"El sueño de toda ideología es convertirse en sentido común".
Gramsci
A toda esa buena gente no se le pide documentación ni explicaciones sobre como hizo ese dinero que hasta acá negaba -a los ojos del fisco- haber hecho, con tal de que lo traigan y lo tengan un ratito en un banco como para engordar los números de las reservas del Banco Central. Si a los 10 minutos se lo quieren volver a llevar, no hay problemas. Tampoco nadie les pregunta como es que siguieron evadiendo y fugando incluso cuando gobernaban los "amigos del mercado", o por qué es necesario lanzar un nuevo blanqueo en cada gobierno, incluso antes de que cambie.
En cambio los que necesitan algún tipo de ayuda o asistencia del Estado -que el propio Estado sabe y le consta son cada vez más, no menos- como ahora les pasa a los jubilados con los medicamentos, están siempre en período de sospecha, respecto a ellos siempre se invierte la carga de la prueba, y deben demostrarlo todo: que son viejos, que son pobres, que no les alcanza para comer y comprar medicamentos, que están enfermos y necesitan esos medicamentos para no enfermarse ni morirse, y así.
Esa vergonzante declaratoria de pobreza tampoco es la primera vez que la vemos, menos con éste gobierno: ya nos han obligado a completarla para acceder a los subsidios a las tarifas, tener la SUBE o mantener una pensión no contributiva. Lo que es novedoso, en cambio, es la impudicia con la que el gobierno justifica estas forradas, sabiendo -y acá está el verdadero problema- que tiene audiencia bien predispuesta para el discurso de la crueldad: no solo hacen el mal y son -en palabras de Néstor- poderosos con los débiles y débiles con los poderosos, sino que se vanaglorian de ello.
Subyace en todo esto -y pretende ser la justificación- que hay personas "útiles" a la sociedad (para Milei y su recua, los más ricos), que buscando su propio provecho individual, la harían crecer y progresar, "derramando" parte de su riqueza. Y el resto (jubilados, desocupados, precarizados, discapacitados) son una carga molesta para la sociedad, gente a la que hay que dejar librada a su suerte para soltar lastre (lo que el Papa ha llamado la cultura del descarte), o hacerla pasar por mil y un trámites para conseguir algo, con la esperanza de que mueran en el intento, y se dejen de joder.
Con menos de dos millones de pesos mensuales una familia está bajo la línea de pobreza, pero con más de 398.000 de jubilación algo no necesita que le cubran el 100 % de los medicamentos. Acá no entiende el que no quiere. La guerra del cerdo de Bioy Casares era menos cruenta.
Cualquier similitud con la idea de sociedad -por caso- del nazismo, no es pura casualidad. Pero el problema -no menor- es que al igual que pasó con las bestias pardas, no se trata simplemente de las alucinaciones de un puñado de loquitos que circunstancialmente tomaron el poder y conducen el Estado: están allí porque millones los pusieron con su voto para que -en buena medida- hagan lo que están haciendo.
Y no son pocos los que aplauden la maldad y la crueldad -como la que ahora les dispensan a los jubilados con los medicamentos- diciendo "es exactamente lo que voté".
La crueldad no es por tanto únicamente la pasión del goce ante el dolor del otro, sino también de la indiferencia e insensibilidad ante él. Si no hay crueldad sin conciencia, como apuntaba Artaud, en la más pura de sus formas, el cruel actúa de forma voluntaria y, en principio, sin culpa y sin remordimiento. La crueldad se nutre del poder de dominio y sometimiento sobre el otro, cuya fragilidad queda a merced de quien empuñe el arma, en este caso la famosa motosierra. El otro se convierte en el lugar de goce, en el espacio en el que el sujeto prueba sus fuerzas al ejercer su crueldad sobre él y cruzar el límite porque puede hacerlo.
A veces nos preguntamos hasta dónde puede llegar el ser humano en determinadas circunstancias, cuando nos llegan noticias de las atrocidades que el hombre es capaz de cometer contra sus semejantes o contra aquello que tiene bajo su cuidado; cuando nos preguntamos cuál es el límite de la maldad si es que hay otro límite ante el exceso que no sea la muerte. Sucede cuando nos hablan de algo terrible acontecido en otro lugar o en otro tiempo; se intensifica cuando la proximidad es mayor y nos sentimos concernidos y desubicados; se hace amarga y lacerante cuando la herida se siente en la propia carne y no hay lugar que no quede trastornado. Es entonces cuando nos preguntamos cómo pudo suceder algo así, y cómo el todo social permite la crueldad impune, siendo la sociedad parte y cómplice de la banalidad del mal.
En un momento en que la desinformación y el aumento del autoritarismo están creando un bucle de retroalimentación de crisis cada vez mayores, es crucial entender lo central es reconstruir los lazos comunitarios, frente a los horrores que se despliegan cuando el Estado se retira de los barrios y de la sociedad para dar paso a la instalación de la cultura del narcotráfico y del "sálvese quien pueda".
El neofascismo siglo XXI consta de un formato que podíamos paralelizar con el de la década infame del 30: una democracia aparente, una dictadura de hecho. En los discursos y argumentaciones (pretextos) de los representantes de las mayorías y en los medios existe un lenguaje macartista cuya pobre dialéctica parece un chiste de Capusotto sino fuera tan peligroso, y en nuestra sociedad tan permeable a dichas premisas pronto el sentido común se tiñe con la esencia del fascismo. Los tipos están quitándose los guantes y la mordaza para dejar las huellas marcadas de sus intenciones reales; que por supuesto no son ni combatir la corrupción, ni moralizar las institucione. El nuevo paisaje combina discurso facho, práctica política violenta y deshumanización del otro.
Defienden un modelo donde los narcos, evasores y lavadores pueden traer guita negra sin que les pregunten como la hicieron, y los jubilados tienen que justificar que necesitan remedios y no los pueden pagar. Larga vida a la grieta que nos mantiene separados de soretes así.
Desde el retorno de la democracia, el Estado de derecho no había quedado tan degradado como lo está hoy. No había llegado aún el neofascismo colonial 4.0, ese que adoctrina a través de algoritmos, creando burbujas virtuales individuales que aíslan al sujeto. O directamente lo crean. Este gobierno instiga pulsiones violentas para hacer de ellas la base de su apoyo. Nada que mejore la vida de las masas puede esperarse.
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