente después de haberse hecho apto
para recibirlas».
Dentro de una línea de parejo
realismo, también es significativo un texto de Plutarco (muy semejante a otro
de Apuleyo sobre los misterios egipcios), que describe un trance visionario en
toda regla:
«A la hora de la muerte el alma tiene
la misma experiencia que los epoptai en los grandes misterios [...]. Al principio uno avanza con sobresalto a
través de la oscuridad, como un no iniciado. Vienen luego los grandes terrores
ante la iniciación final: temblor, estremecimiento, sudor, espanto. Uno se
siente luego sorprendido por una luz maravillosa, es recibido en regiones y
praderas puras, con las voces, las danzas, la majestad de las formas y los
sonidos sagrados».
b. Sugestión o percepción. Filólogos e historiadores modernos
han dedicado incontables páginas a discutir si el origen de Eleusis era egipcio,
cretense o nórdico. Pero prácticamente ninguno había buscado algo que
resolviera sin milagros y mera credulidad la «eficacia» de los ritos durante un
período tan dilatado de tiempo, explicando de paso la severísima reserva
mistérica impuesta a ellos. Fue K. Kerènyi, un especialista en mitología, el
primero en considerar que la venerable y sorprendente institución podía
comprenderse atendiendo al kykeón.
Luminosa en sí, la hipótesis
encontraba ciertos inconvenientes a priori. Admitiendo que el bebedizo
contuviera una sustancia psicoactiva, ese fármaco debía cumplir al menos tres
condiciones. Primero, no podía tratarse de una droga adecuada a ritos de
posesión sino a ritos de éxtasis visionario, pues todos los testimonios
desmienten un encuadre de los efectos en fenómenos de tipo «entusiástico» o
frenético. Segundo, había de ser algo disponible año a año, durante más de un
milenio, en las cantidades requeridas para atender a un número muy grande de
personas. Tercero, era preciso que se tratara de un fármaco eficaz en mínimas
dosis, pues de otro modo no podría pasar inadvertida Cumplidas estas tres
condiciones —cosa que parecía en principio muy difícil, cuando no imposible—,
el punto de vista de Kerènyi presentaba la ventaja de plantear una solución
«realista» para los enigmas.
Por contrapartida,
el sector clásico seguía anclado a un mar de contradicciones. Aunque era
sensible a lo «asombroso» del fenómeno eleusino, se esforzaba en creer que el
núcleo de los Misterios mayores era mostrar a la muchedumbre de peregrinos
ciertos objetos sagrados (ta hierá), dejando luego que
operasen mecanismos de sugestión y autosugestión, cuando no de hipnosis
colectiva. Sin embargo, esto parece poco verosímil, tanto por razones de fondo
(¿hubiera provocado tal cosa una imborrable reverencia en Sófocles, o en
Cicerón?) como por motivos más prosaicos y no menos contundentes. En efecto,
las ceremonias eran nocturnas, y si se toman en cuenta las dimensiones y forma
del templo, así como la ausencia de otra luz que algunas hogueras o hachones,
miles de personas difícilmente podrían ver con mucha claridad cosa distinta de
alguna columna, sombras y las coronillas de sus compañeros más próximos.
Por lo demás, la
naturaleza misma de esos objetos sagrados ofrece una imprevista clave para
salir del laberinto. Nadie discute que el kykeón contenía, cuando
menos, «harina y menta molida», y nadie discute tampoco que el símbolo
de estos Misterios era una espiga de cereal. Sin violentar los
testimonios, para inclinarse en favor de Kerènyi o de la tesis oficial entre
filólogos e historiadores basta estar en condiciones de contestar positiva o
negativamente a una simple pregunta. ¿Acaso en una espiga, y en simple harina,
puede hallarse un fármaco de gran potencia visionaria? La pregunta parece
extraña, e incluso absurda. Pero la respuesta debe ser incondicionalmente
afirmativa.
El cornezuelo o
ergot es un hongo rojizo (Claviceps purpurea) que parasita toda
suerte de gramíneas y posee una inusitada complejidad química. La mención más
antigua a su existencia proviene de un texto asirio escrito en el siglo VII a.
