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Falocapitalismo - Los fantasmas de Milei

El blog cabeza da para todo, así que como no le tenemos miedo a nada nos da el cuero para meternos en un poco de pensamientos filosóficos y en esa tesitura compartimos un texto de Horacio Tarragona, cabezón de ley que nos dice: "El presente escrito no pretende ser un paper académico ni mucho menos sino un simple ensayo de divulgación con el único objeto de explicar de modo accesible a todo lector interesado algún aspecto de lo que nos toca vivir. Nos urge una divulgación de mayor alcance por encima de una rigurosidad científica accesible solo a un sector académico reducido. Según esto, y a pesar del dictamen nietzscheano que con buenos ejemplos se hace mala filosofía, nos permitiremos, abundar en ejemplos para aclarar ideas aún corriendo el riesgo de desmerecer el rigor científico que la gravedad del tema que tratamos merece. Sin incurrir en fatalismos o amarillas visiones apocalípticas creemos que nuestro entorno nos obliga a una explicación que suscite al menos el alivio que produce el comprender o, en el mejor de los casos, suscitar acciones que eviten incurrir en reiterados errores de nuestra propia historia".



La ignorancia es madre de la admiración


Los fantasmas


Convivimos con fantasmas y el presidente no es la excepción. Nos detendremos en aquellos fantasmas que simpatizan con él. Son muchos, enfocaremos solo algunos. El Fantasma del Comunismo, un fantasma ambiguo nacido ya en el siglo XIX que muchos lo dieron por muerto en 1989 pero que aún vive en algunas personas supersticiosas que por ignorancia le siguen dando vida. Se trata de un fantasma en sí hoy inocuo pero pude ser dañino cuando habita en ignorantes. Otros dos fantasmas son el Fantasma del Mercado que siempre va acompañado de su hermano el Fantasma del Estado. Cuando habitan en personas maniqueas aparecen como enemigos antagónicos. No así en gente reflexiva. En maniqueos, uno cumple el rol bueno y otro el rol malo.

Expliquemos con ahora cierto detenimiento en qué sentido hablamos de fantasmas en general. Hasta cierto punto se trata de una licencia literaria pero veremos que también tiene un contenido técnico que se apreciará en el contexto de este mismo escrito. En primer lugar debemos aclarar que al término fantasmas no le damos el carácter peyorativo que se le da en el lenguaje común sino que amplia y flexiblemente nos referimos a entidades abstractas, intangibles, simbólicas, imaginarias, eidéticas que embargan nuestros pensamientos y deseos y producen en nosotros un sinfín de emociones, percepciones y sensaciones de todo tipo: dolor, placer, goce, alivio, ansiedad, paz, angustia, ilusión, etc. El mundo empírico cotidiano en el que vivimos no es un mundo de meras cosas inertes y neutras sino que nuestro mundo está plagado de recuerdos, deseos, objetos bellos, feos, objetos que nos incomodan y fastidian y otros que nos tranquilizan y relajan: un vinilo de nuestra infancia que hace 40 años que no lo ponemos, simplemente porque ahora lo escuchamos en Spotify pero que guardamos como un tesoro; la foto de la persona amada, es decir, un simple papel con cierta distribución de tintas sobre su superficie en donde no vemos sólo papel y tinta sino a la mismísima persona amada. Supongamos que dos personas pasan por una esquina en la que falleció por un accidente un ser querido de la primera y también allí la segunda persona le dio el primer beso a su primera novia con quien después constituyó una familia. La misma esquina tendrá una carga emocional dolorosa para la primera y placentera para la segunda. En este escrito nos permitiremos hablar de fantasmas que para una u otra persona habitan en esa esquina: recuerdos dolorosos o placenteros. Valgan los ejemplos para justificar, en primera instancia, que no le daremos al término una connotación mala o buena. Fantasmas buenos para unos serán malos para otros y viceversa.

Los fantasmas no solo están en los lugares, en los recuerdos, en las cosas sino también en los pensamientos, en las ideas, en las teorías. Mencionemos brevemente un ejemplo clásico que permite ver que nuestra experiencia de y nuestro acceso al mundo siempre está plagado de entidades que nos son meras cosas inertes sino que siempre hay una interpretación, es decir siempre hay algo intangible como puede ser un concepto, un pensamiento, una idea, una emoción, un estado de ánimo, un deseo, algo inmaterial, etéreo, fantasmático que nos hará ver una cosa u otra. El ejemplo de Hanson ya es clásico: Kepler (heliocentrista) y Brahe (geocentrista) miran el amanecer, observan exactamente lo mismo pero Kepler ve que el sol gira alrededor de la tierra mientras que Brahe ve que la tierra gira alrededor del sol. En este caso supuestos teóricos determinan opiniones y convicciones contrarias. Avances tecnológicos y científicos inclinaron la balanza hacia Kepler pero en aquella época los supuestos de tales afirmaciones eran incorroborables, solo interpretaciones derivadas de supuestos intangibles. Aquí debemos poner énfasis en las moralejas: no tenemos un acceso directo a una supuesta verdad objetiva del mundo, aún observando lo mismo podemos ver cosas muy diferentes y hasta antagónicas. Lo que llamamos verdad absoluta objetiva no es más que un deseo o un mecanismo de poder que se disfraza de universalidad para autojustificarse. Dejamos en suspenso una pregunta ¿por qué siendo que no existen verdades objetivas y absolutas experimentamos y pensamos cosas como si lo fueran? En este escrito señalamos esos pensamientos, esas ideas intangibles, esos recuerdos con el ambiguo nombre de fantasmas, simplemente para poner el acento en que esas entidades son activas, performativas, no son inofensivas, ni inocuas, ni neutrales, muy por el contrario nos hacen ver o desear de determinada forma. Por supuesto que en el cotidiano mundo de las meras cosas hay menos fantasmas que en los mundos intangibles. Cuando tomamos mate en grupo es muy probable que al mirar el mate todos veamos lo mismo: un mate, y no habrá disensos y no será problemático, pero si en lugar de mirar el mate miramos el capitalismo o el comunismo la habitación se llenará de fantasmas propicios y adversos y probablemente desatarán un sinfín de conflictos insolubles. No nos caben dudas que este mate es un mate, ni siquiera nos lo planteamos, lo vemos y sentimos pero ¿cómo es que estamos tan convencidos de que la tierra gira alrededor del sol, de que algo es malo o bueno, bello o feo, de que existe un dios - o no -. ¿Cómo es que estamos tan seguros de que nuestra religión es la única verdadera, de que una persona nos ama o nos odia, de que el comunismo - o capitalismo - es bueno - o malo -? ¿cómo estamos tan seguros de adjudicar el carácter de capitalistas, -o comunistas, peronistas o socialistas- a determinadas acciones? En la vida cotidiana, a primera vista, las cosas funcionan como si fueran verdades absolutas y el mundo se nos presenta como absolutamente real. Nuevamente, cuando alguien me convida un mate, ¿qué hago? Automáticamente agarro el mate y me lo tomo. Antes de agarrarlo no me pregunto si el mate que me están dando es real y si se trata verdaderamente de un mate. Vivir en la cotidianeidad implica una serie de automatismos espontáneos para nuestro cabal y feliz desempeño en el mundo. Desde esa vida cotidiana derivan nuestras experiencias e ideas de lo que comúnmente llamamos realidad y verdad. Doy por sentado y experimento que el mundo empírico que me hace frente es real y verdadero. El problema adviene cuando me despego de ese mundo empírico, por ejemplo gracias a un deseo, un sueño, un pensamiento, una idea que tengo acerca de algo intangible. Lo problemático radica en que se produce un mecanismo automático e inevitable: el traslado de la experiencia / idea de verdad y de realidad que se tenía en el orden empírico hacia el orden no empírico. La no problemática y espontánea experiencia / idea de realidad y verdad que se producen en nuestro mundo cotidiano la transferimos y aplicamos al mundo no empírico, al mundo imaginario, abstracto, simbólico, teórico, conceptual, fantasmático. Estamos tan convencidos de la verdad y bondad de nuestra ideología política tanto como lo estamos de este mate que tenemos enfrente. No tendremos necesidad ante nadie de argumentar que este mate que convido es real y es verdaderamente un mate pero sí tendremos necesidad de hacerlo si hablamos de nuestra ideología política lo cual señala, en primera instancia que la verdad / realidad del mundo empírico no es del mismo orden que la del mundo no empírico, en este caso la ideología. Por ejemplo, cuando nos preguntan si creemos en dios, nos están preguntando si a eso que llamamos “dios”, a la referencia del término “dios” le asigno el mismo nivel de realidad y verdad de aquello que toco y veo, nos preguntan si creo que dios tiene la misma consistencia óntica que este suelo que estoy pisando. Por diversas cuestiones que nos llevarían muy lejos de los propósitos del presente escrito no nos detendremos más en esto, pero deseamos dejar en claro el mecanismo automático de transferencia: trasladamos a mundos intangibles experiencias de realidad y verdad propias del mudo tangible. Sin pelos en la lengua, Kant llamaba a ese traslado, por cierto ilegitimo aunque inevitable, esoterismo dogmático metafísico. Es decir, ya hace varios siglos que el mecanismo fue desenmascarado. Bien insiste Kant en que es algo inevitable. El tinte dogmático del mecanismo radica en que nos aferramos con uñas y dientes a esos mundos intangibles como si fueran verdades absolutas, lo damos por sentado y acá se empiezan a complicar las cosas porque la relación que establecemos con esos trasmundos simbólicos, intangibles, abstractos, llámense dios, alma, bien, mal, sociedad, humanidad, sexo, amor, muerte, ideología, es una relación emocional, afectiva, es decir, propia y rigurosamente hablando una relación estética. La transferencia mentada y la idea y experiencia de una realidad y una verdad absolutas objetivas deriva de una cuestión propiamente estética que cumple una función, permítasenos adelantarlo, identitaria. Volveremos sobre esto último más adelante pero por ahora retomemos el planteo. La original creencia en y su consecuente adhesión o rechazo a esos mundos, a esas entidades fantasmáticas, tienen una génesis estética, es decir, está determinada por el deseo en consonancia con el dolor, el placer, o incluso el goce. Luego de esa relación estética primaria con esos mundos intangibles advendrán un sinfín de razonamientos y argumentos para justificar la adhesión o el rechazo y disfrazar de racional, natural, objetivo y bueno aquello que en el fondo es emocional, afectivo, vivencial. No se trata de una decisión libre, en absoluto. Yo ya estoy de antemano entrelazado estéticamente con el mundo y tanto es así que no puedo decidir sobre mis deseos, me es imposible decidir qué debo o deseo desear. Yo simplemente deseo y no tengo autoridad sobre él, en otras palabras, el deseo me atraviesa, el deseo desea a través de mí. El ejemplo explícito es el de la seducción. Cuando soy seducido por alguien no tengo armas para decidir no ser seducido. Se trata de un torbellino que me arrastra. Lo que es bello me atrapa, me hipnotiza, luego de hipnotizado podré buscar miles de argumentos para explicar por qué, pero todo argumento o justificación racional será siempre asimétrica a la experiencia del placer que produce, por caso, un rostro, un atardecer, una obra de arte bella. No solo ocurre con lo bello sino también con lo feo, lo incomodo, incluso lo horroroso. Por ejemplo hay mucha gente que le fascinan las películas de terror o gente que salta desde una montaña sostenida solo por un elástico. Leemos y nos fascinan Dostoievsky, Kafka, Lovecraft con quienes sufrimos deleitivamente. Ni siquiera decidimos evitar algo que nos suscite una incomodidad, una vibración adrenalínica, miedo, tedio. En todos los casos no tenemos autoridad sobre nuestros propios deseos y sentires lo cual evidencia que estamos entrelazados estéticamente con el mundo. En ese trasfondo estético los argumentos racionales son secundarios, aunque aparenten ser primarios. Por supuesto que en la ciencia, en la vida cotidiana, en la ética, la política, etc. existe una zona donde las cosas pueden ser discutidas, argumentadas y hasta consensuadas, pero si vamos hasta el fondo nos encontraremos con una inmensa, indeleble, infinita pared estética con la que estamos entretejidos, de modo doloroso como Pinky en The Wall, de modo placentero como Lester en American Beauty, de modo desiderativo como el ángel en El Cielo sobre Berlín. Este último ejemplo permite ver el carácter fantasmático al que nos referimos al introducir el tema del deseo: el ángel desea sentir, dolor o placer, desea percibir, en definitiva desea desear y ser deseado, tópico hegeliano por excelencia.

