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En las nubes. Tecnofeudalismo: el sigiloso sucesor del capitalismo

La nueva clase dominante ya no es la dueña de fábricas ni produce bienes: en el nuevo libro del ex ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis se describe cómo operan las corporaciones que capturaron la tecnología digital (y nuestra atención y deseos), rentando la nube y recopilando información (que luego venden). Por qué eso mata al capitalismo, vuelve bobos a los Estados, a la democracia y hasta a la paz. Las cosas vitales que buscan controlar: agua, alimentos, recursos y datos. ¿En qué condiciones es posible la rebelión?

Por Franco Ciancaglini para Lavaca


Yanis Varoufakis no se caracteriza por ser optimista, pero tal vez en su descripción del fenómeno macroeconómico mundial podamos advertir algunas grietas de lo que pasa acá (acá en Argentina, acá en la pantalla donde tal vez leas esta nota).

Porque es cierto que algo del capitalismo tal cual lo entendíamos murió: asistimos desde hace rato al cierre de fábricas y empleos, a la desocupación y una recesión –conjugadas con una reciente alta inflación en alimentos y suba de servicios– que vuelven delirante cualquier versión desarrollista del futuro (al menos del cercano).

También es cierto que crisis ya las hemos vivido, dentro de los límites del llamado capitalismo y la llamada democracia, y que logramos salir: por abajo, como sea, acá estamos. Sin embargo, a diferencia de otras crisis mundiales y locales, hay algo que esta vez parece no cerrar. ¿No?

La vida entre la falta de recursos, la monopolización de las decisiones y nuestro comportamiento individual-digital plantea un combo desquiciante. 

Milei, lo Milei, causa y efecto de todo esto. 

¿Qué pasa afuera y arriba, mientras el gobierno boicotea relaciones bilaterales de política exterior, y se reúne con los empresarios que Varoufakis llama “nubelistas” (los Elon Musk, Mark Zuckerberg, etc.)? 

Algo. 

Yanis Varoufakis

Varoufakis plantea que en realidad pasa todo. Escribe y describe: “¿Cuál es mi hipótesis? Que el capitalismo está muerto, en el sentido de que sus dinámicas ya no rigen nuestras economías. Ese papel lo desempeña ahora algo fundamentalmente diferente, que yo llamo ‘tecnofeudalismo’”. Plantea que también se han demolido dos pilares del capitalismo: los mercados y los beneficios. Aunque sigan existiendo “han sido desplazados de nuestro sistema económico y social, se han desplazado a sus márgenes” y han sido sustituidos por plataformas de comercio digitales que no considera “mercados” sino “feudos”. 


Se trata de un nuevo modelo según el cual (en este siglo y particularmente desde la pandemia) una nueva clase dominante ha reemplazado a la clásica burguesía capitalista y que, a diferencia de ella, no vive del beneficio sino de la renta. Esa clase posee “la nube”, un conjunto de espacios virtuales así como de cables físicos por los que pasa casi todo. La “nube” no solo hace referencia a lo etéreo de dónde están los códigos que gobiernan lo digital (y donde están nuestros datos) sino a las gigantescas instalaciones que se necesitan para albergar, procesar y conectarnos.

Tener la nube es el negocio más lucrativo, según Varoufakis, porque es por donde pasan todos los negocios: “Desde los propietarios de fábricas del Medio Oeste estadounidense hasta los poetas que tratan de vender su última antología, pasando por los conductores de Uber londinenses y los vendedores ambulantes indonesios, todos dependen ahora de algún feudo en la nube para acceder a los clientes”.

El problema a nivel macro –plantea el griego– es que el poder está más concentrado aun de lo que estaba en el capitalismo de los monopolios. Los “nubelistas” son muy pocos: Amazon, Microsoft, Google, Alibaba (China) e IBM. En Argentina podemos ver el espejo criollo que se expande por el continente: Mercado Libre. 

Y a mayor concentración, dice, “la lucha es aún más difícil”.

¿Cómo impacta esto en nuestras vidas? A diferencia de la opresión del sistema capitalista, el tecnofeudalismo ha logrado captar nuestra atención (atacando nuestra concentración) y fabricarnos los deseos. Varoufakis no habla específicamente de esto como sí lo hacen Eric Sadin o el surcoreano Byung Chul Han, sino en términos sistémicos: el tecnofeudalismo también es bipolar entre EEUU y China, y los que pagan los platos son los países del sur (por sus recursos, que siguen siendo imprescindibles para el funcionamiento del sistema, así como para alimentar a la nube), encerrados en una espiral de deuda e inflación.

