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Greta y los Pibes Fumigados en la América Profunda

Si la Conquista de América fuera hoy, la contarían como un conflicto ambiental. Y Greta Thunberg habló ante la Asamblea General de la ONU. Junto a otros quince pibes, presentó una queja legal contra Argentina, Brasil, Alemania, Francia y Turquía, los cinco mayores emisores de gases de efecto invernadero. Después tuvieron que aclarar que sólo son los cinco mayores entre los que firmaron la Convención sobre los Derechos del Niño (que EEUU no firmó) y un protocolo adicional que permite a los niños peticionar directamente ante Naciones Unidas (y reduce significativamente la cantidad de países a los que podían reclamar). Nos demandan que aceptemos las recomendaciones que la ONU nos va a hacer sobre qué leyes modificar para "acelerar la respuesta al cambio climático" y que hagamos presión diplomática sobre los grandes contaminadores: Estados Unidos y China. Bruno, activista argentino, fue uno de los 100 invitados por las Naciones Unidas para participar de la Cumbre de Acción Climática de la Juventud en Nueva York. Además, fue uno de los cuatro elegidos para hablar durante la apertura de la cumbre. "Vengo de un país latinoamericano, y para nosotros, el concepto de justicia climática es materia de derechos humanos, justicia social y soberanía sobre nuestros recursos naturales", dijo sentado junto a Greta en la sede de la ONU en Nueva York.

El infierno de los vivos no es algo que será;
hay uno, es aquel que existe ya aquí,
el infierno que habitamos todos los días,
que formamos estando juntos.
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, 1972

La cuestión ambiental ya nació internacional, en una secuencia que se inició con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano en 1972, recibió el apoyo del Vaticano y, en lo que a nosotros respecta, fue asumida como prioritaria por Juan D. Perón, que legó un mensaje cuya profundidad de análisis y vigencia programática sorprendería a más de uno. En la década de 1980 los (diversos) movimientos ambientalistas crecieron tanto que consiguieron frenar grandes proyectos de inversión tales como aquellos que relocalizaban poblaciones enteras para construir hidroeléctricas o talaban la Amazonía para abrir rutas. Brasil ocupó un lugar tan central en esos debates que la siguiente conferencia se organizó allí: Rio ‘92. Esta vez se llamó de "Medio Ambiente y Desarrollo". En 2002, cuando conmemoraron los diez años, la Cumbre Mundial ya era de "Desarrollo Sostenible".
Está bien lo que dice la piba. Podemos agradecerle haber reinstalado el tema en la agenda pública global, celebrar su compromiso con una causa justa. Hacer lo propio.


Aún cuando los reclamos sean reales y válidos, el cambio climático es un significante demasiado vacío para organizar una lucha efectiva. Está muy bien hacerlo pero con solamente eso no alcanza. Hace tiempo que en los foros internacionales se discute la reducción de emisiones de gases usando el argumento ambiental pero procurando ventajas económicas para países centrales cuya producción compite con algunas del hemisferio sur. Flaco favor le hicieron los discursos conservacionistas a la expansión de la frontera de la soja en Argentina, persiguiendo a pobladores por cazar un chancho hasta lograr que migren a las ciudades. Otro tanto se puede decir de las ‘plantaciones forestales sustentables’. En Misiones el cultivo industrial de pinos destruye el hábitat de los yaguaretés, por cuya preservación después te piden que compres agua mineral. La lista es larga porque el campo ambiental es una arena de disputa política. Las luchas son dinámicas: los poderosos suelen tener la capacidad de apropiarse de las banderas para usarlas a su favor.

En los márgenes de la escena, comunidades pequeñas acaban siendo la última trinchera contra el avance de poderosísimas corporaciones transnacionales que son las responsables del cambio climático, del hambre en el mundo, y de todo lo que hay de peor. Esas corporaciones sin patrón, que pulverizan la responsabilidad y concentran la ganancia, son herederas directas de las compañías coloniales. Estarán chochas de vernos discutir previsiones del calentamiento global durante horas. Porque saben bien que el freno no es técnico sino político. El único obstáculo que encuentran a su expansión es la resistencia popular. Primero le responden con responsabilidad social empresaria, después persiguen a los líderes y, si nada de eso funciona, los muelen a palos o los matan como en Colombia.
La codicia es un deseo que no entiende razones. Librados a su voluntad, harán lo que siempre han hecho los de su clase. Morirán como los primeros exploradores del Brasil: de hambre con tal de llenarse las manos de oro.