C, donde se habla de «esa pústula nociva en la espiga». A partir
de entonces se sabe que la harina hecha a partir de grano parasitado puede
causar cuadros patológicos gravísimos. Desgraciadamente, el pan constituye la
comida principal de los pobres, y cuando llega esa plaga a los campos se ven
obligados a arriesgarse o no comer. De ahí que en la Edad Media europea los
molineros tuvieran dos precios distintos, uno para la harina blanca y otro muy
inferior para la «espoleada», hecha triturando grano más o menos afectado por
el hongo. Cuando tal proporción alcanza cierto grado, y la ingestión de
derivados hechos con ella es lo bastante alta, el sujeto cae en una condición
de ergotismus convulsivus o de ergotismus gangrenosus que termina a menudo en la muerte
tras espantosas agonías. Las epidemias, llamadas «fuego de San Antonio», fueron
singularmente dramáticas cuando no había otro grano, y han proseguido en Europa
hasta hace bastante poco.
Delfos
Todo lo relacionado con este hongo
era misterioso hasta que A. Hofmann diseccionó su estructura química a
principios de los años cuarenta, dentro de investigaciones que desembocaron en
el descubrimiento de la LSD. Desde entonces sabemos que el cornezuelo contiene
una mezcla de alcaloides, extremadamente variable de acuerdo con las
condiciones geográficas. Unos (la ergonovina y la amida del ácido lisérgico)
son muy visionarios y de escasa toxicidad; otros (la ergotamina y la ergotoxina
sobre todo) constituyen venenos mortales. No obstante, se da la circunstancia
de que los alcaloides menos tóxicos y más psicoactivos son hidrosolubles,
mientras sucede lo contrario con la ergotamina y la ergotoxina. Bastaría, pues,
que los hierofantes eleusinos tomasen gavillas de cereal atacado por el hongo,
las pasasen por agua y tiraran luego las espigas. Este simple «bautizo» basta
para retener las sustancias enteogénicas en el líquido, que una vez dosificado
podría utilizarse para las ceremonias iniciáticas.
El hallazgo se redondeó
precisando qué acontece concretamente en la cuenca mediterránea. Los trabajos
de campo mostraron que en la zona griega el ergot no sólo parasita el centeno,
la cebada y el trigo, sino el pasto silvestre (Paspalum
distichum)y la cizaña (Lolium temulentum). Para mayor
sorpresa, resultó que tanto ese pasto como la cizaña no sólo contienen
sustancias con efecto visionario, sino que sólo contienen esos
alcaloides (de los casi treinta que puede albergar el cornezuelo). Por
consiguiente, quien quiera usarlos ni siquiera necesita emplear el filtro de
agua, y puede servirse de ellos directamente, en forma de polvo.
En consecuencia, «el hombre de la antigua Grecia pudo haber obtenido los
alcaloides del cornezuelo a partir de cereales cultivados, aunque un procedimiento
más sencillo habría sido utilizar el hongo del pasto común en aquellas
latitudes».
Pero se sabe que
las comadronas de la vieja Grecia empleaban cornezuelo para aplicaciones
locales en obstetricia —donde sigue usándose hoy, ampliamente, como remedio
para las hemorragias postparto—, y los datos proporcionados por el trabajo de
campo acabaron de explicar las extrañas menciones de Aristóteles, Teofrasto,
Plauto, Ovidio y Plinio a la cizaña como vehículo de embriaguez, así como las
diferencias observadas cuando crecía en Grecia y en Sicilia. Ahora era posible
mirar con nuevos ojos casi todo, empezando por una de las más bellas urnas
funerarias griegas —fechable a mediados del siglo V a. C.— donde aparece Triptólemo,
el hermano de Eumolpo, sosteniendo unas espigas aparentemente parasitadas por
cornezuelo.
