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RamosPadilla Papers y los Terroristas: un Gobierno de Ocupación al Servicio del Extranjero

A estos muchachos la realidad no los condiciona. Pero engañar tanto a la sociedad no es gratis. Inyectar mucho odio puede producir un efecto rebote. Ahora, con gran despliegue en la prensa hegemónica, Macri y Magnetto vuelven a instalar el tema del "terrorismo". Intentan meter miedo, restringir más libertades y distraer de la hecatombe argentina. Pero el affaire D’Alessio-Stornelli-¿Bonadio? permitió corroborar que la verdad en Argentina no existe, al menos no existe en los medios de comunicación; verdades inventadas que conforman un sentido común que todo el mundo repite aunque solo sean engaños. Recientemente, y a pesar del plan sistemático de engaño a la población del grupo Clarín, fue público que en el caso del atentado contra la AMIA no tienen nada que apunte contra Irán. Ahora vuelven con el atentado a la embajada de Israel (que recibió cobertura inédita en 27 años) y con dos supuestos iraníes. Todo verso. Si hay bomba, la pusieron los terroristas del paraestado que denunció el Juez Ramos Padilla, ahí están los terroristas que tanto buscan, son ellos mismos.



Podredumbre expuesta... Lo único que les faltaba a la mafia del Gato, es que aparezca el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Parrilla, y exponer sobre la investigación por presunto espionaje ilegal en causas judiciales en una comisión de la Cámara de Diputados, que reveló un enorme entramado de espionaje ilegal que involucra a sectores del oficialismo, jueces, fiscales y periodistas afines al Gobierno nacional. De ahí el apuro por silenciar a juez, a como de lugar, en uno más de los escándalos en que Cambiemos demuestra el grado de presión sobre la justicia que ejerce y la inexistencia de independiencia judicial.
Porque esta denuncia aparece cuando la caída ya es palpable y hasta se olfatea, no sólo por los datos, las persianas bajas se multiplican: se evidencia en la desesperación de los que son gobierno. Los amarillos pierden la compostura hasta en las situaciones que antes dominaban tan bien, como la de mentir incansablemente y vomitar su desprecio de clase. Por más maquillaje que destinen, las arrugas se notan, las ojeras rutilan y los tics se acrecientan. Y no porque adviertan que están gobernando mal, sino porque perciben que el latrocinio disfrazado de presidencia está llegando a su fin. Pero esto no es todo: lo que más teme el Poder Real es que haber elegido a Macri como representante –el menos hábil para el cargo- deja expuestas las vampíricas intenciones de siempre y ya no las pueden disfrazar de nada.

La descomposición política del macrismo hiede por todas partes. Quizás el problema de los sistemas que se proponen un dominio minucioso de la sociedad sea que su voluntad de poder monolítica no puede adaptarse a los sacudones de lo real y, en lugar de moldearse ante nuevos desafíos, se descomponen aceleradamente. El estallido del caso D'Alesio no es la causa sino una de las manifestaciones de esta putrefacción. La cantidad de evidencias empíricas de los métodos terroristas con que en el último lustro se pretendió disciplinar a la sociedad quizás haya aparecido por una lucha de facciones de los diversos servicios paraestatales y trasnacionales. Quizás el ciudadano Etchebest no fuera capaz de descorrer ese velo por una iniciativa personal. Quizás los servicios se desmadraron. El derrame copioso de pruebas de los procedimientos extorsivos combinados de tribunales y medios solo sería consecuencia de una falla anterior. El material que D'Alesio guardaba tal vez se haya dado a conocer siguiendo las mismas lógicas con que cotidianamente se adormece a la población, solo que esta vez lo que aparece son las pruebas del propio funcionamienro del sistema, por un proceso de aceleración autodestructivo: porque el sistema mismo está colapsando. En ese caso, el macrismo se cuece en su tinta.
Oscar Cuervo

