El libro comienza narrando que la economía digital atravesó cuatro etapas desde los años noventa, cada una marcada por saltos tecnológicos y nuevas formas de uso social de internet. La primera fue la web 1.0, una internet inicial y estática basada en la simple lectura de contenidos, cuya expansión terminó en el auge y estallido de las “puntocom”. Luego llegó la web 2.0, que introdujo la interactividad y la participación de los usuarios mediante redes sociales y blogs, transformando la comunicación y producción cultural. Más tarde, con la masificación de los teléfonos inteligentes, se consolidó la web 3.0, definida por el uso de aplicaciones móviles y la centralidad de los algoritmos para ordenar la información. Finalmente, desde mediados de los 2010, comenzó a perfilarse la web 4.0, una etapa de hiperconectividad donde tecnologías como inteligencia artificial, big data, blockchain e internet de las cosas integran la vida cotidiana en sistemas digitales cada vez más autónomos.
En la era digital, las empresas más rentables ya no están vinculadas a los procesos fabriles sino a la producción de software y, sobre todo, al control de la información, señala Julián Zícari, autor del primer capítulo del libro. En este nuevo escenario, la competencia dejó de centrarse en los precios —como ocurría en el capitalismo industrial— para desplazarse hacia la capacidad de procesar datos y el uso estratégico de esos insumos a través de algoritmos.
El autor destaca la problemática tal vez más amenazante del capitalismo digital referida al manejo de la información: “siempre se termina por entregar más información a la plataforma de la que efectivamente esta nos da, así ella convierte nuestros datos en dinero y en recursos de control, dominio y vigilancia”.
De esta manera, bajo el influjo de los algoritmos, las grandes corporaciones y empresas privadas dueñas de la información no actúan ya como actores económicos subordinados a la regulación estatal, sino como las nuevas instituciones de facto: Facebook es poderoso, tiene más usuarios que cualquier país del mundo.Por otro lado resalta que la idea del «fin del trabajo» vinculado al avance de la inteligencia artificial no es nueva: existió con la llegada de las máquinas y luego con la robótica. “Es verdad que las revoluciones tecnológicas eliminan empleos, pero también crean otros”, sostiene el autor. En este sentido, la discusión no se centra ya en la cantidad de trabajo, sino en su calidad. Se profundizan la flexibilización y la tercerización, ahora reforzadas por dinámicas propias del trabajo virtual: autogestión de los tiempos, horarios y modos de trabajo.
En este esquema, proliferan labores desprovistas de derechos básicos —vacaciones pagas, cobertura por accidentes, licencias por enfermedad o maternidad, protección frente al despido— junto con el ocultamiento de relaciones de dependencia que deberían estar registradas.
La regulación de internet
Los datos se han vuelto un valor en la economía, un nuevo bien que debe ser regulado. “Pero este bien no es como un vaso de agua, que se termina cuando lo tomamos. No. Este bien puede ser utilizado para diversos fines: una misma base de datos puede emplearse para investigación, para diseño de políticas públicas y para generar más ganancias en una empresa”. Así comienza el capítulo dos del libro, redactado por Sofía Scasserra. La información es un bien “no rival” y como tal tiene carácter público, pero las empresas privatizaron esos bienes y esto les dio propiedad de monopolios, generando ganancias extraordinarias. Esta apropiación genera debates globales sobre cómo regular el uso de la información y redistribuir la renta, “en los acuerdos de libre comercio el debate va a contramano del mundo”, afirma Scasserra.Estos acuerdos buscan desregular de manera permanente la economía digital, fortaleciendo a los gigantes tecnológicos mediante la privatización de datos y la ausencia de responsabilidades por el impacto de sus algoritmos. Por ejemplo, desde 1998, bajo la agenda de “comercio electrónico” en la OMC, se renueva cada dos años una norma que impide aplicar impuestos aduaneros sobre los datos —la materia prima de la economía digital—, lo que habilita un “extractivismo digital” semejante al histórico de recursos naturales.
A su vez, los acuerdos buscan desregular el producto final de la industria digital: eximen de impuestos a las transmisiones electrónicas y liberan a las plataformas de responsabilidad por los contenidos que difunden sus algoritmos, incluso en casos que derivan en daños graves, como el suicidio de una adolescente en el Reino Unido. El resultado es un régimen que concentra poder y erosiona la soberanía digital de los países.
Dinero digital
La expansión de las billeteras virtuales en actividades antes propias del sistema bancario es un fenómeno (promovido por organismos multilaterales) cada vez más discutido. Las fintech, entendidas como empresas digitales que proveen servicios financieros mediante tecnología, adquirieron autonomía y un peso creciente en la intermediación del dinero. Según Martín Burgos, autor del tercer capítulo del libro, la adopción del dinero digital “es especialmente intensa entre jóvenes familiarizados con la tecnología y entre sectores con bajo acceso al sistema financiero tradicional”. En Argentina, los trabajadores informales de ciudades pequeñas quedan excluidos del crédito bancario, que continúa concentrado en empresas, asalariados formales y sectores de mayores ingresos. El resultado es un proceso de redistribución regresiva del dinero desde las poblaciones más vulnerables hacia los grupos urbanos más consolidados.Las criptomonedas profundizan esta dinámica. Operan a través de exchanges y billeteras duales que permiten mover activos digitales sin intermediación directa del Estado y bajo la promesa de transparencia basada en tecnología blockchain. Pero esa presunta descentralización convive con una fuerte concentración de poder: los exchanges son dominados por pocas corporaciones globales como Binance y convirtieron en un nuevo canal de evasión fiscal. En vez de democratizar las finanzas, las criptomonedas reproducen asimetrías preexistentes y abren interrogantes sobre la regulación y protección de los usuarios.
El libro continúa con artículos de Andrés Imperioso y Alejandro Sosa Dias sobre las empresas argentinas llamadas «unicornios» y de Pía Garavaglia que problematiza sobre cómo funcionan y se redefinen las cuestiones sindicales, el teletrabajo y la lucha gremial al interior de la economía de plataformas; entre otros.
Mara Pedrazzoli





Comentarios
Publicar un comentario