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Escucho un Tango y un Rock, y Presiento que Soy Yo…

En 2018, Alejo Rodríguez de Fraga produjo un sacudón emocional entre los lectores de libros relacionados a lo musical al publicar El abrazo del tango y el rock. Es el resultado de una investigación que le llevó alrededor de cinco años, sobre la relación entre el tango y el rock y entre tangueros y rockeros, un viaje desde lo traumático a la unidad. Reflexiones, entrevistas, discusiones, rechazos y seducciones dialogan en la pluma de Alejo y se plantea un espacio de comprensión para ambos bandos. Hace poco, producido por AMIBA y Divagario, se estrenó un emotivo documental sobre este libro que se puede ver en YouTube. Otra nota (ahora un reportaje) del maestro Jorge Garacotche para Fervor.com.ar que compartimos en el blog cabezón.

Por Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y miembro de AMIBA.


Con Fervor: ¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre la relación entre el tango y el rock argentino?
Alejo Rodríguez de Fraga: En 1996, yo compartía un programa en FM La Tribu con un grupo de amigos y, de una semana para la otra, surgió la idea de hacer un informe que se llamó Tango y rock nacional, metálica del arrabal. Habíamos llevado un montón de discos a la radio y la cortina de presentación fue el Blues de la artillería, una canción de Los Redondos que, con el tiempo, varios tangueros fueron reversionando. Luego, me puse a escribir y, en 1997, publiqué una nota en la revista de la Academia Nacional del Tango, que fue valorada por Horacio Ferrer. En 2006, cuando cursaba en la UBA Ciencias de la Comunicación, en la materia Historia del Arte (Casullo-Forster) me pidieron una monografía, así que combiné la información que tenía sobre tango y rock con cuestiones de la materia, como el modernismo de Charles Baudelaire y el movimiento romántico. Los capítulos 4 y 5 del libro dan cuenta de esa aventura. Con ese envión seguí escribiendo, reescribiendo, apuntando información y recolectando testimonios, hasta que el material tuvo forma de libro y decidí publicarlo con mi sello editorial. Matías Mauricio, que escribió el prólogo e hizo una fina lectura crítica final, fue una pieza clave.
CF: Y, ahora, el libro tuvo una presentación de película ¿Cómo llegó a la pantalla?
RF: La Asociación de Músicos y Músicas Independientes de Buenos Aires (AMIBA) me invitó a grabar un video para presentar el libro en cuarentena y para no tener que hablar mucho, se me ocurrió dividir el guión con algunos artistas. La propuesta fue que se filmaran leyendo un fragmento del libro o cantando una canción desde la casa. Al menos, no me iban a decir que estaban de gira. Como encontré buena predisposición y entusiasmo, continué con la apuesta. Y hasta tenía un video de Charly recibiendo el libro, así que quedó de película. Todo con la edición y los aportes de la productora de arte Divagario.
CF: ¿Cómo elegiste a los artistas que participan del documental?
ARF: Elegí a artistas y periodistas que habían colaborado con el libro, ya sea con testimonios o difusión, porque los sentía cercanos y los tenía a mano en Facebook. Conforman un abanico muy rico, para ser un video hecho de un mes para el otro y en cuarentena. Pero, hablar de documental supondría una mayor investigación y una mayor pluralidad de voces. El video se puede encontrar en YouTube, como El abrazo del tango y el rock. Fue un gusto grande, como ese que se dan los músicos cuando en sus recitales participan muchos artistas invitados.
CF: ¿Por qué creés que comenzó el desencuentro entre tangueros y rockeros?
