“¡Hoy es el día! Intentemos detenerlo, no nos demos por vencidos tan fácilmente”. Esta motivadora declaración fue realizada por Jano Namor, de 56 años y jefe de los Bomberos Voluntarios de El Bolsón, ubicado en Río Negro. En la ruta provincial 86, antes de lanzarse al fuego en la zona de granjas, estas palabras no estaban dirigidas a sus 150 hombres, sino a un grupo de ciudadanos dispuestos a colaborar con sus propias manos y vehículos.
Pronósticos y Solidaridad
Días Cruciales
El incendio, que actualmente está contenido, tuvo tres momentos decisivos: el jueves 30, el viernes 7 y el domingo 9. Durante esos días, el viento fuerte lo volvió imposible de manejar. El desastre destruyó 191 hogares (con 144 totalmente calcinadas y 47 afectadas parcialmente), quemó casi 3.600 hectáreas de bosque y cobró la vida de Don Ángel Reyes, de 87 años.
Una Estrategia para Confrontar el Fuego
El viernes, las llamas fueron implacables, pero el sábado el viento disminuyó, ofreciendo una breve pausa de 24 horas. Habitantes, brigadistas y bomberos se prepararon para el peor escenario dentro del que sería el incendio más destructivo en la historia de El Bolsón. Sin descanso, regaron tierras y árboles, mientras observaban las llamas avanzar del otro lado del Río Azul. “Si así está hoy el incendio, con viento mañana llegará aquí”, repetían brigadistas del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (SPLIF).
A diferencia de otras catástrofes naturales, los incendios forestales de interfase (cuando el fuego invade un bosque rural) permiten actuar en el mismo instante del desastre. Al menos así lo entendieron los vecinos. “Defenderemos las casas y buscaremos que el fuego pase de lado”, expresó Jorge frente a su hogar en la Costa del Río Azul.
Aunque los vientos estaban previstos para la tarde, desde temprano había mucha ansiedad. Aquellos que no planeaban resistir, comenzaron a evacuar objetos valiosos de sus viviendas. Otros decidieron permanecer, pero sin sus pertenencias dentro. Desalojar una casa es estresante, y todos temían lo peor. Dos días antes, fueron testigos de un incendio implacable que avanzaba sin misericordia hacia las casas.
La temperatura alcanzaba los 30 grados, el aire era seco, y el polvo estaba suspendido en el ambiente. La nube de polvo se debía al movimiento de la caballería vecinal: numerosas pick-ups equipadas con tanques de 1.000 litros y motobombas para extraer agua a presión. Aunque había voluntad, faltaba información, que llegó con la violación de una norma, convertida hoy en una simple anécdota durante momentos de extrema tensión.
Los pobladores se reunían en grupos de cuatro o cinco por vehículo.Vestían ropa de faena, sombreros, gafas o antiparras, y pañuelos para resguardarse del humo. Muchos también tenían handies.
“La frecuencia oficial del SPLIF empezó a circular entre nosotros. Alguien te la pasaba, pero con una condición: nunca modular, solo escuchar”. Esto permitía saber dónde atacaba el fuego. “Nunca modular, solo escuchar”.
Algunos eran de El Bolsón, otros de Mallín Ahogado, pero también los había de Lago Puelo, El Hoyo y localidades de Chubut. Bajo la ropa de trabajo se encontraban ingenieros, artesanos, técnicos informáticos, propietarios de restaurantes, operadores turísticos, camareros y jubilados. Muchos no conocían con detalle las granjas o las viviendas que intentaban proteger: solidaridad en estado puro.
Poco antes de las 19:00 del domingo, el movimiento de las copas de los pinos y cipreses anunciaba la llegada del viento. “Viene el fuego”, era la frase repetida. En una pequeña llanura entre el Río Azul y la Loma del Medio, Clarín presenció las consecuencias de las ráfagas. El humo oscureció la luz, el sol apenas se veía como un disco naranja en el cielo. El aire se tornó denso, irrespirable y las cenizas empezaron a volar, haciendo obligatorio el uso de antiparras.
Un camión del SPLIF atravesó velozmente el estrecho camino rural. “El fuego ha cruzado”, comentó un agricultor que sintió el calor cuando parte de su granja ardió el viernes. Segundos después, en la misma dirección, llegaron los refuerzos inesperados: el pelotón de vecinos.
A toda prisa, las filas de camionetas avanzaban, derramando agua en cada curva. Con el handy al oído, los vecinos seguían el SPLIF en sus pick-ups con mil litros de agua cada una. Cada camión, con capacidad de 4.000 litros, era seguido por al menos diez vehículos.

El sonido del incendio incluía motores de motosierras abriendo cortafuegos y motobombas extrayendo agua. La explosión de una garrafa detuvo a todos por un instante. “Ha alcanzado una casa”, fue el comentario rápido.