¿Nos suena?

IA, impresoras 3D, robótica, todo implica una aceleración en este sentido tecnofeudal…  ¿No hay salida? 

Varoufakis culmina bregando por un uso revolucionario de la red, que aproveche justamente sus múltiples conexiones para una especie de rebelión contra los propietarios del capital (no contra el “nubelismo”, sino contra los “nubelistas”).  

Acá podemos pensar otras conexiones: estos son algunos extractos de Tecnofeudalismo: el sigiloso sucesor del capitalismo, para ayudar a inspirar otros nexos y alianzas, también –o sobre todo– fuera de la nube.

 

El cambio


El capitalismo se impuso cuando el beneficio prevaleció sobre la renta, un triunfo histórico que coincidió con la transformación del trabajo productivo y los derechos de propiedad en mercancías que se vendían en el mercado laboral y el de acciones, respectivamente. No fue solo una victoria económica. 

Mientras la renta apestaba a vulgar explotación, el beneficio revindicaba su superioridad moral como justa recompensa a los valientes empresarios que lo arriesgaban todo para navegar las traicioneras corrientes de los mercados tormentosos.

Las mega empresas capitalistas –Ford, Edison, General Electric, General Motors, Sony y todas las demás– generaron los beneficios que superaron a las rentas e impulsaron el dominio del capitalismo. Sin embargo, como los peces rémora que se pegan a los grandes tiburones, algunos rentistas no solo sobrevivieron sino que, de hecho, prosperaron alimentándose de las generosas sobras que dejaban los beneficios.

 


Megarrentistas

Las empresas petroleras, por ejemplo, se han embolsado enormes rentas del suelo por el derecho a perforar en determinadas parcelas de tierra o lechos oceánicos, por no mencionar el privilegio de dañar el planeta sin coste alguno para ellas. 

(…) Lo mismo puede decirse de la promoción inmobiliaria, en la que la renta del suelo supera cualquier beneficio derivado de una arquitectura innovadora. O de los servicios de suministro de electricidad o de agua privatizados, cuyas ganancias se deben principalmente a las rentas que la clase política les ha asignado. 

 

Lealtad

Después de la Segunda Guerra Mundial, la renta no se limitó a sobrevivir en el capitalismo: escenificó su vuelta a expensas de la incipiente tecnoestructura –el nexo de conglomerados con inmensos recursos, capacidad productiva y alcance de mercado que surgió en la economía de guerra–. Fueron los innovadores expertos en marketing y los imaginativos publicistas empleados por la tecnoestructura quienes lo permitieron al crear algo ingenioso: la lealtad a la marca. En 1980 las marcas alcanzaron tal poder de extracción de renta que a los jóvenes aspirantes a empresarios les importaba más poseer las marcas adecuadas que quién producía los bienes, y dónde o cómo lo hacía.

 

El iPhone

Si en la década de 1950 el branding  (la eclosión de las marcas) dio a la renta su primera oportunidad de resurgir, la aparición del capital en la nube en la década de 2000 fue la ocasión que la renta necesitaba para vengarse de los beneficios y escenificar un regreso a lo grande. Apple desempeñó un papel destacado en esto. Antes del iPhone, los artilugios de Steve Jobs eran un caso paradigmático de mercancías de lujo que alcanzaban precios elevados, los cuales reflejaban unas importantes rentas de marca. Sin embargo, su gran avance, el que la convirtió en una empresa de un billón de dólares, fue el iPhone, no solo porque era un gran teléfono móvil, sino porque dio a Apple la llave de un tesoro completamente nuevo: el alquiler de la nube.

 

La tienda

En el caso de Steve Jobs, el golpe genial que desbloqueó la renta de la nube fue su idea radical de invitar a “desarrolladores externos” a utilizar el software gratuito de Apple para producir aplicaciones que se venderían a través de la Apple Store. Solo con esto, la empresa formó un ejército de trabajadores no asalariados y capitalistas vasallos cuyo duro trabajo creó multitud de capacidades disponibles exclusivamente para los propietarios de iPhone en forma de miles de aplicaciones deseables, cuya variedad o volumen los ingenieros de Apple nunca habrían conseguido por sí solos.