RF: En principio, el rock generó resistencia por ser una propuesta nueva. No es extraño: el tango, también, generó resistencia en sus comienzos y cada vez que se reinventó. Por un lado, los rockeros jóvenes buscaban romper con las costumbres familiares, con ciertas formalidades (desde las ropas hasta los pelos) y con el tango tradicional. A la vez, había tangos que parodiaban al rock. Por otro lado, muchos músicos de acá tardaron décadas en advertir que los rockeros argentinos tenían los pies sobre esta tierra. Al rock lo veían como algo extranjerizante. No le encontraban el costado local, ni en las músicas, ni en las letras. Pugliese, por ejemplo, dejó testimonio de ello. Pero, cuando Gustavo Moretto se acercó a su orquesta, entablaron buenas relaciones y el maestro se sorprendió cuando el ex Alma y Vida convocó a tres bandoneonistas de la orquesta para su grupo Alas. Piazzolla mantuvo una relación tensa con los rockeros. Muchos de ellos manifestaban admiración por el bandoneonista y este se mostró muy crítico con ellos en diversas entrevistas. Pero, al mismo tiempo, Astor también eligió músicos del rock local para su octeto, lo que significó un reconocimiento y hasta le propuso a Spinetta armar algo juntos. Lo interesante es que, durante las décadas en que se constituyó el rock en la Argentina, los rockeros y los tangueros vivieron desencuentros y abrazos, respeto y parodias, incomprensión y aceptación. Es una relación compleja.
CF: ¿Cuáles serían los puntos físicos y espirituales en donde abrevan ambos estilos, como para que algunos sueñen un encuentro?
RF: El barrio, la esquina, la tribu de mi calle, los bares o cafetines. Aunque, la ciudad de Buenos Aires se haya ido transformando y no sea la misma que hace un siglo, hay elementos ineludibles que, de una manera u otra, siempre están presentes. Una de las claves puede ser que, en los hogares de los rockeros, el tango estaba presente, porque los padres y las madres lo bailaban o, simplemente, lo escuchaban. En algunos casos, incluso, eran cantantes o músicos de tango. Así que muchos rockeros mamaron repertorios tangueros desde chicos. Y, en algún momento, se les fue filtrando en su música, muchas veces, sin habérselo propuesto. Por eso, es una influencia que no suena forzada. Esa es una clave, pero, seguramente, haya muchas otras.
La trama se fue tejiendo en virtud de algunas figuras emblemáticas y de un montón de artistas que aportaron sus granitos de arena, aun sin contar con gran difusión ni poderosos reflectores. No creo que podamos sintetizarlo con pocos nombres. Los grandes inventos suelen venir acompañados por el apellido de quién los patentó. Eso nos enseñaron en la escuela. Pero, a un costado quedan, en las sombras o a media luz, un montón de manos que contribuyeron a sostener esa trama.
CF: Siempre me llamó la atención el desprejuicio del autor tanguero que cuenta sobre la infidelidad que sufrió y su derrumbe posterior, ¿esto tiene lugar en el rock argentino?
RF: En el tango, el varón abandonado por la mujer aparece hacia 1916, principalmente, a través de Mi noche triste, la letra de Pascual Contursi. En todo el tango anterior a esa época, de eso no se hablaba. Luego, se convirtió en una de las principales temáticas de los tangos, aunque, por supuesto que, también, hubo y hay muchas otras. En el rock de acá, se me viene enseguida el recuerdo de Mirta de regreso, por ejemplo, de Adrián Abonizio, un tipo muy tanguero. Yendo a otro estilo rockero, también, podemos encontrar desamor en El monstruo, canción de Prietto viaja al cosmos con Mariano: “A veces me da vergüenza recordar / Creía que tu amor era de verdad / Todavía te debo unas disculpas / No te devolví el cuchillo nunca / Me agujereaste la espalda y el corazón / Es el precio que cuesta entrar en tu habitación”. A Mi noche triste le había respondido Miguel Cantilo, cuando cantaba La guitarra en el ropero ya no está colgada. Ya en el siglo XXI y desde La Chicana, Acho Estol, también, se hizo eco de la percanta de Contursi, pero, con versos que, el tango de hace cien años, no hubiera imaginado.
