A mediados del siglo pasado, un escritor de familia pequeñoburguesa con algún pasado guerrero y algunos amigos entre los círculos “intelectuales” de la oligarquía, escribió una ficción inspirada en lo esencial del pensamiento de Platón que, a su vez, había también inspirado entre los primeros cristianos la creencia de que después de la muerte se puede acceder a un lugar mejor, al mundo de las ideas o arquetipos, mundo al que tales creyentes decidieron llamar Cielo. Por Hugo Pérez Navarro En esa ficción, que formaba parte de un libro llamado El jardín de senderos que se bifurcan, de 1941, aparece un relato de nombre singular, en el cual puede leerse: “El mundo que habitamos es un error, una incompetente parodia; la paternidad y los espejos son abominables, porque lo multiplican y afirman”. Hay situaciones que con lamentable reiteración pueden arrastrarnos a la cuasi certeza de la veracidad de esa imaginación –¿visión?– de un señor crecientemente ciego. Al recibir en la cabez