¿El precio? Un alquiler del 30% de renta del suelo sobre todos sus ingresos que pagan a Apple. Así creció una clase capitalista vasalla a partir del suelo fértil del primer feudo de la nube: la Apple Store.

 

El competidor

Solo otro conglomerado consiguió convencer a una parte significativa de esos desarrolladores para que crearan aplicaciones para su tienda: Google. Mucho antes de que apareciera el iPhone, el motor de búsqueda de Google se había convertido en el elemento central de un imperio en la nube que incluía Gmail y YouTube, y que más tarde incorporaría Google Drive, Google Maps y otros muchos servicios online. 

Dispuesto a explotar su ya dominante capital en la nube, Google siguió una estrategia diferente a la de Apple. En lugar de fabricar un teléfono que compitiera con el iPhone, desarrolló Android, un sistema operativo que podía instalarse gratuitamente en los smartphones de cualquier fabricante que decidiera utilizarlo, entre ellos Sony, Blackberry y Nokia. La idea era que si un número suficiente de competidores de Apple lo instalaba en sus teléfonos, el total de smartphones con Android sería lo bastante grande como para atraer a desarrolladores externos que no solo producirían aplicaciones para la Apple Store, sino también para una nueva tienda basada en el software de Android. Así es como Google creó Google Play, la única alternativa seria a Apple Store.

 

Nubelistas

El resultado fue una industria global del Smartphone con dos corporaciones nubelistas dominantes, Apple y Google, la mayor parte de cuya riqueza era producida por desarrolladores externos no asalariados, de cuyas ventas extraían una comisión fija. Esto no son beneficios. Es la renta de la nube, el equivalente digital a la renta del suelo. 

 

El planteo

Así, en la actualidad el poder real no lo ostentan los propietarios del capital tradicional, es decir, la maquinaria, los edificios, las redes ferroviarias y telefónicas, los robots industriales. Estos siguen extrayendo beneficios de los trabajadores, de la mano de obra asalariada, pero ya no mandan como antes. Como veremos, se han convertido en vasallos de una nueva clase de señor feudal, los propietarios del capital de la nube. En cuanto al resto, hemos vuelto a nuestra antigua condición de siervos y contribuimos a la riqueza y el poder de la nueva clase dominante con nuestro trabajo no remunerado, además de, cuando tenemos la oportunidad, con el trabajo asalariado que realizamos.

 

Contenidos

¿En qué consiste el capital en la nube? Software inteligente, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, miles de kilómetros de fibra óptica. Y, sin embargo, todo eso carecería de valor sin “contenidos”. La parte más valiosa del stock del capital en la nube no son sus componentes físicos, sino las historias publicadas en Facebook, los videos subidos a TikTok y las reseñas de Amazon o incluso nuestros desplazamientos, que permiten a los teléfonos avisar a Google Maps del último atasco de tráfico. Al proporcionar estas historias, videos, fotos, chistes y movimientos, somos nosotros quienes producimos y reproducimos –al margen de cualquier mercado– el stock del capital en la nube.

 

Ganancias

Esto no tiene precedentes. Los empleados de General Electric, Exxon, General Motors o cualquier otro gran conglomerado perciben en sueldos y salarios alrededor del 80% de los ingresos de la empresa. Esta proporción aumenta en las empresas más pequeñas. En cambio, los trabajadores de las grandes tecnológicas perciben menos del 1% de los ingresos de sus empresas. La razón es que la mano de obra asalariada solo realiza una fracción del trabajo del que dependen las grandes tecnológicas. La mayor parte lo realizan miles de millones de personas de forma gratuita.

 

Deseos

Las tecnologías que engendraron el capital de la nube han demostrado ser más revolucionarias que cualquiera de sus predecesoras. Han servido para que el capital en la nube desarrollara capacidades que nunca tuvieron los anteriores tipos de bienes de capital. Se ha convertido, al mismo tiempo, en captadora de atención, fabricante de deseos, impulsor del trabajo proletario, desencadenante de una mano de obra gratuita y masiva y, además, en creador de espacios de transacción digital privatizados en los que ni los compradores ni los vendedores disfrutan de las opciones que tendrían en los mercados naturales.

