La rebelión popular contra los genocidas: fiel reflejo de la crisis de un modelo. Una imagen que le hubiese encantado ver al periodista y escritor anarquista Osvaldo Bayer, que tanto ha luchado por la transformación de iconos culturales que fomentan la dependencia y la violencia, un universo de sentidos y símbolos que forman parte de la memoria colectiva: en Punta Arenas, en medio de las protestas en Chile, la escultura de José Menéndez, empresario español a quien se le atribuye la extinción de la etnia Selk'nam, fue también destruida y llevada a los pies de la estatua del Indio Patagón, figura que homenajea a los indígenas que ya habitaban esa zona antes de la llegada de los conquistadores. De manera similar, se han dañado más de 70 monumentos y esculturas Se trata, especialmente, de figuras de la colonización europea y de militares chilenos amigos de acciones criminales (fusilamientos, matanzas, genocidios, usurpaciones y otras bellezas). Y en momentos catárticos, carnavalescos, iconoclastas, también son momentos de ruptura con el orden, y el derribamiento de algunas estatuas que representan imágenes de un poder que se rechaza o cuyo significado simplemente se desconoce, conlleva un proceso mucho más basto y profundo: la búsqueda de nuevos símbolos sociales. Cean viejos símbolos y se alzan nuevos, y esos símbolos caídos en Chile quizás tengan su némesis en el busto de Osvaldo Bayer inaugurado hace muy poco en Concepción del Uruguay.
El estallido social chileno llegó para cuestionarlo todo y básicamente, lo que por años nos enseñaron significaban los costos del «progreso». Hoy la población ha caído en cuenta que tales sacrificios sólo los pagábamos nosotros, mientras que de los beneficios gozaba un grupo minoritario que se escondía bajo el abuso y las cifras macroeconómicas. Esas cifras eran el símbolo del progreso, al igual que muchos personajes a lo largo de nuestra historia, pertenecientes al mundo de la política, al empresarial y militar, que nos han sido presentados como ejemplos a seguir desde los primeros años de nuestra infancia.
Nuestra historia está marcada por los miembros de esta élite que, por siglos y décadas, han sido presentados como los protagonistas de un país que se convirtió –supuestamente– en un lugar a las puertas del desarrollo. Personajes que van desde el período de la conquista en el siglo XVI, hasta nuestros días, símbolos de épocas de bonanza para ellos y de las barbaridades más inhumanas para otros. ¿Son ellos, representados en estatuas o que dan nombre a avenidas y calles, quienes encarnan las aspiraciones y el espíritu que hoy quiere encaminarse hacia una sociedad más justa y libertaria?
La lista de personajes es larga, pero mirando los últimos acontecimientos podemos divisar el panorama de algunos, cuyas estatuas han sido derribadas por manifestantes que conocen bien el verdadero mal que éstos causaron al proceso histórico, tales como Pedro de Valdivia y José Menéndez, ambos responsables de una incontable lista de muertos que yacen en el fondo de nuestra historia.
El primero, conocido por fundar Santiago, fue –junto a los primeros conquistadores de América– culpable de la tortura y matanza de los miembros de nuestros pueblos originarios, con tal de imponer su cultura, su credo y usufructuar del beneficio económico de la riqueza de nuestro suelo. Más tarde sería el propio pueblo al que avasalló quien lo tomara prisionero y lo ajusticiara como responsable de la sangre derramada en su cruenta conquista.
Así también el caso de José Menéndez, conocido personaje de la historia de Magallanes, en la Patagonia chilena, hombre empresario que junto a su familia se le responsabiliza por el genocidio Selk’nam durante el siglo XIX y XX. Hecho macabro que nuestra historia no ha sabido darle la importancia que merece y que representa muy bien el cómo, por la sola búsqueda del beneficio económico, era aceptable exterminar a un pueblo y hacer desaparecer su cultura.
Sirvan estos dos casos como ejemplo para mostrar cómo, a pesar de sus terribles delitos, vemos sus estatuas a lo largo del país, al igual que sus nombres en muchas de las avenidas y calles de nuestras ciudades. Personajes que representan la violencia y simbolizan el asesinato y la tortura, pero que al parecer a nadie importa.
¿Será por esto que manifestantes derriban las estatuas de esos símbolos impuestos, que han manchado con sangre nuestra tierra? ¿Será que ellos quisieran que los símbolos que representen nuestro futuro tengan los valores del respeto a la vida, la justicia y la paz?
Chile es un país lleno de estas imágenes, con estatuas, calles y monumentos de estos siniestros personajes: como Diego de Almagro, Diego Portales, Pedro Montt, Arturo Alessandri e incluso el mismo Jaime Guzmán, por nombrar algunos. Hoy la gente posiblemente no quiere que esos representantes del abuso y la muerte sean glorificados como héroes, sino conocidos por la verdad de sus actos, que han ayudado a perpetuar una cultura de la violencia, del abuso y del maltrato.