Ya en el siglo XVIII se señalaba ese substrato estético. Una pregunta nos permitirá introducir un nuevo ejemplo: ¿alguna vez usted vio un comunista hecho y derecho convencer a un capitalista hecho y derecho de hacerse comunista?, ¿alguna vez vio usted un congresista convencer a otro de que su ideología política es incorrecta? Exceptuando a Burllich quien tiene una ideología más que flexible, responderemos que no. Pero podemos incluso ir más allá tomando como ejemplo a dos personas de igual ideología. Un peronista conversa con otro peronista sobre la esencia del peronismo. ¿Qué es propiamente y rigurosamente hablando el peronismo? ¿En qué consiste específicamente? Siendo peronistas, y aun suponiendo que ambos son de izquierda, llegarán a un punto en que estarán en desacuerdo en algo y ya no habrá argumentos para inclinar la balanza en uno u otro sentido. Esto ocurre porque en el fondo la ideología es un ambiguo ámbito abstracto fantasmático al cual uno se adhiere no por cuestiones éticas o argumentos racionales sino por cuestiones emocionales, afectivas, es decir estéticas. Y justamente gracias a la condición intangible fantasmática de la ideología, ésta cohesiona y agrupa socialmente. Es lo mismo que ocurre con el arte o un equipo de futbol solo que, en estos casos, queda al descubierto que se trata de una cuestión puramente emocional y no hace falta argumentar, no hace falta traer a colación razones para justificar la adhesión, o mejor dicho el entrelazado estético subyacente. Es una cuestión de gusto sobre lo que no se discute. Respecto a esto permítasenos un brevísimo paréntesis. El arte es lo más transparente y sano para los pueblos porque es el único fenómeno que se declara ficcional y fantasmático antes que nada. La muchacha enamoradiza va al cine y se clava Titanic. La película le advierte de antemano: “yo soy una ficción, soy algo irreal pero vos me vas a experimentar como algo real hasta el punto que al final vas a llorar realmente”. El arte es lo único que es honesto y juega limpio, no se disfraza de nada. El resto de los fenómenos se disfrazan, mediante la transferencia que ya señalaba Kant, de verdades objetivas y hasta absolutas, la economía, la política, la ideología, incluso la ciencia aunque esta última de un modo elogiablemente autocrítico. Experimentar algo como verdadero y real no implica que lo sea. Nuestra época fascista olvida esta máxima. (Nota mental aclaratoria: al término fascista le damos la connotación peyorativa que le da todo el mundo excepto Moreno. No es casual que él hable de principios).

Volvemos. En el ámbito de la ideología que nos ocupa tenemos la misma génesis estética pero ésta se inunda de razones y argumentos que intentan justificarla. Por ejemplo, hace poco Berti Benegas Lynch decía que las especies que tienen dueños, es decir las especies privatizadas, sobreviven porque los dueños cuidan de ellas, no así las otras. Magistralmente asoció el enunciado a especies marinas derivando mediante un curioso razonamiento lógico formal hacia la necesidad de la privatización del mar. ¿Cómo es posible que este muchacho efectúe tal afirmación, incluso púbicamente? ¿cree realmente en ello? Agreguemos la formalización del razonamiento de la cosplay Lemoine: 1) La mujer tiene iguales derechos que el hombre, 2) La mujer tiene derecho, mediante el aborto, a renunciar a ser madre, 3) conclusión, el hombre tiene derecho a renunciar a la paternidad. El error radica en que ser madre y maternidad no son términos intensional y extensionalmente equivalentes y ser padre y paternidad tampoco. El uso del término igualdad en el silogismo también es conflictivo ya que omite aclaraciones pragmáticas en torno a un contexto machista de desigualdad social, laboral, cultural, y hasta de desigualdad biológica. Curioso este último punto ya que tanto insisten los libertarios en reducir sexualidad a biología. ¿Cómo lograron Benegas y Lemoine elaborar públicamente estos razonamientos sin ponerse siquiera colorados? Lo lograron por algo muy simple: la relación con la idea de propiedad privada de Berthie o la relación con la idea de paternidad de Lemoine es emocional estética, no es ni racional, ni ética. Por supuesto que el arsenal argumentativo de Berti conserva cierta distancia con el que contaba Locke para argumentar sobre la propiedad privada en sus tratados, o la pericia retórica de Lemoine no es la misma que la de un Marco Tulio Cicerón, no pedimos tanto, pero lo curioso es que aún demostrándoles el carácter inválido inconsistente de su argumentación no darán el brazo a torcer y lo peor es que mucha gente creerá que son argumentos válidos. No se trata de una cuestión racional sino una cuestión estética, perceptiva. Las llamadas fake news no son fenómenos para pensar, informarse, corroborar o evaluar sino para degustar o disgustar, de allí su proliferación en las redes, son fenómenos de percepción. Siempre hubo fake news sólo que su administración adquirió en los últimos tiempos una sofisticación y eficiencia inéditas. Aquí debemos desenmascarar uno de los mejores trucos mediáticos de las derechas y ultraderechas que últimamente se ha puesto de moda, nos referimos al artilugio de la llamada posverdad, palabrita pirotécnica que de buena fe utilizan críticos del sistema para mostrar su supuesta sofisticada intelectualidad analítica sin advertir que incurren en un grave error que reafirma el modus operandi propio de las derechas. Anticipamos una explicación análoga que la encontramos ya en la Genealogía de Tío Nietzsche: la moral comienza cuando el débil logra inocular la culpa en el fuerte, desde entonces el fuerte que ya ha incorporado la culpa deja por sí mismo de someter al débil. Un dolor fantasmático simbólico se lo impide. Análogamente, en nuestro caso, la derecha logra inocular en el crítico (peronista o socialista) la palabrita posverdad con lo que se sugiere la falaz e ingenua idea de que existió un tiempo en que el mundo se manejaba con verdades y razonamientos válidos. La creencia en un tiempo pasado no estético, cognitivo y axiológicamente estricto y riguroso es una quimera que ya desenmascaraban Adorno y Horkheimer al hablar de la Ilustración. La palabra posverdad contrariamente a lo que muchos creen, alimenta las derechas. Epifenómeno de ese supuesto pasado mundo añorado de verdades, se sitúa por ejemplo en el again del Make America great again o su versión de obsecuencia anglófila "Hagamos nuevamente grande a Argentina". Pocos enunciados con este nivel de fascismo cipayo. Si hablamos de pos-verdad suponemos una pasada época de verdad, e intentaremos volver a un orden de cosas inexistente fantasmático, lucharemos contra molinos de viento. El carácter veritativo de la ideología es solo un deseo, una transferencia, que impide efectuar el duelo, duelo derivado de la ilusión de un supuesto pasado mundo de verdades hoy perdido, duelo que deben hacer los críticos y se niegan insistiendo en algo tan ridículo como es la posverdad. Entre nosotros, digámoslo abiertamente, epígonos del ala fashion mercantil mediática de la ochentosa posmodernidad pirotécnica. La crítica genuina reside en la dolorosa pero necesaria admisión de que la ideología es en definitiva estética. La palabra posverdad es síntoma de negar el duelo pero justamente derivado del fantasma de una época histórica idílica. En palabras de Tío Nietzsche: pocas cosas tan violentas como la verdad.

