Siguiendo la historia publicada en nuestra anterior nota "Piazzolla y Pugliese, la Magia en Amsterdam: La Unica Vez que los Maestros con sus Músicos Tocaron Juntos La Yumba y Adiós Nonino", y a modo de respuesta a Alejandro Estevez que desde nuestro espacio en Facebook nos pregunta "Y com Pichuco? Temperamentos diferentes", ahora publicamos una publicación de Ángelo Narváez para "La tinta" donde no solamente aborda la relación del maestro Pugliese con Piazzolla, incluso en referencia al citado concierto donde Astor diría "compartí el escenario con Pugliese en Holanda. Yo escribí un arreglo especial de "Adiós Nonino" y Osvaldo parecía un despistado, no embocaba una nota. Antes yo había querido tocar "La Yumba" a su manera y no pude. Me sentí mal, como si estuviera ensuciando su música. Está escrito que nuestros caminos deben ir por separado. Es como si el de arriba hubiera ordenado que cada uno de nosotros haga lo suyo". Pero además abarca su relación con Manzi, Troilo y Goyeneche, Cuba y Fidel, sus milagros y el famoso clavel del maestro viruta.
No estoy del todo seguro cuándo comenzó mi relación con Osvaldo Pugliese, esa relación íntima pero tardía y lejana que recuerda que la intimidad no es sinónimo de contemporaneidad o cercanía. Es posible que haya sido siguiéndole los pasos a Alfredo Belusi, o quizás fue siguiendo los de Troilo. Lo que sí tengo claro es que mis recuerdos de Pugliese son en colores, vivos, como si vinieran de afiches y murales antes que de fotografías y televisores. Claro, de dónde más podrían venir si en vivo no lo vi nunca, y según entiendo jamás pensó en una visita. Además, se murió demasiado pronto, o yo nací demasiado tarde.
Lo más cerca que lo tuve fue de frente en la plazoleta de Villa Crespo en Corrientes con Scalabrini Ortiz. Hay algo extraño en el busto de Villa Crespo, y es esa relación inconclusa entre la escultura de estilo clásico de un busto en bronce y la versión caricaturezca de la orquesta, como si nadie decidiera del todo o por sí solo. Quizás por eso mismo funcionaban tan bien, sobre los escenarios y sobre la plazoleta, estando todos, o casi todos.
Pugliese tuvo ese tino que tienen los que abren con diagonales, lo que hacer ver bien a los demás, los cooperativistas de las canchas y los escenarios. Quizás por eso disfrutaba animar las noches en Avellaneda, en las canchas del buen toque sin estrellas, en las canchas del oficio profesionalizado de pura casualidad. Ahí entendió Chicharra que la música, el tango, también es asunto de sindicatos. A Pugliese lo detuvieron el ’43 por llevar el número 108 en el carnet de afiliación al Partido Comunista Argentino, pero Saúl Cascallar recuerda que la Orquesta siguió animando los bailables que heredaran de los tiempos de Avellaneda, sin Pugliese pero con piano de asiento vacío y todo. La ocurrencia del clavel rojo sobre el piano fue de los músicos dice Cascallar, no de don Osvaldo, “el clavel rojo aparecía, nadie tocaba el piano… y todo el mundo entendía el mensaje”.
Los días que detenían a Pugliese en los muros de Buenos Aires podía leerse «el tango está preso». Más de una vez se llevaron preso al Rasca, y ahí también estuvo Cascallar el ’54 cuando en el pabellón 10 de la cárcel de Devoto “la gente lo rodeaba, sobre todo muchos presos que eran obreros de Avellaneda, para hablar de la Orquesta”. Una institución, Pugliese y su Orquesta. Víctor Lavallén decía que cuando Pugliese te llamaba para tocar con la orquesta era como si te comprara Boca siendo xeneize.
Cómo no, si alguna vez se las ingenió para interpretar “La cumparsita” por más de dos horas continuas cuando se le ordenó a la policía que lo detuvieran cuando la canción terminara.
Y es que a Pugliese lo quisieron todos: Manzi, Troilo y Goyeneche.
En Cuba también lo quisieron y lo quieren. Las visitas que realizara el ’84, el ’88 y ’92 cifraron una presencia y popularidad en la isla que no fueron ajenas a la institucionalidad. Nadie sabe muy bien cuándo compuso Pugliese la “Milonga para Fidel”, si a fines del ’60, comienzos del ’61 o quizás, aunque improbable, el ’62. Tiene sentido la versión según la cual Pugliese compuso la milonga después de la proclamación del carácter socialista de la revolución el 16 de abril del ’61.