 

Atención

Pueden decir que los nubelistas invirtieron en la creación de nuevas mercancías, pero una mercancía es un bien o un servicio que se produce para ser vendido y obtener un beneficio. Los resultados de una búsqueda no se generan para ser vendidos. Alexa y Siri no responden a nuestras preguntas a cambio de dinero. Al igual que Facebook, X, TikTok, Instagram, Youtube o Whatsapp, su objetivo es muy distinto: captar y modificar nuestra atención. Incluso cuando las grandes tecnologías nubelistas nos hacen pagar el acceso a bots de inteligencia artificial como ChatGPT o nos venden dispositivos físicos como Alexa, no lo hacen como si fueran mercancías. Estos aparatos se alquilan o venden a un precio barato, no por el beneficio insignificante (a menudo negativo) que se obtiene de ellos, sino para acceder a nuestros hogares y, a través de ellos, a una parte cada vez mayor de nuestra atención. Es este poder sobre nuestra atención el que les permite cobrar la renta de la nube.

 

China

Del mismo modo que en Estados Unidos el capital de la nube creció gracias al dinero procedente del banco central, la Reserva Federal, en China sucedió lo mismo gracias a la inversión impulsada por Pekín. Las grandes tecnológicas de Silicon Valley no tardaron en descubrir un fuerte competidor: las grandes tecnológicas chinas. Los occidentales las subestimamos. Pensamos en Baidu como una imitación china de Google. En Alibaba como un imitador de Amazon. Son muchas más.

A diferencia de las grandes tecnológicas de Silicon Valley, las de China están vinculadas de manera directa a agencias gubernamentales que utilizan constantemente esta aglomeración nubelista con varios fines. Para regular la vida urbana, para fomentar los servicios financieros entre los ciudadanos no bancarizados, para asignar a su población centros sanitarios estatales, para vigilarlos mediante el reconocimiento facial, para conducir vehículos autónomos por las calles y fuera de sus fronteras, para conectar a los africanos y los asiáticos que participan en la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China a su superfeudo en la nube.

 

Bipolar

Desde que surgió, era cuestión de tiempo que la lucha geopolítica por la hegemonía entre Estados Unidos y China dividiera al mundo en dos superfeudos en la nube enfrentados. (…) ¿Qué podemos esperar ahora, durante las primeras fases del tecnofeudalismo? Ya tenemos indicios de lo que sucederá. Influidos por la guerra en Ucrania y la gran inflación, que están empeorando la pobreza, agravando el cambio climático y generando una atmósfera de miedo, el mundo se está dividiendo en dos superfeudos en la nube antagónicos: uno estadounidense, el otro chino. No saldrá nada bueno y valioso de esta bifurcación.

 

El sur

Al menos, Europa sigue siendo rica y, en teoría, es capaz de cuidar a sus ciudadanos más débiles. No puede decirse lo mismo de Sri Lanka, Líbano, Pakistán, la India, la mayor parte de Asia y toda África y América Latina. El aumento del precio de los alimentos y del combustible provocado por la gran inflación ha sumido al sur global en una crisis de deuda tan espantosa como la de las décadas de 1970 y 1980. Después de que durante decenios se les animara a pedir dólares prestados para importar materias primas con el fin de producir bienes para la exportación, ahora los gobiernos del sur global están quebrando debido al enorme aumento del coste del servicio de sus deudas en dólares. 

 

Deuda

El sur global se enfrenta a una terrible disyuntiva. Dejar de pagar sus deudas en dólares –lo que significa que no podrán comprar la energía, los alimentos y las materias primas que necesitan para alimentar a la población, hacer funcionar las fábricas y arar los campos– o bien obtener otro préstamo en dólares –por ejemplo del FMI– con el que fingir que pagan sus deudas actuales en dólares. Pero esta segunda opción impone dos condiciones inhumanas: la primera, entregar el control de sus sectores esenciales, como el agua y la electricidad, a oligarcas que se hacen pasar por “inversores”; la segunda, aumentar tanto el precio de los combustibles y los alimentos, por lo que su población pasará hambre. En cualquier caso, los llamados países en desarrollo se ven obligados a rendirse a la dinámica del subdesarrollo.