Retomemos el ejemplo de las noticias falsas. Las derechas y ultraderechas lo saben perfectamente y por ello, mediante fake news mediante bombas de humo, mediante pirotecnias, mediante pelos despeinados supuestamente críticos y revolucionarios, administran la percepción de los pueblos. Las derechas y ultraderechas no gestionan en primer lugar la riqueza, la justicia, la educación, etc. sino la percepción (estética) de esos ítems utilizando medios y redes que crean fantasmas buenos y malos. Es doloroso pero debemos efectuar el duelo de la razón, el fascismo neoliberal anárquico es estético, administra la percepción popular de una supuesta idílica justicia al final de un túnel, que por cierto nunca llega. Lo veremos más adelante al señalar un clásico planteo de Spinoza. En los falaces razonamientos de Benegas y Lemoine hay una cuestión emocional de fondo en relación a la propiedad privada y a la paternidad. Entidades intangibles fantasmáticas atravesadas y producidas por el deseo. El carácter estético de la ideología cohesiona y agrupa pero también fragmenta y divide. Esto es transferible a todo fenómeno social y cultural: la cohesión o fragmentación es sostenida en última instancia por una ámbito imaginario habitado por fantasmas que se producen desde los modos de vida, el trabajo, el estudio, las prácticas y acciones de cualquier orden. Pero se trata de un ida y vuelta: las acciones producen fantasmas y los fantasmas producen acciones. Al respecto, en las Tesis sobre Feuerbach Marx ya anticipa el planteo bajo la relación entre libertad e historia.

El ya mencionado problema de en qué medida nos aferramos a los fantasmas y en qué medida los identificamos como tales o los confundimos con una supuesta objetiva realidad y verdad es entonces de orden estético. Decíamos que las experiencias de realidad y verdad que tenemos en el orden cotidiano empírico las transferimos ilegítima y compulsivamente al orden no empírico y con esto logramos sentir cierta seguridad de que somos amados, reconocidos, de que existe un dios, de que habrá vida después de la muerte, luz al final del túnel. El problema es la transferencia indicada y si retenemos o no la diferencia entre ambos mundos, es decir, si tenemos cierta autocritica respecto al funcionamiento y aplicación de las experiencias e ideas de realidad y verdad que operan en el mundo empírico y en el no empírico. Normalmente quien confunde la coloquialmente llamada realidad empírica con el ámbito fantasmático no empírico incurre en el mejor de los casos en la ingenuidad de las dicotomías en el peor de los casos en psicopatías. Veamos el mejor caso. El primer modo de comprensión del mundo es dicotómico lógico: si - no, verdadero - falso, malo - bueno. Es el modo más fácil y simple de entenderlo: esto está bien y aquello está mal, esto es lindo y esto es feo, esta persona es hombre y esta otra es mujer. Pero las cosas no son tan simples. El ignorante fundamentalista se aferra con uñas y dientes a este modo simplista de entender el mundo, niega su evidente complejidad reduciéndolo a buenos / malos, hombres / mujeres, mercado / estado, capitalismo / comunismo. Desde el punto de vista cognitivo, lo que Schrödinger quiso poner de relieve con su famoso gato son los límites de un pensamiento lógico abstracto que opera sólo con valores dicotómicos positivo / negativo, verdadero / falso como polos excluyentes, esos modos de entender son insuficientes en el ámbito cuántico microfísico. El modo lógico dicotómico de entender el mundo funciona en un sector muy reducido de éste, no obstante hay gente, aunque parezca mentira, que logra sostenerlo toda su vida. Nuestro señor presidente está atrapado en ese modo simplista de comprender el mundo al igual que Berti y Lilia. Se nos dirá que se trata de gente mayor, ya entrada en años, y, si no los libros, al menos la experiencia del mundo debería haberlos sacado de tal simplismo. Vemos que no es así pero entonces cabe preguntarnos ¿cómo es posible sostener una visión tan ingenua del mundo durante toda una vida? Justin Kruger y David Dunning, psicólogos sociales de Estados Unidos nos lo responden. Ellos llevaron a cabo un estudio empírico con riguroso diseño metodológico para validar una antigua noción ya de la Grecia Antigua, en términos sencillos, quien carece de conocimiento suele desconocer su propia ignorancia, el ignorante ignora su ignorancia. Este fenómeno revela que nuestra metacognición, el sistema que nos permite evaluar autocríticamente nuestras capacidades, está directamente vinculada al nivel de competencia en un área determinada. Solo al adquirir conocimiento sobre un tema desarrollamos la habilidad de calibrar con mayor precisión, aunque nunca del todo, nuestro automonitoreo autoevaluativo. Así, a medida que profundizamos en un conocimiento, vamos ajustando progresivamente nuestra autopercepción y, paralelamente, vamos tomando conciencia de los límites de nuestro propio saber, lo que amplía la famosa máxima socrática solo sé que no sé nada. Kruger y Dunning observan que quienes más puntajes sacaban en una evaluación objetiva más tendían a autoevaluarse igual o por debajo de sus pares y quienes menos puntajes sacaban se autoevaluaban muy por encima de los puntajes objetivos obtenidos. Ahora bien, ¿Cómo es posible sostener un monitoreo metacognitivo deficiente siendo una persona adulta como se evidencia en el caso de Berti, Lilia o Javier? ¿Cómo es posible carecer totalmente de instancias autocríticas respecto a los propios pensamientos, ideas y conceptos? Esto es posible porque el saber, al igual que lo sosteníamos de la ideología, no hace pie en cuestiones racionales sino en cuestiones propiamente estéticas. El saber se sostiene en última instancia por el deseo, la emoción, la afección, el dolor y el placer. Luego se institucionalizará en lo que denominamos Universidad, ámbito donde, por lo menos desde el siglo XIX y hasta nuestros días, se sitúa y se produce el saber, hoy ya a escala industrial. La institucionalización del saber hasta cierto punto neutraliza su trasfondo estético pero nunca del todo. La academia no está exenta de dogmatismos esotéricos. Sin ir lejos pensemos en el fetiche de la metodología del INDEC para evaluar estadísticamente fenómenos tales como la inflación, por poner un caso de público conocimiento. Una carencia asombrosa de falta de rigurosidad estadística. Nos preguntamos si es por ignorancia o por cuestiones políticas ideológicas. Apostamos a la segunda hipótesis no sin antes aclarar que la estadística en sí constituye el arma más manipulable y manipuladora que existe desde el punto de vista sociocognitivo porque gesta la mágica ilusión de una objetividad absoluta, la ilusión de un análisis químicamente puro y neutral sin contaminación de malas o buenas intenciones. Pocos trucos tan perversos y eficientes en la historia del saber y en las políticas del conocimiento. El desarrollo del problema nos llevaría demasiado lejos, simplemente lo señalamos para desenmascarar los ingenuos artilugios pseudocientíficos de nuestro presidente cuando se hace el sofisticado hablando de economía y estadísticas apoyándose en el ya impresentable INDEC, institución usurpada y ultrajada por verdaderos piratas. Cualquier egresado normal de economía puede advertirlo. Sería muy tedioso, aburrido y extenso explicar rigurosamente el problema del uso de la estadística como herramienta de manipulación social y política para generar en la gente la ilusión de una rigurosa objetividad propia de la primera generación del Circulo de Viena, nada más esotérico, pero el propósito del presente escrito es sólo divulgativo y la explicación nos llevaría muy lejos. Sea suficiente cerrar esta idea con la siguiente observación no estadística metodológica sino epistemológica. Tenemos malas noticias para el señor presidente. Las denominadas Ciencias Económicas nunca son en primera instancia económicas. Inmediatamente después de confesarle a Javier que los Reyes Magos son los padres debemos , decirle que las Ciencias Económicas son, en primera instancia, ciencias sociales, luego, o tal vez a la par, culturales, luego políticas, y en último lugar, lejos, muy lejos, al fondo, económicas. Sin ir más lejos, notemos la escandalosa ausencia de espacios por ejemplo de sociología en la curricula de las carreras de economía de nuestras universidades.

La doble ignorancia, el ignorar que se es ignorante, como bien sabemos, es tierra fértil para la proliferación de fantasmas. Ya dijimos que los fantasmas forman parte de nuestras vidas pero hay muchos modos de convivir con ellos. El mecanismo de traslado o transferencia recurrente que a lo largo de la historia del saber ha sido señalado de muy diversas formas, el traslado de la experiencia de verdad y de realidad que se tiene en el orden empírico hacia el orden no empírico es una compulsión inevitable de la condición humana. Las emociones y sensaciones, sean estas placenteras o dolorosas, propicias o adversas, son vivencias que denominamos vivencias interiores que no siempre podemos explicar. A veces estamos angustiados y no sabemos el motivo, sentimos un malestar ambiguo que no sabemos bien a qué se debe. Esto nos permite afirmar que las emociones y sensaciones permanecen en un ámbito fantasmático, oscuro, incomprensible. Esa incomprensibilidad produce al menos cierta incomodidad y un modo de salir de, o aliviar, esa situación es identificar el origen de la angustia. Sin ir lejos, y estemos a o no de acuerdo con ella, la psicoterapia clásica intenta capitalizar ese mecanismo. Lo oscuro, traumático, doloroso, debe ser simbolizado, debe ser traído a un ámbito claro, identificable, accesible, consciente. Rodear el oscuro dolor mediante el lenguaje, mediante representaciones verbales o icónicas propicia, según la psicoterapia, la cura, la sanación. Para los psicoanalistas hablar es terapéutico. Curar mediante la palabra es un tópico antiquísimo que por ejemplo ya aparece en la biblia. Concedemos que asignarle un carácter terapéutico al habla es ingenuo pero sí aceptaremos, sin incurrir en fetichismos psicoanalíticos clásicos, sin incurrir en un logocentrismo representacionalista, que al menos hablar y/o escribir son acciones catárticas. Desechemos prácticas cuestiones psicoterapéuticas pero rescatemos teóricas cuestiones psicoanalíticas. Lo que hacemos al hablar de nuestra angustia no es otra cosa que reduplicar ese sentir oscuro pero ya en el orden del lenguaje. Presentar el sentir de nuevo en el plano del lenguaje, es decir, re-presentarlo. Supuestamente las palabras representan, duplican el oscuro dolor de la angustia pero en un orden más claro, como es el de las palabras. Esta nueva presentación del dolor en el orden del lenguaje, estrictamente hablando esta representación, suele gestar la ilusión de que las diferencias entre lo representado, el dolor, y su duplicado verbal se borran. Nuevamente el inevitable mecanismo de traslado. ¿Por qué? Un dicho popular ensaya una primera respuesta: más vale malo conocido que bueno por conocer. Borrar la diferencia entre el dolor y el lenguaje que lo nombra alivia - o al menos gesta la ilusión de un alivio - dado que el dolor adquiere en el orden de la representación verbal, límites más definidos, más claros. Lo desconocido puede incomodar más que lo malo conocido. Se trata de una reducción, una circunscripción representativa. Lo que era fantasmático, un dolor oscuro que parecía no tener límites, mediante las palabras puede ser reducido, circunscripto, clarificado. En la época ilustrada se lo llamó con diversas expresiones: impulso representativo, impulso material. Lo oscuro incognoscible incomoda y compulsivamente intentamos traerlo a la luz. Infinidad de obras literarias, cinematográficas, escultóricas incorporan la incomodidad de lo ausente, lo oscuro, lo oculto: el Godot de Beckett, los Tártaros de Busatti , El bebe de Rosemary de Polansky, la caja de Barton Fink de los Coen. Es un problema corriente, representamos para entender el mundo y entendernos a nosotros mismos pero también para aliviarnos, para sentirnos más seguros, para hacer catarsis ¿En qué sentido hablamos de fantasmas reducidos a representaciones? Y ¿hasta qué punto es problemático borrar las diferencias entre lo oscuro inefable y lo claro representativo? ¿Es posible hacerlo? El psicópata lo hace pero eso lo veremos más adelante. La reducción representativa no ocurre solo en experiencias adversas dolorosas como las que mencionamos sino también en experiencias propicias placenteras. El impulso representativo funciona compulsivamente y es una reacción natural espontánea en cualquier experiencia sea esta propicia, indiferente o adversa.