Engañar tanto a la sociedad no es gratis. Inyectar mucho odio puede producir un efecto rebote. Exigir al público tamaña credulidad es la mejor forma de menospreciarlo. Seguir alentando las esperanzas en un modelo que no despierta ninguna es la manera más eficaz de aniquilar un país. Los medios hegemónicos hacen esto. Por eso instalaron tantas falacias que se convirtieron en sentencias verídicas y condujeron a muchos votantes a optar por la Revolución de la Alegría. Y después del balotaje siguieron alimentando el idilio entre el mandatario electo con malas artes y los embelesados con el Cambio. Un cambio que no era como lo pintaban, claro está. Por eso el verbo "cambiar" y todas sus versiones hoy parecen palabrotas.
Este gobierno nefasto y todo el andamiaje mafioso que lo sostiene se han apropiado de muchas cosas: del salario, de la dignidad y hasta de las vidas. Al récord de endeudamiento, inflación y decadencia, el desgobierno de Macri conquistó el puesto del más represor desde el retorno a la democracia: un asesinato cada 21 horas en manos de las fuerzas de seguridad del Estado. Y lo más grave es que se enorgullecen de eso. De todo, por eso recitan que estamos por el buen camino.
El macrismo llegó al poder a través de un largo camino que se remonta a la patria contratista, la marquetización del fútbol y el sistema de extorsión y espionaje ya implementado en el gobierno de la ciudad desde 2007. En 2015 asistimos a su generalización abrumadora. Ya no solo funciona para hacer negocios ilegales con las cloacas o con los barrabravas de Boca o para espiar a los cuñados de la famiglia. Hace cuatro años están en todas partes y a toda hora. Se filtran en la vida privada a través de las pantallas de celulares y televisores, interactúan con los usuarios de las redes, extrayéndoles información e inyectándoles mentiras en dosis tóxicas. Durante un tiempo, la desmesura de la máquina da la sensación de que es imposible que se filtre lo real. Pero todo sistema tiende hacia su desorganización y cuanto más afiatado parece, más ruidosa es su ruptura. Como esos circuitos que se embalan hasta terminar quemándose. Así estamos viendo quemarse al macrismo.
En los programas de televisión que el sistema usó para abombar a la población, hoy vemos cómo los gestos de sus participantes empiezan a desencajarse. Pongan América 24, Intratables, Animales Sueltos y van a ver un show de desintetegración. Su sorprendente desquicio se acopla al que se produce entre los miembros de la coalición electoral, las variables económicas, la impotencia de la propaganda para disimular el desbande, el disloque discursivo de sus voceros, la dura gestualidad de sus caras visibles. Es un fracaso tan hondo que vuelve inviable incluso un gobierno cambiemita triunfante. Quizás sea su voluntad arrastrar al país en su propio colapso. La derecha cebada en el poder mantiene una temible capacidad de daño de la que ninguno de nosotros puede considerarse a salvo. Pero a la vez, su desmesura la lleva a toparse contra su propia impotencia.
Oscar Cuervo

El desbande se exhibe en las pantallas: los periodistas acólitos que antes competían por el título del mejor macrista, ahora se acusan entre sí por serlo demasiado. Lo que no abandona el discurso dominante es su afán por envolver al mejor candidato: por ahora es Lavagna y después será otro fulano que garantice obediencia. Pero lo que ellos señalan como bueno, para nosotros será lamentable.




La desesperación comenzó en febrero. La verborragia de D’Alessio ante el empresario Etchebest empezó a desvelar una trama sospechada pero nunca demostrada. Tirar del hilo fue tarea del juez Alejo Ramos Padilla y su equipo, que encontraron en la propiedad del falso abogado y hábil espía indiscreto un botín muy valioso. Ahora quieren voltear a tan entero magistrado por haber narrado en la Comisión de Libertad de Expresión del Congreso una podredumbre paraestatal que existe desde hace mucho. La premura por destituir a Ramos Padilla hace que la organización ilícita de espionaje que involucra agentes de inteligencia, jueces, fiscales y políticos ahora se interprete como estatal.
Si el oficialismo no hubiese salido a tildar al juez de kirchnerista o a defender con tan poco tacto al fiscal Stornelli; si los medios acólitos no hubieran intentado minimizar el caso con la estupidez de que todo fue organizado desde la cárcel; si hubieran asistido a la presentación en el Congreso, no sería tan fácil predecir dónde termina el hilo. Pero cuando el Servicio Penitenciario –que depende del Ejecutivo- no realizó el traslado de D’Alessio al tribunal de Dolores por falta de combustible, la sospecha comienza a fundarse. Más aun teniendo en cuenta la facilidad con que colmaban el tanque de los vehículos y disponían de chalecos y cascos en los espectaculares apresamientos de ex funcionarios K.