 

Elecciones

Pero esta no es la única elección desagradable que deben hacer los gobiernos del sur global. Con el mundo dividido en dos superfeudos en la nube, uno basado en el dólar y el otro en el yuan, se ven obligados a elegir un señor feudal al que someterse. (…) La nueva crisis de deuda está obligando a las clases dirigentes del sur global a elegir un bando. ¿A qué feudo en la nube destinarán los futuros beneficios de la venta de sus tierras raras y otras materias primas?

 

Cambio climático

La era del capital en la nube levanta dos obstáculos en el camino para mitigar el cambio climático. Un obstáculo opera a nivel político y resulta obvio: un gran acuerdo entre Estados Unidos, la Unión Europea y China.

(…) El otro obstáculo que el tecnofeudalismo pone en el camino de cualquier transición verde es menos obvio, y reside en los llamados mercados eléctricos (…) Los rentistas que ahora son dueños de las centrales eléctricas privatizadas apuestan sus ingresos futuros en un casino global: se endeudan utilizando los ingresos futuros como garantía para protegerse de posibles pérdidas en el futuro. O, dicho más claro, se han entregado nuestros sistemas energéticos a oligarcas que tienen un interés personal en implicar la energía en la red de financiarización. Como esta red se fusiona cada vez más con las finanzas en la nube, podemos perder lo que queda de nuestra capacidad como “demos” –como comunidad, sociedad, especie– para elegir las prácticas energéticas que podrían evitar el desastre climático.


Aceleración

Los avances tecnológicos contribuirán a que el capital en la nube siga reforzándose. Cuando se combine con la impresión 3D avanzada, versátil y a gran escala, y la robótica industrial impulsada por IA, el capital en la nube desvirtuará la razón de ser de los conglomerados capitalistas tradicionales, cuya ventaja competitiva se basa en las economías de escala. Mientras tanto, se acelerará la desglobalización del capital físico, desencadenada por la decisión de Washington de librar una guerra económica contra China. Y aumentará la rivalidad entre los dos superfeudos en la nube por el saqueo de materias primas –tierras raras, litio y, por supuesto, nuestros datos– en todo el mundo.

 

La democracia

La paz es la víctima obvia de este proceso, pero no la única: dada la magnitud y la naturaleza del poder que ejerce un grupo muy pequeño de nubelistas a ambos lados del Pacífico, cualquier cosa que se parezca a una democracia real parece cada vez más improbable. De hecho, la gran ironía, desde el punto de vista occidental, es que la única fuerza política que puede hacer algo para controlar a los nubelistas y, por lo tanto, mantener viva la esperanza de la democracia, es el Partido Comunista de China. Fue el presidente Xi quien impuso límites estrictos a los nubelistas chinos, en un intento explícito de mantener las finanzas en la nube china dentro de lo que el Partido considera unos límites aceptables, es decir, los que él establece. 

 

El individuo

No es necesario ser un crítico radical de nuestra sociedad para darse cuenta de que el derecho a tener cada día algo de tiempo en el que uno no esté a la venta casi ha desaparecido. La ironía es que quienes acabaron con el individuo liberal no fueron los camisas pardas fascistas ni los guardias estalinistas. Murió cuando una nueva forma de capital empezó a enseñar a los jóvenes a hacer lo más liberal del mundo: ¡Sé tú mismo! (¡Y hacerlo con éxito!). De todas las modificaciones del comportamiento que ha planeado y monetizado el capital en la nube, esta es sin duda su logro supremo.

 

La concentración

El individualismo posesivo siempre ha sido perjudicial para la salud mental. El tecnofeudalismo empeoró infinitamente la situación cuando derribó el cerco que proporcionaba al individuo liberal un refugio frente al mercado. El capital en la nube ha descompuesto al individuo en fragmentos de datos, una identidad compuesta de elecciones expresadas por clics que sus algoritmos son capaces de manipular. Ha producido individuos que, más que ser posesivos, están poseídos, personas incapaces de ser dueñas de sí mismas. Al apropiarse de nuestra atención, ha disminuido nuestra capacidad de concentración. No hemos perdido la voluntad. No, nos han robado la concentración. 

Y como se sabe que los algoritmos del tecnofeudalismo refuerzan el patriarcado, los estereotipos y las opresiones preexistentes, los más vulnerables –las niñas, los enfermos mentales, los marginados y también los pobres– son quienes más sufren las consecuencias.

