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King Crimson - Islands (30th Anniversary) (1971 - 2000)

#Músicaparaelencierro. Siguiendo con una semana a puro Rey Carmesí, otro aportazo del LightbulbSun con otro disco de King Crimson, el último disco con Peter Sinfield y siendo un registro tremendamente expresivo, cosa que la banda ya nos había demostrado a pesar de los constantes cambios de personal alrededor de Robert Fripp, desplegando una originalidad y a la vez variantes que nos hacen pensar que desde su debut hasta este disco solo hayan pasado 2 años de distancia, que resultaban ser una eternidad. Tanto camino andado en tan poco tiempo, donde hubieron transformaciones musicales asombrosas, y hoy lo estamos revisando y revisitando gracias a LightbulbSun. Esta revisión de la discografía de King Crimson seguirá, mientras tanto, aquí tienen para su disfrute, a gozar a puro King Crimson!.

Artista: King Crimson
Álbum: Islands
Año: 1971 - 2000
Género: Progresivo ecléctico
Nacionalidad: Inglaterra



Relajante, hermoso, memorativo, cálido trabajo donde la nueva versión crimsoniana crea un sofisticado álbum conceptual con recuerdos e imaginería marina, concretamente de las Islas Baleares, a través de canciones que mezclan rock, música clásica y jazz. En un estilo muy King Crimson, por supuesto...
Islands es el cuarto álbum de la banda inglesa de rock progresivo King Crimson, publicado en 1971.
Es el último álbum de estudio de la banda antes de sumergirse en la trilogía conformada por Larks' Tongues in Aspic, Starless and Bible Black y Red, y el último con la colaboración del letrista Peter Sinfield y con el clásico sonido sinfónico de la formación.
La marcha después de la grabación de Lizard del bajista y vocalista Gordon Haskell hizo que Robert Fripp tuviese que incluir a Boz Burrell. Como éste no sabía tocar el bajo, Fripp tuvo que enseñarle a hacer las dos cosas a la vez y poder sustituir así a Haskell.
En un principio, la portada del álbum no traía ni el nombre de la banda ni el del disco, que fueron incluidos en posteriores ediciones.
La película Formentera Lady, del realizador Pau Durà, toma su título de la canción del mismo nombre de este disco.
Wikipedia


Y aquí tenemos el comentario del Mago Alberto, hablando de una nueva versión (hablando de la remasterización que realizó Steven Wilson y Fripp) de este disco junto con la versión original de un clásico de todos los tiempos.

Continuando con las obras maestras de Fripp y compañía, llegamos al cuarto album, "Islands" un disco, repleto de buenos momentos, y que encierra como gema en un cofre, a una de las canciones más emocionantes de toda la discografía de King Crimson, "Sailor Tales", sencillamente orgásmica, una genialidad que solo pudo haber pasado por el entramado neuronal del enano maldito, pero como curiosidad técnica, si bien Fripp y Wilson trabajaron sobre matices que modernizaron el sonido de todo el disco, es precisamente en "Sailor...", luego del increible solo arpegiado de Fripp, y justo donde explota el mellotron, en el minuto 4,30 (aproximadamente), los muchachos en un momento quizás de ingenuidad decidieron comprimir dicho estampido mellotrónico, quitándole quizás uno de los momentos más terribles del disco, pero que es compensado con el agregado, como bonus, de la edición del vinilo original. Pero una cosa no quita la otra, porque todo el material con la nueva mezcla y masterización cumple con creces las espectativas. Y bueno,nadie es perfecto.
"Islands" es el comienzo de un vuelo estratosférico, algo así como el primer intento de salir hacia el espacio exterior, y comenzar por dar unas vueltas al globo terráqueo, vuelo que continuaría en "Larks..." pero eso es otra historia.
Acá hay buenos solos de saxos, coros asperos, mucha guitarra penetrante, y hasta una pieza clásica, sacada totalmente de los parámetros del género, rompiendo hasta la métrica de los compases, otra genialidad que solo se les pudo ocurrir a la cofradía crimsoniana. Y como antecedente de todo lo que vino después el enano fue el primero en incorporar un mini track oculto en el final del disco, hasta en eso fue un innovador.
"Islands" fue y será un clásico dentro de la extensa discografía de King Crimson, y hago la mención tanto para el track como para el título del disco, conmovedor con mayúsculas, basta detenerse a escuchar el solo de trompeta para internarse en laberintos oníricos, repletos de sensaciones e imágenes.
Otra formación, otro álbum, otro peldaño hacia la cúspide de la pirámide. Imposible abstraerse de esta obra genial.

Mago Alberto

 

Información del disco:

Si hablamos de discos que tienen menos atención o reconocimiento que el que merecen, sin dudas "Islands" es uno de ellos, y es curioso, porque si hablamos de bandas que tienen menos reconocimiento del que merecen, sin dudas también King Crimson es una de ellas.
King Crimson es la agrupación de música progresiva más "legendaria" dentro del grupo de bandas "clásicas" del género. Con constantes cambios de formaciones, estilos musicales, influencias y demás, el señor, el cerebro, Robert Fripp siempre se las ha ingeniado para dejarnos boquiabiertos. La formación de la banda para este disco venía arrastrando muchos cambios, y tampoco duraría mucho, aún así les alcanzó para sacar este discazo. Resaltan además de Fripp en la guitarra y composición, Burrel en el bajo y en las voces, la batería jazzera de Wallace y las grandes apariciones de Collins en flautas, saxos y mellotron.Además, es un disco representativo porque es el último de la banda con Peter Sinfield como letrista.
Para esta etapa de la vida del Rey Carmesí, con más cambios de músicos que cualquier otra banda que recuerde, ya nos había mostrado Robert Fripp la originalidad y las variantes por las que nos podía llevar, es dificil pensar que desde el "in the court of the crimson king" hasta este disco solo haya 2 años de distancia. Tanto camino andado en tan poco tiempo, porque en esos 2 años hubieron transformaciones musicales asombrosas, siempre bajo la mirada vanguardista de Fripp, por supuesto.