Como algo faltaba para llenar las sospechas de certeza, el presidente comenzó a orquestar el pedido de juicio político a Ramos Padilla en el Consejo de la Magistratura. Los argumentos esgrimidos en la solicitud firmada por el ministro de Justicia, Germán Garavano deberían dejarlo fuera del cargo, como a muchos de los integrantes del Gabinete. Para el funcionario, Ramos Padilla tuvo una "manifiesta actuación irregular y violatoria de los deberes de imparcialidad y reserva que todo juez debe guardar respecto de las causas que tramitan ante sus estrados y en resguardo de los derechos de las partes involucradas". Ellos esgrimen eso, cuando han consentido que los titulares aparezcan antes que las resoluciones; cuando guardan silencio ante las sentencias sin pruebas; cuando celebran las prisiones preventivas y las condenas exprés y que hacen un show con cada allanamiento. Si Ramos Padilla habló ante el Congreso fue porque el juez Ercolini lo obligó a la apertura del secreto de sumario. Si quisieran una Justicia independiente en serio, se preocuparían más por el trasfondo de esta historia y en lugar de cargarse a Ramos Padilla, buscarían destituir a casi todos los habitantes de Comodoro Py.
La calle se les vuelve hostil en proporción directa al control monolítico de las pantallas. En cierto modo debemos agradecerles la celeridad que le imprimieron a la usura de sus recursos. Así mostraron qué son y hasta dónde llegan. Despertaron una resistencia inorgánica, dispersa, difìcil de manejar.
Cuando se leen hoy los textos escritos y visuales que la derecha produce, sean los reflexivos como los de Carlos Pagni, Eduardo Fidanza o Francisco Olivera en La Nación, sean los más rústicos que encarnan Fantino, Majul o Leuco en la tele, en todos ellos se filtran ráfagas de desconcierto, como si la derecha recién ahora captara los límites de su potencia.
El macrismo se revela más inepto, más destartalado y grotesco que la revolución fusiladora o el proceso de reorganización nacional. Quisieron presentarse como la postmodernidad liviana, como una revolución de la alegría, pero hoy solo pueden apostar todos sus empeños a la desdicha. Necesitan que millones de personas se resignen a sufrir. Cambiaron las figuras históricas de los billetes por animalitos, quizás sin percibir todas las consecuencias de ese retroceso simbólico de la escala zoológica. Oscurecieron el perfil de Evita en el edificio que puede verse desde las dos puntas de la 9 de julio, sin advertir que el oscurecimiento es un énfasis de temor. ¡Le tienen miedo a esa mujer! Es curiosa la certeza que le otorgaron al borramiento como método. No solo se muestran prefreudianos sino hasta precristianos. Nunca se detuvieron a pensar en la extraña fuerza del In hoc signo vinces.
Esta ignorancia no es curiosa en macri, pero es llamativa en los tecnólogos de la dominación que lo apuntalan. Quizás haya sido el macrismo el rostro de esta debacle porque la crisis del capitalismo solo puede producir esperpentos.
¿Funcionará, no obstante estas fallas expuestas, el disciplinamiento la sociedad argentina? Nuestra singular resistencia ¿será la última prueba de la licuación neoliberal o la semilla de lo que viene?
Oscar Cuervo