Una vez más el ejemplo de la seducción. Una persona es seducida por otra y se enamora, ve en ella la realización concreta de su felicidad, la belleza suele incrementar este proceso. Los deseos más profundos parecen agruparse armónicamente en el rostro bello que hipnotiza y promete una redención amorosa inmediata. La persona enamorada obviamente intentará con uñas y dientes y a toda costa retener y eternizar dicha situación, incluso existe una institución social para el caso, institución llamada matrimonio. La convivencia, la frecuencia del trato, la cotidianeidad suelen desdibujar la imagen original que la persona enamorada tenía de la persona amada, aún cuando se trate, aunque parezca mentira, de la mismísima Scarlett Johanson. No hay culpas ni decisiones, simplemente hubo un mecanismo representacional básico: todos los deseos de bien, de felicidad, de belleza, de justicia y realización, deseos que flotaban en un mundo inasible, etéreo, abstracto, fantasmático, fueron circunscriptos representacionalmente e identificados con un rostro, una persona en el mundo empírico, coloquialmente llamado mundo real. El carácter fantasmático de los objetos deseados son circunscriptos representacionalmente o empíricamente tal vez para gestar la ilusión de mayores y efectivas posibilidades de realización. Cuando una persona me pregunta ¿realmente y verdaderamente me amas? me está preguntando si realmente deseo ser deseado por ella, si nuestro deseo amor abstracto, intangible simbólico, nuestro sentimiento tiene el mismo rango de realidad y verdad que el de una cosa que vemos y tocamos. Esto responde a la necesidad de que lo intangible tenga una consistencia y circunscripción representacional empírica. El muchacho interroga a su amada: “¿realmente me amas?” La muchacha responde: “sí te amo”. El muchacho sentencia: “Pues entonces demuéstramelo”. Ella se suicida arrojándose por la ventana para mostrarle que lo ama más que a su propia vida. ¿El muchacho ve el amor de la muchacha? ¿Ve que es amado? No. Sólo ve que la muchacha se suicidó. Supongamos ahora que una persona amada incluye en su idea de amor invitación a paseos. El paseo equivale a una representación empírica que se le asigna a la idea abstracta de amor, ésta última la incluye. Si no se produce una invitación a pasear entonces la imagen fantasmática originaria de amor comienza a desdibujarse. El grado de flexibilidad de la frontera entre la idea abstracta de amor y deseo y su representación concreta como paseo determinará el decurso de la relación. Si la persona borra las diferencias entre la idea de amor y sus representaciones concretas, como lo hace el psicópata, entonces sentirá que no es amada. Si la diferencia entre su idea de amor y su concreción representacional se mantiene como flexible, si se mantiene cierta diferencia entrambos mundos entonces la idea de amor adquirirá nuevas connotaciones.

Schiller ilumina lo que venimos diciendo hablando de dos grandes impulsos que entran en juego: el impulso formal que necesita que aquello que es puramente material tenga un sentido, un valor formal, un significado, que sea comprensible, que no sea absurdo y por otro lado el impulso material que necesita que aquello que es intangible, puramente formal, aquello que es una idea, un deseo, aquello que es fantasmático tenga carácter tan real como este mundo que nos hace frente, que tocamos y sentimos. Schiller indicaba que ambos impulsos, en principio opuestos y antagónicos se resuelven en un tercer impulso, el del juego que justamente flexibiliza la diferencia entrambos, la mantiene sin borrarla. El prototipo es el arte que funcionando como algo real anticipa honestamente que no es más que ficción. Hemos hablado del fantasma del amor, que suele ser bueno, pero también existen muchos otros fantasmas, algunos malos. Nos ocuparemos de los que conviven con el presidente, el mercado, el estado, el comunismo, el capitalismo, entre otros.

 

El fantasma del Mercado y el falocapitalismo

Después de Deleuze - Guattari y también Lyotard ya es muy difícil, si no imposible, ser lacaniano pero ellos mismos rescatan aquellos puntos que de Lacan, incluso de Freud, escapan al representacionalismo objetualista que impera en sus teorías, y aún más en sus terapias. Una idea de Lacan nos permite aclarar nuestra opinión en torno al fantasma del capitalismo. El presente escrito no tiene mayores pretensiones que acercar al lector interesado en comprender nuestro contexto algunas ideas básicas explicativas de los que nos ocurre hoy. Se nos suma ahora la titánica tarea de amenizar y simplificar Lacan hasta hacerlo mínimamente comprensible y desde allí proponer cabalmente la idea que guía este apartado: la idea de falocapitalismo.

En consonancia con lo que hemos indicado respecto al mecanismo de traslado o transferencia de las experiencias o ideas de sentido común de realidad y verdad desde el orden empírico hacia el orden no empírico, conviene aclarar un planteo formulado ya en el siglo XVIII por Burke. El lector atento anticipará que si nombramos a Lacan y Burke juntos, denunciaremos como latrocinio perpetrado por Lacan su idea de Goce (Jouissance) tomada de Deleite (Delight) de Burke, pero no es nuestra intención denunciar a nadie. Si bien el pequeño latrocinio se dio en el mismo contexto teórico, el de lo sublime, nos desplazaremos no hacia el problema del deleite sino hacia el problema de los fantasmas, que por cierto están íntimamente relacionados. Hacemos aquí un breve paréntesis semántico. Habíamos insistido en que por fantasma entendemos cualquier entidad abstracta eidética intangible. En el caso de Burke, haremos un paréntesis y devolvemos, solo momentáneamente, la connotación de sentido común a la palabra fantasma. Burke se pregunta por qué, según las creencias populres, los fantasmas aparecen en la oscuridad de la medianoche. En principio advertimos que aquí existen dos factores que producen miedo, el fantasma y la oscura medianoche, cosa que no ocurriría si planteásemos fantasmas diurnos. Oscuridad y fantasma no son lo mismo y cada uno actúa a su modo. En la oscuridad experimentamos el horror al vacío, a la nada, mientras que con el fantasma experimentamos el miedo a una entidad. La oscuridad no produce terror porque en ella aparecen fantasmas sino al contrario: los fantasmas producen terror porque aparecen en la oscuridad. La oscuridad es originaria porque afecta a la imaginación como un vacío al interrumpir el impulso a la representación propio de la mente, interrumpir el flujo de reducción representacional. El fantasma siempre está circunscripto icónicamente, objetualmente en una imagen y es por eso que no se trata de algo originariamente terrorífico. La oscuridad, en cambio, sí da terror por ser la misma falta de imágenes, falta de representaciones, falta de objetos. Siendo la vacua oscuridad la responsable del horror hacemos que en ella aparezcan fantasmas como un simple mecanismo de defensa para que el horror se reduzca a simple miedo. La aparición del fantasma ahí al frente, en un punto especifico, nos señala claramente en la dirección que debemos correr, en cambio en la oscuridad nos rodea un infinito de inseguridad y amenaza absolutas, perdidos no sabemos hacia donde hay que correr, el pánico inmoviliza. En este contexto, la aparición de un fantasma equivale a un alivio. La total oscuridad impulsa a proyectar una amenaza hasta el infinito, no así un fantasma determinado en una imagen. La oscuridad es el trasfondo que permite que aparezcan fantasmas. Lo que realmente produce terror es la vacua oscuridad en sí y la profunda convicción, consciente o inconsciente, de que los fantasmas jamás van a aparecer. Aterran porque no aparecen, porque estamos ante la vacía oscuridad, allí descansa la amenaza, no en el fantasma. En otras palabras, los fantasmas producen terror gracias a que no aparecen, producen terror gracias a que en realidad no creemos en ellos. Y en el fondo producen terror porque en la acepción de sentido común que manejamos con Burke no existen. Volveremos sobre esta afirmación de inmediato al explicar cómo interviene la imaginación aquí. Lo que aterra y sostiene el terror es que en la oscuridad no aparece nada, la ausencia, lo irrepresentable, que asoma como una vacuidad. En el desenlace de El silencio de los inocentes, el asesino que quiere matar a la muchacha apaga la luz con lo que la amenaza se hipertrofia. La representación decrementa el horror reduciendo pánico a miedo. Burke indica que en la amenazante oscuridad el ojo comienza una esforzada persecución de su objeto, es decir, un impulso compulsivo a representar, a reducir la infinita oscuridad a una representación, a una imagen clara y determinada.

