Hoy con los jubilados y algo más: la plata no alcanza, esta democracia tampoco. Vivimos en un país (y en un mundo) donde el poder económico ha hecho de las instituciones y la república simples herramientas al servicio de sus intereses, y pese a que sostenemos periódicamente el ritual de las elecciones, cada día se va perdiendo un poco de su sentido profundo. En este contexto de ininterrumpida degradación institucional y democrática se irguió un régimen nefasto que desarrolla diariamente un experimento con seres vivos que está asolando a la Argentina -en el que el vaciamiento y la parálisis del Congreso son uno de los puntales esenciales-, que reforzó el progresivo vaciamiento y prostitución de la democracia como tal, convirtiéndola en un significante vacío, desprovisto de sentido, que termina generando engendros como Milei. No podemos seguir jugando a que hay democracia, a que tenemos instituciones, a que rige la Constitución, a que nos preocupan la pobreza o la desigualdad, a que seguimos siendo un país soberano, o con los atributos de tal. Hay que intentar algo distinto y alguien tiene que hacerlo...
Resulta que no estaba tan extendido y generalizado como pensábamos el consenso democrático respecto a la erradicación de la violencia (incluida la supresión física del adversario). El despliegue represivo actual del gobierno de Milei (un presidente elegido por el voto que no cree en la democracia) para frenar la protesta social contra su gobierno es simplemente la confirmación de que tal suposición sobre la amplitud de ese consenso era errada. Lo mismo sucede con los presuntos beneficios que algún ingenuo pensó frente a la posible estabilización de las instituciones democráticas fruto de que la derecha argentina se reconvirtió en clave electoral. Por esos días podemos comprobar cuales son las convicciones democráticas y republicanas de esa derecha en sus encarnaciones partidarias, y -sobre todo- en su expresión de poder económico: como siempre, desean solo sus propios beneficios aún a costa de la sangre de las mayorías o el caos social.
Desde que disputan con chances de ganar las elecciones (inclinando la cancha a través de la colonización de la subjetividad de los electores a través de los dispositivos de construcción de sentido que controlan), solo les interesa que el voto cuente cuando ganan ellos, y sin importar por cuanto. Cuando eso sucede, desaparecen las preocupaciones por limitar al poder o controlarlo, y no hay contrapoderes que valgan, ni los medios o el periodismo, ni mucho menos la justicia: los nuevos valores que hay que garantizar a cualquier precio son la gobernabilidad y, como siempre, los negocios. Aunque para ello sea necesario reprimir. De allí que cuando se dice que los planes económicos de ajuste no cierran sin represión, no se trata de una consigna vacía o efectista: no se pueden disociar ambas cosas porque la experiencia histórica concreta enseña que siempre van indisolublemente unidas, y desconocerlo es no solo equivocar el análisis, sino falsear la realidad.
Hoy nuevamente se gana la calle, ninguna amenaza del gobierno atemoriza a una sociedad que vive acuciada por los problemas generados por el sistema. La calle enseña, se van resumiendo debates políticos que, dentro de los establecimientos laborales, de nuestras propias casas, llevaron un tiempo necesario de madurez. La curva ascendente de que así no se puede seguir viviendo continúa su marcha en un marco de movilización del mismo carácter.
La democracia formal y la democracia real
Gravemente se ha ido arruinando el edificio de la democracia al resquebrajarse sus bases principales: la independencia entre poderes, la representatividad y el respeto a las minorías.
La teórica independencia entre poderes es un contrasentido. Basta pesquisar en la práctica el origen y composición de cada uno de ellos, para comprobar las íntimas relaciones que los ligan. No podría ser de otro modo. Todos forman parte de un mismo sistema. De manera que las frecuentes crisis de avance de unos sobre otros, de superposición de funciones, de corrupción e irregularidad, se corresponden con la situación global, económica y política, de un país dado.

(...) Pero también ocurre en el conglomerado de un país que provincias enteras, regiones o autonomías, padecen la misma discriminación de las minorías merced a la compulsión del Estado centralizado, hoy instrumento insensible en manos del gran capital. Y esto deberá cesar cuando se impulse una organización federativa en la que el poder político real vuelva a manos de dichas entidades históricas y culturales.
Parar la estafa
Urge salir de ese círculo vicioso de ajuste, endeudamiento y fuga de capitales que sólo favorece a la renta financiera, en detrimento de la economía real. Persistir en este círculo perverso seguirá llevando a la quiebra a la industria manufacturera nacional e incluso fundirá a miles de productores agropecuarios, perjudicando principalmente a los pequeños y medianos establecimientos con miles de despidos, mientras que para las grandes empresas en muchos casos será más redituable importar los productos que fabricarlos en el país. Se sumarán a las 12.214 empresas –el 99% PyMES– cerradas y a los 205.009 puestos de trabajo registrados perdidos que indican los datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT) entre noviembre de 2023 y octubre de 2024 relevados por el CEPA.
Además, es necesario aunque no alcanza solo con oponerse decididamente al nuevo acuerdo con el FMI que gestiona con desesperación el gobierno e implica someterse nuevamente a sus condiciones. Son dólares para que siga la estafa, la fuga de capitales y el remate de recursos estratégicos. Solo tiene por fin respaldar la bicicleta financiera, garantizando el esquema de salida de ella de los tenedores de deuda argentina, momento en el cual tendrá lugar una nueva devaluación, que desde ya el Fondo Monetario reclama.
En un contexto internacional de creciente inestabilidad, incertidumbre y amenazas, deben afirmarse las necesidades del pueblo argentino: defender el trabajo y la producción nacional, una virtuosa articulación de nuestras economías regionales, y promover una mayor integración suramericana ante el proteccionismo de las principales potencias y la voracidad de las grandes corporaciones empresarias sin fronteras.
El futuro
No alcanza con una arquitectura electoral eficiente o seductora, hay que desarrollar una propuesta política y económica viable y consistente. Y ejecutarla requiere de un espesor de consenso social en torno a ella que hoy no existe, y nadie está buscando. No hay tarea más urgente, ni siquiera los reordenamientos partidarios, las alianzas o frentes electorales, y mucho menos las candidaturas a cualquier cargo. No solo debemos esperar pasivamente a que la
sociedad se defienda a sí misma, como las hinchadas salieron en defensa
de los jubilados, porque sería el equivalente a esperar que la
solidaridad social supla la ausencia del Estado en las catástrofes.
La plata no alcanza y esta democracia tampoco, es solo resumir una cuestión de sensatez. Es cierto, hay mucho por hacer, pero los caminos pueden acortarse en la medida que hagamos consciente que la independencia política es fundamental para que aparezca una alternativa de poder, que es el caminar con la experiencia autoconvocada y elevarla a la idea de la democracia directa.
Y al pescado se lo come por partes. El primer paso será empezar a construir hoy, en la calle, en la movilización, el comienzo de una nueva realidad. Y luego continuar con nuevas acciones. No hay otra...
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