En el rock podemos encontrar muchas lecturas del tango. Pero, al ser ambos universos tan amplios, vamos a encontrar amor y desamor, esperanza y desesperanza, la cara y la contracara dentro de cada arte. Aunque puedan variar las proporciones. Y, si buceamos por las canciones que le cantan al desamor en el siglo XXI, vamos a encontrar que las figuras de varón y mujer suelen estar menos demarcadas e, incluso, pueden no estar presentes: “Ni bien dije a la tierra que no volvías / nacieron flores nuevas todos los días” (Gabo Ferro). A su vez, en el colectivo Tango Hembra hay compositoras que escriben desde una perspectiva de género, de la que, en el siglo pasado, debe haber muy pocos registros. Por ejemplo, Sandra Vázquez, Claudia Levy y Patricia Malanca.
CF: El filósofo José Pablo Feinmann sentaría a Discépolo en la Academia de Platón por varias razones. Una de ellas es para preguntarle, como en el tango: «¿dónde estaba Dios cuando te fuiste?». Ese tipo de pregunta filosófica, existencial, ¿está en el rock?
RF: No sé si hay preguntas con esa potencia. Pero, del costado más desgarrado de Discépolo, creo que podemos encontrar ciertos ecos en algunas canciones de Fito Páez, por ejemplo. Y cuánta filosofía había ya en Me da pena confesarlo, por ejemplo. De todos modos, esa filosofía de la nostalgia no siempre aparece ante un amor que ya no está. “¿Quién se robó mi niñez?”, se lamentaba Cátulo. En Dime quién me lo robó, Charly, también, escribió: “nadie pudo ver que el tiempo era una herida”. Y el barrilete de Eladia Blázquez lo remontó, también, Divididos con Spaghetti del rock, en metáforas similares sobre la juventud, aunque, con mayor conciencia del presente. Igualmente, la niñez perdida vamos a encontrarla, también, más allá del tango y el rock. Es uno de los grandes temas universales. De todos modos, cada época tiene sus letras, sus músicas y sus influencias filosóficas. Spinetta no podría haber cantado “cultura y poder son esta porno bajón” de no haber mediado Foucault.
CF: El rock argentino salió, varias veces, al cruce del tango. Lo reconoce como usina y le rinde culto a sus grandes figuras ¿Eso ablandó a los tangueros?
RF: Seguramente. Y, en algunos casos, ante el asombro de los tangueros, como en el caso de Pugliese que mencioné. También, se asombraban, algunos rockeros, cuando les decían que sonaban tangueros, porque no se lo habían propuesto. Creo que los primeros encuentros se dieron más por iniciativa de los del rock. Con el tiempo, las iniciativas se volvieron mutuas y, especialmente, hacia fines del siglo XX, se fueron desdibujando las diferencias generacionales.
En la década de 1990, hay muchos casos de tangueros invitados a participar en conciertos de rock en sus últimos años de vida. Si eso no los terminó de ablandar. Pienso en el Chula Clausi, en River, con Los Piojos; en Alberto Castillo, de gira con los Auténticos Decadentes; en Virgilio Expósito, en el teatro Ópera, con Baglietto. Más acá en el tiempo, el Marinero Montes con Canturbe y Cacho Castaña con La Beriso. Ahora, faltaría que los rockeros les rindan culto a las composiciones tangueras de estas últimas décadas, en muchas de las cuales podrían verse reflejados.
CF: Julio de Caro, en la década del 30, ya fusiona en el tango, incluye otros instrumentos y timbres. Años después, Piazzolla lo profundiza ¿Creés que, ahí, hay un antecedente?
RF: Todas las artes tienen y tuvieron a sus renovadores. El tango, también, se dejó influir por el jazz y se fue nutriendo de diversas músicas y líricas y encontró, asimismo, apuestas folclóricas. Tanto el tango como el rock fueron incorporando diversos instrumentos. Y, si en un repertorio de tango, podés encontrar valses, milongas y foxtrots y, en uno de rock, géneros y estilos muy diversos, ¿por qué no se iban a cruzar y a mezclar sus aguas?

Jorge Garacotche




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