En la oscuridad, para decirlo en palabras de Leibniz, se presiente, acaso se adivina, un nescio quid, un no sé qué. Exigimos que ese no sé qué aparezca pero la exigencia no tiene destinatario, simplemente porque el destinatario no existe. La situación es asimétrica, un simple mecanismo de la imaginación. La oscuridad es una interrupción del normal flujo de luz que produce la aparición de objetos. Ante el vago presentimiento de un no sé qué, de un algo que parece estar ahí escondido, la exigencia de aparición es preponderante y compulsiva. El coloquialmente hablando fantasma no aparece simplemente porque no existe, no obstante la demanda es tan fuerte que el algo, en cierto sentido, aparece pero negativamente, es decir aparece su ausencia. Asistimos aquí a un juego muy simple: el fantasma es algo latente debajo de lo presente. Recordemos el ejemplo de la esquina: en algo presente real y verdadero frente a mí como es esta esquina que estoy pisando, presiento y percibo como ausente, como latente, un ser querido, presiento y percibo como ausente el primer beso. Inversamente, según Burke, la oscuridad, la ausencia suscita una presencia amenazante pero justamente en la ausencia de objetos visibles. En este contexto el fantasma pasa a ser una representación tranquilizante, mientras que la oscuridad es siempre no-representación inquietante y amenazante, es una nada. Pánico es, entonces, imposibilidad de circunscripción empírica representacional. Miedo es temor a una representación concreta. El pánico inmoviliza pero al reducir pánico a temor se accede a cierto alivio. Apelamos al ejemplo de la oscuridad porque en él se aprecia adecuadamente la idea que queremos expresar pero el mecanismo hace referencia a un modus operandi propio de nuestras facultades cognitivas, imaginativas y perceptivas. Como es el caso del Presidente, se pueden ver amenazas siempre y en todos lados y el mecanismo de defensa será la conversión, la reducción de la amenaza experimentada como infinita a un fantasma finito. Debemos señalar que el mecanismo también se da si en lugar de hablar de amenazas y cosas adversas hablamos de cosas propicias. Adelantemos una idea simplemente para aclarar esto. Para el Presidente el Mal en sí es el Estado, el Comunismo. Este mal absoluto e infinito es reducido a fantasmas, a representaciones: el zurdo de mierda que es esta persona concreta que encarna el mal, el Papa que es el que encarna al maligno en la tierra, Cristina que es la encarnación del Estado y todos sus males, Larreta un fantasma excremental. etc. La lista es larga y ocurre no sólo en cuestiones políticas y económicas. Pero también habrá fantasmas buenos. El mercado en su formato capitalista es el Bien en sí y sus fantasmas buenos serán Musk, Tatcher, Trump, Bukele, Bolsonaro, etc.

Dicho esto podemos ahora dar un paso más para explicar en qué sentido sostenemos que el presidente no es, propiamente hablando, capitalista sino un genuino falocapitalista. En continuidad con lo que analizábamos de Burke introducimos ahora una idea de Zizek con ocasión de comentar el concepto de falo en Lacan. Hacemos paráfrasis para evitar caer en tecnicismos que confundan al lector, aún corriendo el riesgo de desmerecer el contenido, priorizamos el carácter divulgativo del presente escrito. Para Lacan falo es un significante originario. Veamos.

El primer paso que debemos dar consiste en aclarar brevemente el término significante. Saussure sostiene que un signo está compuesto por dos elementos un significante y un significado. El significado hace referencia a aquello que una hablante, una persona o una sociedad entiende ante la presencia de un signo. Por ejemplo celular. Hoy todos entendemos que se trata de un aparato que sirve de teléfono y de computadora a la vez y todos sabemos a qué nos referimos cuando escuchamos o leemos la palabra celular. Los significados varían según las personas, las culturas, los tiempos pero convengamos que hay cierto consenso general sobre el significado de ese signo. Además todo signo está conformado también por un significante, es la parte material concreta empírica del signo, la tinta sobre el papel que forma letras: “c” “e” “l” “u” “l” “a” “r” y éstas distribuidas de modo tal que al verlas , uno automáticamente lee la palabrita celular, el sonido que corre por el aire cuando alguien pronuncia la palabra. El significante es arbitrario, la relación entre significado y significante es convencional, depende de la cultura. Lacan retoma la terminología de Saussure y Freud y propone la idea de un significante fálico originario que estructura al sujeto, l organiza, lo conforma. No pretendemos ingresar en la teoría del sujeto lacaniana, eso nos llevaría muy lejos de nuestro propósito. Además, nada más riesgoso, acaso imposible, que explicar Lacan desde ejemplos. Sin alternativas en un escrito de divulgación retomemos el ejemplo que mencionábamos sobre la pregunta de si creemos o no en dios. Decíamos que la experiencia de realidad de la vida cotidiana la transferimos a trasmundos abstractos no empíricos. En el ámbito de lo cotidiano el lenguaje funciona relativamente bien. Cuando pido que me ceben un mate, la palabra mate, que es un signo compuesto por un significado y un significante, tiene un referente, la cosa concreta que me dan y que agarro con mi mano y me lo tomo. Pero el lenguaje tiende a funcionar del mismo modo aún cuando en lugar de cosas empíricas haga referencia a cosas no empíricas. Problema que ya viene planteado en términos cognitivos, aunque no lingüísticos en Kant. Muy sueltos de cuerpo, sin ponernos colorados y con total naturalidad, damos por sentado que la referencia, la cosa señalada, de términos no empíricos es tan real y verdadera como la de términos empíricos. Supongamos que en lugar de hablar del mate nos ponemos a hablar del bien o del mal, ahí ya se nos complica un poco y ni hablar si nos ponemos a hablar del “yo”. ¿Qué soy yo? ¿Cuál es el verdadero yo? ¿Quién y cómo soy realmente? La respuesta más amplia que no nos dejará dudas que es correcta es la siguiente: yo soy yo. Porque si me defino, por ejemplo, como jugador de futbol, estaría omitiendo que también soy jugador de tenis. Supongamos ahora que por imposible que parezca logramos elaborar una lista exhaustiva de todas las características que me definen. Aún así, en primer lugar no tendríamos a quien apelar para garantizar que realmente se trata de una lista de carácter exhaustivo, y si lo es no tendríamos garantías de que esa lista corresponde a mi yo. Nunca tendré frente a mí el enlace entre esa lista y el yo que pretendemos definir. No experimento mi supuesto yo como experimento un simple objeto empírico que toco veo y agarro. En este cul de sac no nos queda otra alternativa que decir: yo soy yo. En tal enunciado tenemos un yo sujeto que pretendemos definir - el que aparece al principio de la oración - y un yo predicado que es el que define, que explica - el que aparece al final -. En este caso el definido tiene supuestamente la misma extensión que el definiente, la definición es lógica y formalmente válida pero como tautología no nos aclara mucho las cosas. El camino empírico tampoco tiene salida. Se nos presenta Juan Carlos y frente a nosotros pronuncia yo soy yo. No vemos el yo de Juan Carlos sino que sólo lo vemos a Juan Carlos diciendo yo soy yo. En otras palabras, el significado de yo no es equiparable, no es equivalente con el significante yo, son asimétricos, permanecen en ámbitos distintos discontinuos. Desde una supuesta lista exhaustiva predicada o desde un observación empírica de una persona pronunciando yo soy yo nunca podremos saltar hasta el sujeto yo al que nos estamos refiriendo.

Curiosamente el yo sujeto, aun siendo identitariamente yo mismo, no se me presenta de un modo directo si no es a través de muchos no-yoes, de algo que yo sujeto no soy. Yo de mí veo mi mano, mi cuerpo pero no veo mi yo. Aquí impera la inevitable trampa representacionalista: el ojo de todo menos el ojo. No existe un ojo que pueda verse a sí mismo. Sólo por mencionarlo, la opticalidad fue elevada, ya por Aristóteles a rangos cognitivos y hasta categoriales. No debemos caer en la trampa representacionalista. Más adelante nos detendremos en la identidad especular lacaniana que iluminara el problema. Volvamos. Yo sujeto me presento ante mí siempre como yo predicado. El yo sujeto parece ser algo que no puede ser más que señalado, rodeado, sugerido. El modo más interesante y más común de aparecer ese yo que siempre está ausente y parece inasible, es el lenguaje. De hecho en este escrito venimos hablando del yo y naturalizamos la referencia pero si la palabra yo no existiera no podríamos estar hablando del él o nadie entendería de qué estamos hablando. No obstante, en cierta medida estamos orientados y creemos que estamos hablando de lo mismo gracias a esa palabrita, ese significante yo. Y aquí retomamos esa compulsión, ese impulso representativo que nos hace transferir ilusoriamente, imaginariamente lo coloquial y cotidianamente denominado real desde lo empírico hacia lo no empírico. Pero, una vez más, no existe un significante adecuado y simétrico al yo sujeto. Ahora bien, a Lacan le interesa dar una respuesta teórica científica de esto que acabamos de problematizar. Le interesa explicar el origen, aquello que es primordial en el problema del yo y entonces necesitamos hablar del sujeto, exponer su estructuración desde los registros con que contamos para explicarlo. Allí podemos ver la siguiente inversión: la falta de un significante cabal adecuado pertinente que logre capturar el yo referido, la supuesta cosa de la que estamos hablando, la falta de un significante se convierte en el significante de una falta, en estos términos lo explica Zizek. El significante yo, la letra “y griega” y la letra “o” que juntas forman la palabra “yo”, automáticamente nos conducen hacia un supuesto objeto referido que si bien lo entendemos siempre será algo inaccesible, el significante yo refiere una eterna ausencia inasible, algo que es trascendente e inaccesible a la vez. Pero la compulsión representativa sigue vigente y entonces surge un movimiento que consiste en desplazarse continuamente sobre una cadena significante que nos permite resignificar la palabra pero nunca acceder a la cosa, a la referencia. Para entender el significado que supuestamente se enlaza con el significante yo no damos un salto hacia la cosa, porque ahí no se nos presenta el yo sino sólo Juan Carlos diciendo yo soy yo. Entonces ¿qué hacemos? Damos un salto hacia otro significante que va a funcionar como un ensayo más, por cierto fallido, dentro de una cadena sin fin. El movimiento es perpetuo porque jamás estará la supuesta cosa real ante nosotros para decirnos que ya llegamos, para decirnos que yo no soy más que esto que se presenta aquí y ahora. Entonces el desplazamiento sobre la cadena de significantes es continuo e infinito. La explicación del esto no es un pipa que Foucault hace de la pipa de Magritte es elocuente. El demostrativo esto puede señalar siete cosas diferentes y ninguna es definitiva. ¿Cómo opera el lenguaje en estos casos? Supongamos que nos preguntamos por la libertad: ¿qué es la libertad? ¿En qué consiste? ¿Soy libre realmente? Quiero explicarle a un marciano qué es la libertad. Para que entienda, ensayo en primer lugar una definición ostensiva ejerciendo un acto libre: enciendo un cigarrillo en un lugar libre de humo. ¿Qué ve el marciano? ¿Ve la libertad? No, ve un hombre fumando en un lugar libre de humo. Entonces comienzo a explicarle con palabras: “la libertad es su misma idea que en primera instancia se coloca de modo lógico, o sea de modo infinito e indeterminado y progresivamente va adquiriendo determinaciones mediante actos sin perder su carácter infinito abstracto”. El marciano no comprende, nos pregunta qué significa colocarse de modo lógico y entonces me veo obligado a explicar esa primera definición mediante otras palabras y así sucesivamente. Desplazándome sobre una cadena de significantes el marciano logra cierta comprensión, tiene cierto acceso al significado pero nunca tendrá acceso a la cosa en sí, a lo referido: la libertad. Y aún cuando hayamos comprendido lo mismo no tendremos garantías de ello.

