El Gobierno se niega a devaluar y aguarda, con indisimulable nerviosismo, cerrar con el FMI en medio de una corrida que podría agravarse; el mercado desarma posiciones adoptando conductas defensivas; el país vuelve a endeudarse: todo esto ya lo escuchamos, ya lo vivimos y lo padecimos, ocupemos el lugar del abuelo, del hijo o del nieto en la estirpe familiar, porque la repetición anula el tiempo e iguala las edades, envolviéndonos en la angustia de la reiteración de lo infeliz, de lo que jamás se arregla. Una neurosis de destino, diría Freud. El ministro de Economía, que fue corresponsable de un fracaso reciente, responderá que ahora es muy distinto, debido a que tenemos superávit fiscal, que es la condición necesaria y suficiente para el definitivo despegue. Ojalá ocurra así. Sin embargo, aunque las cosas fueran diferentes ahora, la sociedad recela. Le dijeran tantas veces que era el momento de creer porque la economía se había enderezado definitivamente, para terminar, al cabo de otro fiasco, comiendo sopa recalentada.
Determinar cuáles son las razones del tiempo circular de la Argentina excede a una columna periodística. No obstante, puede intentarse una aproximación, aunque sea conjetural. Arriesgamos esta hipótesis: el país repite porque carece de un atributo moral indispensable que es la confianza, empezando por la que debe tenerse en la propia moneda, una institución crucial. Según el Diccionario de la RAE “confiar” posee cuatro acepciones; la primera es “Encargar o poner al cuidado de alguien algún negocio u otra cosa”; la segunda, “Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa”; la tercera, “Dar esperanza a alguien de que conseguirá lo que desea; y la cuarta, “Esperar con firmeza y seguridad”. La impresión es que ninguna de estas posibilidades está disponible aún para los argentinos, aunque exista el declamado superávit fiscal.
De entre tantas opiniones acerca de por qué Argentina no es confiable, expondremos la de Jeffrey Sachs, vertida en 2022, al que, esperemos, no se lo invalide por mandril. Dijo entonces el economista norteamericano: “Nadie confía en la Argentina. El país no tiene pésimos fundamentos, pero no despierta confianza en los mercados financieros. El problema es su reputación, no su realidad”. En otras palabras: la sucesión de incumplimientos de los compromisos destruyó el prestigio. Sachs es un progresista piadoso con el déficit fiscal que, sin embargo, está diciendo implícitamente que aun con irreprochables fundamentals no será suficiente, lo que se advierte en estos días agitados, que proyectan una sombra para el futuro, más allá del auxilio del FMI. Ni Trump logrará que los dólares alcancen si no se restablece la reputación del país.
La influyente escuela económica institucionalista ofrece una razón conocida: los países fracasan si junto con una economía saneada no poseen instituciones políticas sólidas, como han sostenido los célebres Daron Acemoglu y James Robinson, que recibieron el último Premio Nobel de la disciplina. Vamos en sentido inverso: la sospecha se encendió con la obsesión del Gobierno de llevar al juez Lijo, cuestionado en el país y en el extranjero por conductas presuntamente deshonestas, a la Corte Suprema; y se propagó con la estafa de la criptomoneda Libra, de la que el Presidente nunca ofreció una explicación convincente. Además, se acumulan pruebas de que el sottogoverno, como llamó Norberto Bobbio a la corrupción que atraviesa las élites, sigue en pleno auge.
En democracia, la confianza pública constituye una cuestión compleja porque no solo es vertical sino también horizontal. No alcanza con que la sociedad legitime, de abajo hacia arriba, por medio del voto o los sondeos de opinión, a sus gobernantes; debe existir también lo que Guillermo O’Donnell denominó “accountability horizontal”, que significa un control de ilícitos del Gobierno a través de agencias estatales independientes. Si a la mitad de los argentinos conformes con la baja de la inflación esto no le importa, sepamos que a los inversores los inquieta y los hace dudar. De allí que exista más “wait and see” que dólares fluyendo.
Para que en Argentina no siga siendo lunes, los cambios deberán ser más profundos que el superávit fiscal. Se trata de recuperar la confianza, no solo de perfeccionar la planilla Excel con más despidos.
Eduardo Fidanza - Sociólogo
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