Dicen que de las partituras sólo hay dos copias, una en manos de Lidia Elman y otra en manos de Fidel. La letra la escribió Domingo Arcidiacono, y la milonga la grabaron Jorge Maciel y Alfredo Belusi, esa milonga que dice:
I
Con las cuerdas bien templadas,
milonga quiero cantar
para el gran americano
campeón de la libertad.
Para el gran americano
que nos enseñó a luchar
por la dignidad del hombre,
por la paz y por el pan.
II
Patria o muerte fue su voz,
y el pueblo en armas lo siguió.
Ya la aurora se asomó…,
la noche negra se acabó.
III
El guajiro se agotaba
en los surcos del patrón;
hoy, empuñando el arado,
canta su liberación.
Hoy, empuñando el arado
se agiganta su labor
porque es dueño de la tierra
que su mano fecundó.
IV
Fidel, tu nombre es bandera
contra el yugo colonial,
es por eso que los pueblos
te rodean, fraternal.
Es por eso que los pueblos
te brindan su admiración,
vos le diste la esperanza
y ellos su gran corazón.
V
Patria o muerte fue su voz,
y el pueblo en armas lo siguió.
Ya la aurora se asomó…,
la noche negra se acabó.
Habrá que preguntarle en algún momento a Fidel qué piensa del tango, la milonga y don Osvaldo. Ya habrá tiempo para eso. Tiene sentido, en cualquier caso, el dúo y la orquesta que el mismo ’61 grabara “Bronca” y que recuerda de una manera curiosa el avance de la maroma sovietista, el tango de Enrique Delfino y Manuel Romero.
Que se sepa, nadie lleva un registro acabado de los milagros de Pugliese: quizás porque no hay ninguna razón para contarlos (ni cifrarlos, ni relatarlos). Simplemente son. No hay tribunal ni curia, ni votación ni certificación, procesos tan afines a las instituciones paulinas. Es algo difícil entender la trinidad de la mierda escénica, pero es algo más fácil entender la trinidad del Rasca, porque con Pugliese estamos mejor. Incluso, un poco eso es el amor por alguien, quien sea, estar un poco mejor de lo que a momentos se merece estar.
El milagro paulino acaba con el abatimiento, pero el milagro de Pugliese es más simple, más honesto y preciso, hace más llevadero el siempre inevitable error. Nadie sobra para esta especie de milagro colectivo, porque siempre estuvo ahí, presente o ausente, sentado o en forma de clavel.
El 15 de agosto del ‘95, tras la muerte de don Osvaldo, Carel Kraayenhof publicó un opúsculo en el que relataba la reticencia de Pugliese a que le llamaran Maestro, y que solía responder «¿Maestro? ¡Maestro viruta!» «¿Qué maestro? ¡Un rasca atorrante, eso es lo que soy! Y con la orquesta somos el conjunto de los atorrantes unidos». Quizás de ahí el anonimato y la inmediatez de los milagros, de la ausencia de maestría pretendida.Ángelo Narváez
Me imagino que Kraayenhof vio a Pugliese el 29 de junio del ’89 cuando se juntó en concierto con Piazzolla en el Carré de Amsterdam. Aunque, claro, no resultó del todo bien: «No hace mucho compartí el escenario con Pugliese», dijo Piazzolla meses después, «fue en Holanda. Yo escribí un arreglo especial de “Adiós Nonino” y Osvaldo parecía un despistado, no embocaba una nota. Antes yo había querido tocar “La Yumba” a su manera y no pude. Me sentí mal, como si estuviera ensuciando su música. Está escrito que nuestros caminos deben ir por separado. Es como si el de arriba hubiera ordenado que cada uno de nosotros haga lo suyo».
Sin embargo, Piazzolla lanzó el desafío, pero Pugliese se defendió a su manera, agradeciendo al público holandés haber escuchado tan atentamente a «Astor Piazzolla, gran músico, gran compositor, con su conjunto» y «a nosotros, rascas y virutos, pero en fin, estamos bien». Quizás, hasta un poco mejor de lo que merecemos estar. Tu mejor milagro, Osvaldo.
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