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Piazzolla, Pugliese y la Magia en Amsterdam: La Unica Vez que los Maestros Tocaron Juntos “La Yumba” y “Adiós Nonino”

Se conocieron (poco). Se estimaron (mucho). Astor Piazzolla, siempre parco en sus evaluaciones musicales, dijo una vez de Pugliese que su mayor mérito tanguero fue su evolución, porque “aún dentro de una línea más tradicional no se quedó nunca para nada”. Y agregó: “Lo que se mantendrá siempre inalterable es mi aprecio por su persona y mi admiración por el músico”. Osvaldo Pugliese, cuya habitual franqueza lo llevó a decir alguna vez que “hay cosas de este Astor que no entiendo”, no vaciló en reconocer que su talento musical “surgió como un rayo sobre el pentagrama, comunicando al tango una variante revolucionaria que, pueda gustar o no, existe y es digna de admiración”. Se respetaron y se elogiaron cada vez que uno de los dos sacó el nombre del otro del mazo. Y, además, convocaron una legión de adeptos (hinchas, fanáticos, seguidores, llámeselos como se quiera) que los siguieron y los defendieron incondicionalmente, incluso hoy, en un endiosamiento casi conmovedor.


Se grabaron recíprocamente algunos de sus mejores temas. Pugliese lo hizo con “Marrón y Azul”, que Piazzolla escribió para el Quinteto en 1957, “Nonino” (a no confundir con “Adiós Nonino”, la obra cumbre de Astor), “Zum”, “Balada para un Loco” y “Verano Porteño”, estos tres últimos con la histórica orquesta de los años 70 cuya fila de bandoneones integraban Arturo Penón, Daniel Binelli, Raúl Mederos y Juan José Mosalini.
Piazzolla, por su parte, con su Orquesta de Cuerdas registró en 1957 “Negracha”, que con “Malandraca” y “La Yumba”, transformado en el “himno” pugliesiano, formaron un tríptico que marcó una ruptura con el tango tradicional, ya que fue precursor en el compás de la síncopa y del contrapunto, adelantándose no solo a Horacio Salgán sino también al mismo Astor. Diez años después, Piazzolla llevó al disco también “Recuerdo”, la obra inaugural de don Osvaldo.

Muchos de quienes los endiosaron, con toda seguridad, habrán soñado alguna vez con verlos y gozárselos embelesados arriba de un escenario, entrelazando con sus músicos, uno desde el piano, el otro desde el bandoneón, un sutil engranaje polirrítmico, en el despliegue de una inagotable riqueza de recursos y efectos, a veces de casi imperceptible realización.
Y sucedió. Pero no en Buenos Aires, como el enamoramiento de sus admiradores habría deseado, sino en Amsterdam, una noche de verano, en el famoso Teatro Carré de la ensoñadora ciudad holandesa. Ambos maestros habían coincidido allí con sus respectivas formaciones y surgió la idea de juntarse en el Carré y ejecutar algunos de sus temas clásicos. Una iniciativa que se traduciría en un hito incancelable, porque tener tocando sobre el mismo escenario, juntos, a Piazzolla y Pugliese, es un sublime manjar musical que exclusivamente son capaces de saborear los que tienen paladar negro. Y para deslumbrarse en plenitud con estos dos genios era (y es) indispensable poseerlo.




Fue el 29 de junio de 1989, ante el teatro repleto, sobre todo por un público joven, atento y entusiasta. Hay un video que anda dando vueltas por la red que muestra a don Osvaldo impecable en su traje gris oscuro cruzado y con un restallante moñito de color violeta, y a Astor vestido informalmente, con esa camisa negra que en su última época era su vestimenta preferida y descifradora.
La orquesta se desplegó de su manera habitual. Los bandoneonistas eran Roberto Alvarez, Alejandro Prevignano, Fabio Lapinta y Héctor del Curto. A sus espaldas, la línea de violines con Marcelo Prieto, Gabriel Rivas, Diego Lerendegui y Fernando Rodríguez. Sobre el lado izquierdo, el cellista Patricio Villarejo y entre Prieto y el piano de don Osvaldo, se posicionó Guillermo Ferrer con su contrabajo.
Los integrantes del Sexteto se distribuyeron mezclados entre los músicos de Pugliese. Un paso más adelante de la fila de bandoneones, en su posición tradicional, o sea de pie con el instrumento sobre la rodilla derecha, se ubicó Piazzolla, a quien imitó Daniel Binelli, convocado por Astor para la ocasión.. Detrás de los violinistas, quedó el piano destinado a Gerardo Gandini. Y se entremezclaron los otros tres integrantes del Sexteto: José Bragato (cello), Héctor Console (contrabajo) y Horacio Malvicino (guitarra).
Sin decir palabra, y tras agradecer los aplausos con una sonrisa y con una leve inclinación de cabeza, Pugliese dio el vía desde el piano a los compases de “La Yumba”. Y el teatro pareció retumbar al ritmo milonguero y prepotente de los bandoneones, esta vez realzados en sus sonidos con las zapadas vigorosas de Piazzolla y Binelli. La ejecución siguió la orquestación tradicional, a la que Astor pareció adaptarse sin ninguna dificultad, algo que después desmentiría. Y el cierre, como podía esperarse, fue una ovación que hizo temblar hasta los cimientos del Teatro Carré.

