“Podemos darle de comer a cuatrocientas millones de personas sin embargo hay hambre”, afirman en los bares, en los boliches de campo y hasta en los set mediáticos, y nadie se pregunta cuál es motivo de tal ecuación. Nunca un modelo sociopolítico identificó tanto al SER argentino como el actual: mezquino, aporofóbico, reduccionista, devoto del sentido común, percibidor autogestionado de fetiches, enemigo de las evidencias y muy amigo de las creencias, pretextos o sospechas prejuiciosas, haragán cuando el pensamiento es crucial, irresponsable de sus ignorancias y erratas, el hijo putativo del yo no fuí o del yo no sabía, falaz cuando se trata de defender una conveniencia o para argumentar un odio, jamás de su boca partirá la duda científica o la humilde constricción como fuente de inspiración y menos cuando se trata de analizar críticamente. El sujeto argentino medio ha encontrado su SER vital, su SER térmico y futbolizado, el del gol con la mano, el que hace tiempo, el que esconde las pelotas, el que le pide al árbitro que siempre pite a su favor, poseedor quebrado de certezas inescrutables sobre los problemas y las soluciones, aprobando entusiasmando a sobre cerrado, a mano alzada y sin explicaciones todos y cada uno de los enunciados del actual diseño social, muy a pesar de la cantidad de compatriotas que van quedando en el camino, e incluso poniendo en jaque terminal a esas mismas virtudes banales por las cuales se jacta, porque no sea cosa que "a este tipo le salga", afirma, acodado en la maltrecha mesa de su pobreza virginal. El argentino medio ha salido definitivamente de su armario, ámbito que asfixiaba su posibilidad de ser lo que es, de tener la “libertad” de exponer e imponer lo peor de sí, a favor de sí. Varias veces en nuestra historia oteó sus viabilidades, acaso ciertos valores preexistentes provenientes de la sufrida migración más la criminalidad de los procesos políticos le impidieron exhibirse en su real dimensión. En el presente la criminalidad no le hace mella pues las conciencias social y humanista no figuran en su breviario y aquellos valores preexistentes son considerados obsoletos, de manera que libre y desnudo de imbecilidad exhibe orgulloso sus escorias bicentenarias.
En algún sentido, con sus análisis, Caparros es ciertamente optimista con relación a nuestro país y a la humanidad en general. No obstante las certezas históricas le dan buena parte de razón, no es menos evidente que la historia, a decir de Popper, no debe direccionar nuestros criterios y aseveraciones porque de alguna manera estaríamos ingresando en un mundo místico, determinante y generalista de reiteración forzada que no permite la elaboración de los distintos matices que posee cada época. Justamente por esto me permito no ser tan optimista pues el presente es un proceso innovador (no por ser nuevo es bueno o positivo, aunque una gran porción de la humanidad los entiende como sinónimos), global y nacional, que me lleva a dudar sobre las chances de un retorno humanista. Hasta las organizaciones espontáneas, ONG o movimientos defensores de los derechos civiles han adoptado conductas muy a fin con el paradigma que ha impuesto el sistema dominante sobre la anulación de la “otredad”: El negacionismo, la cancelación, la discriminación, la exclusión, la postergación, el aislamiento del otro, conforman una horrenda batería dialéctica de herramientas utilizadas no solo por déspotas sino también por los supuestos benignos, conciliadores defensores de las causas nobles a la hora de las decisiones personales y colectivas.
El mundo de la contemporaneidad le ha dado cobijo y razón al SER argentino medio, ese fisgón que durante años oteaba en la oscuridad la realidad, sacando sus conclusiones detrás de su cortina americana a modo de Caverna "platonania"; hoy se siente reconocido y realizado, y lo está disfrutando con algazara, hacía décadas que deseaba liberar su sórdida y pobre expresión humanista.
Para el caso Milei y su tropa de criminales son meros entes identificadores epocales de una sociedad envilecida, son los instrumentos que comulgan, con su personalidad e histrionismo, sobre lo que ese ser medio argentino quiso y quiere SER, el mismo que aceptó con su aspiracionalidad honestista la ignominia contra Yrigoyen y luego se acomodó al corrupto fascismo de la década infame, el que con su antiperonismo primero aprovechó y años después con su estatus pequeño burgués dejó de formar parte del aluvión zoológico para militar dentro del gorilismo elitista, el que se incomodó con la prudencia y la honestidad de Illía, el que toleró las masacres de las sangrientas dictaduras so color de unos centavos especulativos y viajes al exterior, el que le dio la espalda a Alfonsín cuando éste, junto a Bernardo Grinspun, Rovelli y otros tantos patriotas que aún anidaban dentro de la UCR, se enfrentaron al FMI para discriminar el tema de la salvaje y espuria deuda tomada por los militares y que Cavallo desde el Banco Central había licuado en 1982, ese SER que fue cómplice del menemismo, el indulto, la corrupción empresario-estatal y la convertibilidad, el cacerolero que traicionó al piquete cuando sus cuentas dolarizadas finalmente fueron compensadas, el que luego de emerger con el kirchnerismo sintió que sus aires acondicionados, habanos y whiskies no debían ser compartidos, el que fue vacunado por el Estado contra la pandemia y hoy quiere que muera el que tiene que morir si no se adapta. Ese argentino medio o el medio argentino están en la cresta de la ola social y cultural, por eso me animo a no ser tan optimista como el socialista Caparros y si adherir a los conceptos del liberal Popper, pues no veo en el horizonte ninguna esperanza a favor de la reparación humanista, para el caso debo entender o cuando menos dudar que tanto el socialismo como el liberalismo son otra cosa que en nada se relaciona con las ideas del mundo actual.
Recuerdo que cuando la bella y enorme escritora y periodista italiana Oriana Fallaci, acaso la reportera más importante del siglo XX, de visita por Argentina, nos describió hace casi 45 años como una sociedad fascista, la gran mayoría de los comunicadores se enojó mucho con ella. De hecho la construcción “enano fascista” emergió de una afirmación suya en Tiempo Nuevo. Ella sentenció por entonces: “en este país la gente es como la tortilla, al final siempre se da vuelta”. Sostenía que la verdad es más importante que los hechos, y se preguntaba por qué razón esos periodistas que la criticaban o le gritaban no hacían lo mismo con los militares asesinos… “Un dentista puede seguir siendo un dentista bajo una dictadura, lo mismo que un zapatero o un albañil. Nunca un escritor o un periodista, porque nuestras herramientas son las ideas y las palabras”, finalizaba Oriana.
En la argentina "SER medium" de hoy nos encontramos con mayorías de dentistas, zapateros o albañiles dentro de la política, del ámbito intelectual, en las organizaciones intermedias o de los medios de comunicación, parece que a todos les da igual la muerte o la vida, lo crucial sigue siendo la góndola, contentos con una falsa inflación del 3% mensual cuando cacaraban en tiempos que no llegaba al 1.5%, y medida por ellos. Nadie se hace cargo de las palabras, dichas y no dichas, acaso la ausencia de coraje para ponerle el cuerpo a las ideas es el mayor de los problemas…
Gustavo Marcelo Sala
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