Puntualmente "Islands" tiene una buena conexión con su época. Estamos hablando de fines de 1971, la escena progresiva estaba en ascenso y las bandas, incluyendo a Crimson, estaban incorporando y prestandole mucha atención al efervescente moviemiento jazzero que se estaba gestando. Para estos momentos Miles Davis había dado posiblemente el giro estilístico más importante que había tenido el Jazz con "In a silent Way" y "Bitches Brew" en 1969 y 1970, estos discos que revolucionaron el mundo musical y los primeros de la Mahavishnu Orchestra e incluso Weather Report son una influencia clara e importante para este disco.
"Islands" es de lo más jazzero de King Crimson, con una buena cuota de experimentación y vanguardia. Otro elemento importante, la influencia de la música clásica o académica, patente notoriamente en "Song of the gulls". Esta suma de elementos, con la peculiar forma de experimentar con la música de Fripp y las letras de Seinfield termina conformando unsonido sutil, etereo e introspectivo, bañado de Jazz, música clásica y experimentación.
No es el disco que entra más fácil al oído, "Red" es mucho más indicado para eso, pero este disco, para mi totalmente único, resalta por los detalles, por los contrastes entre pasajes, por la influencia jazzera, es un disco que merece varias escuchas atentas para poder exprimir lo mejor de el.



Desde los primeros fraseos que suenan en "Formentera Lady", con espacios sonoros oscuros y abiertos, llenos de cuerdas y vientos nos muestran que el sonido que expondrán en el disco es distinto a lo que Crimson venía haciendo (y a lo que va a hacer después). Saltan a la vista las influencias del jazz fusión que para entonces estaba recién en proceso de formación.
Burrel es buen cantante y desde el bajo se limita a aportar poco, lo justo y necesario, con algunos riff como en "Sailor's Tale" excelentes. Ese tema, instrumental, es más experimental, con marcadas síncopas de bajo y batería a los galopes, a su vez es más cambiante, rítmicamente tiene 2 partes bien difernciadas, en la primera más enérgica predominan los solos de vientos y la batería, en la segunda un solo de guitarra experimental de Fripp sobre un buen riff de bajo y un Mellotron que va en crescendo.
"The Letters" muestra que Boz Burrel tenía una muy buena voz, es un tema corto pero bien armado, con mucho contraste entre la parte cantada con algún que otro arpegio y mucho silencio, y la siguiente donde explotan las guitarras de Fripp y los saxos de Collins.
"Ladies of the Road", al margen de la letra que fue acusada de misógina, es más rockera ( más bien "Jazz rockera".), tiene ritmo marcado, pero sin dejar de ser experimental, es la canción que más fácil entra al oído del disco.
Después, como preludio al gran cierre del disco tenemos a "Prelude: Song of the Gulls" que es música clásica(o académica) en estado puro. 100% música docta. Gobernada por Violines, flautas, Mellotron, guitaras llevando el ritmo, es muy especial, dulce y nostálgica a la vez.
Para el cierre está el plato fuerte, la épica "Islands", imposible que diga algo de esta canción desde una mirada objetiva, simplemente porque me encanta. Cuenta con una letra bellísima y un paisaje sonoro triste, melancólico y a la vez dulce. Excepcional, junto a "Starless" mi canción favorita de la banda, es realmente única, Crimson jamas había sonado ni volverá a sonar como en esos 11 minutos, con profundidad, delicadeza jazz y destellos de música clásica. La trompeta con influencias de Miles Davis, las melodías vocales, el piano y el Mellotron, sumados a la letra, filosófica y melancólica de Sinfield realmente emocionan, hasta las lágrimas.


"Earth, stream and tree encircled by sea Waves sweep the sand from my island. My sunsets fade. Field and glade wait only for rain Grain after grain love erodes my High weathered walls which fend off the tide Cradle the wind to my island. Gaunt granite climbs where gulls wheel and glide Mournfully glide o'er my island. My dawn bride's veil, damp and pale, Dissolves in the sun. Love's web is spun - cats prowl, mice run Wreathe snatch-hand briars where owls know my eyes Violet skies Touch my island, Touch me. Beneath the wind turned wave Infinite peace Islands join hands 'Neathe heaven's sea. Dark harbour quays like fingers of stone Hungrily reach from my island. Clutch sailor's words - pearls and gourds Are strewn on my shore. Equal in love, bound in circles. Earth, stream and tree return to the sea Waves sweep sand from my island, from me."








Otro disco plagado de imaginativas estructuras, donde el estilo krimsoniano ya estaba alcanzando su punto máximo. Un álbum iniciado por la etérea "Formentera Lady", sensible tema con un buen trabajo del saxo de Mel Collins y ululantes coros femeninos de la soprano Paulina Lucas, seguida por la sinuosa pieza de base jazz "Sailor’s Tale" que le Mago se encargó de describir a la perfección, y que es otro punto destacable del disco, al igual que "Ladies Of The Road", una extraordinaria canción de maneras Beatle, el maravilloso clasicismo melódico de la instrumental "Prelude: Song Of The Gulls”"y la emocionante, bella "Islands", justo cierre para un disco de notable calado emocional.
Y mucho se ha escrito y se escribirá sobre este disco, así que es pedo que gaste mi precioso tiempo en contarles lo que ya saben. Les dejo aquí algunas de los tantos comentarios sobre este disco...


