A King Crimson, uno de los grupos con la trayectoria más dinámica del rock, le calzan perfecto las efemérides más evidentes: el 8 y 9 de octubre hicieron sacudir las almas de los crimsonianos de alma (tribu populosa y fiel en nuestro país) que se reencontraron con el grupo luego de 25 años desde su única visita a la Argentina, en 1994. Los trajo una gira que justamente celebra el medio siglo del grupo, el "2019 Celebration Tour". Y, sin embargo, la formación original del grupo para la grabación de su ópera prima, aquel primer álbum progresivo de la historia (a pesar de que su líder, Robert Fripp siempre desechó ese término) y el de una de las portadas más reconocibles, duró menos de un año allá por 1969, cuando un 10 en octubre lanzaron "In the Court of the Crimson King". Para diciembre el grupo ya se había disuelto. Quedó el guitarrista que, a la sazón, apenas había participado en las composiciones del disco. Sin embargo fue quien continuó y sigue liderando ese organismo siempre cambiante.
La anatomía de ese cuerpo siempre distinto, joven y experimentado a la vez que es King Crimson, había tenido su primera placenta cuando luego de algunos ensayos (versiones, canciones del ídolo folk inglés Donovan y "Lucy In The Sky With Diamonds") abrieron para The Rolling Stones en el concierto de Hyde Park en julio de 1969. Y según las reseñas de la época, casi les arrebatan el show a las estrellas principales. Comenzaron por el que también sería la primera de las apenas cinco canciones del álbum: "21st Century Schizoid Man". Una apertura extrema, inquietante que luego de casi 40 segundos de silencio estalla con el grito del hombre de la tapa: "Un sangriento retorcerse en alambres de púa, la pira funeraria de los políticos, inocentes violados con napalm... hombre esquizoide del siglo 21", aúlla la letra.
King Crimson demostraba que se podía ser experimental, jazzero y roquero al mismo tiempo, con el solo atonal de Fripp (que prefigura, veinte años antes, la demencial mezcla de estilos del grupo Naked City, del saxofonista John Zorn) y la interacción cuasi marcial y de choque entre el bajista Greg Lake y el baterista Michael Giles, a la que luego se suma el saxo de Ian McDonald (que venía de tocar en la banda de la Armada Británica). No parece haber una indicación de compás explicita y todos se mueve en un galimatías que parece prolijamente escrito. El disco reproduce los temas sin silencios entre las canciones, como había inventado el Sgt Peppers (una de las referencias de Fripp, junto a Hendrix y los cuartetos de Bela Bartok) de The Beatles solo dos años antes. "I Talk To The Wind" es una gema progresiva y folk en la que sobresalen la flauta y el clarinete.
La importantísima relación del folk británico con todas las músicas sofisticadas y de vanguardia (como Nick Drake o Incredible String Band) quedó demostrada en el ensayo imprescindible para los amantes del género, "Vendiendo Inglaterra por una Libra". Una historia social del rock progresivo británico de Norberto Cambiasso. Si en ella el autor define a este disco como un "Manifiesto progresivo integral", al llegar a "Epitaph" ya lo sabemos: se tiene la sensación de estar ante todo un orgánico instrumental de apenas cuatro músicos que interpretan mellotrón, clave (ese aire de barroco en todo el disco) piano, flauta, órgano, vibráfono, clarinete bajo más los instrumentos más usuales del rock. Fue el momento en que Pink Floyd dejaba el cetro de "el grupo" del under británico y lo arrebataba esta corte del Rey Carmesí.
"Moonchild" es prácticamente una improvisación, una poesía infantil e isabelina casi susurrada por Greg Lake, cantante y bajista, en la que "la niña de la Luna les habla a las telarañas de los árboles, duerme a la sombra de un sauce y espera la sonrisa del niño Sol". Durante su larga improvisación, Fripp se da el lujo de tocar fragmentos del standard de jazz "The Surrey With the Fringe on Top", dando muestras de libertad de discursos musicales y adelantándose a los que solo muchos años después (nuevamente John Zorn) se conocería como un jazz posmoderno de citas y guiños a diferentes géneros.
El gran final es para la misteriosa canción que da título al disco. La letra de "In the court of the Crimson King" es, como toda forma barroca, la expresión de algo que no termina de morir ni comienza a nacer: cadenas oxidadas en prisiones a la luz de la luna, una reina enlutada, una orquesta que toca al ritmo lento de la rueda de un molino y un bufón que raspa suavemente las cuerdas para el cortejo del rey Carmesí. Como los poquísimos grupos de rock que tuvieron letrista aparte que no tocaba ningún instrumento (Cream, Grateful Dead, en la Argentina Virus), King Crimson ostentaba una lírica impar.
Si ese mismo año Pink Floyd lanzaba en "Ummagumma" su canción "Careful With That Axe, Eugene", en la que podía casi olerse la sangre del arma blanca en los gritos desnudos de Waters, en esta canción King Crimson gesta una novela sonora, una historia gótica, en la que, como en toda corte, hay conspiraciones, cortesanos y secretos lúgubres. El ritornello majestuoso de la percusión, acentuando la palabra "king" del estribillo, da la sensación de un eco infinito en el tiempo. Eco que puede oírse en el de Radiohead de "Exit Music (For A Film)" o "You And Whose Army". En el paisaje (tanto sonoro como visual de su arte), hay en este debut de King Crimson, editado justo al fin de una década que marcaría el fin del hipismo y de varios de sus sueños, un oxímoron entre el futuro distópico con lo medieval.
1969 era el año en que se hablaba de space rock, como subgénero post-psicodélico y en el que Bowie (amigo de Fripp) cantaba sobre la soledad de un hombre perdido en el espacio mientras Vietnam seguía ardiendo.
Nicolás Pichersky
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