 

Revolución

Frente al tecnofeudalismo, actuar solos, aislados, como individuos liberales no nos llevará muy lejos. Dejar Internet, apagar el teléfono, utilizar dinero en efectivo en lugar del de plástico tal vez nos ayude durante un tiempo, pero no es la solución. A menos que nos unamos, nunca conseguiremos civilizar o socializar el capital de la nube, y por lo tanto nunca liberaremos nuestra mente de su control. 

Y aquí radica la mayor contradicción: rescatar esa idea liberal fundacional exige, por lo tanto, una reconfiguración completa de los derechos de propiedad sobre los instrumentos de producción, distribución, colaboración y comunicación, que cada vez se basan más en la nube. Para resucitar al individuo liberal tenemos que hacer algo que los liberales detestan: planear una nueva revolución.

 

La política

¿Por qué la política no puede domar el tecnofeudalismo del mismo modo que los gobiernos socialdemócratas contuvieron, al menos durante un tiempo, el capitalismo? (…) La causa subyacente de esta transformación de la izquierda fue, por supuesto, la desindustrialización de Occidente, que fragmentó las clases trabajadoras, un proceso que el tecnofeudalismo ha continuado hasta hoy. Cuando la clase obrera aún era relativamente homogénea, una conciencia de clase bastante sólida le permitía ejercer cierta presión sobre los gobiernos socialdemócratas.

 

La derecha

En este nuevo escenario político, la socialdemocracia es imposible. Ya no tenemos al capital en un bando y a los trabajadores del otro, lo que permitiría a un gobierno socialdemócrata hacer de árbitro y obligar a ambas partes a llegar a un acuerdo. En su lugar tenemos un centro y una derecha alternativa, ambos esclavizados por la nueva clase dominante, los nubelistas, cuyo ascenso al poder ellos han permitido...

 

La izquierda

Nadie habla en nombre de los proletarios de la nube, de los siervos de la nube, de los capitalistas vasallos, de lo que queda del proletariado-precariado tradicional, de las víctimas del cambio climático, de las masas a las que el tecnofeudalismo reprime y aprisiona en sus feudos de la nube...

 

Movilización

El tecnofeudalismo levanta una nueva gran barrera que impide la movilización contra él. Pero también confiere un nuevo gran poder a quienes se atreven a soñar con una coalición que lo derribe. La nueva gran barrera es el aislamiento físico entre los siervos de la nube y los proletarios de la nube. Interactuamos con el capital en la nube, y estamos sometidos a él, a través de nuestras pantallas personales, nuestros teléfonos móviles, los dispositivos digitales que supervisan y controlan a los trabajadores de los almacenes de Amazon. La acción colectiva es más difícil cuando las personas tienen menos oportunidades de reunirse. Pero ahí reside el gran poder que el capital en la nube confiere a las potencias rebeldes: la capacidad de crear coaliciones, organizarse y actuar a través de la nube.

 

Usar la nube

En sus inicios, una de las promesas de Twitter era que permitía la movilización de masas –desde la Primavera Árabe hasta el Black Lives Matter, hemos visto el grado en que esa promesa se ha cumplido. Pero no estoy hablando solo de una movilización a través de la nube, sino de acciones que podrían llevarse a cabo utilizando los sistemas y las tecnologías de la nube.

La belleza de la movilización en la nube es que cuestiona el cálculo que suele regir la acción colectiva. En lugar de un máximo sacrificio personal para obtener un beneficio colectivo mínimo, ahora tenemos lo contrario: un sacrificio personal mínimo que genera enormes beneficios colectivos y personales.

 

Hacia una coalición

Esta inversión puede allanar el camino hacia una coalición de siervos y proletarios de la nube lo bastante grande para alterar el control que ejercen los nubelistas sobre miles de millones de personas. (…) La rebelión en la nube que imagino tendrá que reclutar para su causa a personas muy diversas. Entre ellas, por ejemplo, a aquellas a las que las facturas de agua y energía les quitan el sueño. 

Nada de eso es fácil ni inevitable. Pero, ¿acaso es más difícil o menos probable que las aspiraciones de los mineros, los costureros y los estibadores del siglo XIX, aquellas por las que sacrificaron sus vidas? La nube quita, aunque también da a aquellos que desean recuperar su libertad y la democracia. Depende de ellos, de nosotros, decidir y demostrar si hace una cosa o la otra.


Franco Ciancaglini




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Ideario del arte y política cabezona

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"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.