Traducción de cinco textos del filósofo italiano Giorgio Agamben (su enfoque interdisciplinario y su estilo provocador han generado un gran impacto en el ámbito académico, convirtiéndolo en una figura destacada dentro de la filosofía contemporánea) publicados entre enero de 2025 y marzo de 2025 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna "Una voce". Filosofía política, la moral, Israel, la religiosidad y la teoría estética plasmadas en unas pocas líneas, quedando fuera su crítica al sistema político y legal actual, así como su reflexión sobre el poder y la biopolítica, aunque siempre es posible volver a releerlo...
El bien y el mal
La antigua doctrina según la cual el mal no es más que la privación del bien y, por lo tanto, en sí mismo no existe, debe ser corregida e integrada en el sentido de que el mal no es tanto la privación como la perversión del bien (con el codicilo, formulado por Ivan Illich, corruptio optimi pessima, «no hay nada peor que un bien corrompido»). De este modo, el nexo ontológico con el bien permanece, pero queda por pensar cómo y en qué sentido un bien puede pervertirse y corromperse. Si el mal es un bien pervertido, si en él reconocemos todavía una figura dañada y trastornada del bien, ¿cómo podemos combatirlo cuando lo enfrentamos hoy en todas las esferas de la vida humana?
Una corrupción del bien era familiar al pensamiento clásico en la doctrina política según la cual cada una de las tres formas rectas de gobierno —la monarquía, la aristocracia y la democracia (el gobierno de uno, de pocos o de muchos)— degeneraba fatalmente en tiranía, oligarquía y oclocracia. Aristóteles (quien considera la misma democracia una corrupción del gobierno de muchos) emplea el término parekbasis, desvío (de parabaino, desplazarse al costado, parà). Si ahora preguntamos hacia dónde han desviado, descubrimos que, por así decirlo, han desviado hacia sí mismas. Las formas de gobierno corrompidas se asemejan, en efecto, a las sanas, pero el bien que en ellas estaba presente (el interés común, el koinon) se ha volcado ahora hacia lo propio y lo particular (idion). Es decir, el mal es un cierto uso del bien, y la posibilidad de este uso perverso está inscrita en el propio bien, que de este modo sale fuera de sí, se desplaza, por así decirlo, al costado de sí mismo.
Es desde una perspectiva semejante que debemos leer el teorema corruptio optimi pessima, que define la modernidad. El gesto del samaritano, que socorre inmediatamente al prójimo sufriente, sale fuera de sí y se transforma en la organización de hospitales y servicios de asistencia que, aunque orientados a lo que se considera el bien, terminan por convertirse en un mal. El mal que enfrentamos surge, pues, del intento de erigir el bien en un sistema social objetivo. La hospitalidad, que cada uno puede y debe ofrecer al prójimo, se convierte así en la hospitalización gestionada por la burocracia estatal.
El mal es, por lo tanto, una especie de parodia (también aquí hay un parà, un desvío al costado) del bien, una objetivación hipertrófica que lo desplaza para siempre fuera de nosotros. ¿Y no es precisamente esta parodia mortífera la que los progresismos de todo tipo nos imponen hoy en todas partes como la única posible modalidad de convivencia entre los seres humanos? El «estado administrativo» y el «estado de seguridad», como los llaman los politólogos, pretenden gobernar el bien arrebatándolo de nuestras manos y objetivándolo en una esfera separada. ¿Y qué es la llamada inteligencia artificial sino un desplazamiento fuera de nosotros del «bien del intelecto», como si, en una especie de averroísmo exacerbado, el pensamiento pudiera existir sin relación con un sujeto pensante?
Frente a estas perversiones, es necesario reconocer cada vez el pequeño bien que nos ha sido arrebatado de las manos para liberarlo de la máquina letal en la que, «con buenas intenciones», ha sido capturado.