Con handy en mano, una de las camionetas privadas tenía información pero le faltaba completarla. Gritando, en medio del incendio, todas las preguntas se duplican: “¿Chacra Génesis? ¿Chacra Génesis?”, preguntó el copiloto, y al recibir la respuesta de que estaba dos propiedades adelante, continuó con sus mil litros.
Así como infringieron la norma de usar la frecuencia oficial del SPLIF, existe otra ley no escrita que, en este caso, se respeta al pie de la letra. Cuando algún brigadista del SPLIF grita “¡Repliegue, Repliegue!”, todas las camionetas privadas obedecen sin cuestionar. Deben evacuar la zona porque el fuego se ha vuelto demasiado peligroso y la vida está en un peligro aún mayor.
Hubo una excepción a esta regla. Durante el siniestro de aquel domingo, Mariano Sylvester, productor audiovisual y uno de los vecinos que aportó su camioneta con 1.000 litros para ayudar, hizo volar su dron en medio del incendio para verificar si las llamas cortaban la ruta de escape al SPLIF. Después de dar la orden, Mariano mostró en tiempo real al responsable de los brigadistas que la percepción visual desde el suelo era engañosa y que aún había espacio para seguir luchando contra las llamas. Gracias a esto, permanecieron y salvaron la casa con el único dron operativo en medio del desastre, aunque se dañó el domingo debido al intenso combate. Ahora, él recauda fondos para repararlo.

La suposición era válida. En el cuartel de bomberos voluntarios se refieren a sus elementos como “Fuego” seguido de un número de legajo. Jano Namor, con 17 años de servicio como bombero voluntario, y diez de ellos como jefe, se unió bajo el número 100. Cerca de medianoche, todas las autobombas y camiones estaban agrupados cuando las llamas avanzaron sobre la Loma del Medio, amenazando más terrenos al otro lado.
Es ahí donde Bomberos hizo un guiño, ahora narrado como anécdota en El Bolsón. “Fuego 100, atentos, si hay algún particular escuchando, por favor diríjanse al Callejón Rozinka”, moduló Namor. Sabía que los vecinos estaban en la misma frecuencia, aunque se sorprendió de todas formas.
La Intervención Oportuna
Dentro de la noche oscura, apenas iluminada por las llamas, en el angosto callejón de montaña, varios destellos de luces llegaron a toda velocidad. Un ejército de decenas de camionetas, sin líder visible, apareció con mil litros de agua cada una y mangueras listas para apoyar a los únicos dos vehículos de bomberos. Al unísono y con rapidez bajaron, desplegaron las mangueras y lograron salvar otra casa.
Namor actuó de manera diferente al SPLIF porque enfrentaban frentes distintos. “A quien desea colaborar y no se le asigna una tarea, puede estorbar. Al observar tantas camionetas, abrí la frecuencia 151.535 para que todos pudieran escuchar nuestras acciones”. Incluso fue más allá y pidió a un grupo de radioaficionados en el centro de El Bolsón que replicaran sus mensajes, ya que la montaña obstaculizaba la transmisión al otro lado del frente de fuego.
“Ese día logramos detener el fuego. Nuestros bomberos avanzaron sin retroceder. Las camionetas iban y venían con el agua y abastecían nuestras autobombas. No necesitábamos salir para buscar agua y luego volver. El viento modificaba la dirección de las llamas y nos movíamos en bloque. Debíamos frenarlas y lo conseguimos gracias al profesionalismo de los bomberos y a la ayuda de la comunidad”, afirma Namor, quien aunque se jubiló, decidió trabajar un verano más por precaución.
En algún punto, ante la ruptura de la condición de no modular, los brigadistas del SPLIF cambiaron de frecuencia debido a que los vecinos comenzaron a pedir agua a través de la radio oficial, al intensificarse el incendio.
Hoy, uno de los responsables del SPLIF rememora ese domingo con una sonrisa, recordando especialmente a los residentes: “Nunca había visto a nadie acceder a la frecuencia oficial. Pero El Bolsón es así, una gran comunidad y nos brindaron un tremendo apoyo”. Ahora han solicitado el bloqueo de la frecuencia para volver a la normalidad.
La Victoria de la Solidaridad
Después de aquellos días, en los cafés y comercios de El Bolsón, el heroísmo del domingo se relató una y otra vez como una anécdota. De mesa en mesa y en los mostradores de las tiendas, se repetían las historias de quién ayudó en cuál chacra.
Cada tercera semana de febrero, El Bolsón celebra la Fiesta Nacional del Lúpulo, que este año fue suspendida. Sin embargo, podría instituirse un nuevo festejo: el día en que la solidaridad de sus residentes venció al fuego.
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