El despertar actual está posiblemente mostrándonos esto y haciéndonos ver que en nuestra historia también contamos con hombres y mujeres que entregaron su vida por la justicia y la libertad. Personajes como Lautaro, Manuel Rodríguez, Ramón Freire, Clotario Blest, Elena Caffarena, Violeta Parra, Víctor Jara o Salvador Allende, que pueden inspirar el Chile del futuro.
Caen viejos símbolos, representantes de la codicia y la violencia, pero se levantan muchos nuevos, ejemplos de la lucha por la paz y la justicia social, valores que pueden iluminar un renacer.
Por Oscar Oyarzo Hidalgo
El estallido social chileno llegó para cuestionarlo todo y básicamente, lo que por años nos enseñaron significaban los costos del «progreso». Hoy la población ha caído en cuenta que tales sacrificios sólo los pagábamos nosotros, mientras que de los beneficios gozaba un grupo minoritario que se escondía bajo el abuso y las cifras macroeconómicas. Esas cifras eran el símbolo del progreso, al igual que muchos personajes a lo largo de nuestra historia, pertenecientes al mundo de la política, al empresarial y militar, que nos han sido presentados como ejemplos a seguir desde los primeros años de nuestra infancia.
Nuestra historia está marcada por los miembros de esta élite que, por siglos y décadas, han sido presentados como los protagonistas de un país que se convirtió –supuestamente– en un lugar a las puertas del desarrollo. Personajes que van desde el período de la conquista en el siglo XVI, hasta nuestros días, símbolos de épocas de bonanza para ellos y de las barbaridades más inhumanas para otros. ¿Son ellos, representados en estatuas o que dan nombre a avenidas y calles, quienes encarnan las aspiraciones y el espíritu que hoy quiere encaminarse hacia una sociedad más justa y libertaria?
La lista de personajes es larga, pero mirando los últimos acontecimientos podemos divisar el panorama de algunos, cuyas estatuas han sido derribadas por manifestantes que conocen bien el verdadero mal que éstos causaron al proceso histórico, tales como Pedro de Valdivia y José Menéndez, ambos responsables de una incontable lista de muertos que yacen en el fondo de nuestra historia.
El primero, conocido por fundar Santiago, fue –junto a los primeros conquistadores de América– culpable de la tortura y matanza de los miembros de nuestros pueblos originarios, con tal de imponer su cultura, su credo y usufructuar del beneficio económico de la riqueza de nuestro suelo. Más tarde sería el propio pueblo al que avasalló quien lo tomara prisionero y lo ajusticiara como responsable de la sangre derramada en su cruenta conquista.
Así también el caso de José Menéndez, conocido personaje de la historia de Magallanes, en la Patagonia chilena, hombre empresario que junto a su familia se le responsabiliza por el genocidio Selk’nam durante el siglo XIX y XX. Hecho macabro que nuestra historia no ha sabido darle la importancia que merece y que representa muy bien el cómo, por la sola búsqueda del beneficio económico, era aceptable exterminar a un pueblo y hacer desaparecer su cultura.
Sirvan estos dos casos como ejemplo para mostrar cómo, a pesar de sus terribles delitos, vemos sus estatuas a lo largo del país, al igual que sus nombres en muchas de las avenidas y calles de nuestras ciudades. Personajes que representan la violencia y simbolizan el asesinato y la tortura, pero que al parecer a nadie importa.
¿Será por esto que manifestantes derriban las estatuas de esos símbolos impuestos, que han manchado con sangre nuestra tierra? ¿Será que ellos quisieran que los símbolos que representen nuestro futuro tengan los valores del respeto a la vida, la justicia y la paz?
Chile es un país lleno de estas imágenes, con estatuas, calles y monumentos de estos siniestros personajes: como Diego de Almagro, Diego Portales, Pedro Montt, Arturo Alessandri e incluso el mismo Jaime Guzmán, por nombrar algunos. Hoy la gente posiblemente no quiere que esos representantes del abuso y la muerte sean glorificados como héroes, sino conocidos por la verdad de sus actos, que han ayudado a perpetuar una cultura de la violencia, del abuso y del maltrato.
El despertar actual está posiblemente mostrándonos esto y haciéndonos ver que en nuestra historia también contamos con hombres y mujeres que entregaron su vida por la justicia y la libertad. Personajes como Lautaro, Manuel Rodríguez, Ramón Freire, Clotario Blest, Elena Caffarena, Violeta Parra, Víctor Jara o Salvador Allende, que pueden inspirar el Chile del futuro.
Caen viejos símbolos, representantes de la codicia y la violencia, pero se levantan muchos nuevos, ejemplos de la lucha por la paz y la justicia social, valores que pueden iluminar un renacer.
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