"Profetizo el tiempo en que el nuevo poder usará sus palabras libertarias para crear un nuevo poder homologado, para crear una nueva inquisición, para crear un nuevo conformismo. Y sus clérigos serán clérigos de izquierda". La reflexión ética de este incómodo poeta y cineasta italiano cuya labor en múltiples campos de la creación cultural conserva una extraña e implacable actualidad, como si la Historia se hubiese empeñado en darle la razón. Pier Paolo Pasolini, el poeta que se interesó por las formas de control, se obsesionó con el exterminio cultural y criticó el poder de las llamadas "sociedades libres" por su homogeneidad y falta de libertad real, por el genocidio cultural de la homologación, la muerte de la diversidad y la eliminación de lo diferente, por la normalización del fascismo desde el hiperconsumismo. Aquí, una mirada a la actualidad de hoy desde aquella perspectiva.
Nació en 1922, sufrió en su juventud la dictadura fascista y el poder nazi. Escribió sobre el cambi que sufre el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la industrialización vertiginosa marcó los códigos del consumo, un nuevo fascismo según el poeta, por su poder de homologación y por sus implacables mecanismos de control.
El “régimen de la información” ha sustituido al “régimen disciplinario”. Esta sociedad marcada por el dataísmo, lo que se produce es una “crisis de la verdad”. Este nuevo nihilismo no supone que la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira".
Byung-Chul Han - Infocracia
Sus profecías extremas no eran el manifiesto de un poeta radical, sino el análisis minucioso de un racionalista. Cuando anunciaba la llegada a las orillas europeas de los africanos heridos por la pobreza, cuando denunciaba el carácter genocida de la globalización, cuando discutía el papel de los partidos tradicionales y las evoluciones de la clase obrera, cuando señalaba el poder homologador del consumismo y la capacidad televisiva de convertir la realidad en un simulacro, Pasolini describía nuestro futuro.
Como sostiene en su artículo el economista marxista británico Michael
Roberts "La guerra entre Rusia y Ucrania solo exacerbó este desastre de
precios y seguridad alimentaria. Rusia y Ucrania representan más del 30 % de las exportaciones mundiales de cereales , Rusia por sí sola proporciona el 13 % de los fertilizantes mundiales y el 11 % de las exportaciones de petróleo , y Ucrania suministra la mitad del aceite de girasol del mundo . En combinación, esto es un gran impacto en la oferta del sistema
alimentario mundial, y una guerra prolongada en Ucrania y el creciente
aislamiento de la economía de Rusia podrían mantener altos los precios
de los alimentos, el combustible y los fertilizantes durante años… Esta
es una crisis global y requiere una acción global de la misma manera que
se debería haber enfrentado la pandemia y la crisis climática necesita.
Pero tal coordinación global es imposible mientras la industria
alimentaria global esté controlada y sea propiedad de unos pocos
productores y distribuidores de alimentos multinacionales y la economía
mundial se dirija hacia otra recesión."
Hay una hambruna
internacional desplegándose silenciosa y se acrecentará, sin dudas pues
su solución ya no depende de los Estados Nación, las corporaciones
finalmente dominan el escenario y la industria alimentaria. El sueño
neoliberal es su extrema potencia: "La comida es nuestra".
En
nuestro país no sucede nada distinto, unas pocas corporaciones fijan el
precio de los alimentos sin que el Estado nacional pueda hacer otra cosa
que emparchar con fideicomisos o relatar lo mal que están las cosas a
nivel internación y aclara que dar una batalla por desacoplar los
precios internos de los internacionales que vuelan "es una batalla
perdida" que no habrá de dar porque "no cree en las derrotas épicas".
Una
especie de "TINA" (no hay alternativa) tatcheriano en versión ramplona y
doméstica que nos explica la imposibilidad de detener la hambruna
inminente.
Pasolini analizó lahistoria en artículos polémicos, desde Las cenizas de Gramsci hasta Las cartas luteranas, libros que pueden ser hoy muy útiles sobre la nueva realidad y la mayoría absoluta de la derecha.
La relación entre fascismo histórico y misoginia explícita, demuestra que las ideas sobre la inferioridad natural de las mujeres es una de las bases de sustentación del pensamiento autoritario y del fascismo social. Se necesita inferiorizar para dominar, porque la justificación de superioridad de ciertos seres humanos sobre otros, se hace en base a características supuestamente naturales. El desprecio a la mujer justifica y legitima su subordinación, subyace a toda forma de dominio, y en parte legitima la violencia como recurso para imponer un orden social imaginario. Para que la cultura del odio progrese es necesario colocar a las personas contra las personas, distorsionar los hechos, atacar la solidaridad, declarar los movimientos de emancipación social como amenazas.
