En este contexto, algunas voces han comenzando a señalar el efecto que esta clausura motiva en “el compromiso comunitario” de las “organizaciones libres del pueblo”. E incluso alertan sobre el envilecimiento de las dirigencias populares, fenómeno que se verifica en distintos movimientos y sectores, incluso más allá de las fronteras de nuestro país. No se trata de hacer leña del árbol caído, mucho menos de propinar lecciones morales, sino de asumir el suceso como un síntoma del complejo dilema que enfrentamos hoy.
Hipótesis 2019
La UTT es uno de los movimientos sociales más potentes y dinámicos de los últimos años. Gracias a su fuerte arraigo en el cordón frutihortícola del gran La Plata, lograron relanzar la lucha campesina en la Argentina, iniciada en los años noventa por el Movimiento Nacional Campesino Indigena (MNCI). Y contribuyeron a poner en primer plano, junto a otras organizaciones de trabajadores rurales, la disputa por la tierra en pleno siglo veintiuno. Pero tal vez su aporte más sustancial sea la capacidad para inastalar una alternativa política en la producción de alimentos de calidad y a precios populares, con énfasis en la transición agroecológica, prefigurando un conflicto estratégico con el principal poder económico del país, habitualmente conocido como “el campo”.
Además de su eficacia a la hora de organizar gremialmente a los pequeños productores, inventaron un método de protesta que les permitió irrumpir en la escena pública con mucha vitalidad simbólica, especialmente durante el gobierno de Mauricio Macri: el verdurazo. Al mismo tiempo, desplegaron un dispositivo de comercialización autónomo que logró escalar a niveles que hasta el momento el campo popular no había experimentado. Y quizás su hora de mayor influencia en la esfera política haya sido el Primer Foro Nacional por un Programa Agrario Soberano y Popular, del que participaron más de 3500 delegados de todo el territorio nacional en mayo de 2019, justo antes del inicio de la campaña electoral que le daría el triunfo al Frente de Todos.
Este rápido ascenso, y la onda expansiva del movimiento hacia distintas regiones del país, les valió una invitación desafiante de uno de los principales líderes del peronismo que volvía al poder: asumir la conducción del Mercado Central de Buenos Aires, una de las intituciones más oscuras de la cadena comercial que (de)forma el precio de los alimentos. Decidieron aceptar y designaron para la difícil tarea al principal referente de la UTT, aunque sin involucrarse como movimiento en la gestión.
No hay 2023
Lo sucedido el lunes en el Almacén de Ramos Generales ubicado en Díaz Vélez 3761 fue la respuesta adoptada por la UTT ante un “colectivo de exmilitantes” que el 18 de mayo decidieron abandonar la organización con críticas a una “concentración del poder y de la toma de decisiones extrema”. Los términos de ese cuestionamiento aparecieron en un breve documento titulado “La soberanía alimentaria sólo se alcanzará con democracia y feminismo”.
Que el desenlace haya tenido lugar el mismo día que la intempestiva eyección de Matías Kulfas del Gabinete Nacional, de cuyo Ministerio dependía el Mercado Central hasta hace poco tiempo, seguramente sea una casualidad, o una coincidencia aleatoria. Pero habilita una pregunta que nos parece urgente: ¿cuánto afecta el fracaso del Frente de Todos a los movimientos populares que eligieron hace tres años involucrarse en este experimento gubernamental? ¿Y cómo atravesar la debacle oficialista sin perder la razón y el horizonte emancipatorio?
Entiéndase bien: la crisis no es algo que se origina ni proviene únicamente desde la superestructura política. No hay una teoría del derrame de la crisis desde arriba hacia abajo. Los movimientos emancipatorios padecen sus propias parálisis y estallidos.
Y es evidente que este dilema no incumbe sólo ni fundamentalmente a la UTT, sino que afecta a todas las prácticas que bregan por un cambio social, y especialmente a los más vitales, incluyendo al feminismo, a las diferentes expresiones de la economía popular, a las experiencias culturales y mediáticas que pretendemos cuestionar al statu quo vigente.
Los signos de que se avecina una dura derrota (y no apenas un resbalón electoral) son cada vez más explícitos. El más preocupante de todos es la captura del malestar por parte de la ultraderecha, y su conexión con la sensibilidad antisistema.
Necesitamos recuperar la lucidez, curar heridas, recalibrar quiénes son los enemigos, sin que eso suponga resignar complejidad en el análisis. Sin perder la voluntad de poder. Hay que volver a las fuentes, antes de que tengamos desensillar hasta que aclare.
Revista Crisis
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