El ergot, prototipo
del phármakon —tóxico terrible,
medicina y enteógeno, todo ello dependiendo de su manejo— pudo, pues,
contribuir a la experiencia de muerte y resurrección oficiada en Eleusis. Los
griegos pensaban, con razón, que las plantas comestibles eran formas
evolucionadas de variedades no comestibles, y que la agricultura constituía un
triunfo de la cultura. Como los cereales cargados de grano representaban en la
época arcaica el máximo logro del ingenio y la diligencia humana, el hecho de
que esas espigas fuesen parasitadas por el ergot representaba un desafío, una
amenaza de plaga esterilizadora comparable a la que desató Deméter para
castigar el secuestro de su hija. No era una seta o un hongo silvestre más
—como la amanita muscaria o la familia de los psilocibios— sino una amenaza
para las gramíneas cultivadas, que planteaba graves problemas a los campesinos
y a la población en general, mientras al mismo tiempo permitía a las comadronas
salvar muchas vidas.
Pero eso mismo justificaba su empleo
como vehículo de éxtasis en un culto semejante al de Deméter-Perséfone,
centrado en torno a la fertilidad. Era un triunfo de ancestrales farmacópolos
—convertidos luego en cerrada secta eumólpida— haber sabido filtrar su veneno
hasta transformarlo en vehículo de comunión religiosa para ilimitados
peregrinos. Mostraba aquello que siempre supo el genio griego, esto es, que lo
mejor y lo peor no son disociables: para germinar, la semilla ha de desaparecer
bajo la tierra; para dar generoso grano ha de exponerse al ponzoñoso parásito.
Para poder aceptar jubilosamente la vida mortal el hombre ha de vencer su miedo
a la muerte y al más allá, aceptando los estremecimientos de sentirse ya muerto
y verse así desde fuera, como se contemplan el chamán y su tribu, el yogui, los
sacrificadores de soma y haoma, el místico en general.
El kykeon, clave de los misterios.
Durante casi dos mil años, este culto fue el más importante del mundo
antiguo, en el que fueron iniciados miles y miles. Y sin embargo, apenas se
sabe nada de lo que acontecía durante los ritos. Misterios en el sentido griego
del término Mystes, es decir, mantener la boca cerrada. La sentencia por
quebrar esta regla era muerte.
Durante el siglo V A.C. el sofista Diágoras de Melos fue acusado de
impiedad por criticar los misterios, y tuvo que abandonar la polis. Muy poca
información nos ha llegado, y sin embargo todo se puede reducir a una cuestión
más bien simple. La clave de Eleusis se encuentra en el kykeon, la bebida que
tomaban los iniciados durante los misterios, para romper el ayuno. Esta bebida
estaba compuesta, según diferentes recetas, de agua, un cereal como cebada,
trigo o centeno, y hierbas, que podrían ser aromáticas o de otra naturaleza. La
hipótesis original de la LSA fue expuesta en The road to Eleusis, del
etnomicólogo y antropólogo Robert Gordon Wasson, el químico Albert Hoffmann y
el helenista Carl A.P. Ruck. En la obra, se especula que el cereal utilizado en
la preparación del Kykeon estaba contaminado por el hongo Claviceps Purpurea,
parásito de gran cantidad de especies de cereal, así como algunas hierbas. Este
hongo, también conocido como Ergot o Cornezuelo, contiene un 2% de su masa seca
del alcaloide conocido como LSA, (amida del ácido d-lisérgico), un potente
enteógeno y psicodélico, presente también en otras especies de hongos de la
familia Claviceps (diseminados prácticamente por todo el globo, excepto zonas
polares o desérticas) y en numerosas especies vegetales, como Ipomaea Violacea,
Rivea Corymbosa, Turbina Corimbosa o Argireya Nervosa.
La LSA, precursora de la archiconocida LSD, tiene unos efectos similares
a esta, pero no tan potentes, y quizá más turbios en cuanto a comprensión de lo
que ha pasado; produce midriasis y sinestesia, así como fosfenos. Tiene efectos
enteogénicos y psiquedélicos, palabras que definen bien al LSA. Existen otras
hipótesis respecto al componente psicoactivo del kykeon, pero todas implican un
componente psiquedélico (fenetilaminas y triptaminas). El farmacólogo y químico
ruso-estadounidense Alexander Shulgin y su esposa, la psicóloga Ann Shulgin, en
sus famosas obras Tihkal y Pihkal, sostienen que pudo ser la ergonovina, otra
sustancia presente en el cornezuelo, la que provocaba esas experiencias, en
conjunción con la LSA, o quizá en solitario.
