Pero creo que ese atardecer de mayo de 1994 en Corrientes 1555, húmeda y nerviosa, este Charly rubio metido en el corazón simbólico de la ciudad, dos potencias se saludan, Charly y el San Martín
Yo creo que este Charly es el mejor Charly posible, el definitivo, el que estrena chipi chipí y andan y fax u (¿qué más se puede pedir?) y una hermosísima e insuperable Botas Locas, aquel tema que siempre pedíamos y nunca tocaba
El Charly de María Gabriela Epumer, es decir la mejor guitarrista que nunca tuvo.
Este Charly es el más denso de señales, el más suelto, el del caos artísticamente más rendidor, el más Charly, el que permite reconocer a todos los otros Charlys atravesándolo.
Yo estaba ahí en la puerta de un hall desbordado, el San Martín, mi casa, yo estaba mal esos días, estaba junto a María Jaunarena, la hija del ministro y entreví la hija de la lágrima y supe que iba a ser bueno.
Volver a verlo en la trasmisión tan apropiada de Crónica TV.
Es el Charly que prefiero llevarme en mi pecho.
Yo que me pasé la vida viendo a todos los Charlys, con barba de dos colores, con pelo larguísimo, muy flaco o gordo, con pelo corto, con distancia infranqueable o demasiado cerca, hipercontrolado o absolutamente desquiciado, amado infinita e incondicionalmente o despreciado por su núcleo duro ("nos cagó/ y Charly nos cagó"), en un sótano de Boedo, en River Plate, un domingo a la mañana después de hacer una pintada en la galería Obelisco Norte o un lunes a la madrugada en Velez después del granizo y el barro, en el Bauen o en el auditorio Kraft, en un teatro Premier presentando La Grasa con la mitad de la sala vacía o apretado en la popular de los gloriosos Obras del fin de la dictadura. (No vi a todos los Charlys pero vi a casi todos).
Por Oscar Cuervo
Comentarios
Publicar un comentario