Después, de cara a “Adiós Nonino”, llegó la sorpresa. Hasta hoy no se sabe si fue una de las bromas que Piazzolla solía hacer y que formaban parte de su espíritu juguetón. Su ejecutor fue Gandini, que era el pianista del Sexteto. Antes de seguir adelante se hace imprescindible explicar, para quienes no lo sepan, quien era este desmesurado virtuoso, que culminó su carrera musical como director de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires y del Teatro Colón, del que en 2003 fue distinguido como compositor residente. Alumno de Goffredo Perassi y de Alberto Ginastera, profesor de la Facultad de Música de la Universidad Católica Argentina (UCA), falleció el 22 de marzo de 2013.
El periodista Natalio Gorin transcribió en “Piazzolla, a Manera de Memorias”, libro que se ha impuesto como hit mundial, una declaración de Astor en la que habla de la “insuperabilidad” del nivel técnico de Gandini, aunque colocándolo apenas por debajo, en la estructura histórica de sus agrupaciones, de Jaime Gosis. Según Piazzolla, “sólo él (Gandini) era capaz de tocar el piano en el Sexteto”, para admitir: “Le escribí cosas muy difíciles”.

Es probable que una de estas “cosas muy difíciles” haya sido el solo de piano que Astor incluyó como introducción a un nuevo y breve arreglo de “Adiós Nonino” que había preparado especialmente para la velada de Amsterdam y cuya ejecución, “piazzolleada” y de particular complejidad, estaría a cargo de Gandini. Astor era amigo de las bromas pesadas y algún malintencionado podría pensar que escribió ese entroito para hacerle una inocente burla a Pugliese. Pero no hay pruebas de esta intencionalidad, aunque la ejecución de Gandini, un diablo en el teclado, dio en su momento la impresión de una picardía consumada por el talentoso pianista. Al punto que, como escribió alguien, en su pirotécnica explosión pareció estar imitando al anarquista de la Patagonia rebelde.
Lo evidente es que el pobre Pugliese, cuando Gandini puso en marcha desde el piano su catarata aluvional de notas y arpegios, se sintió desconcertado, confundido, casi aturdido. Como habría dicho el mismo Maestro con su lenguaje callejero, “como perro en cancha ‘e bochas”. Basta observar con atención el video que editamos para entender qué grande resultó su desorientación.
Gandini arrancó apenas se acallaron los aplausos con que el público premió la ejecución de “La Yumba” y Pugliese, pocos segundos después del inicio del prólogo, lo empezó a mirar como turbado, las manos inmóviles sobre el teclado e incluso musitando algo por lo bajo que en el video no se entiende. Después, se lo ve
balancearse levemente sobre el banquillo, como queriendo seguir un ritmo que en la ejecución de Gandini no existe.
Piazzolla comienza a ejecutar la parte central de “Adiós Nonino” sonriéndole (¿se había dado cuenta de su embarazo?). Y Pugliese, en determinado momento, no oculta su fastidio y lanza una especie de resoplido, que puede explicarse por el hecho de que todavía no había podido meter siquiera una nota. La sorpresa mayúscula es que, para hacerlo, don Osvaldo no encontró otro expediente que desplegar sobre sus rodillas la partitura con la instrumentación tradicional de Piazzolla, que de tanto en tanto consultaba furtivamente mientras sus manos, casi con timidez, apretaban las teclas y las cámaras, una y otra vez, lo enfocaban impiadosamente.

Terminó como debía ser. O sea con una ovación estruendosa que se prolongó varios minutos, mientras Astor dejaba el bandoneón e iba a buscar a don Osvaldo para, tomándolo de la mano, agradecer los aplausos, al tiempo que eran distribuídos ramos de flores para todos, incluso para su esposa María Concepción, que había subido al escenario.

Poco antes del fatídico 4 de marzo de 1990, cuando un infarto cerebral le tendió la trampa que se lo llevaría para siempre cuatro meses después, Piazzola rememoró aquella velada en Amsterdam con estas palabras: “No hace mucho compartí el escenario con Pugliese; fue en Holanda. Yo escribí un arreglo especial de “Adiós Nonino” y Osvaldo parecía un despistado, no embocaba una nota. Antes yo había querido tocar “La Yumba” a su manera y no pude. Me sentí mal, como si estuviera ensuciando su música. Está escrito que nuestros caminos deben ir por separado. Es como si el de arriba hubiera ordenado que cada uno de nosotros haga lo suyo”.
Nota: Aquella velada, bajo el título “Finally Together” y grabada en vivo, fue llevada al disco recién en 1992 (Lucho 7704-2 CD) . Además de “Adiós Nonino” y “La Yumba”, que el Sexteto de Astor y la orquesta de Pugliese interpretaron juntos, la registración incluye los otros temas que la formación de Piazzolla ejecutó: “Buenos Aires Hora Cero”, “Tanguedia III”, “Milonga del Angel”, “Camorra III”, “Preludio y Fuga”, “Sex-tex” y “Luna”.
Bruno Passarelli



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