El matrimonio Shulgin analiza la cuestión más en detalle en su última
obra: A new Vocabulary. Entheogens and the future of religión. El filósofo y
etnobotánico Terence McKenna propuso una teoría alternativa a la del LSA,
especulando que la experiencia psiquedélica eleusina pudo deberse al hongo
Amanita Muscaria (de la que hablaré más extensamente en la segunda parte de
esta monografía) ; o quizá a alguna variedad de hongo Psylocibe, conocidos en
el antiguo Egipto (hipótesis sostenida también por el antropólogo italiano
Giorgio Samorini). Esta familia de hongos contiene psilocibina y psilocina,
ambos psiquedélicos.que intervienen en el sistema serotoninérgico del cerebro.
Una última hipótesis acerca del Kykeon, lanzada por el bioquímico Jonathan Ott,
apunta a que pudo tratarse de anahuasca (neologismo inventado por Ott para
referirse a los análogos de la ayahuasca, es decir, a preparados que
contengan dimetil-triptamina-DMT- y un inhibidor de la monoamino-oxidasa -IMAO)
fabricada a partir de las plantas locales Ruda Siria (Peganum Harmala) como
fuente de harmalina -IMAO- y alguna especie de acacia (todas las acacias
contienen DMT en varias de sus formas químicas, principalmente N,N,DMT y
5-MeO-DMT).
La anahuasca funciona como
psiquedélico, con un rasgo distintivo “sagrado”, por así decirlo, provocando
experiencias religiosas en personas de culturas muy diversas, adaptadas a las
creencias personales. Una curiosa hipótesis complementaria de Wasson y Hoffmann
afirma que Sócrates fue en realidad condenado por los atenienses por revelar
información acerca de lo ocurrido en el Telesterion.
Conclusiones
La experiencia con psiquedélicos se ajusta claramente a lo que pudo
suceder en el Telesterion del templo de Eleusis: reordenamiento de los valores,
descubrimiento de la finitud de la vida y la infinitud del alma, analogía entre
el uno y el todo, dicotomía entre el ser y el no-ser, concordancia entre
principio y final, entre vida y muerte, creación de divinidades para explicar
lo que no puede ser explicado sin palabras que hagan referencia específica a
ello, e incluso el concepto del mundo de las ideas, donde las palabras se muestran
como burdos intermediarios entre éste y el mundo cotidiano. Incluso se elevaban
previamente himnos a Mnemosine, diosa de la memoria (y hermana de Lethe, el
olvido), para permitir recordar lo sucedido durante el rito más tarde.
Una experiencia de esta índole, en personas sin ninguna experiencia
previa en el uso de este tipo de sustancias (es más, sin siquiera conocimiento
de la existencia de este tipo de sustancias), tras días de ayuno, en la
oscuridad y guiado por uno o varios sacerdotes que ofrecen respuesta
(teológica, por supuesto) a todos los interrogantes planteados, es capaz de
marcar de por vida a alguien, de hacerle creer que las distorsiones producidas
en los sentidos y en la mente por la LSA eran realmente manifestaciones del
poder divino.
Además los misterios nacieron en la misma civilización que la
mayoría de las divinidades griegas, que más tarde adoptarían los romanos. Las
descripciones de las fuentes clásicas acerca de los misterios eleusinos
realmente concuerdan con los efectos producidos por estas sustancias, ..particularmente la LSA o la anahuasca, capaces de provocar una experiencia
sobrecogedora de contacto con un poder superior, una fuerza ordenadora del
cosmos que todo lo ve y todo lo sabe, sobre todo entre gentes comunes, o
proporcionar a personas más instruidas una visión nueva desde la que contemplar
la realidad, mostrando un mundo espiritual, formado por conceptos, un mundo
teleológico que puede llegar a ser comprendido por la razón, aún con sus
limitaciones. Ya que desde los tiempos de la civilización micénica unos pocos,
y desde mediados del siglo VI a.E.C. gran cantidad de griegos se iniciaron en
los misterios de Eleusis, y más adelante muchos romanos (incluso la mayoría de
los emperadores) continuaron con la tradición, la LSA podría estar en las
raíces de la religión y la cultura occidentales.
Saludos
el Canario
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