Greta y los pibes fumigados en la América profunda

Por Silvana Melo y Claudia Rafael
Tuvo que aparecer Greta, una piba sueca, rubia, de 16 años, para plantarse ante la ONU y decir que el planeta se muere. Aunque ella no viva los ataques extremos que la pacha y sus habitantes soportan por parte del capitalismo feroz en el sur perdido del mundo. Con su liderazgo solitario, Greta no aspira a cambiar el mundo. Apenas se planta y les dice a los poderosos que el planeta va al abismo. Los poderosos la miran rubia y sueca y los medios argentinos hablan de ella como jamás de los centenares de miles de niños estragados por el sistema que los envenena, que les contamina lo que comen y lo que beben, que agota la tierra, que desaparece los bosques y los cerros, que termina con el agua dulce. Es que el cambio climático para ellos es algo mágico que cae del cielo. Y no un fenómeno atroz causado por países concretos, empresas concretas, nombres y apellidos y un sistema: el capitalismo. Por eso Bruno Rodríguez, argentino, de 19 años, que habló después de Greta en esa vidriera de colonizadores que es la ONU, pasó más inadvertido. Porque el pibe de la Paternal dijo que venía desde un país de América Latina, hija de cinco siglos de saqueo. Desde un país bañado por agrotóxicos que no controla, talado y depredado, empobrecido y victimizado. (Y después de hablar en la ONU dijo Bruno que Vaca Muerta es inviable, pecado mortal en la Argentina donde nadie discute el extractivismo).
Los dos, Greta y Bruno, hablaron ante las Naciones Unidas, allí donde se pavonean los Trump y los Bolsonaro; donde el rey de España osó decirle a Hugo Chávez “¿por qué no te callas?”. Y desde donde se jugó a la ayuda humanitaria con Haití, destrozada por un terremoto en 2010, con alimentos que durmieron cómodamente en los hangares del organismo sin repartirlo por largo tiempo entre los hambrientos y desarrapados. Contagiándolos de cólera, a través de los excrementos de sus cascos azules en el río del que los haitianos bebían las únicas aguas posibles.
Ellos tienen 16 y 19. Muchos los escuchan. Les creen. Porque ella desde la Suecia fría y descontaminada sabe hablar. Hay quienes dicen que hay un mundo de poder detrás de su figura endeble. Quizás lo haya; tal vez, no. Pero los dos dicen y saben que el planeta se muere.
Como se mueren los millones de pibes y pibas en los arrabales de la vida. Por hambre, por paco, por agrotóxicos, por gatillo fácil, por ejércitos que les apuntan a la nuca o a la frente, por femicidios, por abortos clandestinos, por embarazos precoces, por balas perdidas, por frío extremo o por las telarañas más complejas de violencias.
¿Y si uno de esos pibes dijera –como hizo Greta un año atrás- en un aula de Sastre o Monte Maíz no voy a la escuela y planto bandera en mi protesta? ¿Qué gritaría ante los dueños de las cosas y de las gentes para decirles ustedes son los culpables de mi hambre y de la de mis hermanos y amigos? ¿Alguien les haría sitio en el podio de la ONU para denunciar a la multinacional Bayer que les envenena los días ante la figura de Angela Merkel? ¿Les permitirían, acaso, mostrar sus pieles escaradas para cuestionar a Chevrón por la contaminación del fracking en Neuquén? ¿Les aceptarían sentarse ante Macrón y detallar cómo las grandes empresas francesas se benefician con el monocultivo y con la importación de la carne de buey de Brasil mientras repudian públicamente los incendios en el Amazonas? ¿Los dejarían hablar ante los representantes suizos sobre el lavado de dinero y corrupción y la contaminación sistemática de cada una de las empresas pertenecientes a la multinacional Glencore, de capitales de ese país, propietaria de megamineras de Catamarca, San Juan y Jujuy?
¿Podría, un pibe de los tantos que llevan las secuelas del 2-4D en su sangre y en su piel, pararse ante las y los señores de la ONU para escupir su rabia contra Dow Agrosciences, Nidera y Monsanto?
¿Aceptarían mansamente la crucifixión al sistema capitalista por parte de sus víctimas en los escenarios privilegiados del mundo? No a Bolsonaro, a Merkel, a Macron o a Trump sino a un sistema que perdura en el tiempo. Que los trasciende.
¿Dejarían llegar, con el último aliento, desde el último bosque o desde la última escuelita rural corrida por los sojeros entrerrianos, al último gurí fumigado, para contarle al primer mundo que usó lo que les sobró de las guerras mundiales para lloverle sobre las cabecitas a la infancia del mundo que se cae del mapa? ¿O no es eso el 2-4D que usaban como agente naranja o el clorpirifós, gas nervioso como el gas sarín, todos herramientas de sus guerras químicas?
¿O no es una guerra contra lo que queda del mundo? ¿Contra el agua buena, contra los pájaros, las abejas, las flores silvestres, los cóndores, los niños, las mañanas de primavera?
Entonces sí. El día en que los pibes del sur del mundo, los fumigados, los cesanteados de las escuelitas del campo, los wichis echados de sus bosques, los mapuches derogados de sus pedacitos de patagonia se junten y se caminen el millón de kilómetros hasta la ONU cantará otro gallo. Y muchos se callarán.
Silvana Melo y Claudia Rafael



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