El lanzamiento de El último unicornio coincidió con el concierto del 21 de mayo pasado en el Teatro Metropolitan, en el cual Arturo Meza celebró 45 años de trayectoria, acompañado de muchos amigos con quienes ha tocado durante ese periodo. Acordes y desacordes conversó brevemente con Mario Alquicira, a propósito de este interesante aporte a la bibliografía del rock que se hace en México.
¿Qué te atrajo en la persona, en la música de Arturo Meza, que te llevó a trabajar en El último unicornio?
La primera vez que vi tocar a Meza fue en marzo de 1992. Yo tenía
escasos 15 años. Me impactó sobremanera escuchar el tema “Ayunando entre
las ruinas”. Fue como una impronta. Previamente, en 1989, había caído
en mis manos un cassette grabado que tenía, de un lado, Sin título y del otro 70 centavos.
Aunque lo escuchaba con regularidad, no fue sino a partir de ese
concierto que empecé a interesarme por conseguir sus discos originales y
seguirle la pista. La única manera de enterarse de sus presentaciones
era acudir semanalmente al Tianguis Cultural del Chopo o estar pendiente
de escuchar en sus conciertos el anuncio de los siguientes. Después,
tuve la oportunidad de establecer trato directo con él y conocerlo más
de cerca. Sin duda, su música y su poesía constituyeron una influencia
determinante en mi formación humana y en la consolidación de mi
identidad. Mientras los chicos de mi edad se entusiasmaban por los
grupos de rock en inglés, yo me sentía cada vez más atraído por el rock
mexicano subterráneo que había conocido gracias a la estación de radio
Espacio 59. Anhelaba convertirme en músico y comencé mis lecciones de
guitarra con Jarris Margalli, quien acababa de grabar su segundo disco
con Mistus, titulado precisamente Eternamente subterráneo.
Empezamos a prestarnos discos de rock mexicano y a acrecentar nuestras
respectivas colecciones. Así nació la idea de publicar un fanzine llamado Con los pies sobre la tierra,
una de cuyas secciones era la referente a algunos discos clásicos de
rock nacional subterráneo de diferentes épocas y estilos. En esa
selección de la extensa lista de discos resaltaban 70 centavos, Réquiem, Ayunando entre las ruinas, Para un compa y En el monte de los equinoccios, todos ellos de Arturo Meza. Puede decirse que el antecedente directo de El último unicornio fue ese fanzine, cuyo primer y único número apareció en octubre-noviembre de 1992.
Hace siete años editaste Los otros dioses ocultos, una “radiografía espiritual” de Jarris Margalli, ¿cómo lograste enfocarte al mismo tiempo en dos temas si no distintos sí difíciles?
No me asumo como biógrafo ni como historiador. No he hecho más que aportar el hilo para unir el amasijo de datos. Para tal efecto, me di a la tarea de leer una gran cantidad de biografías (no sólo de músicos sino de personajes históricos en general) y ver muchos rockumentales. Los libros biográficos cumplen una función principal: penetrar en la vida del otro mediante una voz narrativa que proporcione ciertas minucias y detalles de la persona en cuestión. Es una forma de acercamiento al otro, algunas veces sujetos desconocidos, otras conocidos. En ambos casos, el propósito es resaltar la memoria como facultad humana. Tanto la biografía de Margalli como la de Meza pretenden rescatar una parte de la documentación de la historia del rock en México mediante testimonios. Se trató de una ambiciosa iniciativa que buscó recopilar y difundir los archivos hemerográficos, fonográficos y fotográficos olvidados en relación con tales artistas.
¿Qué fue lo más difícil de trabajar en este libro? En la
introducción comentas que cuando sentías que ya lo tenías atrapado, se
te volvía a escapar.
De pronto, me di cuenta de la gran
abundancia de material que había reunido a lo largo de los años y de la
necesidad de sistematizar toda esa información. En cierta medida, el
libro se fue escribiendo solo; había que irle dando forma y estructura
nada más. Lo más difícil fue tratar de abarcar la totalidad de la obra
(musical, literaria y pictórica); empresa prácticamente imposible,
tratándose de un autor tan prolífico como él. En algún punto tuve que
hacer un corte. El confinamiento obligado por la pandemia me permitió
concentrarme y dedicar un buen número de horas al proyecto. Mi actividad
laboral (como docente y psicoterapeuta) migró además a lo virtual,
pudiendo maximizar tiempos. Arturo se caracteriza por ser elusivo y
huidizo, por lo que aprovechaba los momentos en que venía a Ciudad de
México para acercarle el manuscrito y conocer sus impresiones. De su
puño y letra hizo precisiones, correcciones y añadidos, lo cual me
estimuló para seguir adelante. Antes de su concierto sinfónico en
Toluca, el 28 de noviembre de 2021, leyó el último borrador. “Está
increíble tu libro, felicidades”, me escribió. Entonces supe que habían
valido la pena todos esos años de esfuerzo y dedicación. La enorme
dificultad para conseguir editorial y que ésta se tomara en serio el
proyecto para que el libro se publicara, distribuyera y difundiera, me
llevó a contactar a Ala Ediciones que ya tenía en su haber dos títulos
publicados de la colección “Rock para leer”, el primero de ellos autoría
de Piro Pendás, líder de Ritmo Peligroso y conductor del podcast Cómo está la banda. Fue él precisamente quien me recomendó a la editorial.
Cuentas que durante 15 años tuviste en mente la idea de
escribir la vida de Arturo Meza, ¿cuándo te decidiste, cuánto tiempo te
llevó acabar el proyecto?
