Cuando nos dicen “imaginate”, no nos dicen que imaginemos: nos dicen más bien lo contrario. Y no porque la palabra se esté usando en sentido irónico (ése por el cual hay que entender lo opuesto de la expresión literal), sino porque lo común es que el “imaginate” se emplee para situarnos frente a algo que no podemos imaginar o no queremos ni imaginar. Se parece en eso al “andá a saber”; no se dice para que el otro vaya, no se dice para que el otro sepa, se dice para indicar que hay algo que no puede saberse.
“Imaginate” significa entonces “no te imagines”, o “es mejor ni imaginarse”. ¿No fue así, con esa intención, que Charly García en “Los dinosaurios” cantó “imaginen a los dinosaurios en la cama”? Es la contracara exacta del “Imagine” de John Lennon. Porque el “Imagine” de John Lennon es pura positividad, optimismo de punta a punta, un catálogo de lindezas deseables, un empalago de utopías gratas: que no haya más países por los que matar o morir, que todos vivamos en paz y en hermandad. En cambio, “Los dinosaurios”, estrenada por Charly en un recital en Ferro a finales de 1982, está teñida de oscuridad. Ya el piano, antes que la letra, dispone un cielo sombrío, nada que ver con el cielo amable con el que Lennon procuró insuflar esperanzas (entre las cosas que ocurrieron entre “Imagine” y “Los dinosaurios”, consta, por lo pronto, el asesinato de Lennon: un hecho inimaginable).
Era el año ’82. La dictadura militar terminaba. “Se va a acabar” no era ya tan sólo una exigencia o un vaticinio, sino un hecho establecido cuya corroboración nos reconfortaba. Fue en ese contexto que Charly cantó “imaginen a los dinosaurios en la cama”. La separación entre lo público y lo privado era por entonces más firme de lo que es ahora, ya que con la farandulización de los medios masivos de comunicación y con el hábito de mostración compulsiva que implantaron las redes sociales, se alteró irreversiblemente la ecuación convenida de lo que se da a ver o se mantiene discretamente en reserva. Claro que era posible, como de hecho ocurría, imprimir un carácter político a las cosas personales, y la de “lo personal es político” ya era una consigna fuertemente asentada; de igual manera, era posible inscribir una intervención política en las coordenadas de lo privado (y hasta de lo íntimo: de nuevo, John Lennon: John Lennon y Yoko Ono, en una cama precisamente, fungiendo de activistas por la paz).
No obstante, la separación perdura. Están las cosas que pueden exponerse y están las cosas que suelen preservarse; y de ahí también que se sienta un escamoteo cuando algo de la esfera pública se retacea o se esconde, y se sienta una especie de irrupción cuando algo de la esfera privada se exhibe. Lo que hace Charly García con esa frase de “Los dinosaurios” es jugar entre esos dos planos. Es ocuparse de esas figuras siniestras del poder represivo del Estado, para sugerir la posibilidad de asomarse a la intimidad de sus camas.¿Voyeurismo? Claro que no, pues si algo haríamos, en un caso así, es cerrar inmediatamente los ojos. ¿Psicologismo? Diría que tampoco, porque no se trata de indagar en lo subjetivo para explicar conductas o temperamentos. Se trata de otra cosa, atinada, muy certera. De algo así como la intuición de que algo tremendamente oscuro, retorcido, perturbado hasta lo macabro, en el ejercicio del poder político, ha de tener un correlato (no una conexión de causa-efecto, sino una resonancia) en una relación no menos oscura, retorcida, perturbada hasta lo macabro, en la esfera de la sexualidad. Nada del orden de la norma o del desvío, por supuesto, sino de una dificultad intrínseca, si es que no directamente un impedimento, para relacionarse con la libertad de los cuerpos, con el deseo, con el placer, con el disfrute.
Los impedidos, los retorcidos, los perturbados por el placer llegan a ponerse especialmente violentos ante la sola existencia de una cierta celebración del disfrute; y la soltura de los cuerpos, apenas se manifiesta, los pone torvos, los apabulla, los mortifica. Inquieta su visión del mundo, tan hecha de dureza y pragmatismo; molesta su visión de los vínculos, tan hecha de dominio y de sometimiento.
Hay algo ahí que los pone mal. Algo que va de una Raffaella Carrá, si pensamos en aquellos tiempos, hasta una Lali Espósito, si queremos pensarlo ahora.
Martín Kohan
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