Lizard, el tercer elepé de King Crimson, dejó tras de si una estela de malas críticas y la partida del vocalista/bajista Gordon Haskell, quien nunca terminó de acoplarse al sistema de trabajo del siempre dictatorial Robert Fripp. El sustituto de Haskell, Boz Burrell, tenía más facultades vocales pero no sabía tocar el bajo, por lo que Fripp tuvo que enseñarle. Ya con Burrell plenamente amoldado, la banda al completo procedió a grabar el que sería el último disco con la participación del letrista Peter Sinfield: Islands. Sus diferencias con Fripp eran crecientes, así como su necesidad de vías de expresión ajenas al grupo. Esto se vería reflejado en su disco solista titulado Still.
Con seis temas inéditos, King Crimson entró a los Command Studios de Piccadilly (Londres) para la grabación de Islands en octubre de 1971. No fue una sorpresa que se hicieran eternas las sesiones para grabar las lineas de bajo de Boz, pero de resto las jornadas de trabajo fluyeron bajo el puño de hierro de Fripp. Cada uno de los cortes enlatados superaban con creces a los de Lizard, con un pluriempleado Mel Collins en estado de gracia (no en vano dijo Robert Fripp en una entrevista que los mejores músicos con los que trabajó fueron Mel Collins y Michael Giles). También es de destacar a dos secundarios de lujo, que aportaban mucho al producto final: Keith Tippett al piano y Marc Charig a la corneta. La canción The Letters tenía su base en Why Don't You Just Drop In, un viejo tema de la banda-madre Giles, Giles & Fripp. Prelude: Song Of The Gulls también tenía su génesis en una canción antigua de GG&F: Suite No. 1. En la primera edición del elepé se incluiría una track oculto, al final de la canción Islands.
Islands finalmente se publicó el 3 de diciembre de 1971, presentando una enigmática portada con la fotografía de la nebulosa Trífida, sin incluir el nombre del grupo o del disco, lo cual se corregiría en ediciones posteriores. El álbum obtendría críticas entusiastas, siendo considerado con el tiempo en una de las obras maestras de King Crimson. Después del lanzamiento de Islands y su posterior gira (que daría de sí el disco en vivo Earthbound de 1972) Robert Fripp disolvería el grupo ante la sorpresa generalizada. La siguiente encarnación de King Crimson, con Fripp, Wetton, Cross, Brufford y Muir, estaría más orientada al jazz rock y sería la encargada de producir la sublime trilogía de Larks' Tongues In Aspic, Starless And Bible Black y Red.
Ricardo Portmán


Después del duro azote por parte de crítica y público hacia el infravalorado Lizard, King Crimson se desmoronó y bajista, batería y cantante se fueron del grupo; pero Robert Fripp, indiscutible líder de la banda, lejos estuvo de deshacerla, así que tras incorporar a dos nuevos miembros, Ian Wallace a la batería (propuesto por el teclista de EL&P y amigo de Fripp, Keith Emerson) y Boz Burrell como vocalista y bajista (quien después del disco se uniría a la superbanda Bad Company) el coloso creador del rock sinfónico se volvería a poner manos a la obra para traernos, esta vez, su álbum más tranquilo y relajante, dejando atrás tanto la potencia y energía de los dos primeros álbumes como el vanguardismo y la complejidad del tercero.
El disco abre con “Formentera Lady”, una pausada balada muy bien acompañada por flautas y violines. Tras ella viene la jam que el grupo incluía en casi cada disco, en este caso “Sailor’s Tale”, que pese a resultar algo indigerible, tiene algunos momentos donde la guitarra y el bajo realmente consiguen dar caña; a ésta le sigue “The Letters”, un tema que comienza con una suave melodía que transmite la tensión de que pronto estallará, y estalla, y luego vuelve a tranquilizarse, pero solo para poder volver a estallar…y así durante toda la canción con un jugueteo jazzístico con los decibelios bien logrado.
La segunda mitad del disco comienza con “Ladies on the Road” tema en el que Fripp parece haberse acompañado de John Lennon y Paul McCartney por el beatlelesco estribillo; “Prelude: Song of the Gulls, es una muy amena composición de música clásica hecha con instrumentos de cuerdas y un oboe, que servirá para introducir a la gran joya del disco “Islands” una balada muy suave y melódica con unos soberbios solos por parte de Mel Collins de saxofón y trompeta.
Mauricio G.