Entrevisté a Meza por primera vez en 1992, en la casa donde vivía en la colonia Vértiz Narvarte, a propósito del fanzine ya mencionado. En esa época, estaba produciendo el cassette doble A la siniestra del padre y terminando de escribir Ansina como endenantes,
su primera novela. Muy amablemente me recibió y me concedió una hora de
su valioso tiempo. En ese momento no imaginaba todavía que me
convertiría en su biógrafo, sólo tenía la convicción de haber sostenido
una conversación memorable (aún conservo aquella grabación). En
diciembre de 2011 lo entrevisté por segunda vez, cámara de video en
mano, en su casa de Guáscaro, Michoacán. Para ese entonces, ya estaba
decidido a emprender el proyecto biográfico, para lo cual lo primero que
hice fue una cronología. En esa ocasión, tuve también oportunidad de
visitar a Lieto Bozz en su casa de Tingüindín, uno de los informantes
clave para armar las piezas del rompecabezas. Con Los otros dioses ocultos me di cuenta de que el leitmotiv era el rock mexicano y Margalli el hilo conductor. De igual forma, en El último unicornio
la figura de Meza era al mismo tiempo un pretexto para realizar un
recorrido por los momentos importantes en la historia del rock nacional,
con testimonios de sus protagonistas. De ahí que me diera a la tarea de
entrevistar a gente como Carlos Alvarado, Luis Pérez-Ixoneztli, Walter
Schmidt, José Luis Fernández Ledesma, Arturo Romo, Luis Álvarez “El
Haragán”, Rafael Catana, Ana de Alba, los integrantes del grupo Tribu,
etcétera. Años más tarde, en abril de 2016, por medio de su hijo Giel,
recibí la invitación para presentar su libro The End en el Teatro Bar El Vicio. Para ese entonces, ya había empezado a escribir El último unicornio. Luego, en otra presentación de The End
realizada en Cuernavaca, en mayo de 2018, en el marco del I Congreso
Internacional del Centro de Estudios de la Cultura “De guerra y muerte”,
le di a leer el primer borrador. En estricto sentido, me llevó seis
años escribir El último unicornio, pero es el resultado de los más de 30 años que he dedicado a seguir a Meza.
Procuras
hacer un recuento profundo de la totalidad de Arturo Meza y si bien su
obra discográfica y literaria es más o menos conocida, su obra pictórica
es desconocida. Personalmente, ¿cuál de esas tres facetas ejerce una
mayor fascinación en ti?
Como cualquier artista, Arturo
Meza no puede ser entendido a cabalidad sin cada una de las facetas que
lo conforman. La investigación que realicé durante todos estos años me
sirvió, en primer lugar, para desentrañar yo mismo los misterios que me
intrigaban en torno a su vida y obra. Si bien el enigma no fue del todo
despejado, me sirvió para llenar muchas de las lagunas existentes. Hay
un fenómeno muy curioso entre sus seguidores: quienes gustan de su
música casi no han leído su obra literaria (porque no les gusta, no la
conocen o no la entienden) y viceversa: los que se adentran en la
lectura de sus novelas lo consideran más un literato que un músico. Otro
fenómeno digno de análisis es el que se refiere a su pasado
experimental e instrumental: la vertiente progresiva de Meza parece no
interesar a sus fans, como si se tratara de otro artista. Desde
luego, existen sus excepciones. Por eso considero que el Meza-pintor es
indisociable del Meza-músico y del Meza-escritor. Respecto a su obra
pictórica, lamento no haber podido adquirir más que una de las piezas,
el resto de sus cuadros (como se lee en el libro) lo destruyó.
Al terminar el libro, ¿cambió tu perspectiva acerca del trabajo de Arturo Meza?
Lo pude conocer más de cerca, su lado humano. Como se ve en el libro,
no es un ser exento de contradicciones. Tiene un temperamento de artista
y puede llegar a ser muy radical. Lo más difícil fue mesurar mis
apreciaciones, para evitar delatarme como un admirador incondicional. En
el epílogo lo digo, citando a Freud: el mayor riesgo del biógrafo es
ver a su personaje como un héroe idealizado.
Finalmente:
todo creador, al finalizar un trabajo, encuentra algunos detalles que
le hubiera gustado omitir o resaltar, ¿hay algo en El último unicornio que te gustaría cambiar?
Hay muchos talentos que se conjugan en esta obra: el collage de la
artista plástica boliviana Antagónica Furry, la pintura de Adrián
Monsiváis, la fotografía de Armando Velasco y Fernando Aceves, la
caricatura de Jorge Flores Manjarrez, la pluma de Federico Arana, José
Xavier Návar, Javier Hernández Chelico, etcétera. Hubo mucha gente que
se fue sumando al proyecto de manera desinteresada y entusiasta. Al
final, este libro ya no es mío ni de Meza, le pertenece a la historia.
Sólo el tiempo lo dirá. A lo largo del proceso me cuestioné varias veces
si debía esperar a ver concluida la obra de Meza (en el dado caso de
que yo lo sobreviviera) para publicar el libro y que éste fuera póstumo.
Me decidí por hacerlo en vida de él, asumiendo los posibles riesgos que
eso conlleva, uno de los cuales es que Arturo no estuviera conforme con
el producto final. Después de todo, nadie hubiera contado su vida mejor
que él mismo. Aun así, lo hice. Pienso que hubiera sido peor quedarme
con la duda acerca de qué hubiera pasado. A fin de cuentas, el propósito
principal era el de hacer un merecido reconocimiento a su labor
artística y creo firmemente que los homenajes deben hacerse en vida. Así
es que no me arrepiento.
David Cortés
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