Hubo quienes pensaron que luego de la experiencia de la segunda guerra mundial, el fascismo quedaría sepultado por siempre, pero no fue así. Hoy retorna bajo el manto protector del Imperialismo y con la misma base de apoyo: el capital financiero; para arrasar a los pueblos y a los Estados y apoderarse de sus riquezas.
Fascismo societal
En un escenario signado por lo que el ensayista portugués Boaventura Souza Santos llama "fascismo societal", una anomalía que a diferencia de los procesos de extrema derecha surgidos en la Europa de la primera mitad del siglo pasado no es fruto de un partido ni del Estado, sino que brota en las entrañas mismas del cuerpo social. O sea, una oleada técnicamente pluralista, sin jefes, pero con objetivos disciplinantes y civilizatorios. Es el fascismo de la antipolítica y, al mismo tiempo, el de quienes ni siquiera saben lo que es el fascismo. Así funciona el negocio de las sectas libertarias.
Una de las ideas fundamentales de su discurso es que el capitalismo contemporáneo es más destructor que el fascismo, ya que dispone medios de dominación más potentes. Mussolini tenía la iglesia y el ejército, mientras que Berlusconi dispondría de la televisión. Así lo explicaba en el año de su muerte. "Hoy, el orden social, en mi opinión, ha cambiado de forma revolucionaria en el seno del propio capitalismo. El consumismo es una forma nueva y revolucionaria de capitalismo, porque posee en su interior elementos nuevos que lo revolucionan: la producción de mercancías superfluas a una escala enorme y, por tanto, el descubrimiento de la función hedonista. El descubrimiento de la función hedonista provoca que este capitalismo nuevo, este nuevo orden social, no quiera seguir teniendo pobres, sino personas pudientes que quieran consumir, no quiere buenos ciudadanos, sino buenos consumidores".
Si hablamos de fascismo, quizás nadie lo definió mejor que Gueorgui Dimitrov, un búlgaro que lo sintió en carne propia. Fue en agosto de 1935 cuando dijo: "el fascismo es una abierta dictadura terrorista de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero. Este se ejerce sobre el engañoso manto de los intereses comunes del pueblo, y se ejerce mediante la ampliación máxima del aparato represivo de la burguesía con ayuda de las organizaciones fascistas y la subordinación de otras al servicio de esa dictadura. Se trata de un régimen caracterizado por el terrorismo y el odio en alta escala, dirigido, en primer lugar, contra los trabajadores".
Pocos intelectuales contemporáneos pueden presumir del impacto que alcanzó Pier Paolo Pasolini (1922-1975). Cuando murió, tras una brutal paliza y atropello, el primer ministro italiano Guilio Andreotti dijo que "se lo ha buscado". Sea cierta o no la sospecha de un asesinato político, personajes poderosos de todo el espectro social sintieron su desaparición como un alivio. Cuatro décadas después, su obra se mantiene más viva que nunca. Incluso intervenciones que suelen considerarse menores nos dan claves sobre conflictos cruciales de nuestro tiempo.
Volviendo a Gueorgui Dimitrov, vemos que algunas reglas se mantienen en el ADN del fascismo: el anticomunismo ha sido siempre su bandera. Y a la sombra de su perorata ocultan un accionar orientado a proteger y amparar privilegios de grandes consorcios facilitándoles acuerdos económicos y financieros, liberándolos del pago de deudas tributarias y otorgándoles desmedidas facilidades de inversión y de recuperación del capital. Para ellos, las grandes empresas (y nunca el trabajador) son sinónimo de riqueza y progreso. Bajo el pretexto de "defender la democracia" acaparan el poder real. Pero sí han mejorado sus métodos, hoy los think tank estadounidenses saben que es más rentable un juez corrupto que cien tanques en las calles. Es más económico un periodista calumniador y un fiscal venal, que un comando que asalta Palacio de gobierno. Los escándalos se suceden y es preferible silenciar a Julian Assange, antes que bombardear La Moneda. Así se hace gala del uso instrumental del concepto de democracia. Este ha sido vaciado por el poder real y los grandes medios de comunicación a ser sinónimo de votaciones, cuando en realidad implica formas más complejas de manifestación, representación y participación ciudadana. De igual forma, el poder real, el statu-quo, en sus declaraciones siempre usa el concepto de democracia para alimentar un clima de represión y conflicto, además de justificar la limitación de libertades.