El mar. El gran misterio azul que esconde tantos secretos. Su inmensidad y la lejanía. El anhelo del hombre inquieto, del aventurero. El afán por hallar nuevas rutas, hallazgos, emociones nuevas. Por descubrir un algo desconocido que hagamos nuestro y nos haga mejores. La percepción de un mundo mejor al nuestro escondido en la distancia. Y la mirada de águila del viajero, que escudriña el horizonte con el deseo de aprender, con la curiosidad científica del astrónomo que observa el universo a través de un telescopio.
El navegante pensativo, que no se conforma con lo que tiene ni con lo que conoce. Que necesita llegar más allá, y observa descontento el vacío, el infinito lleno de olas. Llámese Ulises, Marco Polo, Cristóbal Colón, o Robert Fripp. Al naviero Fripp, almirante de la fragata King Crimson, no le vale con haber conquistado la Atlántida de sonidos convulsos y plácidos a la vez de la Corte del Rey Carmesí. No le llena haber colonizado la isla de Poseidón, ni haber elevado un puente que conecta las nuevas posesiones de su majestad con la península del Lagarto.
Mira al cielo. A la nebulosa trífida de Sagitario, y recuerda esa historia que leyó en su juventud, sobre unos monjes que en su monasterio observaron, una noche hace mil años, cómo de la luna se desprendían unas partículas que originaban nuevas estrellas en el cielo.
Rememora los días de su formación, y como hijo que es de una tierra que ha dado al mundo grandes poetas, evoca la metáfora de las estrellas, islas esparcidas por el cielo, y piensa que el mar no es sólo un manto azul de misterio. Es el terreno en el que se han librado grandes batallas. Es materia de heroicas leyendas. Es el símbolo del tránsito a memorables odiseas.
Fripp es un erudito que ha optado por ganarse la vida como rockero. Ello le ha hecho tratar con pipas, road managers, fans, consumidores de hojas verdes que no proceden de laureles de mansiones victorianas. Tipos duros que también han recorrido los cinco continentes, que afinan instrumentos y montan escenarios cada día, que lucen tatuajes y perforaciones por todo el cuerpo. Y él recuerda que nadie ha lucido sus ilustraciones y los aros de zíngaro colgando de narices y orejas con tanto orgullo como los lobos de mar que siglos atrás bordearon los Cabos de Hornos y Buena Esperanza, límites del mundo conocido, puntos en los que lindaban los embravecidos océanos, mares agitados por el resoplido de las ballenas, el kraken, y demás criaturas ancestrales.
El miope Robert Fripp visita una biblioteca. Se rodea de libros, palpa con sus dedos los relieves de sus portadas, ilustradas con sextantes, astrolabios y brújulas, y mezcla los recuerdos con las experiencias vividas en las Islas Baleares, estrellas terrestres que brillan bajo el azul del cielo, paraísos llenos de vida perfilados por rocosos acantilados contra los que quiebran las olas, por calas bañadas por las cristalinas aguas del Mediterráneo, y puntos de encuentro de muchos artistas británicos en busca de sol, noches largas y cálidas, unos cuantos canutos e inspiración en aquellos primeros años de la década de los setenta.
Se acuerda de la diminuta y remota isla de Menorca, casi tan cercana a la bota de Italia como a la Piel de Toro que es la Península Ibérica. Menorca, donde Horacio Nelson, un marino británico como él, doscientos años atrás habitó ese trocito de tierra y se encandiló de la perversa Lady Hamilton.
De la isla mayor, llamada precisamente Mallorca, que ofrece al estudioso Fripp la posibilidad de disfrutar el desenfreno del carácter latino, y la alegría de unas gentes que viven bajo un cielo soleado la mayor parte del tiempo, sin renunciar al recogimiento de abadías secretas a las que se llega por carreteras montañosas, monasterios donde las cúpulas y las agujas de las torres se confunden con la frondosa vegetación, pueblos donde maestros en el arte que domina Fripp, como fue el compositor Frederic Chopin, escogieron llevar una vida retirada.
Y recuerda Ibiza. Ha comprobado que las historias que se cuentan de Ibiza y su bohemia son ciertas. Que allí el aire limpio se mezcla con el aroma de las sustancias estimulantes que se consumen, despreocupadamente, en la naturaleza. Pero más que en Ibiza piensa en Formentera. En esa islita a la que hay que llegar en barcaza, en la que no debería morar nadie. Sólo esporádicos, ociosos asentamientos donde se fuma en cachimba y se recorren a pie las playas “como Dios nos trajo al mundo”. Aún hoy, viajas en avión y Formentera parece un trocito de tierra desprendido de Ibiza, paradisíaco, minúsculo, inhabitado. La Isla Pitiusa, la llaman los ibicencos. Hay que tener mucho estilo para abrir un disco dedicando una canción a una “Dama de Formentera”.
Fripp mira a través de la ventana de la biblioteca, del estudio, de su ático en Londres, del local de ensayo. Piensa una vez más en historias de viajes, de extraordinarias odiseas. Se coloca un pañuelo sobre su escuálido cuello, y se cita en Hyde Park con sus colegas.
El cuarto trabajo del Rey Carmesí se titulará “Islands”, y, literalmente, ha de hacer que el oyente sienta cómo la brisa del mar corta su cara y abrasa sus mejillas mientras lo escucha. Ha de oler a sal, sonar como el crujido de la madera, cubierta de lapas y otros moluscos, de una fragata, llegar a tierras vírgenes, transitar senderos sonoros aún no apreciados por el oído humano. Ni siquiera por los sentidos visionarios de un genio como Mr Fripp.
“In the Court of the Crimson King” es legendario. “Lizard” fue un hito que ensambló el free jazz con el rock progresivo. Los viajes posteriores junto a lugartenientes nuevos como Brufford, Wetton, Cross, Belew y Levin, procedentes de escuelas navales diferentes, permitieron al Rey seguir conquistando plazas y ampliando los límites de su territorio, pero la mayor de las conquistas, la que sentó las bases de ese Imperio creativo sobre el que jamás se ponía el sol en la mente de Robert Fripp, es este fabuloso, inolvidable “Islands”, el disco de King Crimson en 1971.
Obras maestras, por suerte, hay más de las que creemos. Verdaderos faros que iluminan la senda de la perfección ya no hay tantos.
“Islands”, repito, huele a mar. A cartas de navegación y a relatos de marineros en lugares misteriosos, alejados y perdidos.
Sólo en esos acordes de cuerda que abren el disco, en esos sonidos graves de contrabajo, se puede sentir el viento arqueando las velas de un galeón. En la cubierta, la tripulación presenta armas. Fripp contó para la travesía con el cantante/bajista Boz Burrell, el batería Ian Wallace, su habitual colaborador el letrista Peter Sinfield, y el también ya veterano –para lo que solían durar los miembros en King Crimson- Mel Collins, que tocó la flauta y el saxofón, y apoyó a Burrell en las tareas vocales.
En determinadas escalas a lo largo del trayecto la tripulación aumentó, destacando en ese sentido las intervenciones de Keith Tippett al piano, y de dos músicos llamados Mark Charig y Robin Miller, que contribuyeron con sus instrumentos de viento a crear las impresionantes atmósferas que transitan y enriquecen esta obra de arte.
El arco que se desliza por las cuatro cuerdas al inicio de “Formentera Lady” parece trazar una bóveda, el encuadre de un paisaje onírico. Son unas notas abiertas, espectrales. El arco se recrea, se resiste a ceder protagonismo a los demás instrumentos, disfruta su momento durante casi todo el primer minuto de este disco, hasta que la flauta y el piano intervienen y comienzan a cruzarse y a trazar dibujos, como nubes bajo la bóveda imaginaria.
Y dentro de ese paisaje irreal, un aturdido Boz Burrell comienza a cantar, como si estuviera envuelto en el humo de un fumadero de opio, las dos primeras estrofas escritas por Sinfield.
Habla de recuerdos, de un muro de piedra castigado por el sol recorrido por lagartos, del frescor de la sombra de una higuera. De un camino polvoriento lindado por cactus, pinos y extrañas plantas aromáticas. Las impresiones del paisaje mediterráneo en la retina del inglés Sinfield, habituado a climas más fríos y a cielos más oscuros, en boca del cantante Boz Burrell, que parece musitar con esa voz, poética y grave, tumbado en el catre y envuelto en humo, al fondo de ese antro donde se consume tanto opio como gotas de agua hay en el mar.
El piano y la flauta sustentan este primer acto hasta que, pasado el tercer minuto, Burrell se nos duerme y comienza a soñar. Dos percutantes notas de bajo marcan la entrada al mundo de los sueños, del que ya no saldremos durante toda la canción. El viaje hacia las Islas, a través del océano, ha comenzado. La incesante pulsación sobre las cuatro cuerdas traza una senda, un ritmo dentro del cual la corneta y el oboe van a crear una melodía oriental, enigmática, anticipo de ese mundo desconocido que espera al navegante. Cierras los ojos y casi puedes visualizar la corriente de las aguas, un barco que se adentra en la niebla y desaparece de nuestra vista.
En el puente de mando, el capitán Burrell vuelve a cantar, siguiendo la melodía de los instrumentos de viento. Sea sueño o realidad, ha despertado, y dedica un recuerdo a su dulce amante, la dama de la Isla de Formentera. Un pensamiento le llevará a otro, y mientras canta y la costa desaparece de la vista del vigía, se ve a sí mismo en la piel de legendarios navegantes, y menciona a Ulises y a Circe, la hermosa bruja que entretuvo y sedujo al rey de Ítaca, al héroe de la conquista de Troya, mientras convertía a los tripulantes de su bajel en animales.
El golpeo constante del bajo indica el camino, la percusión lo subraya, y la melodía hace que percibamos un navío que se interna en aguas inhóspitas, en un mundo virgen, lleno de encanto y de peligros, en un clímax similar al que envolvía al capitán Willard en aquel río al este de Vietnam, cerca de la frontera de Camboya, tras el rastro del Coronel Kurtz. La transición, una vez desaparecen las partes cantadas, que se inicia a partir del minuto 5´20, entre un mundo conocido, hasta cierto punto inocente, controlado, y el reino de lo oculto y misterioso que seguirá al barco a partir de ahí, es digna de ser estudiada en todas las escuelas de música durante los próximos siglos. A partir de ese momento, la melodía desaparecerá, sólo el bajo mantendrá la pulsación hasta que acabe el tema, bien metido en su papel de guiar a los viajeros a esa tierra de peligros, como si pudiera hablar y dijera: “Con estas dos notas trazo los límites del recorrido. Ni se os ocurra salir de él”.