Tan desesperados están los amarillos, que impulsan un proceso de destitución a pesar de que no tienen mayoría en la Comisión de Disciplina y Acusación del Consejo de la Magistratura. Cualquiera que los apoye en esta maniobra, quedará manchado por complicidad con la mafia. Los que contribuyeron a mantener la gobernabilidad con la aprobación de leyes destructivas, deberán entender ahora que la gobernabilidad se consigue no apoyándolos.
Ahora es tiempo de hacer lo que no se ha hecho hasta ahora: empezar a interpelar a funcionarios impresentables, como Patricia Bullrich, Laura Alonso, Germán Garavano, Elisa Carrió, Paula Olivetto y por qué no al propio fiscal Stornelli y el juez Bonadío.

Cerrando un tema que aún está lejos de cerrarse, les comparto un texto de Zaffaroni, nadie mejor que él para cerrar esta entrada.


Al borde de la ruptura: mejor no estirar más la soga
En nuestro país estamos viviendo desde hace tiempo una táctica de lo que ahora se llama “lawfare” bastante peligrosa. No sólo se persigue a opositores, sino incluso a empresarios argentinos. El gobierno nacional pretende acusar al juez federal Ramos Padilla ante el Consejo de la Magistratura para removerlo de su cargo y así frenar la causa que investiga la trama de espionaje y extorsión que involucra al fiscal Carlos Stornelli.

Toda interacción humana tiene algo de dramaturgia según los sociólogos interaccionistas. Esta afirmación es mucho más válida cuando se trata del proceso penal. Aunque quien observa un juicio oral nunca haya leído a un interaccionista, no puede dejar de observar que hay una distribución de roles muy cuidada y cada quien asume el suyo. Esta sensación es aun mucho más completa si los jueces visten togas y los abogados también. Cada uno ocupa su lugar, fiscal acusador y abogado defensor a los lados, los jueces en sus estrados, el acusado junto a su defensor. Cualquiera que se salga del rol asignado provoca lo que los interaccionistas llaman “una disrupción” y de inmediato el tribunal lo hace callar o lo excluye de la audiencia.

Pero hay una situación que provoca también “disrupción” y que no se resuelve tan fácilmente: es la que producen los jueces cuando se salen de su rol. En ese caso no hay nadie que los haga callar o los excluya. Por eso esas “disrupciones” de los jueces son mucho menos frecuentes e incluso diríamos que raras.

Los casos más extremos de “disrupciones judiciales” se dieron en las parodias de juicios llevadas a cabo en los regímenes totalitarios, tales como las purgas estalinistas –con el famoso fiscal servicial- o el llamado “tribunal del pueblo” nazi, con el no menos famoso payaso togado Ronald Freisler.

Cuando se llega a extremos de “disrupciones judiciales” se desarma directamente el escenario y la distribución de roles se quiebra definitivamente, pues ante la falta de autoridad que “ponga orden”, o sea, que preserve la distribución de los roles, cada quien no se siente obligado a mantener su rol. Adviene el caos y el drama corre por otros carriles.

En tales casos, en que cada quien pasa a elegir el libreto que quiere, suele plantearse un dilema a los acusados y a sus defensores: son conscientes de que las reglas del juego no funcionan y deben optar entre seguir un juego que ya no corresponde a la previa distribución de roles, o bien, proceder a lo que alguna vez se ha llamado el “juicio de ruptura”, que consiste en denunciar a los jueces y asumir un abierto rol de confrontación con éstos.

En esos casos se suelen escuchar expresiones tales como “veo el hacha del verdugo bajo la toga del juez” y similares, o sea, el proceso se acaba y lo que queda es una pura confrontación de poder que quiebra toda juridicidad y racionalidad. Es, cabe reiterarlo, el caos.

Este caso se debe a que en esta última variable, el proceso se sale de cauce y termina siendo una confrontación política, en la que el acusado y su defensor desconocen la autoridad de los jueces “disruptores”. Como es obvio, cuando las cosas llegan a este punto, la situación es de extrema gravedad y, por ende, a toda costa deben agotarse los esfuerzos para evitar que se produzca.