21 de enero de 2025
Alegoría de la política
Estamos todos en el infierno, pero algunos parecen pensar que aquí no hay otra cosa que hacer sino estudiar y describir minuciosamente a los demonios, su horrendo aspecto, sus feroces comportamientos, sus insidiosas tramas. Tal vez se ilusionan creyendo que de este modo podrán escapar del infierno, sin darse cuenta de que aquello que los ocupa por completo no es más que el peor de los tormentos que los demonios han ideado para atormentarlos. Como el campesino de la parábola kafkiana, no hacen más que contar las pulgas en el cuello del guardián. Por supuesto, tampoco están en lo cierto aquellos que, estando en el infierno, pasan su tiempo describiendo a los ángeles del paraíso: también ésta es una pena, en apariencia menos cruel, pero no menos odiosa que la otra.
La verdadera política se sitúa entre estos dos tormentos. Comienza, ante todo, con el conocimiento de dónde nos encontramos y con la certeza de que no podemos escapar tan fácilmente de la máquina infernal que nos rodea. De los demonios y los ángeles sabemos lo que hay que saber, pero también sabemos que es con una falsa imagen del paraíso como se ha construido el infierno, y que a cada fortalecimiento de los muros del Edén corresponde una profundización del abismo de la Gehena. Del bien conocemos poco y no es un tema que podamos profundizar; del mal sabemos solamente que hemos sido nosotros mismos quienes hemos construido la máquina infernal con la que nos atormentamos. Tal vez una ciencia del bien y del mal nunca haya existido y, en todo caso, aquí y ahora no nos interesa. El verdadero conocimiento no es una ciencia, sino más bien una vía de salida. Y es posible que hoy esta coincida con una resistencia tenaz, lúcida y ágil en el mismo lugar donde nos encontramos.
8 de marzo de 2025
Sólo un Dios puede salvarnos
Es evidente que el diagnóstico de Heidegger no ha perdido nada de su actualidad y, si acaso, es hoy aún más irrefutable y verdadero. La humanidad ha renunciado al rango decisivo de los problemas espirituales y ha creado una esfera especial para confinarlos: la cultura. El arte, la poesía, la filosofía y las demás potencias espirituales, cuando no están simplemente apagadas y agotadas, han sido relegadas a museos e instituciones culturales de todo tipo, donde sobreviven como entretenimientos y distracciones más o menos interesantes frente al tedio de la existencia (y, a menudo, no menos tediosas que éste).
¿Cómo debemos entonces interpretar el amargo diagnóstico del filósofo? ¿En qué sentido «sólo un Dios puede salvarnos»? Desde hace casi dos siglos —desde que Hegel y Nietzsche declararon su muerte—, Occidente ha perdido a su dios. Pero lo que hemos perdido es sólo un dios al que sea posible dar un nombre y una identidad. La muerte de Dios es, en realidad, la pérdida de los nombres divinos («faltan los nombres divinos», se lamentaba Hölderlin). Más allá de los nombres, permanece lo más importante: lo divino. Mientras seamos capaces de percibir como divino una flor, un rostro, un pájaro, un gesto o un hilo de hierba, podremos prescindir de un Dios al que podamos nombrar. Nos basta lo divino; el adjetivo nos importa más que el sustantivo. No «un Dios», sino más bien: «sólo lo divino puede salvarnos».21 de marzo de 2025
El resto de Israel
Aquel día,
el resto de Israel y los sobrevivientes de la casa de Jacob
ya no se apoyarán en quien los golpeó,
sino que se apoyarán en el Señor,
en el Santo de Israel, con lealtad.
Volverá el resto,
el resto de Jacob, al Dios fuerte.
Porque aunque tu pueblo, oh Israel,
fuera como la arena del mar,
sólo un resto se salvará.
Isaías 10, 20-22
La profecía se ha cumplido. Israel ya no existe. Sólo un resto se salvará, y no serán ciertamente los poderosos que lo gobiernan y lo han llevado a su fin. Ahora importa conocer ese resto, dónde se encuentra y cómo sobrevivirá.
18 de febrero de 2025
Giorgio Agamben - La Artillería inmanente
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