La falta de un significante se convierte en el significante de una falta, de una ausencia inasible, inaccesible. Esa falta según Lacan define el deseo que en su instancia estructurante primaria del sujeto no es otra cosa que el falo. El deseo es un vector, un impulso hacia un objeto del que se carece. El falo, no hace referencia como en Freud a lo biológico peneano sino a una falta originaria que merodea fantasmáticamente alrededor de un significante. Algo que es inasible y nunca se puede llenar, la falta determina propiamente el deseo y estructura, cohesiona, y organiza un sujeto porque introduce la ley, una dirección, un orden. El capitalismo en el que Milei cree es propiamente falocapitalismo porque una falta originaria organiza todo. La falta lo inunda todo, hay que esperar porque la luz esta al final del túnel, estamos en un tiempo de transición, ya en el segundo semestre saldremos del cepo y todo será abundancia y plenitud. Con la expresión falocapitalismo queremos poner el acento en que la carga esotérica de las fuerza del cielo desparraman fantasmas buenos y malos en la sociedad. Mientras el capital fálico, en cuanto objeto de deseo ausente pero que determina la vida cotidiana de los pueblos, permanece en su eterna inaccesibilidad, como una luz al final de un túnel, los fantasmas se ocupan de entretener para que la ausencia eterna se transforme en una supuesta inminente promesa cumplida. Pero debemos contrastar esta idea con dos grandes teorías del deseo en el contexto capitalista: Marcuse y Deleuze - Guattari. No nos ocuparemos aquí, pero no queremos dejar de mencionar, al menos, otras dos gigantes teorías del deseo, la de Lyotard y la de Butler. Valga la mención para el lector interesado que quiera comprender nuestro contexto próximo.

Como sabemos, en Marcuse el sistema accede al inconsciente generando una desublimación controlada según la cual el individuo desea aquello que el sistema capitalista necesita que desee. El sistema satisface ese deseo inoculado y así el individuo se siente feliz en una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática produciendo y consumiendo el despilfarro. De este modo se anula la crítica, dando a este término el tinte kantiano, crítica como evaluación del alcances y límites pero también el tinte hegeliano como motor de la historia, de los cambios. Para Marcuse no hay sublimación porque se controla el mismo deseo y el sistema lo satisface y así el hombre ya no tiene una dimensión subjetiva opuesta a lo dado, la única dimensión es la objetiva, la del sistema. Corolario de esta tesis sería una historia que llega a su fin, un circulo vicioso donde el hombre no genera cambios porque no los desea, sólo produce lo que desea y lo consume en un statu quo definitivo. Comerciantes piratas han ganado millones parafraseando, y de modo bastante precario, esta tesis, tales como Fukuyama. Debemos reconocerlo, la academia está plagada de mercaderes pirotécnicos oportunistas, tales como Maffesolí, Morín o Han por nombrar solo algunos. Capitalizan para su lucro la fascinación que nos producen las palabras, problema ya antiguo denominado, el problema de lo sublime. Retomemos. Una crítica de simple sentido común a Marcuse es que no sólo no experimentamos el deseo y su satisfacción tal como él lo plantea sino que, aún concediendo que fuese así, en nuestro país la mitad es pobre y no satisface ni siquiera los deseos de comer, tener salud, educarse, vivir dignamente. Lo que sí rescatamos de Marcuse, más allá de sus respuestas, es que sitúa el problema del deseo a nivel social en el marco del capitalismo avanzado.

Otra gran teoría del deseo es la de Deluze y Guattari. Como lo anticipábamos, luego de leer a estos autores ya es casi imposible ser lacaniano pero ellos mismos rescatan el carácter polimorfo originario del deseo, ya planteado por Freud. Mientras que en Lacan hay un decurso estructural del mismo, y la estructuración del sujeto, Edipo mediante, es direccional, teleológica, en Deleuze y Guattari el deseo es un flujo polidireccional biológico e impredecible, propiamente hablando un flujo esquizo entre máquinas. En Lacan el deseo es la falta fálica por la que el sujeto imaginariamente identifica lo real inaccesible con lo simbolizado en una cadena significante. Esto puesto en un nivel estructural tiene un irremediable tufillo a representacionalismo objetualista y si escarbamos un poco podremos desenmascarar un desvergonzado abierto logocentrismo. Estructura lacaniana de la cual se deriva un necesario programa masivo de neurotización universal. Como bien sabemos, históricamente hablando, tres grandes aparatos fálicos de neurotización, tres grandes máquinas de picar carne, de adaptación, de que todo encaje en ciertos esquemas: la religión, el psicoanálisis y el capitalismo. Este último devenido falocapitalismo gracias a que focalizamos - y denunciamos - las estrategias propiamente estéticas de administración del deseo, que para no incurrir en abstracciones debemos definir esta administración como un acto performativo que acontece en la administración del percibir. Es en términos socioculturales que el capitalismo deviene falocapitalismo. En términos epistémicos, si las ciencias económicas fuesen exclusivamente económicas deberíamos seguir utilizando el término capitalismo como los Chicago Boys, jóvenes de actividad neurosináptica cansina, reticentes a procesos sinápticos, jóvenes de una mezquindad neuronal importante. Como sabemos que las ciencias económicas son en primera instancia sociales y culturales nos vemos obligados a hablar de falocapitalismo, término que recupera el programa de neurotización general administrando la percepción mediante fantasmas, administración hoy más sofisticada gracias al emerger de las redes. En consecuencia, el control neurótico de las derechas y ultraderechas es estrictamente hablando estético. La idea de deseo en Lacan nos permite explicar este programa de neurotizacón falocapitalista que implementa Milei pero mediante fantasmas. Mientras que Deleuze - Guattari (tambien Lyotard y Butler) nos explican la salida, Lacan nos explica la entrada. Pero en este escrito, estamos viendo la parte vacía del vaso, un análisis crítico evaluativo que nos permita desenmascarar el plan de neurotización falocapitalista de Milei.

Explicado esto vayamos ahora al tema de la administración del percibir, de aquello que se percibe y se experimenta por ejemplo en el ejercicio de la violencia en sus diversos modos: ¿catarsis, redención, goce, venganza? Se desea originariamente un objeto inasible, inaccesible lo cual obviamente es traumático. ¿Qué se hace ante esa situación dolorosa? Mediante la imaginación, en la vida cotidiana sustituyo eso objeto ausente estructurante por “versiones“ del mismo en el orden significante. Es en este punto donde lo imaginario actúa como mediador, tejiendo la ilusión de que tales sustitutos, inscriptos en el orden simbólico de la cultura y el lenguaje, poseen una legitimidad. Un millonario capitalista desea incrementar su capital ¿para qué? ¿para irse de vacaciones a Cancún? ¿para comprarse un Mercedes Benz? Y… sí, pero en el fondo no es ese el objeto de su deseo. El fantasma de la felicidad y el placer se identifican con objetos que aparecen en el orden simbólico, en el mundo pero la identificación es ilusoria, es producto de un artilugio imaginario, por ello lo que hay que administrar es el percibir que provocará determinada experiencia. Se observa en que una vez que el capitalista tenga sus vacaciones en Cancún y su Mercedes, insatisfecho seguirá acumulando capital. La operación es siempre un artificio: el falo, en tanto falta radical, opera como un eje invisible que estructura la realidad psíquica y social. No es un objeto, sino la función misma de lo inalcanzable que organiza los sistemas de significación. Al instituir la carencia como constitutiva del sujeto, el falo lo sitúa en una red simbólica preexistente, donde el deseo se perpetúa como búsqueda de aquello que, por definición es inasible. En síntesis, el significante fálico opera como un punto de referencia que organiza las relaciones entre los sujetos y sus deseos, mediando entre lo imaginario y lo simbólico. Su presencia o ausencia determina la dinámica del deseo. El falo es el significante del deseo, de la falta estructurante en el orden simbólico, el ámbito del lenguaje, la cultura y las normas. Siendo nada organiza todo. Lo imaginario suple esa falta motivada en definitiva, por lo que Lacan llama lo real, es decir lo imposible de simbolizar, lo imposible de alcanzar.