Y en ese camino, el resto de instrumentos trazarán disonancias, contrapuntos, líneas de corneta, oboe y saxo demenciales, pellizcos del contrabajo, con la guitarra de Fripp curiosamente ausente –se limita a rasguear unas notas casi monocordes con la guitarra acústica-. Él es el dios Neptuno, él es el Poseidón del título de su segundo disco, dosifica y guarda su talento, se reserva para cuando lleguen los momentos cruciales.
Boz Burrell nos había hablado de Circe, había reconocido en el abrupto oleaje del océano el paraje donde hechizó a Odiseo, y nos advirtió de que el aroma de su perfume “aún se percibe en el aire”. Y por ello, una soprano llamada Paulina Lucas irá apareciendo hasta imponerse con ese canto de sirena que va a reinar en este segundo tramo de canción, y que consigue hipnotizar al oyente. Se trata de un efecto similar al que utilizarían Pink Floyd dos años después en el tema The Great Gig in the Sky, con el protagonismo de la voz femenina entonando hasta el paroxismo una letanía sin letras, si bien la interpretación en esta primera canción de “Islands”, igual en belleza a la del tema que cerraba la cara A del “Dark Side of the Moon”, es superior en contextualización y misterio.
Momentos como este son los que, a buen seguro, enloquecieron siempre a músicos como Steven Wilson, Mikael Akerfeldt, Troy Sanders y Brent Hinds, de Mastodon, Denis “Piggy” D´Amour de Voivod, o Maynard James Keenan y Danny Carey, de Tool.
Arrullados por el canto de las sirenas, Burrell, Sinfield, Fripp y el resto de marineros no son, tal vez, conscientes de que han llegado al reino acuático de las sombras y la desdicha. “Formentera Lady”, una de las mejores canciones jamás escritas, se esfuma en el aire neblinoso y cargado de peligros del aterrador y profundo océano. La percusión marca la línea de salida del siguiente tema, “Sailor´s Tale”, con gran dinamismo. Es sorprendente todo lo que pueden llegar a sugerir unas escobillas golpeadas con frenesí sobre un platillo. El relato del navegante es un instrumental apabullante, vigoroso, con otra entrada memorable del bajo y la batería, y la tormenta de mar representada esta vez por el ataque de todos los músicos, que arremeten uno tras otro en oleadas contra el sufrido cascarón de popa de la nave. Ahí está el harmonium de Fripp, los metales de los artistas invitados, el saxo frenético de Collins, y una sensación general de cataclismo que amenaza con llevar a la nave al fondo del negro abismo. Atención al minuto 1´30.
Momento, pues, de que el Almirante Fripp ejerza de tal y tome el mando. Aprovechando que la tempestad amaina en el 2´27, el Jefe se sienta, mira al mar agitado y toma su guitarra, ejecutando un crujiente solo. Cada nota parece un golpe de timón que ha de llevar al barco a un lugar seguro. El peligro, no obstante, acecha. El trabajo a la percusión de Ian Wallace es de locura, y bajo el punteo de la guitarra repta como una serpiente el mellotrón. Entre el 3´35 y el 3´40 avisa. El virtuoso guitarrista se luce, ignora al reptil y continua. En el 4´17 se escuchan los crujidos, chirriantes, casi dolorosos, de la madera del barco zarandeado por las furiosas olas, y a partir del 4´25 la tempestad arrecia, llegando al culmen en el minuto 6´00, próxima ya la conclusión del tema. Es como si el cielo se abriera de pronto. La guitarra eléctrica de Fripp, eso si, continúa a su aire, retumbando con la potencia de un todo terreno que se hubiera pasado de frenada, hasta que el mellotrón pone punto final.
Ha llegado la noche. El mar recupera la calma. Todo es negrura, soledad silenciosa y frío. La sombra cubre la castigada arboladura del palo mayor, los mástiles mutilados por la tormenta. Será momento de evaluar los daños cuando amanezca, pero ahora, a la luz de un fanal en cubierta, en ese punto alejado de todo, en mitad de la nada, uno de los marinos se deja la vista sobre un par de cartas. Sobre “The Letters”. Este hombre, en tierra firme, engañó a su esposa. Ella descubrió el ardid al recibir una carta, “escrita con pluma de plata”, por parte de la amante del marido, que anunciaba con crueldad a la mujer traicionada que “la semilla de tu hombre alimentó mi carne”. La mujer engañada se quitó la vida y escribió a su vez al marido: “No necesito vivir para servir a niños u hombres. Lo mío, que fue tuyo, está muerto”.
Poesía espectral la de Sinfield, desgarradora y oscura como debían ser los pensamientos de Varg Vikernes en la celda mientras escribía la música de “Daudi Baldrs”, “The Letters” se inicia con una apagadísima instrumentación, que sugiere la triste y helada media noche en un barco en mitad del océano. Burrell canta las dos primeras estrofas con sobrecogedora suavidad, y de golpe estalla otro crescendo musical ¿El tormento del alma cargada de remordimiento del hombre adúltero, que se hizo a la mar para purgar sus penas? Bajada de tensión con un tenue solo de saxo, al estilo de los momentos más jazzísticos del anterior álbum “Lizard”, y la tercera estrofa cantada, esta vez con rabia, ilustrando la decisión tomada por la mujer suicida.
La cuarta estrofa contiene las palabras de despedida al marido, y Burrell las entona a capella, como si sonaran únicamente en el cerebro, en la conciencia de ese navegante que a lo largo del día ha visto cómo la nave comandada por el almirante Fripp ha rebasado los confines del mundo conocido, se ha internado en una vorágine de peligro, y ha superado la prueba. Llegada la noche, hace balance de lo que ha sido su vida, de los graves errores cometidos, mientras el resto de la tripulación descansa.
Zoom, el campo de acción que se amplía, panorámica del océano envuelto en tinieblas, la luz del fanal en la cubierta que se apaga, y fin del primer acto. Los espectadores han sido sometidos a una intensa experiencia auditiva, y se retiran por un breve espacio de tiempo.
El que empleamos en dar la vuelta al viejo vinilo. Como si de un nuevo mundo se tratara, la antigua cara B del original comenzaba con “Ladies of the Road”, el tema más “terrenal” de “Islands”. Con cierta base bluesy, protagonismo solista de Mel Collins y de Fripp, que se marcan un entretenido duelo guitarra-saxofón, y unas armonías vocales casi femeninas en la mitad que aportan un pequeño toque pop sixties, en esta canción el letrista Sinfield se nos pone cock-rocker y dedica unos versos a las chicas del camino, las groupies, vaya. Sorprendente el juego de palabras hacia el final, cuando describe una felación diciendo de la “lady” en cuestión: “Se comió todo lo que le dí/y se regodeó con el sabor/ a raspa de pescado con marrón glacé”.
Como le dijo Smithers a Monty Burns: Marineros y mujeres no hacen buena combinación.
“Prelude: Song of the Gulls”, es un entreacto sin voz que por sí solo serviría para explicar al neófito lo que fue el Rock Sinfónico inglés de la década de los setenta. Ninguno de los principales exponentes del género grabó jamás una pieza tan cercana a la música clásica. Con un par, el otras veces histriónico Fripp, el vanguardista heterodoxo alejado de las formas clasicistas, el hombre que rompió con su estilo abruptamente repetidas veces a lo largo de su posterior trayectoria, tiró de instrumentos de cuerda y se marcó estos cuatro minutos de música de cámara, irreproducibles en el directo, pero llenos de magia y de encanto.
Es la penúltima pieza, la que precede a la homónima “Islands”. Retomamos la travesía del galeón que surcó las mismas aguas que Ulises, que sucumbió a los cantos de las sirenas. El marido infiel que levó anclas para enterrar en el mar sus recuerdos ha despertado, animado por el horizonte despejado del nuevo día. La nave presenta un perfil deplorable, es un milagro que se mantenga a flote. Pero toda la tripulación parece haber sobrevivido. La tempestad ha quedado atrás, y el barco navega hacia aguas tranquilas. “Islands”, la canción, muestra al navegante que, con extrema placidez, con el orgullo de haber cumplido un objetivo, evoca la odisea que fue el viaje, con todos sus peligros y su grandeza.
El piano juguetea y toca música de salón, como si de golpe hubiéramos recorrido miles de kilómetros de distancia en el tiempo y en el espacio, y estuviéramos recogidos, sentados frente a la chimenea. El oboe y la corneta recuerdan aquellas experiencias –otro instante sublime, el 3´11, y van ya ni se sabe cuántos-, y los versos de Sinfield –“Tierra, arroyo y árboles rodeados de agua/Las olas despejan la arena de mi isla”-, inciden en esa sensación del aventurero que repasa su vida, y se enorgullece de haber emprendido un día la arriesgada travesía.
A partir del 6´07 la instrumentación construye un tramo musical radiante, donde se transmite al oyente ese sentimiento de triunfo, de haber dado con el final del camino. De poder morir tranquilos. La música se desvanece. Pensamos que el disco ha terminado ¿Ha ocurrido en realidad, o el bueno de Boz Burrell no ha salido del fumadero de opio en el que se quedó dormido mientras entonaba las primeras líneas de “Formentera Lady”?
Sea como fuere, de la nada se escucha un murmullo, y tenemos la sensación de despertar del sueño en mitad de un teatro, frente a la tarima. Sobre ella, los músicos de la orquesta afinan y prueban los instrumentos. Va a dar comienzo la función. Una nueva función.
En menos de cuarenta y cinco minutos hemos viajado a través del espacio y del tiempo. Hemos surcado los mares y puesto en peligro nuestras vidas. Hemos soñado y hemos vivido. Nos hemos enfrentado a recuerdos que nos avergüenzan y a gestas de las que presumimos. Y todo ello de la mano de un pequeño grupo de músicos. De la corte del Rey Carmesí, en una de sus primeras encarnaciones.
La tripulación continuó surcando el universo durante 1972. De la gira de “Islands” se publicó un disco sencillo en directo llamado “Earthbound”, y en 2002 Fripp autorizó la edición de un doble Cd en directo de aquella gira, llamado “Ladies of the Road”, que incluía, junto a furiosas lecturas de temas de los tres primeros lps, la puesta en escena de “The Letters”, “Formentera Lady” y “Sailor´s Tale”.
Finalizado el tour, Fripp cerró el catalejo y guardó bajo llave las cartas de navegación. El astrolabio y la brújula debieron ser cedidos al museo naval británico, en el barrio marinero de Greenwich, al sur de Londres, y para su siguiente odisea, el Ulises del Rock Progresivo buscó a nuevos compañeros de viaje. “Lark´s Tongues in Aspic”, “Starless and Bible Black” y “Red” estaban a la vuelta de la esquina, en otra gloriosa página de las memorias de este inquieto navegante.
Pero ninguna travesía ha alcanzado las cotas de talento, la magia y el arte encerrados en “Islands”. Cinco cuernos como los cinco continentes del mundo conocido, y si alguien se atreve a cuestionarlos, le atamos al palo mayor.
El Marqués


