Tendríamos unos 8 años cuando nuestro amigo Héctor Lucero nos invitó a su cumpleaños, en uno de los conventillos de Villa Crespo. Uno de esos patios largos, con una hilera de habitaciones sobre uno de los costados y donde, en cada una, vivía una familia. Pero, era lo que nuestros padres podían darnos, a pesar de trabajar como perros y hacer del sacrificio una cultura que enriquecía a los hijos de puta de siempre. En medio de la fiesta, Héctor trajo su guitarra y empezó el show. Arrancó con una hermosísima zamba que yo escuchaba en las radios. Todos y todas la conocían y se improvisó un coro que emocionaba en cada frase. Yo percibí de inmediato que esa melodía estacionaba sobre mi piel y producía una vibración sugestiva que se quedaba allí. La letra me venía sorprendiendo y admiraba a quien le había dedicado semejante poesía a un sapo, un cantor entre los yuyos.
Quizá en esa noche fue naciendo en mí la necesidad de pedirle ayuda a una guitarra para contar lo que sentía, no podía hacerlo solo, adentro mío resonaban demasiadas palabras, hermosas notas, que aún no sabía sentar en la misma mesa y a la misma hora.
“Sapo de la noche, sapo cancionero, que vives soñando junto a tu laguna, tenor de los charcos, grotesco trovero, estás embrujado de amor por la luna”.
Qué arranque, extraordinario, ya la idea de mirar a un sapo e imaginar sus sensaciones y vivencias hace que me ponga de pie. Tomarse el tiempo de interpretar lo que está sintiendo un bicho que nos regala su canto desde un charco. Me pregunto sobre este tipo, las horas que los habrá estado observando con los ojos de la poesía. Un sapo dueño de una laguna y enamorado de la luna, un privilegiado, claro que se merece un tema. “Tenor de los charcos, grotesco trovero...”, notable definición, Maestro.
“Yo sé de tu vida sin gloria ninguna, sé de las tragedias de tu alma inquieta, y esa tu locura de amor por la luna es locura eterna de todo poeta”. Reafirmo que estamos frente a un cronista exquisito, un tipo que sacó la lupa del corazón para relatar lo que se nos escapa. Este chileno tenía muy en claro los sentimientos secretos que sabe esconder todo poeta.
Alguna vez, hace muchos años, estaba en una fiesta inundado de un tinto bienhechor, una mujer tomó su guitarra y arrancó con este tema. Yo estaba en un hermoso estado de preconmoción, quizá lo que nos lleva a todos al vino, porque sabemos de su nobleza. Mientras la escuchaba tuve la sensación de que entendía esa vieja letra, veía al sapo cantor, pero repasando aquellas frases empezaba a dudar: ¿está hablando de un sapo?:
“Tú te sabes feo, feo y contrahecho, por eso de día tu fealdad ocultas y de noche cantas tu melancolía, y suena tu canto como letanía. Repican tus voces en franca porfía, tus coplas son vanas como son tan bellas, ¿no sabes, acaso, que la luna es fría, porque dio su sangre para las estrellas?”.
Por culpa de estos versos empecé a dudar. Toda aquella persona que se percibe “fea” sabrá interpretar estas reflexiones. Cuando uno está frente a una relación trunca, a un amor demasiado lejano, en ese instante en que se apura, ingresa al baño y cierra con bronca la puerta. Se mira al espejo y ya no sabe qué carajo está viendo, pero comienza a temer que allí hay fealdad, algo asoma en ese rostro que puede ser el motivo del espanto. Podría ser que salga corriendo hacia la laguna más cercana, o se asome a un charco que nos haga un lugarcito, y en la soledad de una noche de luna entone penas que sólo nosotros conocemos. Cuando se siente que quedamos a solas con todos esos temores que ahogan, al oír una vieja voz sentenciando que la soledad es el futuro.
Al recordar ese maldito relato de Kafka, donde uno de los más buenos amanece transformado en un asqueroso insecto. Se mira, se olfatea y todo es horrible. Todos se empiezan a ir y no quieren verlo, pero la hermana decide quedarse, acompaña, trae comida y espera el regreso de aquella pesadilla. El que escribió esta letra, el chileno Alejandro Flores, ¿se habrá sentido derrotado y se reflejó en un sapo? ¿o simplemente tuvo la sabiduría de mirar a ese bicho y no quedarse en lo rugoso? Chagra, el artista plástico jujeño, supo pintar con esa hermosa melodía, las sensaciones de ambos lados, de los sapos y de los feos. Estoy seguro de que la versión salteña de Los Chalchaleros, con esa manera tan particular de cantar, con esos acordes que se van enlazando con suavidad, a veces atravesados por un ataque en el rasgueo, encuentra todo lo que el tema esconde. Las voces se alzan en el estribillo reclamando “que la vida es triste si no la vivimos con una ilusión”, Los Chalchas en los estribillos tenían una polenta que era una cosa seria.
Yo era chico, no me sentía feo, pero sí sapo de otro pozo, siempre miré a los sapos y pensaba en esta canción. Los grandes me decían: “no te acerques al sapo que te va a mear…”. Y yo me acercaba esperando que me cante, o al menos para decirle que lo admiro por saber enamorarse de la luna, por animarse a armar una vida junto al agua que los humanos le ensucian. Un monumento para el chileno Flores y el jujeño Chagra, mi eterno agradecimiento. Hay tantas cosas que se me hubieran escapado si no fuera por las canciones.
Hoy que uno vivió muchos años, que dejó que se le acerquen tantos turros que solo pisan el asfalto, como buenos hijos del cemento. Que jamás nos cantaron nada y que nunca tendrán besos y caricias para una luna, se deja caer sobre esta canción. Un privilegio para la posteridad haber escuchado esta zamba, ponerse a pensar en su mensaje secreto y seguir hasta hoy buscando lagunas y charcos en donde un sapo me haga acordar de las ilusiones. Cuando era chico en muchas casas había gente que tenía en el fondo sapos en cajas y latas, seguro que por las noches lo arrimaba a un charco para que le cante.
Jorge Garacotche - Músico, integrante del grupo Canturbe y presidente de AMIBA, Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires.
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