Administrar el percibir suscita experiencias, y las experiencias son irrefutables, la experiencia es un sentir que se graba en el cuerpo, no en el intelecto ni en la conciencia. Por eso los pueblos no tienen memoria y aún si la tuvieran no habría garantías de no reincidir en errores. Un famoso dicho popular reza, quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Nada más falso. La acción no depende ni del pensar, ni del recordar, ni del saber, depende del percibir, del sentir y esto tanto a nivel filo como ontogenético. Las derechas y ultraderechas triunfan justamente porque lo que hacen es política no en el orden intelectual, cognitivo o ético sino en el orden estético, en el orden del percibir generando un imaginario que distribuye fantasmas buenos y malos. La política estética encauza el deseo que se arraiga de modo indeleble. Sacheri en la película El secreto de sus ojos señalaba que las pasiones no se pueden cambiar, otro modo de decir lo que señalábamos en torno a que el deseo nos atraviesa. No podemos decidir sobre el propio deseo. Favio hablaba de un sentimiento para referirse al peronismo. Personalmente creo que eso se perdió, se redujo a ideología, a política, a ética, ítems lábiles y es por ello que hoy emergen las derechas y ultraderechas. Es lógico entonces que Milei y sus pandilleros ataquen a los artistas. Esto ocurre porque la experiencia y el sentir que derivan de la percepción se arraiga de modo persistente en el cuerpo. Peinador de canas, quien escribe, experimentó el programa vivencial y crítico del rock, un programa sociocultural y ético. Ser rockero no se reducía a un consumo hedonista o técnico de notas musicales sino que bien sabíamos y experimentábamos, al igual que John, que todo lo que necesitamos es amor, que tenemos que darle una oportunidad a la paz, y que podemos imaginar y realizar un mundo mejor y que no somos los únicos soñadores. Sesenta años después, quien escribe, sigue experimentando lo mismo. El arte es una administración del percibir que graba a fuego experiencias no solo auditivas, visuales, táctiles, sino que mediante ellas configura un programa ético, social, cultural, político. Esta discusión nos llevaría demasiado lejos, valga lo indicado para explicar por qué Milei ataca a artistas.

El falocapitalismo nos permite explicar los fantasmas que pululan en torno a los oídos del presidente: el fantasma del mercado, Claudio que verterá veneno en el oído de su hermano Hamlet, el fantasma del estado. El capitalismo deviene falocapitalismo gracias dos grandes variables una sociocultural-psíquica que acabamos de explicar en consonancia con la resurrección e incremento de las derechas y ultraderechas y otra variable económica que hace referencia a la producción de hipercapitales que produce el sistema financiero y su concentración que permite el sistema político y legal. El Mercado es un fantasma que seduce a muchos y si no se cuenta con las herramientas intelectuales, perceptivas y autocríticas suficientes no es fácil resistirse. Para muchos el Mercado es el fantasma que origina todos los males, pero para muchos otros, que han sucumbido a sus juegos de seducción, es una promesa de felicidad, un sueño argento o americano que se cumplirá en un futuro más o menos cercano, una luz al final de un túnel que encandila e hipnotiza desde la distancia para que los mortales peregrinen lentamente hacia su redención, hacia la tierra prometida bajo las ordenes de un líder iluminado por las fuerzas del cielo. Nada más peligroso que esos delirios napoleónico- soteriológicos. Algunos elevan de grado el fantasma del Mercado al rango de un dios autónomo que solucionará todos los problemas de la humanidad. Dentro de estos últimos hay quienes creen que debe recibir un pequeña ayuda y quienes creen que no. De los que creen que no, se desprenden aquellos que consideran que otro fantasma llamado Estado es adverso y maliciosamente impide que el Mercado despliegue todos sus automatismos mágicos de redención de los mortales. Estos últimos son pocos pero que los hay, los hay. El presidente Milei es uno de ellos. En el falocapitalismo el Mercado deviene fantasma sostenido por la administración estética del percibir. Por ello seduce e hipnotiza. Para explicar esto ensayemos una pequeña, acaso caricaturesca, historia que nos aclara la metamorfosis de la riqueza. Hubo un tiempo en que la riqueza provenía de la tierra, tiempo que se lo llamó fisiocracia, es decir, el gobierno de la naturaleza. Administrar y trabajar la tierra producía riqueza. Con el correr del tiempo se sumó la actividad comercial y con ella aparecieron comerciantes burgueses que incluso devinieron en una clase social cohesionada no sólo por el trabajo sino también por un imaginario singular, en cierta medida distinto y novedoso respecto a la clase campesina/noble de la época fisiocrática. A la administración de la tierra y del comercio se sumó una nueva administración, la de la industria y la empresa. En este contexto y en especial gracias a la máquina de coser, fenómeno previo a la invención de la máquina de vapor, advino un nuevo modelo social, el del obrero y la fábrica. Personas que trabajan en un lugar organizadas y administradas de una manera determinada donde adquieren el carácter de obreros cohesionados y tipificados mediante la organización del trabajo. Ahora la riqueza de la naciones proviene no solo de la tierra y el comercio sino también y principalmente de la Industria que debe ser administrada según reglas. Para ello el liberalismo clásico de Adam Smith propone reglas éticas: la distribución justa y equitativa para el bienestar de todos. A partir de la revolución industrial, la producción de capitales y la creación de bancos centrales hacen que el capital devenga abstracto. A esto contribuyeron la ya milenaria institución monentaria y la ya, por entonces, centenaria institución bancaria. La abstracción de la riqueza se organizó como sistema financiero donde llegando a cierto punto la fuente de la riqueza es su misma circulación abstracta. Devenida la riqueza en formato monetario, numérico, hoy digital el dinero se produce por el dinero. Este ascenso abstracto eidético espiralado llega al punto de una escisión que permite producir dinero desde el mismo dinero sin necesidad de producción fáctica real, sin ningún cable a tierra, sin conexión con la riqueza que puede producir la naturaleza, el comercio o la industria. Esto es un nuevo modo de operar de los capitales, un ámbito abstracto en el cual flotan y desde allí funcionan y actúan e incluso se reproducen, se incrementan o se decrementan en ese orden eidético, fantasmático. El sistema financiero produce crecimiento económico pero la riqueza que se concentra y se incrementa exponencialmente genera hipercapitales que por definición son fálicos, ni siquiera sus propios dueños tienen acceso a ellos, ni siquiera sus propios dueños pueden administrarlos. Musk figura como dueño de un hipercapital pero en realidad o dispone de él. Es el hipercapital que dispone de Musk en un sistema financiero, su vida cotidiana ya está atravesada configurada y determinada por ese hipercapital. Para el común de los mortales la riqueza se torna inasible, inestable, y para unos pocos adquiere una estabilidad blindada indeleble pero tanto para ricos como para pobres los capitales son fálicos. ¿cómo se sostiene este statu quo? ¿Cómo se sostiene una economía fálica sádicamente injusta a nivel global? Mediante una neurotización general esotérica, lo cual se logra mediante una política propiamente estética. Cuando la riqueza proviene de la administración de las finanzas, los capitales flotan en una estratósfera abstracta, fálica, es decir un lugar eternamente ausente inaccesible pero que decide la vida concreta de las personas. Y aquí ya estamos en una tierra abonada para la proliferación de fantasmas replicados a escala industrial en las redes y los medios. Los hipercapitales se sostienen porque son fálicos, objetos del deseo que estructuran socio-psíquicamente los individuos y los pueblos mediante la administración que lleva a cabo las políticas socioculturales esotéricas de corte derechista o ultraderechista. En un contexto neurótico social los capitales inasibles son deseados justamente por ser inasibles, no por ser capitales. Sólo lo inasible encandila y fascina. Los hipercapitales son fálicos porque organizan y administran desde la ausencia nuestra vida cotidiana. Queremos poner el énfasis en que el falocapitalismo no se sostiene por cuestiones económicas sino propiamente hablando estéticas esotéricas donde la carencia originaria y sus carencias en el orden cotidiano concreto -carencia de salud, educación, justicia, derechos, etc.- devienen promesas. ¿cómo es que no se produce la revolución? Pregunta que por cierto se hacía Marx y que le hizo cambiar un punto fundamental de sus teorías. Decíamos que la riqueza de las naciones proviene de la tierra, el comercio, la industria, las finanzas pero hay un trasfondo que sostiene el sistema, se trata de un trasfondo estético. Para aclarar terminológicamente la idea de falocapitalismo y su trasfondo propiamente estético debemos dar u paso hacia atrás y explicar el concepto de ideología. Marx reemplazó ideología eidética por ideología material. Nosotros reemplazaremos esta última por estética y dentro de ella, el esoterismo.