Desde su creación en noviembre de 1968, King Crimson se ha mantenido como la más sólida y vanguardista propuesta musical dentro del progrock. Su más reciente álbum en vivo, Radical Action to Unseat the Hold of Monkey Mind (2016), es la más desafiante provocación a la contemporaneidad del rock.
Hoy, recordamos Islands, su cuarto trabajo discográfico que cumplió 45 años de haber sido lanzado al mercado el pasado 3 de diciembre. Fue, en su momento, un influyente álbum entre esa élite de melómanos proclives al progrock. Si bien King Crimson había tenido que batallar la excelencia de un primer álbum sobradamente exitoso en todos los aspectos como fue In the Court of the Crimson King (1969), incluso comparado con los estándares actuales, Islands representa, en mi opinión, el más oscuro episodio de la banda durante esa prolífica década, entendiendo el término como un elogio. Su enigmático y pesado sonido tras una lírica poéticamente bien delineada por el genio de Peter Sinfield, nos garantizó un King Crimson que se deslindaba agigantadamente de las fórmulas convencionales del rock. Muy atractivo para quienes buscábamos ese mismo camino.
La portada presenta una foto de la Nebulosa Trífida en la constelación de Sagitario. La espacial imagen de esta ‘división en tres lóbulos’ pareciera decirnos sobre la amplitud musical que encierra esta cubierta, aunque la versión de la edición canadiense y estadounidense presentan un dibujo de Peter Sinfield donde destacan, al desplegarlas, tres islas. La espacial visión es subyugante y no deja espacio para más que el título y el nombre de la banda ausentes incluso en las versiones mini LP y otras reediciones.
La divina mezcla de modos y formas del jazz, la música clásica y el rock que por años caracterizó a bandas como ELP, Genesis y Yes, tenía en King Crimson un sonido más propio del callejón de atrás. Las primeras notas del contrabajo de Harry Miller y la flauta de Mel Collins en “Formentera Lady” son una clara evidencia. El primero empleando el arco y el segundo revoloteando el aire antes de encontrarnos con la oblicua voz de Boz Burrell, mientras Keith Tippett frasea con toda libertad sobre el piano y le escuchamos mientras Boz articula versos como “casas heladas en caliza vigilan el pálido horizonte costero”. La marcada rítmica de Ian Wallace y el saxo, también de Collins, tienen una crudeza espectacular donde se cuelan fantasmales imágenes que nos hechizan con el bien logrado efecto de canto de sirena en la voz de la soprano Paulina Lucas. Es el preámbulo al cuento del marinero, “Sailor’s Tale”, donde los platillos de Wallace y el bajo de Burrell van marcando el ritmo sobre el cual Collins dibuja frases con un saxo en total libertad expresiva.
El Rey Carmesí (Robert Fripp) es prudente en su intervención y siempre lo ha dicho “soy el mínimo común denominador en King Crimson” aunque acá despliega sus habilidades con igual libertad como guitarrista y también como ejecutante del mellotrón, instrumento muy usado también por Genesis y Moody Blues y cuyo sonido en parte definió una era.
Fripp inicia el tercer tema basando la armonía en la composición “Why Don’t You Just Drop In” del seminal álbum The Brondesbury Tapes de Giles, Giles and Fripp del año 1967, trío que rápidamente se convertiría en King Crimson con la adición de Greg Lake e Ian McDonald y el poeta Peter Sinfield. Titulada “The Letters”, esta canción inicia con una dulce y cuasi misteriosa guitarra eléctrica al tiempo que Boz dibuja una primera escena plasmada en esta estrofa:
“Con pluma y cuchillo de plata
Ella talló una pluma venenosa
Escribió a la esposa de su amante:
“La simiente de tu marido ha
alimentado mi carne”

