El cuerpo humano, nuestro propio cuerpo, como soporte del quehacer cotidiano, es también un objeto político y social. Cada día, desde la cuna a la tumba, expresamos en él nuestro ser más profundo de muy variadas formas. La mente, ese reducto mal llamado de la libertad, la voluntad y la realización personal, no es más que una actualización intangible del cuerpo que sufre, doliente, enfermo, disciplinado, sometido o abocado a la condición de pasividad en nuestro régimen de sociedad de consumo, limitándolo principalmente al trabajo, al hogar, al estudio. Pero hay individuos que no logran, ni pueden (y menos quieren) quedar fijados en un estado determinado (trabajador, empleado, hombre, mujer), viviendo la vida de pasión en pasión, de situación en situación, saltando por sobre lo impuesto, por sobre la moda, la cultura e incluso la contracultura, en una rebelión del alma, la mente y el cuerpo: la rebelión del fantástico ser humano en estado puro: brutal, pleno, alejado del ser humano que