Veamos brevemente ideología. La época posterior a la Revolución Francesa fue caótica, se le llama la época del terror. En este contexto Destutt de Tracy sostenía que para ordenar la sociedad es preciso antes ordenar las ideas, es decir, la sociedad está sostenida por una arsenal de ideas. El ilustrado propone una disciplina, una ciencia cuyo objeto es el estudio de las ideas: cómo se originan, cómo se asocian y se relacionan entre sí y con las sensaciones y las acciones. Oponiéndose a Descartes, Destutt de Tracy sostenía que las ideas no son innatas sino que provienen del mundo e interactúan activamente con el mundo. La ideología es una ciencia no solo explicativa sino también performativa y desenmascara los prejuicios y supersticiones que sostienen una situación social determinada. Por entonces, en cuanto ciencia de las ideas el concepto de ideología no tenía una connotación peyorativa. Napoleón fue el primero que atacó a Destutt de Tracy inaugurando un significado negativo que se incrementará aún más en Marx y Engels. Hasta La ideología alemana Marx y Engels daban por supuesto que la ideología es un trasfondo de orden cognitivo social que sostiene la injusticia del sistema capitalista. Hasta ese momento creían que la revolución se produciría por la toma de conciencia, un tópico proveniente de Hegel. Hay gente que todavía cree en esta idea que hoy subsiste en el sentido común. Error logocéntrico que proporciona un alivio solo ilusorio. Con el correr del tiempo y viendo que la revolución no se producía - aún en un decimonónico capitalismo inglés al que calificarlo de salvaje sería todo un eufemismo -, Marx y Engels cambiaron de opinión. La ideología, configuración que sostiene el sistema, no está en la conciencia, no es de orden cognitivo sino que reside en la materia, en las condiciones reales materiales de vida que formatean al obrero trabando el proceso hacia el cambio. La pregunta decimonónica sobre la revolución que no se producía desplazó el sostén del sistema, es decir la ideología, desde un ámbito cognitivo hacia un ámbito material concreto, teoría desarrollada in extensum en El capital. Hoy nos preguntamos lo mismo que se preguntaba Marx ¿Cómo es que cada día hay más pobres y menos ricos? Como es que cada vez los pobres son más pobres y los ricos más ricos? Y según esto ¿cómo es posible que no se produzca la revolución, el cambio? Afirmamos que el sostén de este sistema perverso no es ni ideológico cognitivo como en Destutt o el primer Marx, ni ideológico material como en el último Marx, sino estético. El falocapitalismo administra en términos económicos hipercapitales y en términos políticos administra la percepción. El problema de la sensación y la percepción es un problema del cual se ocupa la estética pero no en relación a cuestiones cognitivas - como en la tradición empirista de Berkeley, Hume hasta llegar a Viena - sino cuestiones deleitivas. En pocas palabras, la estética es una disciplina filosófica que estudia sensación y percepción (que son cosas distintas) en relación al deseo, el dolor y el placer. De allí su carácter explicativo en torno al funcionamiento fálico del mercado, al funcionamiento fantasmático de los capitales, tal como se observa en el Presidente Milei. A través de la percepción, no así en la conciencia, se tiene acceso directo al deseo y esto es lo que focaliza el falocapitalismo actual. El deseo de un objeto ausente inalcanzable (la riqueza) que mediante una administración de la percepción puede perdurar toda la vida sin alcanzarse. La percepción administrada a escala mundial, hoy mediante redes, suscita un imaginario que le permite al sistema subsistir y perpetuarse. El falocapitalismo en el fondo es estético, la percepción deviene en sentir y ahí ya estamos en pleno agenciamiento del programa de neurotización, de adaptación. Durante años y años Magnetto construye un demonio mediante las estéticas tapas del Clarín, el demonio que es el origen de todos los males. Esto es administración de la percepción. Muchos percibirán y experimentarán el demonio en el orden empírico: Cristina. El dolor oscuro, traumático, la frustración necesita simbolizarse en un culpable identificable, concreto, necesita circunscribirse representacionalmente. Estadísticamente hablando, es necesario que entre millones de lectores aparezca uno cuya psicopatía le impida distinguir lo fantasmático de lo real y la consecuencia será lógica: eliminar realmente al demonio que es origen de todos los males, gatillarle en la cabeza. Nos llama la atención como es que Magnetto sigue impune.

El voto se define por cuestiones estéticas. Estas se disfrazarán de ideología política, de partido político, de ética, de economía, de cultura, de valores, pero la adhesión originaria a esos disfraces fue, es y será siempre estética. Se votan fantasmas. El objeto de deseo aparecerá para algunos en unas patillas, en un saco y corbata, en un tipo despeinado y outsider. Si no damos una explicación estética que explica la administración de los fantasmas, la administración de lo que se percibe jamás podríamos explicar cómo es que una mujer vota a Bolsonaro, un negro o latino vota a Trump o un pobre, un universitario o un gay vota a Milei. Se vota una imagen, disruptiva, bizarra, seria, profética, pero imagen al fin. El voto es originariamente una intensidad en el percibir y consecuentemente en el sentir, intensidad que generará una identidad ideológica y posteriormente miles de argumentos para justificar el motivo del voto. El esotérico sistema falocapitalista administra esa intensidad del percibir, no distribuye placeres sino deseos, no distribuye riqueza sino sólo dinero para la subsistencia esclava, no distribuye justicia ni derechos sino expectativas, luces al final de un túnel. En definitiva el falocapitalismo suministra fantasmas de allí su carácter eminentemente esotérico. Spinoza ya a fines del siglo XVII cita a Quinto Curcio reafirmando que no hay medio más eficaz para gobernar a la muchedumbre que la superstición. Spinoza sostiene que la monarquía hace pie en supersticiones que derivan del miedo, el monarca disfraza de religión el miedo para controlar al pueblo que cree que el rey es representante de la voluntad del dios. En definitiva los hombres creen luchar por una salvación póstuma fantasmática mientras en realidad están luchando por su esclavitud presente real. El dios bueno salvador aparece en el monarca tanto como el dios mercado salvador aparece en el presidente. Los hombres luchan por su pobreza, su hambre, su falta de derechos, su falta de educación y salud, creyendo estar luchando por un bienestar al final del túnel. En este esoterismo falocapitalista como ya lo anticipaba Marx, los pueblos pueden soportar el infierno gracias a un ulterior salvación de ultratumba prometida. Y Tío Nietzsche tendrá mucho que decir al respecto. En consonancia con Spinoza, nuestra tesis puede resumirse en que la lucha activa autoflagelante de un pueblo es un fenómeno sostenido por una producción estética de un imaginario social gracias a la administración del percibir fantasmas buenos y malos en un contexto esotérico falocapitalista.

Cuando Milei ganó las elecciones, todos nos hemos preguntado ¿qué pasó? ¿qué parte de la película me perdí? Y desde allí, ¿por qué en estos últimos tiempos fracasa el peronismo y triunfa el neoliberalismo y el fascismo en nuestro contexto? La respuesta es muy simple. Porque el peronismo es doctrinariamente ético y el neoliberalismo falocapitalista es operativamente estético. El gran Maquiavelo lo dijo antes que todos: las reglas que rigen la ética no son las reglas que rigen la política, son cosas muy diferentes. Evaluar éticamente una política es un error de asimetría, el error es nuestro. Es necesario una evaluación estética para generar el cambio. Y la mala noticia para los peronistas y la izquierda es que en un contexto falocapitalista los cambios sociales son primariamente estéticos, aunque esto nos revuelva las tripas.

En todo este contexto no es casualidad el carácter esotérico redencionista de Milei en su vida personal. Y no nos referimos solo a sus perros y al speech de las fuerzas del cielo sino a sus propias percepciones espectrales. El psicópata, el fanático, el fascista no monitorea, no tiene registro ni experiencia de la diferencia entre el mundo empírico y el eidético, sobre lo que insistimos al inicio del presente escrito. Cuando la subjetividad no está del todo estructurada en un normal vaivén, en un normal feedback entre estos dos ámbitos, la balanza se inclina hacia la objetividad que - para compensar la escases de un narcisismo primario cohesionante que organice al sujeto - afirma de un modo absoluto lo que no es subjetivo, eliminando la diferencia. Haciendo la vista gorda sobre la ridícula argumentación que Lacan propone para su idea de la etapa del espejo, rescataremos la idea solo en su pureza teórica, por cierto genial, sin incurrir en espejismos de argumentaciones empíricas. ¿Qué rescatamos del escrito de Lacan? La identidad se da con un objeto externo, con un no-yo, planteo ya hecho por Feuerbach. Ese objeto externo es sólo una imagen, una simple configuración óptica simbólica, no es real. El objeto del espejo que refleja al sujeto es holísitco, es la primera vez que el bebé tiene una imagen total y organizada de sí. Esto supone que las totalidades, las organizaciones están solo en el orden imaginario y desde allí representacional. En el proceso identitario, lo biológico no es decisivo porque el carácter prematuro del bebe que carece de un centro neuronal desarrollado que pueda organizar todas sus experiencias, le impide autoexperimentarse y autopercibirse como un todo. Por ello lo decisivo es de orden imaginario y simbólico representacional, allí donde se dan supuestas identidades holísticas. En el espejo me veo yo través de una imagen externa. El problema es cuando uno de estos ítems falla, cuando en el espejo no me veo yo sino que veo solo un otro. Esto se compensa cosificando, reificando el fantasma del otro que ya no será mi imagen en un espejo sino mi imagen en otros significantes. El psicópata, el fanático, el fascista experimentan originariamente un total caos subjetivo que se compensa con una organización absoluta objetiva. La subjetividad disuelta y reducida a una total objetividad. Esta última adquiere tal carácter gracias a la eliminación de la diferencia entre lo eidético y lo empírico. Lo objetivo pasa a ser real y verdadero y se identifica con un objeto palpable. El proceso identitario queda trabado en la pura exterioridad. Hemos visto que Milei adopta o imita de manera excesiva las características, comportamientos, opiniones o incluso la apariencia de quienes la rodean, con el fin de ser aceptado o de encajar en un grupo social. Su aparente marginalidad es posible gracias a su objetualidad identitaria con las ultraderechas. Su inseguridad se compensa con su dogmatismo irreversible y puede observarse en su recurrente muletilla: siempre con una agenda bajo el brazo, mecanismo de defensa básico del paranoico exoidentitario. La baja autoestima y la necesidad de pertenencia y aprobación del otro, borrando las fronteras entre los mundos empírico y no empírico desembocan en lo que denominamos fundamentalismo o fascismo dogmático. En su obsecuente anglofilia, Tatcher, Trump, Musk, Bukele, Bolsonaro son guías de su acción por cuestiones identitarias. La carencia de autocrítica deriva de ese esoterismo exoidentitario. Cuando Milei experimenta fantasmas “buenos” toma decisiones consecuentes: políticas sobre el género, sobre la OMS, sobre el Pacto de Paris, sobre la comisión de DDHH de la ONU. Estas decisiones tienen esta raíz exoidentitaria. Nadie puede negar que el llanto de Milei sobre el muro de los lamentos nos remite directamente al Zelig de Allen. Cuando Milei experimenta fantasmas “malos” también toma decisiones consecuentes de ello. Si a su esoterismo agregamos un narcisismo carente de autocrítica y de monitoreo del contexto, la impericia en el manejo de reglas pragmáticas a nivel social es elocuente. Ejemplo de ello es pronunciar un discurso fascista sobre el género en un foro mundial de economía, como ocurrió en Davos.

Horacio Tarragona
horaciotarragona@gmail.com
jano3.bandcamp.com

 



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"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.