Tras una segunda estrofa, la banda estalla en un caos sonoro que en poco tiempo retorna a una relativa calma sobre la cual Collins, Fripp y Wallace intercambian ideas bajo un lenguaje improvisado, ingrediente esencial de la música de King Crimson. En una tercera estrofa Wallace destaca por su histrionismo.
Una de mis favoritas en este legendario álbum es “Ladies of the Road”. El contraste entre el saxo de Mel Collins y las voces es como ir y venir del cielo al purgatorio. Esas damas del camino se revelan en los versos
“Clavadista traductor chino
negro cabello y negro liguero,
dijo: satisfáceme sin rendirte
quiero sentir tu Fender”.

Resulta aún más gratificante al oído experimental, el quinto tema de este álbum titulado “Prelude: Song of the Gulls” o “Preludio: Canción de las gaviotas”, un hermoso instrumental con una sección de cuerdas y el oboe de Robin Miller. Entre pizzicatos y puntuadas frases esta pieza es como una especie de oasis dentro del repertorio porque desgrana la influencia clásica en la agrupación y además por poseer un cierto carácter cinemático, es decir como si se tratara de una banda sonora. Esta composición deriva de “Suite No.1” también del seminal álbum antes mencionado..
El final de este icónico álbum es el tema título. Desde que King Crimson inició su carrera discográfica cada álbum ha tenido un tema a gran escala o sobre los diez minutos. En el primero fue el trío de “Moonchild”, “The Dream” y “The Illusion”. En In The Wake Of Poseidon la suite de “The Devil’s Triangle” y en Lizard y Island el tema título. En un hermoso comienzo que evoca las dramáticas piezas de Peter Hammil, “Island” inicia con la voz de Boz y el piano de Tippett a los que se les une la flauta baja de Collins creando una atmósfera de nostalgia. La corneta de Mark Charing acentúa esa nostalgia mientras oímos:
“Bajo el viento se volvió la ola
Paz infinita
Islas unidas
Bajo el mar del cielo”