Convengamos que en las sociedades occidentales la izquierda, y nada que no se parezca a la derecha o a todo lo que promulga los intereses del statu-quo, nunca logró dominar el sentido común, el todo cultural, y menos la moral, las creencias y los medios de comunicación. El liberalismo, el neoliberalismo y la extrema derecha pervirtieron el relato de cualquiera que se oponga al sistema. Quien domina el lenguaje domina la realidad.
La captura ultraderechista de la insatisfacción desarma el lenguaje de la rebelión en función de una estetización reaccionaria que no cuestiona sino que asegura las relaciones de supremacía y dominación. La derecha neofascista asegura los mecanismos de opresión por la vía de la apropiación de la crítica igualitarista (propia de la izquierda). La impotencia se refuerza cuando las retóricas progresistas se limitan solo a la defensa del orden. De este modo se rompen, se degradan las relaciones históricas del propio vínculo capital-trabajo, dando lugar a un proceso de desposesión, permitiendo que se trabaje precariamente, generando condiciones de incertidumbre e inestabilidad como normales, para que el programa de terror se sostenga. Salarios insuficientes, pobreza, desocupación, como marcas sintomáticas de la sociedad del malestar.
Fascismo argentino (al igual que en todas partes)
El deterioro a ambos lados de la grieta (no solo la de Argentina, en todo el mundo aunque con distintas intensidades) y la necesidad de los capitalistas de tensar el discurso político hacia la derecha han abierto paso peligrosamente a este nefasto exponente de lo más rancio de la política, que muchas veces hace de la libertad un sinónimo del fascismo. Con un electorado que vislumbra en el horizonte un deterioro cada vez más pronunciado del poder adquisitivo, donde el empleo es cada vez más precario, donde la escasez de divisas dificulta la intervención en la economía global, donde se acumulan varios años con crecimiento raquítico y la inflación rompe todo parámetro, donde la insatisfacción es muy amplia con una dirigencia política cuya impotencia queda reflejada en que nunca se bajó la pobreza del 20% desde que se recuperó la democracia. Miren el país donde miren, con algunas pequeñas diferencias, el escenario es más o menos siempre el mismo, y entonces calan fuerte pensamientos como el de Ayn Rand, la proveedora de conceptos que hacen suyo los anarco-capitalistas: "A menos que logremos convencer a la gente de que la justicia social es injusta, de que la redistribución de ingresos es inmoral y que la igualdad mediante la ley es contraria a la justicia, una sociedad libre será inviable". Evidentemente ella no hablaba de libertad, hablaba de fascismo. O como decía Alfonsín, liberales en lo económico y fascistas en lo político.
Hablamos de la palabra fascismo. La catástrofe que transitamos, precedida por el gobierno de Macri y por la crisis desmesurada, perceptiva, humana, necesita poner en juego esa palabra, porque las condiciones que impuso la pandemia, la turbulencia y volatilidad económica, los rasgos ingobernables y mórbidos de la época aceleraron los motivos de su reproducción global. Su emergencia en la Argentina y en una parte considerable de América Latina es correlativa de los grandes dilemas históricos de nuestro tiempo. El fenómeno no apareció de la noche a la mañana. Se fue presentando en forma gradual, creciente. En la corta duración, desde el conflicto con «el campo»; en la larga, desde el 6 de setiembre de 1930. Y como hito cercano y decisivo es preciso rememorar la desaparición y muerte de Santiago Maldonado: la instalación de un discurso desaparecedor de Estado, medios de comunicación e intelectuales, aun sin esclarecer ni reparar. Un último registro, de lo más nítido, lo escuchamos en estos días de fin de año. El exministro de Trabajo de la provincia de Buenos Aires durante el gobierno de María Eugenia Vidal, Marcelo Villegas, en una reunión de 2017 en la que participaban empresarios, funcionarios y agentes jerárquicos de la AFI —reunión grabada por sus propios autoespías—, se refirió a una estrategia judicial para golpear a los gremios. En su intervención apareció un correlato temible: «Creéme que si yo pudiera tener —y esto te lo voy a desmentir en cualquier parte—,si yo pudiera tener una Gestapo, una fuerza de embestida para terminar con todos los gremios, lo haría». Este clima ahora nos abruma y pretende —quiere obligarnos— a convivir con la abyección, con la oscuridad. Si pensamos el fascismo como el modo de referir una praxis, es posible nombrarlo aun en contextos diferentes respecto de aquellos en los que emergió. En las décadas del 20 y el 30 del siglo pasado se presentó como variante de las tensiones y pujas del capitalismo en su fase imperialista. Hoy se presenta como alternativa de la dominación ilimitada del capital, de las corporaciones, y de la «totalización» de los dispositivos y prácticas neoliberales.