En nuestro país estamos viviendo desde hace tiempo una táctica de lo que ahora se llama “lawfare” bastante peligrosa. La persecución política a la oposición mediante un proceso en que se extorsiona a los imputados amenazándolos con un manejo arbitrario de la prisión preventiva es de conocimiento público. No sólo se persigue a opositores, sino incluso a los empresarios argentinos, lo que redunda en beneficio del capital financiero transnacional. Los propietarios del único canal televisivo que no responde al gobierno están presos. Las detenciones de ex– funcionarios se televisan, alguna vez con la persona en pijama. Las excarcelaciones se revocan en trámites procesalmente bastante objetables y por primera vez desde que se volvió a los cauces constitucionales tenemos presos políticos en nuestro país.

Las imputaciones pasan por alto la legalidad de los tipos a los que apelan : hubo “traiciones a la nación” sin guerra. Ante la obvia inadecuación de esta tipicidad, se apeló al encubrimiento y a una llamada “doctrina”, inaudita, porque no habría funcionario imputado de delito que pudiese beneficiarse con una excarcelación. Además, hay sentencias condenatorias que “estiran” los tipos penales como si fuesen de goma y hacen que actos debidos y legales de funcionarios pasen a ser criminales sólo porque se le ocurre a los jueces.

Se apela a la “asociación ilícita”, tipo penal que es inconstitucional, porque se consumaría con que tres o más personas, en una noche de medio borrachera, acordasen cometer delitos y pese a que al día siguiente hayan decidido que eso era absurdo y no hayan cometido ni intentado cometer ningún delito. Se sabe que este tipo penal, que proviene de la vieja criminalización de sindicalistas en tiempos en que la huelga era un delito, se usa en la instrucción para legitimar prisiones preventivas. También se sabe que es irracional, porque si quienes se ponen de acuerdo son tres “mecheras” de tienda, por el simple acuerdo serían más penadas que si cometiesen realmente los hurtos.

No vale la pena seguir recordando lo que todos sabemos, aunque no cabe olvidar la prisión política de Milagro Sala o la pretensión de que una adolescente casi niña sea amenazada con privación de libertad para acallar o debilitar a su madre. Si bien ambos casos son muy diferentes, tienen en común servir de muestra del grado de odio y crueldad extremos que mueven a quienes los impulsan.

Pero en las últimas semanas la cuerda se va estirando con serio riesgo de que la "disrupción" termine descalabrando todo. Ante las denuncias contra el fiscal del famoso proceso de los cuadernos fotocopiados que habría redactado un empleado grafómano, como consecuencia de la aparición de un personaje extraño, de servicios de informaciones mezclados en la actividad judicial, de indicios de extorsiones y demás escándalos, se pretende sacar la causa de las manos del juez federal que la investiga y ahora, nada menos que acusar al juez federal ante el Consejo de la Magistratura para removerlo de su cargo.

Cualquiera sea la verdad de los hechos, lo cierto es que si se consigue apartar al juez y más aún si se lo remueve, eso no haría más que engendrar serias presunciones de que algo sucio se quiere ocultar.

Pero al margen de todo esto o, mejor dicho, como resultado de la acumulación de todo lo anterior, lo cierto es que la cuerda se va estirando demasiado y está tocando un límite peligroso, muy riesgoso. La cuerda puede romperse, la “disrupción” generar la “ruptura”, los procesos acabar en disputas políticas abiertas, los acusados y sus defensores desconociendo la autoridad judicial, o sea, el caos total.

No sabemos si vale la pena invocar la razón, tan extraña a nuestro tiempo, pero al menos, aunque más no sea para tener la conciencia tranquila, debemos intentarlo, advirtiendo el riesgo que se está corriendo: nos movemos en los peligrosos límites del caos institucional. Se ha estirado tanto la soga en estos últimos años que está a punto de romperse. Aún es tiempo de evitarlo.
E. Raúl Zaffaroni - Buenos Aires, 17 de marzo de 2019



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