La entrada del mellotrón contrasta con la corneta de Charig que nos va llevando hasta desvanecerse. La banda ha incluido en la última sección una serie de sonidos diversos que semejan una obra de arte sonoro y donde podemos escuchar conversaciones y la voz de Fripp dictando pautas.
Islands es un soberbio trabajo musical que si bien no posee la grandiosidad de los tres primeros, es un trabajo que brilla con luz propia situado en el punto medio de la primera etapa de King Crimson. Fripp y compañía abrieron aún más las puertas para otras posibilidades de experimentación sonora que disfrutaríamos en las tres ediciones siguientes Larks’ Tongues in Aspic de 1973 y Starless And Bible Black y Red de 1974, trío que de algún modo representa la cúspide de esa fuerza creadora y liberadora que conocemos como King Crimson y que no es más que el alter ego de Robert Fripp, un pequeño dictador que ha sabido delegar con excelencia sus ideas.
Leonardo Bigott
 



Lista de Temas:
1. Formentera Lady
2. Sailor's Tale
3. The Letters
4. Ladies Of The Road
5. Prelude: Song Of The Gulls
6. Islands
7. Untitled (hidden track, begins one minute after Islands ends)
8. Islands (Studio Run Through With Oboe Prominent)
9. Formentera Lady (Take 2)
10.Sailor's Tale (Alternate Mix/Edit)
11.A Peacemaking Stint Unrolls (Previously Unreleased)
12.The Letters (Rehearsal/Outtake)
13.Ladies Of The Road (Robert Fripp & David Singleton Remix)

Bonus. Original Album.Vinyl Rip
1. Formentera Lady
2. Sailor's Tale
3. The Letters
4. Ladies Of The Road
5. Prelude: Song Of The Gulls
6. Islands

Alineación:
- Robert Fripp / guitar, Mellotron, pedal harmonium (6), effects
- Mel Collins / flute, bass flute (6), saxes, backing vocals
- Raymond "Boz" Burrell / bass, lead vocals
- Ian Wallace / drums, percussion, backing vocals
- Peter Sinfield / lyrics
With:
Paulina Lucas / soprano vocals (1)
Keith Tippet / piano
Robin Miller / oboe
Mark Charig / cornet
Harry Miller / double bass (1,6)







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Sin conexión a Internet: día 7

¿No era que todo lo solucionaba el mercado? Personal, Telecentro y todos los proveedores de la zona de Flores y Floresta, se pueden ir la la reput&$%!@~€|Ç^[!!!. Desde le viernes no tengo conexión a Internet así que hasta que se reestablezca la conexión (increíble en estos tiempos), el blog cabeza tendrá servicios reducidos. Luego volveremos a la locura de siempre y a la que ya seguramente están  acostumbrados...

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"La desobediencia civil es el derecho imprescriptible de todo ciudadano. No puede renunciar a ella sin dejar de ser un hombre".

Gandhi, Tous les hommes sont frères, Gallimard, 1969, p. 235.