Es un tema histórico, en nombre de la libertad, lo que propugna es la abolición de derechos individuales y colectivos básicos, desde los de huelga, protesta y acceso al empleo y a la vivienda hasta las garantías del debido proceso, la igualdad de género y el aborto, entre otros. El único derecho sagrado es el de propiedad, incluso cuando esta es monopólica, frente a la cual el Estado nada debe hacer.
Cuando la narración dice que "No Hay Alternativa"
Es sabido que el capitalismo como macrosistema socioeconómico global regula las relaciones intersubjetivas y, por lo tanto, no es meramente un programa financiero, sino que va mucho más allá. Para lograr su reproducción ilimitada ha logrado intervenir, modular y producir una nueva forma de subjetividad. "El método es la economía, el objetivo es el alma", dirá en su día una dama británica.
Es una ley de la era neoliberal: There Is No Alternative. Fue seguida al pie de la letra por la conducción de Alberto Fernández. Las derechas crecen por el fracaso de las socialdemocracias que desacreditan el poder transformador de los gobiernos populares y frustran a los que esperan una mejora que nunca llega.
El verdadero peligro no es el crecimiento de Milei -que parece haber encontrado su techo- sino el fracaso de la gestión temerosa y conservadora del statu quo que hizo Alberto Fernández. La derecha sólo hace su trabajo: ser de derecha de la manera más eficaz y rápida, tratando de aplicar su programa de ajuste y represión. El primer macrismo lo quiso hacer "gradualmente" y el próximo lo va a hacer "en 100 horas". No se le puede reprochar a la derecha ser de derecha. Sí se le puede reprochar a los gobiernos populares aplicar programas de derecha.
Si una candidatura de Larreta tiene espacio para ganar, anunciando un programa de ultraderecha después de la memoria reciente del desastre macrista, es porque el programa socialdemócrata del ejecutivo de Alberto Fernández se dedicó no a transformar el país que le había dejado Juntos por el Cambio sino a administrar su miseria. No se logró desarticular el lawfare, no se liberó a Milagro Sala y lxs otrxs luchadorxs sociales, no cambió al fiscal Conte Grand, Stornelli sigue en su cargo a pesar de su procesamiento, la Corte puesta por macri y el PJ en 2016 declara constantemente su alineamiento doctrinario con el ajuste y el cercenamiento de derechos. Muy probablemente esa misma Corte financie la campaña de Larreta con una acordada inminente que la provea de fondos coparticipables que corresponderían a las provincias.
La gestión de Fernández y Guzmán no cambió los condicionamientos transgeneracionales de la deuda, a pesar de que fue contraída violando los propios estatutos del Fondo Monetario Internacional. No bajó la inflación ni subió los salarios. Les dio pauta millonaria a los medios que se dedicaron a condicionarlo con tapas en contra y tractorazos para que ni siquiera se atreviera a expropiar Vicentín. La derecha, Bullrich o Larreta darían lo mismo, aplicarán el mismo programa.
El capitalismo no juega su partida exclusivamente en el terreno del poder económico-financiero, sino que intenta tocar las fibras íntimas de la vida de los seres fabricando individuos empresariales, eficaces, rendidores, y de ser posible arriesgados y dispuestos a la incertidumbre permanente, como garantía de éxito social. Subjetividades de y para la mera gestión eficiente mercantilizada y el rendimiento de sí-mismos y de los otros. Testimonios de la reproducción autoerótica a la que empuja la técnica del capital, pero además reversos del esfuerzo por parte del sujeto de rescatar su singularidad expulsada del funcionamiento capitalista.
Pasolini odiaba el consumo superfluo, hasta el punto de pedir el plato más sencillo en cada restaurante al que iba. Dejando de lado su obra, sus propuestas vitales hoy más que nunca exigen una continuación en la realidad cotidiana del mundo actual.
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